6.- NUESTRA MISERICORDIA HACIA LOS DEMÁS

LA DIVINA MISERICORDIA

6.- NUESTRA MISERICORDIA HACIA LOS DEMÁS.

1.- Presentación y cuentito.

2.- Introducción.

Querer entrar y contemplar la Misericordia de Dios, es como entrar en un océano insondable, en donde siempre nos presenta mil maravillas y que no tienen fin. Nosotros, en este curso, estamos intentando adentrarnos en ese océano. Necesitamos que el Espíritu Santo nos acompañe y por eso le pedimos: “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos”. Y a ti, María, te pedimos, también, que nos acompañes y con tu cariño maternal, guíanos.

En la enseñanza de enero, cuando tratamos la “Respuesta del hombre a la Misericordia de Dios”, se nos presentó el segundo mandamiento más importante de la ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y ahí comprendimos que amar como a nosotros mismos, no es “el amor propio” sino el resultado de una oblación del propio yo, de una entrega amorosa a aquel que lo creado a su imagen. Solo así podrá amar verdaderamente al prójimo.

En la anterior enseñanza: “La misericordia de Dios y las Bienaventuranzas”, nos dimos cuenta que Jesús, al proclamar “Bienaventurado el hombre”, le abría su Corazón Divino para que disfrutase de su propia felicidad, en un acto culmen de su gran  Misericordia. Jesús abría al hombre la puerta de la verdadera felicidad, pero para llegar a ella Jesús le marcaba un camino que había que recorrer: ser pobre, ser mansos, ser misericordiosos, ser limpios, tener hambre, buscar la paz, saber soportar las persecuciones. Camino que solo se podrá andar como don gratuito y gracia de Dios y en base a una oblación del propio yo, amándonos a nosotros mismos como nos lo propone Jesús en el segundo mandamiento.

3.-  En esas enseñanzas se nos propuso dar un “si” para emprender ese camino hacia la bienaventuranza. Habiendo dado el sí a Jesús de empezar ese camino que lleva a la felicidad y con el desprendimiento de nuestro “yo”, vamos a entrar en la práctica del amor al prójimo. Si realmente sentimos que la Misericordia de Dios ha entrado en nuestro corazón, si sentimos que es Jesús quien vive en nosotros, nos resultará más fácil entender  cómo hay que amar al prójimo, y sobre todo, cómo ponerlo en obra.

Y nada mejor para entender todo esto que tomando la Palabra de Dios, en el pasaje que nos presenta Lucas 10, 25-37.  Parábola del buen samaritano. (Leerlo)

4.- ¿Y quién es mi prójimo?

Es la pregunta que le hace a Jesús el fariseo para justificarse. La pregunta no respondía a un deseo del corazón para obrar rectamente.

Nosotros también nos hacemos la misma pregunta. ¿Pero cuál es la intención de nuestra pregunta? ¿Queremos saber realmente quien es nuestro prójimo para poder ir a él con nuestra misericordia?

Cuando a Jesús le hicieron la pregunta, se limitó a narrar la parábola del buen samaritano; y con ello quedaba claro quién era el prójimo. Sin embargo, el asunto no parece tan claro hoy día.

Nos encontramos con dos palabras que tienen la misma raíz pero que con el tiempo se han ido distanciando: “próximo” y “prójimo. Así, la letra x y j  representaban en la ortografía medieval dos fonemas distintos; por ejemplo la palabra “dixo” que hoy decimos “dijo”.

El "próximo" (proximum), según los diccionarios, es el que está muy cerca; sinónimo de anterior, posterior, contiguo, vecino, pariente, allegado… Las traducciones antiguas, siguiendo el sentido hebreo, y la misma Vulgata en latín, (próximum), aplicaban la palabra “próximo”: amigo íntimo; amado; marido; compañero; proximidad geográfica o física; alguien que ha actuado de modo apropiado. 

Actualmente, “prójimo” es “cualquier persona con respecto a otra”, “un semejante”, “el otro”, “una persona diferente, distinta, de alguna manera ajena”.

Para los judíos, ¿quién era el prójimo?

