EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA (2).


EL DON DE LA PERSEVERANCIA

Perseverancia es equivalente a fidelidad al Señor en el camino emprendido de la conversión. Es un camino arduo, lleno de dificultades, que desafía la debilidad e insuficiencia del Cristiano. Pero éste sabe que “fiel es el Señor, que le afianzará y le guardará” (2 Ts 3,3). Él apoya su fidelidad en la fidelidad de Dios.

El que es fiel es el que persevera, y sin perseverancia no habrá crecimiento en la vida cristiana. Es condición exigida para llegar a la salvación final, “el que persevere hasta el fin, ese se salvará” (Mt 10.22; 24,13), y, por tanto, para que haya crecimiento. La vida de los santos, las grandes realizaciones de apostolado y evangelización que llevaron a cabo a lo largo de la historia, el grado de santidad y unión con el Señor a que llegaron, todo hubiera sido imposible sin perseverancia.

El alma de la perseverancia, así como también de la fidelidad, es el amor, y lo mismo que a la fidelidad está reservada a recompensa de tener parte en el gozo del Señor, también a la perseverancia. El Señor insiste mucho en permanecer en El y permanecer en su Amor (Jn 15, 5-10).

La perseverancia es un don que hay que pedir continuamente al Señor, porque por parte de nuestra debilidad y de las fuerzas de nuestra voluntad nunca hay garantías. Y Él la concede, lo mismo que otorga otros dones, a todo aquel que es fiel y humilde.

En el Seminario de introducción a la vida en el Espíritu se ha de insistir mucho en la perseverancia, piedra de toque de la verdadera conversión y del crecimiento en la vida cristiana. Quizá pecamos de ingenuidad, pero un fuerte entusiasmo inicial puede pasar enseguida. ¿Cómo es posible que hermanos que recibieron tantas gracias en la Renovación la abandonen ante cualquier prueba y no sepan perseverar? Antes que hablar de otros dones, habría que insistir mucho más en el don de la perseverancia, porque en los grupos de la Renovación todo es muy bonito al principio. Pero la vida cristiana es inconcebible sin la cruz, sin la prueba y sin el sufrimiento. Lo mismo que para Jesús no hubo glorificación sin pasar por todo esto, tampoco la habrá para el cristiano, y “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9.62).

La Asamblea de este año nos ha transmitido un mensaje de mayor compromiso en la evangelización y el testimonio, y nada de esto es posible ni en el individuo, ni en el grupo o comunidad, sin perseverancia.

Hay grupos que están constantemente haciendo experimentos, probándolo todo. Pero necesitarían más continuidad en lo que empiezan, aunque sean cosas muy sencillas y pequeñas. Lo pequeño, como haya continuidad, al final se convierte en algo grande e importante.

Cuando nos preguntemos qué es lo que de nosotros puede desear el
Señor en este momento, podemos siempre responder: entre otras cosas, perseverar en el camino de la entrega a Él y de lo que por Él hemos emprendido y que haya más continuidad en las personas y en la vida de cada grupo. Permanezcamos en su Amor.



ENRAIZADOS EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA

Por el Cardenal L.J. Suenens

Publicamos a continuación el discurso  que el Cardenal Suenens pronunció en la Asamblea Internacional de Dirigentes, celebrada en Roma del 30 de abril al 5 de mayo de 1984. Es evidente que en algunos puntos polémicos da soluciones que no siempre se siguen en todos los países y en todos los ambientes de la R.C. Quizás en España necesitemos un examen y planteamiento serio a nivel nacional  para  llegar todos a adoptar unánimemente la línea marcada  por el Cardenal, que no es otra sino la doctrina que nos daría cualquiera de nuestros  Obispos.

¡Señor, envíanos tu Espíritu de Vida y tu Espíritu de Amor! Sólo tu Espíritu nos enseñará a decir “Padre”, sólo tu Espíritu nos enseñará a decir “Jesús”. Sólo tu Espíritu puede enseñarnos a decir “Iglesia” y a decirMaría”. Sólo tu Espíritu puede presentarnos las profundidades de la Trinidad y las profundidades del corazón humano. María, Madre de la Iglesia, con nosotros esta mañana. Amén.

En la Escritura tenemos aquel pasaje en el que se nos dice que los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán sueños. Todos vosotros sois jóvenes y tenéis derecho a tener visiones y yo, dada mi edad, tengo derecho a tener sueños. Tal vez sea la última vez que me encuentro en una asamblea como ésta, que tenemos cada tres años. No si dentro de tres años estaré con vosotros. Haré todo lo que esté en mí, pero... depende del Señor.

Por esta razón me ha parecido bien compartir con vosotros algunos sueños sobre el futuro de la Renovación. Lo mismo que la Madre Teresa hablaba de los cinco dedos de la mano, yo hablaré de mis cinco sueños.

Sueño 1: Que el hombre de la Renovación se aclare y defina.
Sueño 2: Estar enraizados  en la vida sacramental  de la Iglesia.
Sueño 3: Estar enraizados en la vida local de la Iglesia.
Sueño 4: Estar enraizados en la fe apostólica de la Iglesia.
Sueño 5: Estar  enraizados en la vida apostólica de la Iglesia.

Sueño 1. El nombre de la Renovación debe aclararse

El nombre de la Renovación debe aclararse porque es un obstáculo para que la Renovación se extienda.

La Renovación debería entrar en la sangre y en la vida cotidiana de la Iglesia en todos los aspectos. Para esto es importante que tengamos un nombre. Fácilmente decimos: este nombre no es el mejor y aquel otro es el mejor.

Yo propondré un nombre y me alegro de saber que en algunos países se haya aceptado su uso.

Al principio hubo sus dificultades al hablar de “los Católicos pentecostales”, porque se confundía con el Pentecostalismo. Tenemos muchos amigos pentecostales, pero esto es una cuestión del corazón, ya que en varios puntos no compartimos su manera de pensar. Por tanto, hubo que hacer una distinción: Pentecostales, sí; Pentecostalismo, no.

Así vieron las cosas al principio, y el cambio de nombre nos llevó a decir “carismático” y “Renovación Carismática”. Pero esto es poco amplio porque no manifiesta más que un aspecto y no el más importante. ¿Cuál es el aspecto más importante de la Renovación? Abrir el corazón y el alma al Espíritu. El Espíritu, o el Dador, es mucho más importante que los dones.

Si consideramos lo que recibimos, lo que el Señor Jesús nos envía, vemos que es su mismo Espíritu, y con Él nos da lo que llamamos las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Amor. He aquí el primer don del Espíritu: Fe, Esperanza y Amor. San Pablo decía que sin Amor todo lo demás no es nada. En esto, por tanto, debemos centramos. Si, además de esto, observamos lo que el Espíritu está haciendo en la Iglesia y en nosotros, vemos también un aumento de carismas.

Carismas ordinarios y extraordinarios

Podemos considerar dos tipos diferentes de carismas: los normales u ordinarios, y los extraordinarios.

Tenemos tendencia a perder de vista los carismas normales y cotidianos, que Se usan cada día por todos los cristianos del mundo, y no les prestamos la atención suficiente, centrándonos demasiado en los carismas extraordinarios.

Cuando el Papa recibió a los Obispos belgas, les dirigió un importante discurso en el que no usó la palabra “carisma”, pero mencionó y remarcó todo lo que el Espíritu está haciendo constantemente por todo el mundo a través del trabajo de los cristianos: obra social, evangelización, etc. Mencionó todos los carismas ordinarios.

Si nos fijamos en los carismas extraordinarios, vemos que San Pablo nos da una lista de 27 carismas, pero el catálogo de carismas es interminable. No hay una teología clara respecto a cada uno de ellos, ni podemos tocarlos o darles una forma como si fueran objetos. No son como un negocio en el que se entra y se compra un don. Es el Espíritu que trabaja en nosotros en formas distintas y complementarias. Cuando se da una acción muy manifiesta lo llamamos carisma, pero esto no excluye todos los demás aspectos. No es necesario hablar mucho sobre este punto. Baste decir que la palabra no es la mejor. Muchos tratan de convertir el carisma en objeto, como tener dinero en el bolsillo. Pero no es así, no es algo que se tenga en el bolsillo.

Hemos de saber distinguir entre carismas que forman parte de la constitución misma de la Iglesia, y carismas que son fluctuantes o que acaso desaparecen.

