9.- LA HORA DE LA RECEPTIVIDAD


- 9 - LA HORA DE LA RECEPTIVIDAD

Ya dijimos que cuando la situación que estamos viviendo (edad, enfermedad, desempleo, etc.) nos limita de tal manera que ya es poco lo que podemos conseguir, sin embargo hay una fecundidad que sigue siendo posible, porque podemos hacer algo con nosotros mismos. Podemos seguir creciendo hacia la plenitud eterna.


Si puedo producir poco, es posible seguir creciendo como persona, y sobre todo desarrollar mis capacidades receptivas, que suelen debilitarse cuando la actividad es intensa. Ahora hablemos un poco sobre este crecimiento en la receptividad.


Muchas veces las cosas no nos salen tan bien, o no nos salen. Sin embargo, esto no significa que todo esfuerzo sea en vano. Porque hay también otro placer, quizá mayor que el de contemplar los frutos: el placer de hacer algo porque sí, solamente porque me gusta hacerlo y nada más. (35).

Lamentablemente, nuestro mundo actual fomenta con desenfreno el utilitarismo, y nos invita sólo a hacer cosas útiles, que produzcan algo. Por eso es bueno intentar hacer algunas cosas sólo por el gusto que nos brindan: tomar un libro y leerlo sólo por el placer de leerlo; escribir un poema, pero no para mostrarlo a otros y recibir elogios, sino por el solo placer de expresar lo que tengo dentro. ¿Acaso no es esto un anticipo del cielo? Porque los que creemos en la vida eterna sabemos que allá no tendremos que preocuparnos por producir nada, y solamente gozaremos juntos. Lo mismo que en una fiesta, en un baile, en una celebración.

Qué hermoso es que nos pregunten para qué hacemos algo, y contestemos simplemente: "porque sí, porque me gusta". Quizá nadie nos admire por esa respuesta, pero eso será una alianza con la vida, un sí a la existencia sana que Dios quiere que vivamos.

Estamos tan habituados a tener que producir algo, que nos resulta difícil gozar de algo con receptividad, sin estar buscando algún beneficio: escucho una poesía que me gusta, y tengo que copiarla, aunque después nunca vuelva a leerla; veo un precioso paisaje, y me siento obligado a tomar una foto, aunque luego muy pocas veces la contemple; escucho una canción que me gusta y tengo que grabarla o comprar el disco.

Raras veces me detendré verdaderamente sereno y relajado a disfrutar algo, a vivirlo plenamente, aceptando que luego no quede nada que pueda aferrar con mis manos, aceptando que se termine y sólo me quede dentro el gozo de haberlo vivido, porque sí, porque fue lindo.

Nada es más sano que aprender a detenerse receptivamente ante cada cosa, cada trabajo, cada persona, ante la vida misma, ante Dios.

Pero también está el gozo de aprender. No tanto de aprender "para": aprender para conseguir trabajo, aprender para conseguir un ascenso, aprender para que me aumenten el sueldo, aprender para ser más famoso, aprender para enseñar a otros... No. Aunque todo eso sea bueno, hay un placer mayor y más sano: el de aprender sólo por amor a lo que se aprende, y sobre todo el de aprender por amor a la verdad, por la verdad misma que merece ser aprendida, por la belleza de lo que se aprende, por el solo gusto de aprender y tomar contacto con algo nuevo.

El que siente que ya no tiene nada que aprender, o llena la mente sólo con sus problemas, planes y cosas útiles, se expone cada día más a una vida sin gusto, porque su mente se achica, pierde riqueza, pierde amplitud, no ve más que lo que tiene dentro, y así se va muriendo poco a poco, como un cuerpo que no se alimenta.

La mente también tiene vida, y requiere ejercitación, alimentarse con nuevos conocimientos, descubrir cosas nuevas. La mente humana está abierta al infinito, y se atrofia si pretendemos clausurarla o reducirla a pocas ideas, por muy útiles que sean.

Por eso es muy sano ponerse a leer cosas que no tengan nada que ver con nuestra vida, o ver programas educativos aunque no nos enseñen nada que pueda ser inmediatamente útil, aunque no nos brinde ningún beneficio práctico. Sólo gozar por el hecho de descubrir algo nuevo, algo que es real aunque no tenga que ver con mis intereses, algo que es parte de la riqueza que Dios creó y que yo no puedo dejar de admirar y agradecer. Por ejemplo: las variadas costumbres de los pájaros, la formación de inmensos glaciares en la cordillera de los Andes, la cultura de los indígenas del Amazonas, los cultivos en el Himalaya, la posible vida en otras galaxias, las religiones africanas y sus ritos, la filosofía de Paul Ricoeur, el significado de algunas expresiones populares italianas, el funcionamiento del cerebro de los sapos, el lenguaje de los delfines, el sentido de las danzas japonesas, etc.

De hecho, la Biblia no consideraba sabios sólo a los que enseñaban cosas espirituales, o sabían explicar cuestiones religiosas, sino a todo el que buscaba conocer algo, saber algo, descubrir algo. Se llama sabio a1 rey Salomón también porque "habló sobre las plantas, desde el cedro del Líbano hasta la hierba que brota en el muro; habló de los cuadrúpedos, de las aves, de los reptiles y de los peces" (lRe 5,13).

Una tarde fui al planetario de Buenos Aires a escuchar una conferencia, pero me equivoqué, y tuve que presenciar un debate sobre el posible choque de dos galaxias dentro de miles de años. En ese momento no me sirvió para nada, y me preguntaba: (¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo?". Pero ese debate me hizo pensar en algo que está mucho más allá del límite estrecho de mi mente, en el universo inmenso, y eso me hizo mucho bien. ¿Por qué no?

