8.- SANAR LA RAIZ DE UNA ENFERMEDAD

 8 - Sanar la raíz de una enfermedad o de un dolor interno.

Si una enfermedad física o una angustia tiene una causa en nuestro interior, al sanar esa enfermedad interior se sanará la enfermedad que nos aqueja.

Para eso hay que hacer todo un trabajo que nos lleve a entregarle a Dios lo que nos enferma: rencor, envidia, orgullo herido, obsesión por poseer algo, recuerdos tristes, miedo de perder algo


Es frecuente que una molestia física, aunque verdaderamente nos duela, sea en realidad una somatización, un producto de nuestro inconsciente. Porque así delegamos en otros la responsabilidad de curarnos y nosotros no enfrentamos el origen profundo de esa enfermedad, una forma de vivir o una obsesión que no queremos cambiar

Es más fácil soportar una molestia en los intestinos y procurar un tratamiento médico, que detenerse a analizar una envidia que nos carcome, un fracaso, una humillación pública, un abandono afectivo. Etc.:
"Frecuentemente se da en el encapsulamiento somático una dimisión de la responsabilidad y del protagonismo de nuestra vida. Un cambio de rol de agente a paciente. La corporalización nos permite sufrir sin tener que hacer más que dejarnos curar, pero sin motivarnos a un trabajo personal que se haga cargo del dolor como conflicto humano. Al somatizar responsabilizamos al organismo corporal, pero no le proveemos de los recursos espirituales y mentales para hacer frente a su enfermedad." (32)
Lo mismo sucede con ciertas angustias, acompañadas de molestias físicas, cuando pretendemos que un psicólogo o un sacerdote nos libere de ellas, pero sin reconocer la causa que nos lleva a esa situación. Porque en realidad, esa angustia nos parece menos dolorosa que tener que enfrentar con valentía su causa profunda.

Hay muchos mecanismos de defensa que nos dan excusas para no enfrentar nuestra realidad y para no encarar las verdaderas causas de nuestra infelicidad.
Como ejemplo mencionemos algunos: la rebeldía, la racionalización, la anulación, la regresión, la compensación, la proyección, el aislamiento, la represión, la negación, etc. (33)


Es cierto que son reacciones comprensibles cuando son transitorias, y por un tiempo limitado le permiten al individuo soportar una situación de angustia sin quebrarse. Pero cuando se prolongan, dominan a la persona, se enquistan en su vida y la frenan en su crecimiento, no hacen más que aumentar y profundizar la angustia.

No favorecen una salida, sino que agudizan el problema y hacen que la persona pierda un tiempo precioso, desaprovechando las verdaderas posibilidades que tienen para crecer, para superar su situación, para vivir mejor.

Cuando logramos reconocer la raíz de nuestros problemas, esa raíz que llevamos dentro de nosotros mismos, y le entregamos a Dios esa esclavitud del alma que nos llena de nerviosismos, ansiedades, tensiones, temores, eso posiblemente hará que poco a poco la enfermedad que nos molesta vaya cediendo. Mucha gente se cura, por ejemplo, cuando da el paso de perdonar de corazón una vieja ofensa.

Otras veces se trata de presentar a Dios con total sinceridad un recuerdo doloroso del pasado que nos oprime, pidiéndole que Él se haga presente allí, en ese momento que recordamos con angustia, y nos cure con el amor que en aquel momento necesitamos y no tuvimos: sea en el dolor de nacer, en algún momento de la infancia, en alguna agresión sufrida, porque una parte de nosotros no se sintió suficientemente amada o protegida, porque nos equivocamos y no superamos aquel sentimiento de culpa, porque hicimos o padecimos algo que nos avergüenza, etc.

Puede suceder que, cuando damos un paso correcto, y alcanzamos una nueva paz interior, la curación, normalmente no sea milagrosa. El cuerpo irá recuperando la calma poco a poco, porque los músculos tienen una memoria.
Si me han golpeado, puede suceder que mi estómago quede resentido, y aunque yo recupere la calma interior, al cuerpo le lleva más tiempo volver a serenarse y dejar de provocarme un dolor o una molestia. Por eso no hay que llenarse de ansiedad pretendiendo que una enfermedad que se fue gestando lentamente se cure en pocos días.


Pero cuando entregamos ante Dios ese veneno que nos molesta en el alma ya experimentamos un profundo alivio interno, una liberación que nos hace felices en medio del dolor del cuerpo. Allí comprobamos cómo un sufrimiento puede estar unido a una verdadera alegría.

Para no volver a perder la paz, habrá que tener paciencia, esperando que el cuerpo poco a poco se vaya sanando, tratando de no estar muy pendientes de esa molestia, aceptándola con más normalidad.

Es importante entonces acudir a una ayuda psicológica cuando sospechamos que detrás de un sufrimiento hay alguna perturbación interior. Pero también es decisivo hacer un adecuado camino espiritual.¿Cómo sería concretamente?

Primero, conversar con Dios acerca de las angustias interiores, los miedos, los recuerdos obsesivos o los viejos rencores; pidiendo a Dios la gracia de descubrir claramente las raíces interiores más profundas de nuestros sufrimientos.
Esto lleva días, meses, estaciones, depende de nuestra disponibilidad y sinceridad.


Luego, pedirle a Dios, la gracia de sanar esa enfermedad del alma que hemos reconocido: la gracia de liberarse de un rencor, la gracia de entregarle un apego. Un recuerdo, y recuperar la libertad interior, etc. Esta súplica, si es perseverante, irá abriendo el corazón poco a poco hasta que podamos dar el paso de entregar los que nos daña por dentro.