Cuando fui ordenado diácono el Obispo me dijo “recibe el Espíritu Santo y te dará fuerza para resistir los poderes del mal”. Después al ser ordenado sacerdote, me dijo: “Recibe el Espíritu Santo”, y fui ungido sacerdote por el Espíritu Santo, y asimismo, cuando fui consagrado como Obispo, el Obispo que me consagró me dijo: “Recibe el Espíritu Santo”.
La Iglesia está por consiguiente ungida por el Espíritu en su dimensión institucional.

Iglesia institucional y carismática

No me gusta la palabra “institucional”, prefiero el término “sacramental”. Así se expresa el Papa, y también el P. Cantalamessa. Pero hablando en este sentido, es el Espíritu de una manera prominente, porque la Iglesia es una realidad al mismo tiempo visible e invisible.

Por lo cual no tiene sentido la distinción entre una iglesia carismática y una iglesia institucional o sacramental. Sólo hay una Iglesia, con un aspecto visible y un aspecto invisible, lo mismo que Cristo y el Espíritu son uno en la misma misión.

Es la presencia mística de Cristo en la unidad del Espíritu. Cristo está en el cielo. Es una acción a través de la vida sacramental. Es el quien nos bautiza,, es el quien se nos ofrece en la Eucaristía, es El quien nos absuelve de nuestros pecados. Esta es la presencia mística de Cristo que en unidad con el Espíritu y a través del Espíritu obra hoy. No debéis hacer nunca tal separación. Es la misma realidad.

La Iglesia es una realidad carismática y al mismo tiempo una encarnación. Una realidad sacramental. Hay que recalcar la unidad de todo esto porque aquí estamos en la realidad de la fe

A partir de esto tenemos razones para decir que la expresión “renovación carismática” es demasiado estrecha. El P. Cangar, que está a favor de la Renovación, dijo: “No puedo aceptar que yo no sea un cristiano carismático, ya que todo cristiano es carismático, pues ha sido ungido por el Espíritu”.

El Papa, ¿es carismático? Por supuesto, porque es el Papa. Cuando decimos “Santo Padre”, digo: “eres ungido, ungido como Obispo de Roma que está al cuidado de la parte visible de la Iglesia, de la unidad de la Iglesia”. No digo: “tú eres santo”, sino: “estás ungido”.

Por tanto cuando hacemos la división: este es el lado carismático y aquel es el lado institucional, estamos perdidos desde el principio. Se crea una situación difícil, como cuando la Madre Teresa de Calcuta dijo que ella no era de la Renovación Carismática. ¿No es una persona carismática? Veis, por consiguiente, la dificultad de esta palabra.

Renovación Pentecostal Católica

Por esto y por otras muchas razones, creo que la mejor forma de hablar sería decir: “Renovación Pentecostal Católica”.

La objeción reside en que “Pentecostal” y “Pentecostalismo” están muy cerca el uno del otro.

Es cierto. Pero el Vaticano II fue una renovación pentecostal y tal fue el significado al pedir el Papa Juan XXIII oraciones para que cayera sobre la Iglesia de Cristo un nuevo Pentecostés. Fue en el Vaticano II donde la gracia de la Renovación pentecostal se derramó sobre 3.000 Obispos. Aquello fue la gracia pentecostal ofrecida a la Iglesia.

Pero, si me preguntáis: ¿asumió cada uno de los Obispos todo lo que se le ofreció a la Iglesia y se acogió esta gracia?

Tengo que decir que no. Sin embargo, la gracia pentecostal tocó muchos aspectos de la Iglesia: hubo renovación en la Liturgia, renovación en el ecumenismo, renovación en la vida sacramental. Así que tocó diferentes aspectos de la Iglesia, no todos, pero si aspectos importantes de la Iglesia.

Veo la Renovación Carismática en esta continuidad de la ejecución del Vaticano II que realiza ahora la renovación católica a nivel del Pueblo de Dios traduciendo el impulso y la animación del Espíritu .en santificación de la Iglesia por el Espíritu.

Esto es lo que a todos nos interesa.

Y, para expresarlo en pocas palabras, no se debería decir: ¿estáis en la Renovación? Sino: ¿está la Renovación en vosotros? Eso es lo importante.

No hace mucho que tuve una conversación con un benedictino y un jesuita, que están en la Renovación, y les pregunté: “Bien, padre, usted es benedictino, ¿qué le ha dado la Renovación?” Me respondió: “un sentido más profundo de la Liturgia; descubrí con más claridad lo que significa la Liturgia para todo el pueblo cristiano”. Luego me dirigí al jesuita y le pregunté: “Y a usted, padre, ¿qué le ha dado la Renovación?” Me respondió: “un mejor entendimiento del carisma de S. Ignacio.

Así es. Creo que hay que esperar que el Espíritu vivifique y anime todo lo que del Espíritu hay en la Iglesia y en vosotros. Pero si me decís que la Renovación es un buen movimiento, y esto lo oigo con frecuencia, os diré: Sí, también son un buen movimiento los Focolares, por ejemplo, y tenemos unos 20 movimientos buenos en la Iglesia. Sin embargo, no hablo de esto, sino de algo más profundo.

Se necesita una organización, porque siempre, hay algo que organizar, un congreso como este debe ser organizado, y esto sólo es necesario para fines prácticos. Pero la Renovación debe estar abierta a todo el mundo. Este es el punto principal. No podríais estar en un movimiento y en otro al mismo tiempo. Al menos sería difícil. Pienso que no se puede ser jesuita y dominico al mismo tiempo. Pero se puede ser jesuita carismático y dominico carismático porque no estamos en aquel tipo de subdivisión que significa separación.

Sueño número 2: estar enraizado en la vida sacramental de la Iglesia

Mi sueño número 2 es exactamente el mismo que expresó el Santo Padre esta mañana cuando recibió al grupo. Lo admirable es que el Papa ha dicho ahora exactamente lo mismo que dijo hace dos años y que dijo Pablo VI en 1975 cuando abrió las puertas de S. Pedro a la Renovación Carismática.

Siempre es el mismo tipo de Palabra de Dios que se nos dice a través del Santo Padre, la Palabra que debemos escuchar de la Iglesia Católica. Y lo que dice ante todo es esto: permaneced enraizados en la vida sacramental de la Iglesia.

1.- Vida sacramental

Estar enraizados en la vida sacramental de la Iglesia: cristológicamente presupone·la fe en esta realidad sacramental. La Iglesia no es meramente algo establecido, ni solo una institución.

La realidad es que Jesús sigue su vida de una forma sacramental, y que Él es Sacramento del Padre. –“El que me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn 14,9)− Sacramento del Padre en forma única, lleno de la vida trinitaria. Pero es más que un símbolo. Es un sacramento que contiene también la realidad. Tal es el misterio, de Jesús, Sacramento del Padre.

Pero .Jesús creó a través del Espíritu y en el Espíritu un Pentecostés. Por eso nosotros estamos en el centro de Pentecostés, nacimos en Pentecostés, y así tenemos que regresar al día en que nacimos. Si nacimos el día de Pentecostés, es allí donde tenemos que encontrarlo, siendo la Iglesia el Sacramento de la presencia sacramental de Jesús. No ya de la presencia histórica, sino de la presencia sacramental.

Es importante comprender esto: cuando Jesús vino. hizo históricamente tal o cual cosa, estuvo visiblemente presente. Ahora actúa a través de las vías sacramentales, aunque, desde luego, no excluye otros medios y fuera de la Iglesia también sopla el Espíritu. Pero este es otro problema.

La realidad es, así lo pensamos, que todo se debe a la presencia sacramental de Jesús, y lo mismo que Jesús es el Sacramento del Padre, de forma semejante la Iglesia es el Sacramento de Jesús. Él es quien nos bautizó, Él es quien nos absuelve, Él es quien nos confirmó, y El quien creó el lazo de unidad entre marido y mujer, y quien me ungió a mí como sacerdote. Él es quien nos invita a la mesa de la Eucaristía.

Cuando el Papa nos dice que estemos enraizados en la vida sacramental de la Iglesia, recalca dos sacramentos: el bautismo y la penitencia. Nosotros sólo acentuamos el bautismo, la confirmación y la eucaristía, pero se puede seguir en todos los demás aspectos. El día en que la Renovación sea plena y haya llegado a su meta, toda la vida sacramental de la Iglesia será renovada en este mismo sentido, con nuevo impulso y nueva vida.

2.- El Bautismo: Pascua y Pentecostés

Para empezar con el bautismo, todos fuimos bautizados en Jesucristo ya desde el principio cuando éramos niños, y por esto no aceptamos la interpretación del bautismo en el Espíritu que dan los Pentecostales, o al menos algunos de ellos.