“Cuando Jesús le indicó al fariseo que el segundo mandamiento era amar al prójimo como a uno mismo, en realidad citó un precepto que había recibido Israel y que hallamos en Levítico 19:18. En ese mismo capítulo se mandó a los judíos que no solo consideraran prójimo suyo a cada israelita, sino también a otras personas. El versículo 34 especifica: “El residente forastero que reside [...] con ustedes debe llegar a serles como natural suyo; y tienes que amarlo como a ti mismo, porque ustedes llegaron a ser residentes forasteros en la tierra de Egipto”. Por consiguiente, tenían que tratar con amor hasta a quienes no eran judíos, sobre todo a los prosélitos”.

“¿Cómo interpretaban los judíos el amor al prójimo?

Pero los maestros judíos de la época de Jesús no opinaban igual. Algunos enseñaban que términos como “amigo” y “prójimo” estaban reservados para los judíos, y que había que odiar a la gente de otros pueblos. Llegaban a decir que ser religioso exigía despreciar a quienes no lo eran”.

Pero Jesús ha dejado bien claro quién es nuestro prójimo, tanto en el sermón de la montaña como en la misma parábola del buen samaritano.

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. De este modo seriéis dignos hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y sobre malos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mateo 5, 43.45).  

Para los judíos el samaritano era un enemigo; judíos y samaritanos se odiaban. Pero Jesús presenta a un samaritano compadeciéndose de un desgraciado que no es samaritano, para indicarnos que no hay fronteras para la misericordia. El amor al prójimo también debe abarcar a quienes son de otra raza, país o religión.

¿Quién es mi prójimo? Esta es la pregunta que yo, ahora debo hacerme. ¿Quién debe ser mi prójimo? Si yo he comprendido y vivido lo que es amarse a sí mismo, yo amaré a mi prójimo, viendo en él a Jesús, ese Jesús que vive en mí. La Beata Madre Teresa de Calcuta decía: “Tenemos que encontrar a Jesús presente en el penoso disfraz de los pobres”.

Mi prójimo, entre otros, es aquel que Dios pone en nuestro camino. Si no es así, mi prójimo será el que me conviene, el que me puede devolver mi dádiva; el que conozco; mi prójimo será relativo, tendrá excepciones, tendrá distinciones.

5.- ¿Cómo debo amar a mi prójimo?

En la parábola del buen samaritano tres personajes se toparon con el hombre medio muerto. Tanto el sacerdote como el levita, al verlo, se desviaron y pasaron de largo; no tuvieron la más mínima compasión hacia él. Por el contrario, el samaritano, al verlo, tuvo compasión y actuó. Los tres vieron al herido pero solo uno tuvo compasión.

Necesitamos, pues, profundizar en el término “compasión” porque ahí tenemos la clave de cómo debo amar al prójimo.

La palabra compasión deriva de los términos, en latín, “pati” y “cum”, (compassio) que unidos significan “sufrir con”,acompañar”.   La definición en el diccionario de la lengua española nos dice que “compasión es un sentimiento de lástima, motivado por la desgracia o mal que otro padece”. Esto quiere decir que la compasión marca una diferencia con otros sentimientos. La compasión es lo que le permite al ser humano dejar, al menos por un instante, de pensar en sí mismo para pensar en el otro incluso cuando el sufrimiento no corresponde a aquella persona que siente compasión. Es un modo de acercarse al otro y sentir lo terrible de ese sufrimiento.

Existe en el corazón del hombre una compasión innata que le lleva a no cerrar el corazón ante una necesidad o desgracia, pero que en muchas de las ocasiones, se queda en apenarse, o afligirse; por ello vemos que el mundo agoniza bajo guerras, sufrimientos, penurias. El significado cristiano de ser compasivo, comprende mucho más que sentir pena, tener lástima por el caído, por el desvalido. Seguramente que el sacerdote y el levita de la parábola sintieron pena por el hombre mal herido, pero dieron un rodeo para no comprometerse.

6.- Vamos a ver, pues interesa, lo que no es compasión.

Para entendernos mejor, digamos en primer lugar que la compasión se fundamenta en el amor, en la entrega. Por ello debe impregnarse de espíritu, ya que el hombre tiene alma espiritual; una compasión sin espíritu se reduce a un mero sentimiento más o menos egocéntrico. Además, la compasión tiene una connotación de sufrimiento (se acerca al sufrimiento del otro) y el sufrimiento asusta. Dicho esto,

·         La compasión no se reduce a una actitud social; se puede realizar una labor social sin ser compasiva: por ideología, por interés, por filantropía...

