RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA

Una llamada a la santidad

El Retiro Mundial para Sacerdotes que se ha celebrado en Roma con asistencia de 92 Obispos y 6.000 sacerdotes, procedentes de unos 100 países de los cinco continentes, ha sido un mensaje de esperanza y aliento para el Presbiterio de la Iglesia universal y para el Pueblo de Dios.

Para nosotros hay una cosa que ha quedado muy de manifiesto: cómo el Espíritu Santo actúa hoy en toda la Iglesia y hace sentir también en los sacerdotes un gran anhelo de santidad y de correspondencia a la gracia de su vocación.

El Santo Padre en la homilía que pronunció en la magna Eucaristía de clausura en la misma Basílica de S. Pedro, el martes 9 de octubre, recalcó la función esencial que el Espíritu Santo desarrolla en la llamada específica a la santidad de los sacerdotes, por haber recibido en la Ordenación del Espíritu de Cristo que los hace semejantes a El y los capacita para actuar en su nombre y vivir sus propios sentimientos, en una línea coherente de caridad pastoral de todo su ministerio.

Ha recordado también el Papa que al sacerdote corresponde una función insustituible en la edificación de la Iglesia: reunir la familia de Dios como fraternidad animada por el Espíritu de unidad. Esa guía espiritual que el sacerdote debe ejercer es de pedagogía en la vida espiritual, en la oración y contemplación, y la de optar por un compromiso concreto y social siendo él siempre el garante de la verdadera doctrina, el responsable de la Eucaristía, de los Sacramentos, y de la educación del sentido eclesial. Esto no es más que una llamada a ser auténtico maestro espiritual, función de la que nunca debe abdicar, a pesar de todas sus miserias y limitaciones.

Nos encontramos en un momento postconciliar en que se empieza a sentir por toda la Iglesia un anhelo de más espiritualidad, de más interiorización, de vivir de verdad el don del Espíritu. Este anhelo que cunde entre los sacerdotes, tal como el retiro ha puesto de manifiesto, es el eco correspondiente del mismo impulso renovador que el Espíritu está suscitando en todo el Pueblo de Dios.

Todos nos congratulamos ante esta buena nueva, que saludamos con gozo, y quisiéramos aportar el granito de arena que esté de nuestra parte. Las Semanas para Sacerdotes que organiza la R.C. en tantos países del mundo presentan unos resultados alentadores. Todos somos muy conscientes que si se renuevan en el Espíritu los pastores, se renueva también toda la comunidad eclesial, por lo que deberíamos potenciar y dar cierta prioridad a estas semanas.

De momento no dejemos de mantener encendida esta llama del anhelo por la santidad, pues será un signo inconfundible de la presencia del Espíritu.

Esta es la voluntad de Dios: nuestra santificación (1 Ts 4, 3). Esta es la alabanza y el verdadero culto espiritual que El espera de nosotros. (Rm 12, 1)


LA RENOVACIÓN DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL DESDE EL ESPÍRITU DE DIOS.

por Johann Koller


El P. Johann Koller, al que entrevistábamos en el Nº 45-46, pg. 25, ya es conocido por el lector de KOINONIA. Presentamos en estas páginas la lª y 2ª parte de la conferencia que pronunció en la V Asamblea Internacional de Dirigentes en Roma sobre la Renovación de la parroquia (la 3ª parte saldrá en el próximo número). Como párroco de una importante parroquia de Viena y como Coordinador Nacional de la R.C. en Austria nos habla con una gran experiencia.

Agradecemos a Mª Pilar Grosch y a su esposo todo el esfuerzo e interés que generosamente han puesto en la traducción del alemán. ¡Que Dios bendiga su hogar!

I. LA PARROQUIA, ¿OBSTACULO O GRACIA?

I. 1.- Problemas con los párrocos y las parroquias

Me encuentro con una gran dificultad para hacerme entender por todos: es el idioma alemán, ya que la gran mayoría necesita la traducción. Espero que el Señor ayude a los traductores.