Tuve que reaccionar al principio cuando oía decir a algunos carismáticos: “Hace dos años que soy cristiano”.−“¿Hace dos años que fuiste bautizado?”.–“Oh, sí, estoy bautizado, pero...”.

¿No crees en la realidad sacramental, que Jesús te bautizó en la Iglesia cuando eras niño, sin que tú te dieras cuenta, pero siendo unido a Él con toda la riqueza del Señor?. El hecho de que lo recibieras inconscientemente no quiere decir que no lo hayas recibido. Está ahí y algún día lo descubrirás.

Por esta razón la Iglesia empezó con la tradición de bautizar a los niños, sin esperar a que sean adultos, sino desde el principio, porque la historia del Señor con nosotros es una historia de amor. Él tomó la iniciativa porque nos amó primero, sin esperar a que nosotros decidiéramos seguirle. Él nos tomó en la unidad con El desde el principio lo mismo que una madre toma a su niño recién nacido, sin esperar a que le diga “qué bella eres, mamá”. Desde los inicios nos tomó así, y por esta razón el Derecho Canónico y distintas Conferencias Episcopales insisten en que se debe administrar el Bautismo en la Iglesia a los niños que acaban de nacer, tan pronto como la madre pueda asistir. Es una buena idea.

Por tanto, si creemos que estamos arraigados en la realidad sacramental, hay que bautizar cuanto antes, lo contrario sería una falta de fe. Es la lógica de nuestra fe: desde el principio.

En contra de este sentir hay una tendencia entre cristianos de hoy por la que se dice: “Vamos a esperar, no queremos imponer nuestras opiniones al niño, hasta que tenga 18 o 20 años y tome entonces su propia decisión”. Pero no se espera para cosas importantes hasta que el niño esté de acuerdo. El niño también puede decir: “yo no os pedí que me trajerais al mundo”. Decidisteis cosas que hay que hacer desde el momento en que el amor estaba ahí.

Pero, ¿cómo puede un joven a los 20 años tomar una decisión sobre su cristianismo, si su familia nunca le permitió tocar el  cristianismo, porque tenía que vivir en libertad? No podrá tomar una opción por el cristianismo si no ha visto antes cómo su padre y su madre viven ese cristianismo. Y si no ha orado, no tiene experiencia, y ¿cómo podrá experimentar todo lo que esto es? Llegará un día, día muy importante, en el que él deberá reconfirmar su bautismo, que ya estaba ahí en él.

Cuando hablo de bautismo y confirmación tengo que establecer un nexo entre ellos. Están, además, tan unidos que nos hallamos en el centro de la Renovación. ¿Qué es la Renovación? Es tomar una nueva conciencia de la confirmación, una nueva conciencia de lo que pasó en Pentecostés. Hay un libro que se titula “Nuestro Pentecostés Personal”. Bien, eso es la confirmación: la renovación de Pentecostés.

Y ¿qué es el Bautismo? Es la fiesta de la Pascua. Pascua y Pentecostés son uno, no podemos disociarlos, porque a través de Bautismo entramos en la muerte y Resurrección de Jesús de forma que estamos abiertos para poder recibir el Espíritu Santo al ser bautizados en el nombre del Padre y del  Espíritu Santo. Esta es la realidad central de la vida cristiana: no otra cosa, sino Pascua y Pentecostés en continuidad.

3.- La Confirmación: reafirmar el Bautismo

Es importante que en las generaciones futuras se ponga cada vez más el acento en la apertura a la reconfirmación.

No me gusta mucho la palabra, ni quiero decir que la confirmación no haya sido una realidad sacramental previa. Pero hoy se necesita asumir la confirmación y la decisión de reafirmar y tomar personalmente todo lo que sucedió cuando uno fue bautizado de niño y recibió después en la confirmación. Vemos en muchos países, y hablo principalmente de los países que conozco en Europa, cómo hay cada vez más jóvenes que ya no desean ser cristianos porque lo fueran sus padres. Esto es una tragedia y hemos de darles una nueva oportunidad.

En la Renovación hay una introducción a las Siete semanas. Es una especie de catequesis, un nuevo kerygrna o anuncio: “¿Me aceptas como tu Señor y Salvador? ¿Aceptas entrar de nuevo en el misterio de Pentecostés a través de la conversión, entrar en la Muerte y Resurrección de Jesús? ¿Estás abierto a recibir y conocer plenamente todo lo que el Espíritu quiere hacer en ti?”.

Hemos de avanzar en este sentido, seamos carismáticos o no lo seamos. En todas  partes yo subrayo que necesitarnos un momento en la vida de los jóvenes para llevarlos a Cristo, como si nunca hubieran escuchado antes hablar de Él. Deben tomar una decisión personal, con una experiencia personal en la familia. Pero de no existir esta experiencia, debemos ofrecérsela, anunciarla y evangelizarla, lo mismo que en los primeros tiempos de la Iglesia. Esto es para mí la gracia maravillosa de la Renovación.

He conocido a tantos que han encontrado de verdad a Jesús y es emocionante oírles hablar. Pasé una tarde con jóvenes de 20 a 25 años que viven en Bruselas, aunque son de Estados Unidos, y les pregunté cuál era su historia personal. La historia es siempre la misma: a los 17 o 18 años dejaron la Iglesia por falta de interés. Después todos decían lo mismo: “Encontré al Señor Jesús”.

¿Qué le dices a Jesús?  Has de encontrarte con El en el sendero de tu vida. En la encrucijada se te hará esta pregunta.

Un estudiante me dijo: “No, no me encontré con Jesús, fue Jesús el que se encontró conmigo y esto cambió mi vida”. Si la Renovación tiene esta capacidad de suscitar una plena conciencia o descubrimiento: “Dios, ¿quién eres para mí?”, creo que ya esto es importante.

Yo tengo 80 años, y tengo que decir también: “Señor ¿quién eres? ¿qué me dices que soy? Te doy gracias, Señor, porque desde el principio Tú eres mi pasado y durante todo mi pasado he sido guiado por ti. No siempre lo he visto, pero lo sé ahora”.

Lo mismo que cuando abrís un libro, se encuentran todas las páginas impresas y, de vez en cuando, dentro del texto hay filigranas, un dibujo, así también de dos formas puede ser mi historia: desde fuera, como la parte externa del libro, o desde dentro. “Señor!, Tú estabas allí, en aquella reunión, en aquel encuentro, cuando conocí a mi mujer, en tal o cual oportunidad... Señor, me has pedido que viniera y he dicho que sí. He leído tal o cual libro, esta o aquella llamada telefónica, y he dicho que sí. Gracias por el pasado, por cada momento del pasado”.

“Señor, Tú eres mi presente, ¿cuál es la razón para que yo siga aquí en la tierra?, ¿qué tengo que hacer yo en este mundo? No hay otra razón más que Tú. Aquellos tres estuvieron en el Vaticano II y aquellos otros ya están en el cielo, así supongo, pero ya no están aquí. Y ¿por qué sigo yo todavía vivo? Simplemente para ser testigo de que Tú eres el Dios viviente y que tratas de hacer vivir a los cristianos y de mantenerlos unidos. Tú Eres la plenitud de mi vida diaria, Señor, y Tú eres el futuro, el mañana, el pasado mañana. Tú eres la eternidad, el regocijo para siempre. Esto es lo que Tú eres”.

Si cada uno de nuestra generación con fe puede proclamar esto y decir: “Al fin me he encontrado con el Señor, y este es un testigo”, será un día importante para la Renovación.

4.- La Eucaristía: una prioridad de la vida espiritual

Renovación del Bautismo, renovación de la confirmación, y renovación de la Eucaristía.

El Papa nos ha dicho: estad enraizados en la vida sacramental de la Iglesia, lo cual significa: estad enraizados en vuestro bautismo sacramental, en vuestra confirmación, y estad enraizados en la Eucaristía. Esta es la piedra de toque: enraizados en la Eucaristía.

La Eucaristía se hace en la Iglesia y la Iglesia se hace en la Eucaristía. En cada sacramento hay una conversión en dependencia de una reconversión de la Eucaristía.

¡El misterio de la Eucaristía! Sí algún día tenéis oportunidad, leed el bello libro del P. Cantalamessa sobre “la Eucaristía de la Santificación”, el cual merece la pena y es digno de ser traducido a otras lenguas. Veréis que esto es la Eucaristía: Jesús que nos invita a su mesa, y Jesús que nos dice: “Si no coméis mi Cuerpo y no bebéis mi Sangre, no tenéis vida en vosotros”.