·         La compasión no es un deber humanitario. La solidaridad humanitaria nos obliga atender a una persona necesitada; la compasión rebasa ese deber y va mucho más lejos en función del dinamismo espiritual.

·         La compasión no es una cuestión de sentimiento. Quedarnos con la sensibilidad, el sentimentalismo que normalmente va acompañada de lloriqueo, sería quedarnos arrinconados en el mundo de las personas sensibles o emotivas. La misericordia es un gesto de amor que se despierta ante la visión del sufrimiento y que se activa para socorrer al doliente, sea cual fuere el coste que comporta.

·         La compasión no es la intercesión. La palabra intercesión significa intervenir en favor de alguien. En la intercesión oro a Dios por mi hermano y es la fe y su intensidad, lo que adquiere un papel protagonista. En la compasión, a través de la caridad, hago de mi prójimo otro yo mismo, lo cual resume uno de los puntales de la compasión. Muchas veces compasión e intercesión van unidas como van unidas fe y amor; no obstante el dinamismo de cada uno difieren como difieren la manera de vivirlo.

7.- La compasión cristiana.

La compasión se fundamenta en el amor. Dios es amor y ese amor se transformó en misericordia al pecar el hombre, como ya lo vimos. Todo el actuar de Dios hacia el hombre está unido a su gran misericordia. Dios es, sobre todas las cosas, un Dios compasivo. Es decir, él ha escogido ser «Dios con nosotros». Dios ha elegido compartir con nosotros nuestro dolor y nuestra angustia. Esto es, en esencia, lo que significa ser compasivo. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo.

La manifestación más visible de la compasión de Dios es la persona de Cristo. Así vemos que Cristo, “siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres, Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Fil 2.6–8).

Impresionan estas palabras de Pablo. Cristo no extendió su brazo desde el cielo para sacarnos de la esclavitud y la miseria; más bien escogió bajar hacia nosotros y convertirse en esclavo con nosotros y exponerse a todas las miserias que tal condición implicaba. Está dispuesto a ir a los lugares donde el sufrimiento es más intenso, para construir allí su morada. Así nos manifestaba el infinito amor de Dios. Los evangelios revelan, una y otra vez, que la compasión fue el motor de su ministerio.

Ahí radica la verdadera compasión cristiana. Ser compasivo significa estar dispuestos a dejar a un lado nuestros títulos, nuestros logros y nuestras pertenencias, nuestras comodidades. Significa la disposición de transitar el mismo camino de Cristo. La compasión cristiana es una cuestión de presencia, antes que de proximidad: puedo estar cerca de alguien sin estar verdaderamente “presente”. La presencia verdadera implica una relación interpersonal. Es la presencia de Cristo que se implica en nuestros sufrimientos.

La compasión cristiana nos enseña a vivir para otros. La compasión cristiana nos adentra en una vida de comunidad; así el Papa Francisco nos dirá: “Nuestra fuerza como comunidad, a cualquier nivel de vida o de organización social, no se apoya tanto en nuestros conocimientos y habilidades personales, como en la compasión que mostramos a los otros, sobre el cuidado que damos especialmente a los que no pueden cuidarse por sí mismos”. (Discurso del 17-3-16)

8.- Normalmente el hombre, tanto ayer como hoy, va detrás de lo espectacular, de lo que nos libere de nuestros males, que nos coloquen en un mundo de felicidad y seguridad, Y no nos damos cuenta que la verdadera felicidad la encontramos en tener un corazón compasivo. “Bienaventurados los misericordiosos porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mateo 5, 7).

 El hombre necesita llenarse de esa compasión y para ello debe abrir su corazón. Un corazón cerrado, un corazón rutinario no podrá nunca experimentar la misericordia de Dios y mucho menos podrá amar al prójimo como así mismo, con misericordia.

Para que no tuviésemos dudas de cómo debemos practicar la compasión, Jesús nos presenta la parábola del buen samaritano. El samaritano vio al hombre mal herido, se acercó a él y tuvo compasión, nos puntualiza la Palabra. Y olvidándose del motivo por el cual andaba por ese camino, lo atendió con todos los medios a su alcance.  Le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino (símbolos de una entrega completa), le montó luego sobre su propia cabalgadura (se desprende de su comodidad) y lo lleva a la posada en donde seguirá cuidándole (pone su vida al servicio del herido). Y como el hombre herido sigue necesitando auxilios y él necesita seguir su camino, da al posadero todo lo que tiene y le pide  que lo cuide (el recurso de la comunidad).