Otra dificultad deriva del hecho de que yo soy párroco. ¿Puede un párroco ser verdaderamente carismático? Porque es hombre que pertenece al oficio, y a la institución, y ¿no consiste su carisma en "saber frenar la Renovación Carismática”?

Alguien me dijo una vez que la Renovación Carismática es un movimiento de laicos, y que si algún dia llegara a caer en manos de los párrocos esto significaría su muerte. Yo creo, sin embargo, que nosotros los párrocos hemos sido instituidos en el Espíritu de Dios para dar pasto al rebaño de Dios (Hch 20, 28), y que a nosotros no se nos impide la comunicación del Espíritu de Dios. Tan sólo somos obstáculo por razón de nuestros errores y pecados.

Hay otro problema: ¿Puede una parroquia ser carismática?

La parroquia es instituida por el Obispo como la unidad más pequeña de organización dentro de la iglesia local que es su diócesis. No es una unión libre de hombres que quieren vivir la comunidad espiritual. Es una unidad de organización y comprende un territorio claramente delimitado. En el barrio en que se encuentra han de realizarse los servicios esenciales de la Iglesia para todos los hombres. Un cristiano no puede escoger su parroquia, ni a los hermanos y hermanas de su parroquia, ni tampoco al párroco, que es nombrado por el Obispo y desempeña el oficio de la guía espiritual, como instrumento de unidad con el Obispo y con la Iglesia universal.

La parroquia es, y debemos decir esto a pesar de todo, como una facultad de la Iglesia. Es la realidad que perdura, que sobrevive a las generaciones, a las crisis, a los descensos de la vida cristiana y hace posible la comunidad parroquial o reunión de los creyentes del lugar en que se encuentra. La Iglesia hace a la parroquia, pero la parroquia no es la Iglesia en su plenitud. En la parroquia se realiza la vida eclesiástica normal y por ella los hombres entran normalmente en contacto con Cristo y son incorporados a la Iglesia.

¿Puede ser carismática esta forma eclesiástica?

Existe un deseo general de que la Renovación Carismática llegue a ser efectiva en las parroquias. Sin embargo, por todo el mundo se dan grandes dificultades entre los grupos de oración y las parroquias, y se teme que la Renovación Carismática pierda en las parroquias toda su fuerza, y se extingan así los carismas.

Por consiguiente, ¿debe haber grupos de oración dentro de las parroquias, metidos en su misma vida, para poder seguir siendo "sal y luz" (Mt 5, 13s), o han de emigrar, como Israel que tuvo que salir de Egipto? Trato de expresar aquí algo de lo que se dice en muchos lugares.

En los lugares donde hay grupos de oración o centros carismáticos fuertes las resistencias de los párrocos y de las parroquias pueden ser mucho más firmes. No debemos minusvalorar este fenómeno, por lo que trataré de hablar con mucha sinceridad.

De las resistencias que hay por parte de las parroquias tenemos nosotros una gran parte de culpa. Sé muy bien que las tensiones son fenómenos acompañantes e inevitables en el campo de la Renovación. Sin embargo, Dios también quiere manifestarnos algo con las resistencias: quiere hacernos descubrir nuestra falta de santidad, la cual dificulta el servicio que podríamos ofrecer.

Por parte de la Renovación Carismática se da una gran dificultad si la entendemos como “movimiento", como miembros, como movimiento de grupos de oración con un estilo especial de oración y de vida, con una fuerte comunidad y una religiosidad “carismaticocéntrica”. La cuestión de hacerse miembro surge en aquellas parroquias que tienen una vida rica en comunidades. Un párroco decía: "ya tengo treinta comunidades en la parroquia y ahora vienen también los carismáticos". Los párrocos siempre subrayan que deben estar para todos de igual manera y que no se pueden vincular plenamente a un movimiento especial. Hay también una gran resistencia a ser miembro de la Renovación Carismática Internacional, o contra el así llamado "Aufbruch Carismatic International". Sienten también la responsabilidad de preservar a sus comunidades de lo que es, o parece ser, unilateral, exagerado, no católico.