En la realidad sacramental que hay detrás de estas palabras está el misterio de la Eucaristía. Aquí es donde se debe alimentar la Iglesia y donde hay que sentirla, y la Renovación Carismática será fuerte o débil según la importancia que conceda a la Eucaristía. Este es el test del futuro: sí redescubrimos en profundidad el significado sacramental de la Eucaristía.

Pero sí no vamos al corazón de la Iglesia, si nos perdemos este encuentro, que al menos ha de ser cada domingo, y esto es el mínimo, −de no ser posible hacerlo cada día, por las muchas ocupaciones, lo cual sería un sueño porque estoy soñando, se puede leer el Evangelio del día y el encuentro se da cada mañana cuando abro mi libro y leo la palabra de Dios para mí en este día, y no sólo para mí sino para todos los cristianos del mundo, y entonces la Madre Iglesia nos dice: “Por favor meditad esto, hijos míos, este es el alimento que yo os ofrezco, mi Palabra de Dios para vosotros, mi palabra de profecía para vosotros”− si no recibimos la Eucaristía, nos quedaremos anémicos, no tendremos vida plena.

Ahí está la prioridad, lo cual no excluye que leamos la Biblia en otras circunstancias, pero ésta es la prioridad: el Señor me habla hoy a mí con esta parte de la Eucaristía, y después de esto, entro en el misterio, y Jesús me dice: “Deseo alimentarte, yo, personalmente. Ardientemente he deseado celebrar esta fiesta de Pascua contigo”.

Y no tiene importancia el que lo sintamos. Los sentimientos no son el criterio de la realidad. Se puede sentir o no sentir. Pero esto no es esencial. El Señor está allí y su luz me penetra. Lo mismo que el enfermo va al hospital para recibir radiaciones en sus pulmones y no siente nada, pero la realidad está ahí: es la palabra del Señor en el misterio de su encarnación.

Sueño número 3: Estar enraizado en la vida local de la Iglesia

Creo que no hemos entendido. perfectamente el mensaje del Vaticano II en lo que se refiere al fuerte acento que puso en el aspecto de las iglesias plurales en unidad con la Iglesia central de Roma. La Iglesia es una realidad universal, pero al mismo tiempo está compuesta de iglesias locales. Es una comunidad de comunidades.

La comunidad estructurada con Jesús es una comunidad estructurada con los sucesores de los Apóstoles, los Obispos. La Iglesia se da plenamente en cada iglesia local, con tal que esté en comunión con los demás Obispos, y de acuerdo con la Iglesia de Roma que tiene un papel especial.

Antes del Concilio, cuando yo iba por las parroquias, siempre había quien me decía: “nos sentimos felices de recibirle como representante del Santo Padre”, y yo tenía que responder: “el representante del Santo Padre es el Nuncio, yo no represento al Papa...”.

El Obispo no representa al Papa. Este es el error. Representa a Cristo. Una vez que se ha comprendido esto, cambia la forma de ver las cosas.

Es muy bonito venir a Roma, pero no es necesario venir a Roma para escuchar que debemos estar enraizados en las iglesias locales. Este es·el mensaje del Papa.

El Papa es ahora constantemente visto a través de la televisión. Es un hombre admirable, y la televisión no se interesa por los Obispos, se interesa por el Papa. Pero ¿qué es lo que hace el Papa cuando hace todo lo que está haciendo? Trabaja y viaja por todo el mundo, haciendo cosas maravillosas: es continuar la misión encomendada a Pedro, cuando el Señor le dijo: “Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32).

El Papa viaja a todas partes para confirmar lo que los Obispos piden, dicen, piensan y hacen en común, cuando hay Conferencias Episcopales, y también a los Obispos locales, encargados en nombre de Jesús, a los cuales el Papa ha nombrado dándoles jurisdicción.

Si se cree en la realidad sacramental de la Iglesia, el episcopado es parte de ese Sacramento del que es sujeto el Obispo y también el presbítero y el diácono. Esta es una realidad sacramental, y, en cambio, no lo es el papado. Quizá pueda gustar esto a los pentecostales, éste no es un sacramento.

El Papa es el Obispo de Roma. El episcopado, la ordenación, es lo que representa a Jesucristo. La función del Papa es coordinar, unificar, y esto es otro aspecto de lo que hace el Papa, siendo Obispo de Roma, y por tanto encargado.

de la unidad, porque alguien debe mantener esta unidad o comunión de la Iglesia.

La institución de los  apóstoles sigue hoy en los Obispos, aunque en otra forma, en el sentido en que los Obispos continúan un aspecto de los Apóstoles, pues no son testigos de la vida terrena de Cristo.

Por tanto debéis estar enraizados en la vida local de Iglesia, lo cual significa que habéis de estar muy en contacto con el Obispo local para llevar a cabo el desarrollo de la Renovación en armonía con él. A veces será difícil, porque el Obispo puede hacer objeciones al oír atentamente, otras veces porque no estará informado, pero en última instancia es él quien debe tomar la decisión, y esto es muy importante para que no tengamos simplemente grupos de oración que empiezan y desaparecen.

El objetivo de la Renovación es que se renueven los árboles del bosque, y los árboles de bosque son las parroquias, pequeñas o grandes. Pero los hongos no son el bosque, y lo esencial es entrar en la vida cotidiana de la parroquia, ¿cómo?, este es el problema, y entrar así en la vida de la diócesis.

Por lo tanto, cuando empiezan las comunidades, desde un primer momento debe haber un diálogo, para que el Obispo pueda pastorear y dar la enseñanza adecuada, viendo cómo van evolucionando las cosas. Necesitó muchos años la Iglesia para elaborar las normas por las que deben funcionar las comunidades religiosas, como cuál es el derecho de cada uno de sus miembros, cómo se ha de dividir la autoridad, etc.

Hay una gran sabiduría en este desarrollo de las comunidades en el aspecto espiritual, y se ha visto necesario que haya cierta separación y no una mezcla de unos y otros, y que haya un tiempo para el trabajo y para todo lo que necesite cada uno. Todo debe estar previsto desde el primer momento.

Ahora tenemos el nuevo Derecho Canónico en el que no todo está precisado, porque es un nuevo fenómeno, pero es por donde hay que empezar en algún momento, y en las primeras etapas hay que ir a hablar con el Obispo y ver qué considera oportuno que debáis hacer en este contexto.

Sueño 4: Estar enraizado en la fe apostólica de la Iglesia

Cuando digo el Credo, digo que creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.

Apostólica: ¿qué significa esto? Esto quiere decir que nuestra fe tiene raíces en la fe de los Apóstoles, lo cual significa que nos hallamos muy cerca de la Revelación, pues cuando murió el último de los Apóstoles terminó la revelación y ya no habrá revelaciones garantizadas por el Señor.

Por tanto, mi fe católica tiene raíces en la fe apostólica de la Iglesia, en la Revelación pública de Jesucristo, tal como se nos ha transmitido por vía de los Apóstoles y después por sus sucesores. Esta es mi fe y esto es lo único que se nos pide para ser católicos: creer lo que la Revelación apostólica nos dice.

Si esta es nuestra fe, nadie está obligado a tener fe en otras cosas. Las revelaciones privadas no son parte de nuestra fe: Se puede ser muy católico y no creer en las revelaciones privadas. Esto no forma parte de la fe.

Pueden darse ciertas circunstancias en las que sea imprudente no creer, especialmente en la vida de los santos, algo a lo que el santo está obligado a creer, sobre todo, si se lo pide el Señor. Pero esto le afecta solamente a él, y nadie más está obligado a creerlo.

Mi fe es la fe de los Apóstoles. Así que tenemos que hacer una distinción muy clara: las revelaciones privadas no forman parte de la fe cristiana, y no sólo las revelaciones, sino también las apariciones, las visiones, y todo eso.

Tened mucho cuidado, os lo pido encarecidamente, porque hay un peligro para la Renovación de dar importancia a cosas que no son de autenticidad católica.

Incluso antes de creer en alguna aparición, sepan ustedes que hay actualmente unas ciento cincuenta apariciones en diferentes países del mundo, y de cada una de ellas refieren que nuestra Señora dice tales o cuales cosas, que luego resulta que son distintas unas de otras, por lo que no pueden ser todas verdaderas.

Por tanto, ¿qué hemos de hacer? Creo que debemos estar enraizados en la fe apostólica, la cual se encuentra en el Obispo del lugar. Esto es lo importante. “¿Ha dicho ya sí o no respecto a su posibilidad?”. No siempre será necesario que haga una declaración sobre la autenticidad.