Pero podemos reconocer que hay algo que debe cambiar en nuestra vida, algo que nos hace daño, y sin embargo, aunque le pidamos a Dios que nos libere de eso, en realidad no deseamos liberarnos.

Nuestro problema es una especie de refugio, nuestra enfermedad es un modo de vengarnos del que nos hizo daño, de hacerlo sentir culpable, o creemos que determinado vicio nos da al menos un placer que nos permite sentirnos vivos.
Entonces, aunque sabemos que algo nos hace daño, en el fondo no queremos perderlo, no aceptamos liberarnos.

En ese caso, no vale la pena pedirle a Dios que nos libere porque esa súplica es falsa, no procede de nuestra libertad.

Mejor, por un tiempo habrá que pedirle a Dios algo que tenga al menos una pequeña cuota de sinceridad. Por ejemplo, que Él nos haga ver que es mejor vivir sin ese mal, que Él nos convenza de que eso nos hace más daño que bien, que despierte en nuestro interior el deseo sincero de cambiar , de ser más libres, de ser más sanos, que ponga en nuestro corazón el anhelo de liberarnos, de ser mejores, etc.


Esta oración sincera, si es frecuente y perseverante, tiene el poder de movernos a reflexionar y de llevarnos, poco a poco, a desear otro tipo de vida. Así, en esta combinación entre la gracia de Dios que nos invita y nuestros pequeño intentos, tarde o temprano brotará la convicción de que hay algo que cambiar, y entonces si podrá comenzar un camino real de liberación y Sanación

También uno puede motivarse en la oración para poder dar el paso de entregar una esclavitud interior que lo perturba. Veamos un ejemplo. Si se trata de una falta de perdón a alguien, podemos buscar motivaciones que nos llevan a desear perdonar, de manera que podamos dar sinceramente ese paso liberador. Esas motivaciones podrían ser las siguientes:.
a) Meditar las invitaciones bíblicas al perdón (MT 18, 21-22), a "vencer el mal con el bien" (ROM 12,20-21), a amar al enemigo (LC 6,27-35), siguiendo el modelo de Cristo (LC 23,34)
b) Considerar que la medida que yo use con los demás se usará conmigo (LC 6,36-38), que somos perdonados en la medida de nuestro perdón (MT 6,12), que la misericordia cubre los pecados (1PE 4,8). Y también que "todos tropezamos muchas veces" (Sant 3,2)

c) Intentar buscarle disculpas al que me hirió, tratando de explicar su actitud: por la educación que recibió, porque creció sin el cariño que necesitaba, por sus fracasos, por las heridas de su interior, por las angustias que yo ignoro.

Quizá esos dolores ocultos son los que lo llevar a herir a los demás.
Así puedo llegar a mirar al que me hace daño con compasión y ternura ante esa miseria que él no puede controlar.

¿No es este un modo de participar de la mirada de Dios?. Y es lo que hizo Jesús cuando lo estaban crucificando; buscó una excusa para los que le hacían daño: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (LC 23,34)
d) Tener en cuenta que no perdonar es peor para mí, que no me conviene, ya que produce en el interior efectos de desarmonía, e indirectamente puede llegar a prolongar las enfermedades físicas (Si 28,3)
e) Mirar al que me hirió desde las verdades de fe: el Señor lo creó por amor; sólo él el Hijo de Dios se habría encarnado, habría derramado su sangre sólo por él; Dios lo busca cada día y quiere darle la vida eterna.
f) Tener en cuenta que la vida es corta (Si 28,6), que la ofensa o la humillación recibida puede ser ofrecida en unión con Cristo, que es más noble y mejor signo de grandeza el perdón que el rencor; que el perdón es fuente de bendición para la propia vida; que el mal recibido puede tener también un sentido en la propia vida y puede ser usado por Dios para ayudarme a crecer, etc
g) Intentar restaurar la imagen del otro, haciendo una lista de cosas buenas que Dios puede haber hecho en él o a través de él. Tener en cuenta cómo lo miran su madre o sus amigos, para descubrir que él es una mezcla de luces y de sombras y que también su existencia tiene un sentido misterioso que sólo Dios conoce.
Y quizá, dejándonos amar por Dios tengamos que dar el paso de perdonarnos a nosotros mismos, de comenzar a mirarnos con los ojos misericordiosos y amantes de Dios y no con mirada de jueces o de enemigos de nosotros mismos.
"La creencia de no tener cualidades para ser amado es otro de los mecanismos de probable ocultación de la vergüenza subyacente. No sentirse querido por el otro puede inducir a auto reproches por no ser merecedor de amor, con las consecuencia de un sentimiento de vergüenza hacía sí mismo" (34)
CAMINO PERSONAL 8
El camino personal es el ya indicado. Te sugiero que comiences pidiendo a Dios todos los días que te haga ver la raíz de tus enfermedades del cuerpo y del alma, la causa más profunda de tus angustias.

Y si ya sabes que hay algo que te ata y que deberías liberarte de ello, dedícate un buen tiempo a pedirle al Señor: "Dame la gracia de entregarte esto". O quizá: "Coloca en mi interior el deseo sincero de entregarte esto que me esclaviza"

NOTAS.
(32) J.A,.García Monge, a,c 215
(33). Pangrazzi,o,c 138-150
(34) E. Bravo, Amor y pérdida, Buenos aires 2000,102