Lo importante, lo esencial era que el sufriente tuviese todas sus necesidades cubiertas. Esta es la compasión; es poner toda la mirada en el otro, renunciando a lo mío. ¿Tenemos claro lo que es la compasión y cómo debemos vivirla?

9.- Para terminar, no puedo menos de tomar la Palabra de Dios: Después de decir que Cristo “en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”, añade:  “ Por eso Dios lo exaltó y le dio nombre  que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo  que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 9-11).

Fijémonos bien; Dios no exaltó a Jesús por curar a los enfermos, por enseñar a las masas, por atraer a las multitudes…sino porque se humilló, porque se rebajo hacia nuestra miseria y se hizo uno de nosotros.

Dios no obrará en nosotros, no transformará nuestra vida, no actuará en nuestra evangelización, por nuestros trabajos, por nuestra ciencia, por nuestra predicación… sino porque nos humillemos, desaparezcamos, seamos puros instrumentos en sus manos, nos entreguemos a nuestros hermanos con un corazón compasivo y desprendido completamente de nuestro “yo”. Este es el camino de las bienaventuranzas. ¡Cómo nos ayuda el contemplar la frase de Pablo a los Filipenses para entender el misterio de la cruz!

10.- Resumen.

·         A través de la parábola nos hemos hecho la pregunta ¿Quién es mi prójimo?

·         Para los judíos ¿quién era el prójimo? Los de mi religión.

·         ¿Y para Jesús? “El Padre del cielo, hace salir el sol sobre buenos y sobre malos y manda la lluvia sobre justos e injustos”.

·         Y para mí, el prójimo debe ser todo hombre en quien debo ver a Jesús que vive en mí.

·         ¿Cómo debo amar al prójimo? Con compasión, que difiere mucho de “apenarse”, “afligirse”, “tener lástima”. Compasión es compartir el sufrimiento del otro y actuar en su favor.

·         ¿Qué no es compasión? Entre otros: No es una actitud social. No es un deber humanitario. No es una cuestión de sentimiento. No es intercesión. Es mucho más que todo eso.

·         La compasión cristiana. Se fundamenta en el amor que es entrega, que es oblación del propio “yo”, que es mirar únicamente en el bien del otro.

·         ¿Cómo Dios manifestó su compasión? Entregando a su propio Hijo y el Hijo “se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte”.

·         El fruto de la compasión. “Dios exaltó a Jesús y le dio nombre  que está por encima de todo nombre y lo proclamó como Señor de todo lo creado para gloria de Dios Padre” 

·         El fruto de la compasión para nosotros: “Bienaventurados los misericordiosos porque Dios tendrá misericordia de ellos”

11.- Retos para nosotros.

¿Hemos entendido esta enseñanza? ¿Estamos convencidos de la grandeza de la compasión? No olvidemos que el Señor continuamente nos presenta, a la vera de nuestro camino, a hermanos heridos por la vida que esperan de nuestra compasión. ¿Qué actitud vamos a tomar hacia ellos? ¿La del sacerdote y el levita de la parábola, que dieron un rodeo para no verlo? Sepamos que si tomamos la actitud del samaritanos, debemos tener claro que nuestra compasión debe ser de entrega por encima de nuestra comodidad y gustos. Pero sepamos también que solo a través de esa compasión encontraremos nuestra bienaventuranza.

12.- Oración.

Señor Jesús, tu no solo nos diste lecciones de compasión, de entrega al caído, al desventurado que sufre, sino que tomaste la condición de hombre, humillándote a ti mismo, haciéndote obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Ayúdanos, Señor Jesús, a seguir ese mismo camino, porque sabes que a nivel humano, ello nos resulta imposible. Haz que te veamos a Ti en todo hombre que sufre y que Tu nos presentas en la vera de nuestro camino, sea cual fuere el coste  que comporte. Amén

Nota. En las dos próximas enseñanzas veremos las obras de misericordia corporales y espirituales. Les adelanto que esas obras de misericordia poco efecto tendrán en nuestra vida si no tomamos en serio la compasión cristiana que acabamos de exponer.