Pero esta es la clave: mientras el obispo encargado de una diócesis no hable, o esté dudoso, o ponga objeciones, yo, como católico, no puedo decir que tengo que obedecer a María en vez de al Obispo. Lo que la Señora dice es: escucha al Obispo, escucha al Santo Padre.

La fe de la Iglesia no se basa en apariciones, sino sobre la fe de los apóstoles.

No podéis usar el argumento que fácilmente se maneja en todas partes respecto a las apariciones: que si los frutos son buenos, el árbol es bueno. Es un argumento delicado. Cierto que en la vida normal de cada día decimos que si el fruto es bueno, el árbol es bueno, pero esto es en el orden físico. Si hablamos sobre el orden moral, las cosas son mucho más complejas, pues algo puede resultar bueno en un aspecto y malo en otro aspecto, o dudoso. en otro aspecto, o puede ser pura coincidencia. Es muy delicado usar este argumento.

En mi libro “Renovación y poder de las tinieblas” he dicho que no porque algo que hacemos tenga éxito debemos deducir un argumento a su favor. Hay cosas que pueden resultar de la nada. Lo que escribí quizá sea útil para ustedes que van a vivir en el año 2.000.

Ya saben que cuando se aproximaba el año 1.000 cundió un gran miedo porque se creía que el mundo iba a terminar en aquella fecha. Todos los libros de historia hablan del gran miedo ante el año 1.000. Yo no soy profeta, pero, hablando entre nosotros, yo profetizo que van a escuchar muchas cosas también al acercarse el año 2.000. No teman, porque nadie sabe cuándo va a ser el fin del mundo; es mucho lo que ha de venir y mucho lo que tiene que ocurrir antes de esto.

En aquel entonces hubo grandes conversiones por todo el mundo. S. Vicente Ferrer predicó incesantemente por todas partes para preparar a la gente ante aquel momento, y era maravilloso ver el número de conversiones que se daban, pero sin fundamento. Lo cual significa que se pueden tener buenas razones a partir de algo que no tiene fundamento alguno. Pienso que el Señor no se siente molesto si nos equivocamos en nuestras oraciones, porque no se fija en si nos equivocamos, sino que escucha nuestras oraciones, que es lo más importante.

Este es un punto a recalcar cuando decimos que hemos de tener raíces en la fe apostólica de la Iglesia.

Si me preguntan qué voy a hacer durante el resto de mi vida, les diré que voy a seguir escribiendo algún librito, cuyo título puede ser “El Descanso en el Espíritu, o el fenómeno de caerse, y la Renovación”, para decir a la gente que sea muy precavida en todo esto, que se tenga mucho cuidado.

Y si quieren saber más sobre estas cosas podernos preguntar a mi amigo Du Plessis que ha dicho: “Católicos, por favor, no cometáis los errores que nosotros hicimos en el pasado”.

Es todo lo que tengo que decir a este respecto. Procedamos con mucho cuidado, y no andemos hablando de milagros, ni de maravillosas gracias... Posiblemente se den buenos frutos en algunos casos, sin embargo este es otro fenómeno, que de vez en cuando en un contexto médico, como por ejemplo la hipnosis, puede tener un efecto bueno, pero no lo miren como milagro, ni pierdan la Renovación Carismática en tales cosas.

Deben recalcar otras cosas mucho más importantes en el corazón de la Iglesia antes que insistir en estas cosas.

Lo mismo se diga respecto a la interpretación de algunos dones. Hay otros puntos neurálgicos que se han de tener en cuenta.

No se entiende fácilmente lo que se quiere significar cuando hablarnos de profecía. Muchos creen que es algo que anuncia el futuro, lo cual no es así.

Profecía quiere decir hablar algo bajo el impulso del Señor para uso de alguno o de todos los que escuchan, lo cual es muy distinto de cuando hablarnos acerca de hechos futuros.

Igualmente en cuanto a la interpretación de lo que llamamos orar en lenguas. El otro día, en la televisión belga, hubo un espectáculo de personas que cantaban y los científicos que discutían esto. Fue un desastre, porque se convertía este don de lenguas en una especie de milagro.

Nosotros no aceptamos esta explicación. Es un fenómeno natural supernaturalizado. Para orar en lenguas sólo tenemos que abrir la boca, eso es todo. Y el orar en lenguas no es el don de lenguas; lo que le pasó a S. Pedro es otra historia. Es una gracia de oración unida con la oración del Santo Espíritu en mí. Este es su significado profundo.

Sueño 5: estar enraizados en la vida apostólica de la Iglesia

¿Qué quiere decir estar enraizados en la vida apostólica de la Iglesia?

Bien, para el futuro de la Renovación dependerá en gran medida de la dimensión apostólica de sus grupos de oración y de sus comunidades.

Tenemos que entrar en la estancia superior de Jerusalén para renovar nuestro Pentecostés, pero a continuación hemos de salir fuera para llevar al mundo la Buena Nueva. Todos los cristianos están llamados a ser testigos de Cristo, pero no todos están llamados a ser evangelistas en el sentido de dar enseñanza, pues además de evangelizar hay que enseñar tal y cual cosa y este es otro aspecto importante.

En un buen artículo de una revista americana leí como todos tenemos que ser testigos, pero no todos tenemos que ser evangelistas, en el sentido de enseñar teología y dar más información.

Todos tenemos que ir a ser testigos de Cristo, diciendo nuestra experiencia del Señor y todos escucharan. Si hacéis una exposición grande esto es sólo para la mente, pero si les decís sincera y llanamente lo que sabéis y lo que Cristo significa para vosotros, os diré que nadie pondrá objeciones y que hay que ser testigos de ello.

Creo que si los grupos de oración se limitan a orar juntos, centrándose en sí mismos y sin abrirse para anunciar el mensaje al mundo, desaparecerán. No salvaréis vuestra alma, si no perdéis vuestra alma. No hay otra salida.

Es muy importante que nos reunamos para orar y compartir nuestra vida cristiana. Mi sueño seria ver en las parroquias muchas y muchas células de personas que oran juntos, compartiendo la vida cristiana, y que se reúnen el domingo, o, por lo menos, unas veces al mes para orar con todas las comunidades que haya en la parroquia.

Este debería ser el modo de orar traducido en acción espiritual y en acción
social. Esta es la razón por la que escribí el libro con mi buen amigo Helder Camara, para decir que si somos lógicos con la oración hay que traducirla en apostolado, y él, a su vez, dice que si queremos tener raíces en el apostolado cristiano hemos de tener raíces en la oración. Esa es la unidad que hay entre nosotros dos y esto es lo que decimos.

Tenemos que descubrir los medios para llevar el Evangelio donde se necesite y debemos pensar y planificar la forma de llevarlo a cabo. A veces tomamos iniciativas muy buenas pero que quizá no tienen la necesaria continuidad.

Una de las experiencias de apostolado aquí en Roma, creada por un grupo de seminaristas, consiste en ir a cantar los viernes por la noche a la plaza Navona, que es un lugar no muy bueno en Roma. Llevan un icono de la Virgen para demostrar al mismo tiempo que no son Testigos de Jehová, y entran en contacto con la gente en una interacción evangelizadora. Es una forma maravillosa de testimoniar. Alguien le habló de esto al Santo Padre y él respondió: “Bien, no os sorprendáis si una noche me halláis a mí también en la plaza Navona”.

Y siguiendo soñando sueños, mi sueño es que los grupos de oración deben encontrar su vida apostólica en la continuidad de lo que hacen, y así les esperan bellos días en el futuro. Pero si se marcha por caminos accidentados, no podrán sobrevivir para poder entrar en el corazón de la Iglesia.

El P. Cantalamessa dijo: “Debemos regresar a donde empezamos”. Como dice el poeta Eliot, “No vamos a cesar de explorar, y el final de toda exploración será llegar a donde hemos comenzado y ver el lugar por primera vez”.

Tenemos que regresar a donde hemos empezado y abrir el libro de los Hechos de los Apóstoles para recibir la primera descripción del lugar de donde salimos.

Creo que es lo que nos ha dicho el Papa y todo lo que nosotros podemos decir y hacer ha de estar en continuidad con esto, y hemos de ir donde empezaron los cristianos.

Los Hechos de los Apóstoles dicen que se reunían constantemente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles, y esto significa la Iglesia apostólica, lo que nos dicen Pedro y Pablo. Se reunían también para compartir la vida en común, para partir el pan y para orar.