Aquí surge la cuestión de nuestra identidad: ¿Somos un movimiento al lado de otros movimientos o somos una amplia corriente que impulsa el Espíritu Santo? ¿Se trata de una espiritualidad especial, o más bien de dar vida a la espiritualidad del bautismo de todos los cristianos? ¿Tengo que ser miembro de la Renovación Carismática para ser un cristiano verdadero, o como cristiano debo permanecer abierto al Espíritu Santo? ¿Es suficiente pertenecer a la Iglesia católica universal, o se necesita algo más?

Algunos carismáticos se sienten más pertenecientes a la Renovación Carismática que a la Iglesia. Las parroquias no pueden incorporarse a una federación de la Renovación Carismática. Pueden seguir siendo parroquias de la Iglesia y tener una gran vitalidad a partir del Espíritu de Dios.

Como dicen los autores de la vida espiritual, en los principiantes y en los retrasados en la vida espiritual se da el peligro de una inconsciente soberbia espiritual. Esto se manifiesta al opinar que las parroquias están muertas y que hay que comenzar a partir de cero porque es entonces cuando Dios empieza a actuar. Los que así piensan no están abiertos a la misericordia para con su parroquia, ni saben ver lo que el Espíritu ha obrado en ella hasta el presente. No están dispuestos a recibir de las parroquias algo que ellos como grupo de oración no tienen todavía.

De acuerdo con esta actitud, algunos vienen a la parroquia con el siguiente planteamiento: hemos recibido de Dios dones irrenunciables y debemos hacer ver a los demás lo poco cristianos que son, y la parroquia tiene que llegar a ser lo que es nuestro grupo de oración.

Es como si se hiciera una sobrevaloración de lo carismático corrigiendo la 1a. Epístola a los Corintios, en el cap 13: "Si solamente viviera el amor, pero no tuviera los carismas, entonces yo no seria nada... ".

El acceso a las parroquias se nos abre solamente en el espíritu de un servicio desinteresado. Si alguno entra en la parroquia como extraño, haciendo caso omiso de su propia vida, y queriendo dar testimonio para demostrar cuánto le falta en su fe, éste no cosechará más que resistencia. En esto se impone la regla siguiente: el que venga amando encontrará las puertas abiertas, podrá entrar y salir, pero el que venga "a hacer el bien" topará con las puertas cerradas. En otras palabras: quien venga con amor y esté dispuesto a hacer morir su propio yo, será aceptado; quien quiera dárselas de carismático encontrará puertas cerradas.

El Obispo Klaus Hermmerle, de Aquisgran, hablando a varios movimientos de renovación en el día Católico 1984, exclamaba: "Digo, o vuelvo a decir a los sacerdotes de mi Obispado: volved a vuestro fundador, vivid como EL, no os contentéis con imitaciones exteriores puramente esquemáticas sino -el nuevo derecho eclesiástico tiene para esto una palabra maravillosa- preguntad por el patrimonio, por esta herencia primaria, por este principio".

Los movimientos jóvenes necesitan más que otros el no tomar algo en sus manos enseguida, sino que han de abrirse al Espíritu, como existía desde el principio y como se puede ver en el rostro inconfundible de su respectiva vocación, en su comunidad.

Pero aún queda lo tercero: quedémonos en el todo, en la Iglesia. Hemos de pensar que la Iglesia es mayor que nosotros, más que nosotros, y que no todos deben renovarse según nuestro modelo, sino que hemos de tener esa envergadura interior para el todo. Sepamos hacer donación de nosotros mismos a la Iglesia. Sólo si nos despojamos de nosotros mismos, podremos entregamos a ella, pues regalos que retengo en la mano no son regalos. Los debo entregar al todo, a la Iglesia, y he de esperar a que me los vuelvan a regalar aún a riesgo de que la Iglesia me recorte algo. Solamente entonces se nos podrá otorgar el todo. No debemos precavernos contra esta cepa del Cristo Místico que es la Iglesia, sino que hemos de crecer dentro de este todo y a partir de este todo.