Todo lo real y verdadero merece ser descubierto y contemplado, aunque esté lejos de mí. y para eso está la mente, que goza cada vez que descubre una nueva verdad.

Pero indirectamente, la capacidad de gozar con desinterés de un nuevo descubrimiento, me capacita para algo maravilloso: me hace capaz de alegrarme cada vez que conozco un nuevo ser humano, que siempre es un nuevo mundo, aunque esa persona no me sirva para algo, aunque no me brinde utilidad alguna, aunque no aporte nada a mis planes.

Decía el filósofo M. Heidegger que siempre conocemos estableciendo relaciones. Por ejemplo, yo puedo saber qué es un martillo si lo veo tomado por una mano, golpeando un clavo contra la pared. Pero si yo nunca vi un martillo y no lo veo relacionado con la mano, el clavo y la pared, no sé qué es ese objeto, o lo confundo con un tótem o un elemento sagrado. Por eso, mientras más cosas sepa una persona, mejor puede entender las nuevas realidades que descubre en la vida; su mente adquiere una amplitud que le permite relacionar más y así comprender muchas cosas que otros no entienden.

Pero no me refiero a los intelectuales y a los estudiosos, que no siempre tienen un buen contacto con lo real, sino a cualquier persona que tiene su mente abierta, siempre atenta para conocer cualquier realidad, aunque no tenga que ver con su especialidad, sus costumbres o sus gustos, y aunque no le sirva para nada.

Por el mismo motivo, puedo sentarme una noche a leer una novela, por el solo placer de leerla y tomar contacto con la imaginación de quien la escribió, sólo porque eso me gusta y enriquece mi mente. Así mi mente puede mantenerse dinámica, pero sin ansiedades: estupenda alquimia. Porque la ansiedad es el origen de muchos males.

A la larga, esta capacidad de aprender cosas, de leer sólo por placer, de estudiar sólo por el gusto de aprender algo, nunca es inútil, porque impide que mis ideas, mis pensamientos y mi imaginación se empobrezcan cada vez más y me convierta en un terco incapaz de ponerme en el lugar de otro o de pensar en algo que no produzca un beneficio inmediato.

Además, este "detenimiento receptivo" me hace más capaz de disfrutar de cualquier cosa que la vida me ofrezca. Así me lo confirmó un paralítico, que considera su parálisis como una bendición, porque lo llevó a frenar una actividad alocada que no le permitía hacer nada que no fuera útil y lo estaba llevando a la neurosis. Desde que es paralítico, aprendió a descubrir muchas cosas bellas que antes no veía, porque sólo buscaba ansiosamente lo práctico y lo que le brindara algún beneficio. Pero en su enfermedad descubrió la belIa y reconfortante experiencia de detenerse ante las cosas, las personas, la vida.


No se trata sólo de aprender con nuestra mente, de estar disponibles y receptivos ante lo que podamos recibir de la realidad. También se trata de desarrollar virtudes, de crecer en determinadas actitudes ante los demás.


Y en el límite y la aparente infecundidad, se puede crecer sobre todo en las virtudes receptivas: dejarse llevar por Dios, prestar atención a los demás gratuitamente y sin prisa, crecer en gratitud por lo que recibimos de los demás, etc.


En último término, en algún momento de nuestra vida se hará necesario, también, aprender a sufrir, porque "la capacidad de sufrir no es inmediatamente asequible, sino que tiene que ser conquistada con un esfuerzo de auto creación" (36).

Pero este aprendizaje necesita tiempo, y eso puede explicar por qué algunos sufrimientos se prolongan. Las experiencias más nobles, sublimes y bellas, los cambios más significativos de nuestra vida, como todas las cosas verdaderamente grandes, se van gestando y madurando lentamente, a través de muchas pequeñas decisiones, reflexiones y sentimientos que germinan poco a poco en medio de un dolor.

Al detener nuestra marcha, el dolor nos enseña poco a poco a recibir, a acoger, a aceptar al otro con serenidad y amable atención.

Camino personal 9
Quizá tengas frecuentes tensiones físicas y problemas musculares, alteraciones digestivas o nerviosas, porque estás siempre pensando en algo que tienes que hacer pronto, una obligación o algo que tú mismo te impones: "hoy mismo tengo que terminar esto".

¿Pero eso será verdaderamente tan urgente, indispensable y absoluto? ¿Realmente el mundo no puede seguir andando y tu vida se arruina si no haces todo lo que te propones? Mira que esa ansiosa obsesión es causa de muchos sufrimientos.

¿Por qué no te propones todos los días dedicar unos minutos a hacer algo porque sí, sin esperar ningún resultado?

Escribir un poema bello y luego romperlo en mil pedazos, escuchar una canción y mover tu cuerpo siguiendo el ritmo, salir a caminar y respirar profundamente, visitar un museo y simplemente mirar sin prisa cada obra, sin intentar memorizar datos. Detenerte a conversar con alguien, gratuitamente.

Pero siempre evitando pensar en lo que tengas que hacer después. Eso vendrá después.

Verás que si lo intentas y vas logrando pequeños momentos de gratuidad y de ocio verdadero, podrás disfrutar más de tus tareas y sufrirás menos por tus dificultades. Así podrás transmitir a los demás un poco de paz, optimismo y esperanza

NOTAS.
(35) Cf. v M FERNÁNDEZ. Nove caminhos para continuar vivendo. Sáo Paulo 1999.
(36) J.Vilar y Planas de Farnés, o,c,69