Y si encontramos tribulación, sepamos que la Iglesia padece en diferentes países tribulación por las persecuciones en alguna parte, y tribulación por falta de fe en otras partes, y que el poder de las tinieblas sigue vivo, esta es la realidad.

Pero no nos sorprendamos si debemos hacer todo lo que se hace en un jardín. En un jardín hay que sembrar buena semilla, y no nos preocupemos si no hay si no hay primavera siempre para la Iglesia, pues ninguna estación existe para sí misma. La primavera es para hacer preparar el verano, y el verano esta para crear el otoño y dar frutos, y después viene el invierno.

En la Iglesia siempre hay luz y tinieblas, siempre hay primavera e invierno. Que la Renovación sea cada vez más profundamente primavera para ser cada vez más plenamente en el corazón de la Iglesia.

¡Amén! ¡Aleluya!

LA PALABRA VIVA QUE HACE PRESENTE LA REALIDAD VIVIDA

Por Francis Martin

En el Encuentro para Dirigentes, que se celebró en Alcobendas del 1 al 4 de julio, el p. Francis Martín, de la Comunidad “Mother of God” (Madre de Dios) de Washington, pronunció tres charlas sobre la Palabra Viva. Presentamos a continuación la charla segunda

La palabra que hace presentes las realidades divinas es la unción del Espíritu Santo. Esta unción obra de dos maneras: primero preparando a las personas y después otorgando la Palabra.

Podemos dar otros nombres a la Palabra: es una unción, es la presencia del Hijo de Dios en nosotros.

Para nosotros resulta difícil comprender. El Nuevo Testamento habla mucho de la Palabra y nosotros no tenemos experiencia de ella, ni conocemos su poder. La palabra humana puede dar una descripción de las cosas, pero la Palabra divina hace presente la realidad de lo que describe. Por eso nuestra fe no termina en sus formulaciones, sino en Dios que revela.

San Pablo, hablando del Evangelio dice abiertamente: “No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1,16). El Evangelio es la fuerza de Dios, porque, una vez que ha sido predicado se hace presente la realidad salvífica de la Cruz y de la Resurrección de Jesús y podemos quedar compenetrados por la personalidad humana de Jesús y por la acción del Espíritu Santo.

En la Epístola de Santiago leemos: “Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros que es capaz de salvar vuestras almas” (St 1,21).

La Palabra tiene este poder.

También leemos en la primera Epístola de San Pedro: “Habéis purificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos intensamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente”, y concluye diciendo: “Esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros” (1 P 22-23.25).

Hemos nacido por la Palabra. Tenemos una vida por la Palabra, y esto es una realidad existencial y actual.

La Palabra tiene el poder de cambiarnos

La Palabra puede cambiarnos y hacernos pasar de un estado a otro: es lo que llamamos el principio del cambio.

En efecto, la vida cristiana no se puede mantener siempre en el mismo nivel, pues si la vida es acción y movimiento, también lo es la vida cristiana. Y si la vida cristiana es una vida nueva, es también una vida diferente, que debe manifestarse en la personalidad humana por los cambios que produce: muerte al pecado y nacimiento a la vida de Dios.

La vida cristiana no puede permanecer siempre en el mismo nivel. San Pablo dice en la Epístola a los Romanos, hablando del hombre natural, que éste está vendido al pecado (Rm 7, 14-23). Del cristiano no se puede decir que esté vendido al pecado. El capítulo VII de la Epístola a los Romanos no es una descripción de la vida cristiana normal, pues cuando Pablo dice: “no hago el bien que deseo, sino el mal que detesto”, podemos imaginar que, si ese es el caso de Pablo, también es el nuestro. Pero aquí no se trata del caso de Pablo, sino del hombre sin la gracia de Cristo. Si leemos las notas de la Biblia de Jerusalén escritas por S. Lyonnet, veremos que todos los comentaristas, tanto católicos como protestantes, están de acuerdo en que el yo de este capítulo no es Pablo sino el hombre sin gracia.

Por tanto el principio del cambio debe aplicarse a nuestra vida diaria. Si, por ejemplo, me encuentro hoy con los mismos problemas que hace seis meses, esto no es vida normal del cristiano, y así lo debemos entender en la práctica del sacramento de la confesión cuando semana tras semana, y mes tras mes, repetimos las mismas cosas.

La Palabra tiene el poder de cambiarnos, y así debe ser. Por eso el Nuevo Testamento habla como habla.

Veamos otro pasaje en la Epístola 1ª. de San Juan: “en cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis” (1 Jn 2,20). La unción, es el sentido del ungüento, no sólo es una acción sino también una cosa, y esta cosa o realidad del ungüento es la Palabra ungida por la acción del Espíritu Santo. En el versículo 27 añade: “y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe”.

El poder, por consiguiente, de la Palabra consiste en la capacidad que tiene de cambiamos literalmente, y este es un cambio perceptible, de forma que nosotros podemos apreciar nuestra vida transformada.

Evidentemente el momento del Bautismo en el Espíritu Santo es un momento decisivo. Todos nosotros podemos ver cómo hemos cambiado. Como antes nos hallábamos en un estado y ahora en otro. No conocíamos al Señor de la forma que le conocemos ahora. Esto es una realidad perceptible.

También los pecados o hábitos pecaminosos de nuestra personalidad deben desaparecer y nosotros hemos de tener autoridad sobre nuestra vida y no ser esclavos de los impulsos emocionales, de los mentales y de todos los que hay en nuestra personalidad. Debemos tener esta autoridad sobre nuestra vida. En esto consiste la madurez cristiana.

No podemos llegar a este estado de autoridad sin la unción del Espíritu Santo, la cual no es algo que se deba a las fuerzas o recursos humanos.

El poder de la Palabra está precisamente en dar vida nueva, y por esto San Pedro, San Juan, Santiago y otros con la autoridad del Espíritu Santo hablan en el Nuevo Testamento del hecho decisivo de que nosotros hemos nacido por la Palabra.

Esto adquiere una gran importancia en nuestra vida personal y en la de nuestros grupos de oración. La base de operaciones que el Espíritu Santo utiliza en nosotros es la mente. Esta es de tan precioso valor que nosotros la debemos aplicar diariamente a la verdad y a la realidad divina.

La alabanza reside en la mente y no es las emociones. Una alabanza emocional puede durar cinco o diez minutos como máximo, pero la alabanza que reside en la mente puede durar horas y al final toda la eternidad. Con la mente apreciamos lo que Dios ha hecho por nosotros, quién es Jesús, cuál es el poder del Espíritu Santo.

El hombre carnal vive de sus pensamientos y está encerrado en sí mismo. Cuando este hombre es bautizado en el Espíritu Santo, el Espíritu abre su mente y lo convierte en hombre nuevo, abierto, no cerrado, con recursos que antes no tenía.

El bautismo del Espíritu Santo es una realidad nueva que penetra en la personalidad humana por la mente. El espíritu del hombre está en el lugar de su personalidad donde reside el Espíritu Santo, y desde este trono el Espíritu Santo quiere dirigir toda la vida a través de la mente.

Podemos tener impulsos carismáticos buenos, pero en un estado en que se encuentran tan mezclados con otros impulsos, que pueden ser manipulados por fuerzas puramente humanas o más que humanas. Es un estado peligroso, pues evidentemente el estado camal no acaba del todo.

El bautismo en el Espíritu Santo

Si somos bautizados en el Espíritu Santo, ¿qué es este bautismo en el Espíritu?

Es una revelación otorgada por el Espíritu Santo al espíritu del hombre creyente, comunicándole un conocimiento en la fe, un conocimiento seguro de quién es Jesús, Hijo de Dios, Cabeza de su Iglesia, presente en la gloria del Padre y presente en el corazón del creyente.

He aquí, pues, la palabra clave: una revelación comunicada por el Espíritu Santo al espíritu del hombre, infundiéndole un conocimiento de fe seguro de lo que es Jesús, Hijo de Dios, Señor en el sentido pleno de la palabra.

Cuando decimos “Jesús es Señor”, decimos que Jesús es Yahveh. La Epístola a los Filipenses dice: “toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR” (Flp 2,11): es la proclamación de la fe que salva. Él es el maestro de mi vida, sin duda, pero es más todavía, es el Señor.