CARISMAS DEL ESPÍRITU.  Discernimiento de espíritus.

Acabamos de ver lo que es la compasión y también lo que no es la compasión aunque se parezcan. Muchas veces nos podremos encontrar con sentimientos de nuestro corazón que nos llevarán a nuestros hermanos sin que en realidad sea una verdadera compasión y que al no estar fundamentado en el amor no tenga el premio de la bienaventuranza de Jesús. Nos conviene, pues, desarrollar el carisma de discernimiento.

DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS.

Discernir, según el diccionario, es” distinguir una cosa de otra”. Discernimiento, será, pues, “el acto de la mente por la cual nosotros conocemos la diferencia que hay entre varias cosas”. Como ya hemos dicho, el mundo de hoy es muy complejo y hay que estar continuamente discerniendo entre tantas cosas y hechos que se nos presentan. El discernimiento se aplica de la misma manera al mundo de lo material y visible como al mundo de lo espiritual e invisible.

A nosotros nos interesa, en este momento, a esta segunda manera, que tal vez sea la más difícil. El hombre por el pecado se encuentra entre dos fuerzas contrarias: el espíritu de Dios y el espíritu del mal. A estos espíritus hay que añadir el espíritu humano, es decir, nuestro yo, que viciado por el pecado, se alía fácilmente con el espíritu del mal.

El discernimiento tendrá que esforzarse para averiguar bien toda moción o impulso que sienta el hombre, porque el mal se reviste de ángel de luz; el demonio no se nos presenta tal cual es; siempre viene con engaño porque es el padre de la mentira.

Caminos de discernimiento.

Tenemos dos caminos para el discernimiento de espíritus: uno es adquirido y el otro es infuso. Tenemos el arte de discernir, el cual se aprende, y el carisma de discernimiento, que es regalo del Espíritu.

El camino normal del discernimiento de espíritus es el del arte de discernir. El camino del carisma viene cuando, agotado el del arte, no tenemos salida a una situación; el Señor viene en nuestra ayuda y nos regala una claridad en el tema. Con todo, hay que saber que actuando con el arte de discernir nos podemos equivocar; con el carismático, es muy seguro y si realmente viene del Espíritu, es infalible.

Necesitamos, pues,  conocer los medios para aprender y adquirir el arte de discernimiento. Principalmente son:

·         La oración. Las cosas del espíritu de Dios las capta mejor una persona espiritual, una persona que vive cerca de Dios y en unión con Dios.

·             La Experiencia. Tanto la nuestra como en los demás.

·     El estudio y la formación. “La ignorancia no es luz, sino oscuridad y tinieblas”. Necesitamos adquirir conocimientos de la Biblia, de la doctrina de la fe y de la moral cristiana y de los caminos de la vida espiritual.

·         La pureza de conciencia. “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”

 Reglas de discernimiento.

Hemos visto cómo se aprende el arte de discernir. Veamos ahora unas reglas que nos dan pautas para el discernimiento. Son criterios para detectar si las inspiraciones vienen o no del Espíritu Santo.

La gran regla de discernimiento nos la da Jesús: Por los frutos se conoce el árbol. “Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos” (Mateo 7, 16-20).S. Pablo en la carta Gálatas (6, 16-26) nos señala los frutos del Espíritu de Dios y los del espíritu del mal.

Sería bueno, además, estudiar las 22 reglas que S. Ignacio de Loyola da en sus Ejercicios espirituales, para entrenarse en el arte del discernimiento. Igualmente estudiar las reglas que da Santa Teresa de Jesús, la otra gran maestra de discernimiento.

Es muy importante que una vez hayamos dado un discernimiento lo sometamos a la comunidad para su discernimiento.  Las dos grandes premisas, para que el Espíritu siga hoy dándonos la "Luz de Dios" y "El Olfato Divino", según las Escrituras, son la oración y la humildad”.

 Necesidad del discernimiento.

Ante la complejidad del mundo de hoy, ante tantas situaciones no cristianas que se nos ofrecen, etc. hay que resaltar la necesidad enorme que tenemos de estar preparados en el discernimiento. La falta de ello nos puede llevar a muchos males. El Espíritu nos lo recalca: “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. (Juan 4, 1-6)

Desafío:

¿Deseas que el Espíritu trabaje en ti en bien propio y de tantos hermanos que te necesitan? Prepárate.