El Bautismo en el Espíritu Santo proporciona este conocimiento seguro en la fe sobre Jesús, Hijo de Dios, Señor y Cabeza de su Cuerpo, presente en la gloria del Padre y presente en el corazón del creyente. Este es el momento decisivo de la vida. Idealmente se puede pasar en la vida cristiana al momento del bautismo sacramental, pero para nosotros es imposible, porque todos éramos muy niños cuando nos bautizaron y no pudimos entender.

En el bautismo pleno se dan tres elementos que no se encuentran en el hombre camal:

a) información, en el sentido cristiano, de que hay un Dios Padre, que Jesús es su Hijo, el cual fue muerto por nuestros pecados y resucitado por el poder del Padre, y ahora es la fuente del Espíritu Santo para todos los creyentes y Cabeza de su Cuerpo.

Todo esto es información. En España y en todos los países que fueron cristianos son muchos los que no tienen esta información básica y fundamental.

b) Decisión a aceptar a Jesús como Señor, y Señor de mi vida:

c) Experiencia de cómo todo esto es verdad. La experiencia que, por ejemplo, nos describe San Cipriano.

En nuestra vida, bautizados como estamos, es necesario pasar de este estado camal al estado espiritual por la gracia que siempre se ha encontrado en la Iglesia y que ahora llamamos “Bautismo en el Espíritu Santo”. Frecuentemente es una experiencia que contiene en estado germinal la semilla de estas realidades. Hay una dimensión emocional y una impresión espiritual.

Un principio teológico elaborado por Tertuliano dice: “Caro est cardo salutis": la carne es la bisagra de la salvación. Un ejemplo de este principio es el Bautismo en el Espíritu Santo, con la irrupción de los dones y esa capacidad de ser consciente de la presencia del Señor como uno no lo era antes. Es el primer aspecto de la doble bendición, pues en este estado se dan algunas veces emociones fuertes, pero no sólo emociones sino también una impresión espiritual, una capacidad de sentir la presencia del Señor.

Estoy hablando de una experiencia común y vosotros podréis recordar el momento de esta gracia en vuestra vida con sus criterios: autoridad sobre la vida, convicción del poder, majestad y realidad de Jesús. Es el momento de pasar del estado camal al estado espiritual, aunque este estado espiritual es todavía poco maduro, es el del niño. Pero ahora al menos tenemos la posibilidad de llevar una vida cristiana, estamos alegres y la presencia del Espíritu Santo es perceptible en nuestra personalidad.

Por tanto, hay como dos aspectos de esta gracia clave. fundamento de toda la Renovación Carismática, la cual no es un movimiento más, sino una gracia del Señor para renovar toda la Iglesia, por lo que es también una gracia que renueva la vida del Evangelio.

No solamente hay dones, a pesar de ser muy importantes en este estado inicial. Los dones forman una parte de la revelación de la presencia del Señor, y cuando usamos estos dones es siempre para los demás. Pero normalmente el primer beneficiado es el sujeto que se encuentra en este estado. porque todos los dones son una confirmación de la fe personal.

La lucha del cristiano

Después de esta gracia inicial viene la lucha verdadera entre esta vida nueva y la vida del hombre viejo. Antes de llegar a este momento no se da una lucha verdadera sino luchas falsas, muy bien descritas por S. Juan de la Cruz. Por ejemplo, en el hombre cerrado puede existir lucha entre ambición y timidez u orgullo y sensualidad. Hay cierta lucha y podemos aplicarle palabras espirituales, pero esto no es verdad. Es el hombre dominado por sus emociones e impulsos carnales y son luchas falsas.

En el hombre abierto se da todo el principio de la vida nueva en estado consciente que puede luchar contra el hombre viejo. Es una señal de la presencia de esta vida nueva, que nos hace sentir convencidos de nuestro estado pecaminoso.

La gran decepción para muchas personas en la Renovación Carismática está en no saber entender la voluntad del Señor, en no aceptar esta lucha. Hemos oído ya muchas cosas: arrepentimiento, lucha espiritual, etc. Pero seguimos con la experiencia del estado carnal y de que no podemos salir de este estado, con lo que se va reforzando el sentimiento de culpabilidad, y esto no es la vida cristiana.

Hay que ayudar a los hermanos a entrar en esta vida nueva, a abrirse a la acción del Espíritu Santo, y se verá claro por qué los santos han hablado como han hablado.

Se puede escuchar a los jóvenes que nunca habían oído hablar de la lucha contra los vicios. Espontáneamente empiezan a hablar así, porque en ellos se da esa realidad. Es la señal primera y fundamental de la presencia del Espíritu Santo en una personalidad humana que está convencida de su estado pecaminoso.

Cuando hablamos de arrepentimiento no se trata de una cosa humana, sino de una gracia. La clave de este arrepentimiento es el deseo fuerte e intenso de cambiar, o mejor, de ser cambiado. Este deseo intenso de ser cambiado es evidentemente una gracia y el fundamento del mismo cambio, que es efectuado por el Señor.

Supongamos que no nos hallamos en estado de un deseo intenso de cambiar. Podemos hallarnos en situaciones muy diversas, pero no importa. Con la oración sincera admitamos que nos encontramos así y pidamos al Señor este cambio, y El empezará aquí y ahora a cambiarnos de una cosa, y otra, y otra, y finalmente nos veremos en estado de pleno cambio de todo vicio, de las cosas a las que estemos apegados, alcohol, sexo, ambición, miedo.

Una vida transformada

Nuestra vida transformada es la señal principal de la Buena Nueva

Una manera de predicar la Buena Noticia es decir al hermano: tú puedes vivir de diferente manera, no tienes por qué ser dominado por esas cosas, por esos vicios: ambición, miedo, cólera, envidia, y otras más. ¡No es necesario!

Y nos dirá: “¿Puedo? ¿Tú me dices eso, pero donde puedo ver que eso es verdad?”

“Yo lo que puedo decirte es lo que el Señor ha hecho por mí. Es la fuerza del testimonio, no es algo abstracto, pues yo tengo una vida nueva que no tenía hace un año o dos años; puedo ver los cambios de mi vida diaria, lo cual viene del poder del Señor y esta es la Buena Nueva”.

Por tanto, empieza una lucha, y toda la lucha consiste en esto: en “permanecer en la Verdad”, según las palabras de S. Juan.

Veamos un ejemplo: si quiero viajar desde aquí hasta Bilbao, puedo ir andando, es decir, usando sólo la fuerza que viene de mí mismo. Pero puedo ir a caballo, y en este segundo caso todo mi esfuerzo consiste en mantenerme en el caballo. Él pone el esfuerzo y yo estoy encima de él.

Eso es la vida cristiana. Yo tengo que hacer algo, pero no es el ir de Madrid a Bilbao yo solo con mis propias fuerzas, sino el mantener en el caballo con la fuerza del Espíritu Santo, y esto es difícil porque hay muchas zonas de mi personalidad que no quieren. No quiero ir a la Cruz, a la Resurrección, a la vida plena. Hay muchas áreas de mi personalidad que no quieren. Yo no puedo superar estas zonas personalmente, pero puedo mantenerme con la fuerza del Espíritu Santo, que es el poder de la Palabra.

Esta es verdaderamente la clave de toda renovación a lo largo de la historia de la Iglesia. Si insistimos en el poder personal, no podemos hacer mucho. Con la elocuencia humana podremos convencer a algunos por unos pocos días, no es mucho. Si en lugar de esto ponemos a los otros en contacto directo con Cristo, Él puede cambiar toda la vida.

En mi comunidad tenemos como norma, respecto a los dirigentes pastorales que siempre se encuentran cansados por exceso de trabajo y de celo, considerar que esto es una mala señal, porque ellos no son Dios y el trabajo del pastor consiste esencialmente en hacer entrar a los demás en contacto con Cristo Jesús, el cual puede hacer todo sin cansarse. Con nuestras fuerzas humanas mucho se puede hacer, pero no podemos convencer ni hacer cambiar a los demás. Esto es también el principio del cambio aplicado a la vida pastoral.

Actividad interior

Permanecer en la Palabra significa una actividad interior intensa, iniciada y apoyada por el Espíritu Santo, por la cual la persona humana asimila e interioriza la realidad del Hijo de Dios y su poder salvífico en todas las zonas de su personalidad y de su ser.

La Palabra, el germen divino se convierte en una fuerza interior en el hombre abierto, por cuya acción el alma cesa de estar de acuerdo o en armonía con el pecado, y cuando se deja. guiar por ella, por el dinamismo que hay en ella, el alma se vuelve verdaderamente incapaz de escoger el mal. Es la enseñanza doctrina de la 1ª Epístola de S. Juan, capítulo 3, versículo 6 al 9 Este poder de la Palabra para cambiar nuestra vida permanecer en la Palabra es eso, una actividad interior e intensa iniciada y apoyada por el Espíritu Santo. Nosotros debemos cooperar, consentir, en el sentido de “sentir con”, y evidentemente hay una gran parte de nuestra personalidad que no quiere hacer esto.

Sí, por ejemplo, el Señor me hace ver mi ambición, me encuentro ante dos posibilidades: obrar de esta manera o de aquella otra, y veo claro hacia dónde me mueve la Palabra del Señor, pero estoy tan apegado a esta manera, que es mucho más agradable a mi egoísmo, y no hago lo otro. Me cuesta mucho romper. Es el ascetismo cristiano: debo hacer las cosas para asegurar que no voy en esta dirección, pero el poder de cambiar no viene de mí, sino de la fuerza de la Palabra que me conduce en esta otra dirección.

Una vez yo consiento a este impulso del Espíritu Santo llega aquí, no por mi fuerza, sino por la Palabra del Señor.

El hecho de hallarme aquí es todo obra del Señor, y esto es una experiencia diaria, es la base de lo que llamamos arrepentimiento Con este movimiento viene una iluminación interior que nos capacita para darnos cuenta de la situación humana verdadera. Nosotros somos incapaces de hacer nada para la salvación. Tal es la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta leer los capítulos del Concilio Tridentino sobre la justificación del hombre. En medio de la lucha entre católicos y protestantes la Iglesia ha proclamado el hecho de que el hombre con sólo sus fuerzas y recursos humanos no puede salvarse. Lo único que podemos hacer con nuestras fuerzas humanas es conseguir nuestra muerte infernal y eterna.

Es un hecho, no una cosa imaginaria, que cuando vemos esto lo vemos no con nuestra mentalidad humana, porque con ella no queremos verlo ni podemos, sino con la revelación otorgada por el Espíritu Santo. Tal es la situación humana, y así entendemos que las cartas de S. Pablo no son meras exhortaciones espirituales sino una descripción de la historia humana, una filosofía de la historia inspirada por la autoridad del Espíritu Santo.

Entender esto significa entender la salvación como la obra de la Cruz, de la Resurrección, la vida nueva. Lo entendemos primeramente de forma personal, ya que sin esta experiencia personal podemos filosofar y no entender, y usar solamente palabras que describen, pero no la palabra que hace presente.

De aquí deriva también la capacidad de compasión por el hermano, por haber  estado antes nosotros en su misma situación sin la gracia del Espíritu Santo. Y con esta compasión viene el celo para evangelizar y para compartir esta vida nueva utilizando todos los medios imaginables. Nosotros los dirigentes de la Renovación Carismática tenemos esta responsabilidad de evangelizar a todo el mundo, no imponiendo nuestras ideas, sino atrayendo a los demás a Jesús con el poder del Espíritu Santo.

Gran dificultad:
predicar el Evangelio con convicción

La gran dificultad por la que atraviesa la Iglesia en este momento es ésta: el Evangelio no se predica con convicción, las palabras se repiten continuamente, pero los que oyen no cambian porque son palabras humanas.

La base de operaciones de esta gracia de la convicción del hombre es precisamente esta experiencia de la verdadera situación humana, esta presencia del Espíritu Santo. Con esto hay una base en el hombre que habla por el Espíritu Santo y con esta base el Espíritu Santo puede tocar el espíritu del otro.

Las cosas que pasan de una mente humana a otra son ineficaces, pero cuando pasa una realidad de un espíritu santificado a otro espíritu casi ahogado, si entre los dos existe la Palabra, se puede operar la conversión del otro porque esta palabra es ungida por el Espíritu Santo. El Espíritu habla al espíritu y la mente a la mente, la emoción a la emoción.

Hay un texto muy fuerte en la 1ª Epístola a los Tesalonicenses. Pablo está convencido de que Dios ama a los Tesalonicenses porque dice: “Conocemos, hermanos vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo y con plena persuasión". (1Ts 1, 4-5). Todo esto: poder, Espíritu Santo y persuasión son dones del Espíritu Santo. El hecho de que Pablo pudiera ver el resultado de esto en los fieles de Tesalónica le llevó a la conclusión de que eran elegidos de Dios. Es otra ampliación de este principio del cambio a la actividad pastoral.

Si nosotros no permitimos que el Señor nos haga ver nuestro estado pecaminoso, ¿qué es lo que creemos? “¿debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él?” (Rm 6, 1-3). ¿O es que ignoráis que cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, en el Espíritu Santo, fue en el pleno sentido de la palabra, no sólo por la acción sacramental, tan importante como es, sino por la asimilación de esta gracia con sus tres elementos: información, decisión y experiencia?

“Porque si nos hemos hecho una misma cosa con El por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado” (Rm 6, 5-60).

Destruido, literalmente reducido a la impotencia: ése es el poder de la Cruz. Este capítulo es un tesoro inmenso para el pueblo cristiano.

Se puede dar una ilusión muy complicada, solamente propia de los especialistas. Cualquier especialista, si no se convierte, no puede entender esto: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más y la muerte ya no tiene dominio sobre El, su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre” (Rm 6, 8-10). ¿Cómo se dice que su muerte fue un morir al pecado, si El nunca pecó? Jesús ofreciendo su vida al Padre destruye la muerte y el pecado. Su muerte es muerte a la vida del pecado y nosotros también en Él. “Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. (Rm 6, 11).

No es una exhortación, sino un hecho objetivo, lo mismo que todo este paso del estado carnal al estado espiritual, que hemos descrito como un permanecer en la Palabra. Todo es efectuado por el poder de la Cruz.

¿Qué quiere decir esto? Que cuando me encuentro con un hábito pecaminoso ya inveterado, de 30 ó 40 años, si pido al Señor el poder de su Cruz para hacer morir este hábito, veré una autoridad nueva sobre esto. No del todo evidentemente en el primero, segundo o tercer día, pero al cabo de unas semanas o meses veré que queda reducido a la impotencia. Todos entendemos lo que esto quiere decir y cómo es una práctica diaria, lo cual es otro aspecto del arrepentimiento.

Se puede dar una serie de enseñanzas en cualquier grupo de oración sobre el arrepentimiento usando estas mismas imágenes: el permanecer en la Palabra, el poder de la Cruz, para exhortar a los hermanos hacia el amor del Señor y su deseo de cambiamos. Dios odia el pecado sin duda porque es una ofensa a su majestad y una esclavitud para nosotros, y Él quiere y puede cambiar este estado.

También se debe meditar, pidiendo la iluminación del Espíritu Santo y preguntando al Señor: “Señor, ¿qué quiere decir esto?” Como se trata de una revelación, no es algo así como demostrar o comprender que dos y dos son cuatro. Es una experiencia personal que se vive, viendo cómo todo esto se me aplica a mí no de una forma egoísta, sino dándome cuenta de que estoy salvado, y salvado solamente por la gracia del Señor.

Finalmente, la “espada de la Palabra”. Esta Palabra viva, en la cual permanecemos, es una espada, como dice la Epístola a los Hebreos (Hb 4,12-13). Esta espada penetra entre el alma y el espíritu, penetra y corta entre las fuerzas psíquicas y las fuerzas espirituales, con dolor espiritual y emocional, pero también con alegría.

Cuando oímos hablar de los santos, pensamos casi siempre en los sufrimientos, pero cuando leemos sus escritos, nos hablan de alegría, se muestran muy contentos por lo que el Señor ha hecho en ellos. No hablan mucho de sufrimientos. Hablan de la alegría. Esta espada separa más y más, y nosotros lo podemos discernir y ver la diferencia entre el hombre viejo y el hombre nuevo. La espada corta toda la personalidad del hombre, haciéndole ver dónde es camal y dónde espiritual. Solamente con el crecimiento de este poder de la Palabra, personalmente asimilada, vemos que la espada puede ejercer toda su capacidad y podemos discernir y ver fácilmente en qué cosas estamos usando solamente nuestra fuerza camal y cómo nos sentimos impotentes.

También podemos ayudar a los demás a distinguir con sabiduría en qué casos se trata de una fuerza psíquica y no de algo espiritual, porque el Señor es abierto y acepta la buena voluntad. No debemos ahogar el Espíritu, pero hemos de juzgar dónde se hallan las fuerzas espirituales y dónde las psíquicas, y cómo las fuerzas psíquicas nada válido pueden hacer para el Reino de Dios.


Para esto tenemos “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,17).