Una pregunta fundamental que se suele hacer es si la Renovación halla su entrada en la vida normal de las parroquias, o si deben desarrollarse comunidades aliado de las parroquias, lo cual significaría salirse de la vida de las parroquias. ¿Es que acaso no quiere o no puede el Espíritu Santo renovar también la parroquia y darle vida? En esto se decide si llegamos al corazón de la Iglesia concreta, si aceptamos la gracia de la Iglesia concreta, de la parroquia, si construimos realmente en amor renovando a la Iglesia.

No quisiera que se me entendiera mal, pues no deseo pronunciar una sola palabra contra las comunidades federadas de la clase que sean. Doy gracias a Dios porque han surgido. Pero no son el único camino de renovación carismática. La parroquia es también una gracia para la renovación.


I. 2.- Mi camino espiritual

Después de tocar tantos hierros candentes en la anterior exposición, es posible que algunos duden de mi credibilidad. Debo, pues, presentarme y exponer mi itinerario espiritual.

Desde 1969 soy párroco de una parroquia metropolitana de Viena. En aquel tiempo aún había en mi parroquia 20.000 católicos: hoy solamente son unos 13.000. La emigración a distritos de nuevas urbanizaciones, la mortandad y los abandonos de la Iglesia han conducido a un descenso de la población y del número de católicos. En su fe son conservadores y de poca flexibilidad.

La Renovación ha crecido en la parroquia desde 1 978 como una explosión y cerca de 800 personas han participado en los Seminarios de la parroquia. Algunos centenares se encuentran semanalmente en la iglesia o en sus casas, por grupos de oración. Son muchos los que vienen de toda Viena a los seminarios y a los servicios divinos. Los Cursillos de Cristiandad han aportado una fuerte preparación y han allanado el camino. Desde 1964 hasta 1980 colaboré en los Cursillos como sacerdote, y desde 1980 soy encargado de la Renovación en la archidiócesis de Viena, y Presidente del grupo austríaco de coordinación.

Mi primera renovación del bautismo se realizó cuando yo me preparaba en el Seminario para el Sacerdocio y en mis primeros ejercicios espirituales. Allí, ante el sagrario, después de una lucha de varios días, ofrecí a Dios mi vida de una forma muy clara. Lo hice sin reservas, aunque al día siguiente tuviera que morir. Hoy veo cómo actuaba en mí el Espíritu de Dios por aquel entonces. Aquella entrega total fue como un sello que me dejó marcado y me ha preservado después de muchas crisis. A pesar de mis debilidades, sigue como elemento determinante hasta hoy.

La segunda renovación del bautismo se realizó durante un cursillo en el año 1963. Tenía entonces 31 años y fue también ante el sagrario, de una forma nueva y más profunda que la vez primera, removiendo mi corazón e imprimiendo en mi vida de sacerdote una nueva dinámica.

En 1977 el Cardenal Konig convocó a algunos sacerdotes al primer Seminario de Introducción que daba en Viena el profesor Milhlen. Entre los invitados estaba yo también. Este seminario me conmovió profundamente pero no fui capaz de entregarme de nuevo a Dios ante todos los demás. Ni de día ni de noche llegué a encontrar tranquilidad, aunque pude reconocer que la conversión es algo que Dios realiza y regala.

Tres meses más tarde asistí a otro seminario, a 1.000 kms. de distancia, para conseguir llegar a la meta. Después del paso de la entrega tuve un fuerte y profundo encuentro con Dios en el misterio de la Santísima Trinidad, que duró dos noches. Fue como una luz demasiado fuerte que me hizo olvidar las experiencias anteriores de Dios. Era algo tan nuevo y tan grande que todo lo exterior me parecía nada. Llegué a olvidar las experiencias espirituales de mis primeros ejercicios y lo que había vivido en la KAJ y en la Legión de María. De mi conciencia también parecía desaparecer toda la pastoral carismática de los Cursillos y los milagros del Espíritu Santo, que ya por entonces podía captar en los hombres.

Tan sólo hace tres años que he llegado a ser consciente de lo que Dios anteriormente ya había hecho en mi vida, y de cómo los encuentros con Dios en el Espíritu Santo se desarrollan en la historia de la vida del hombre en etapas, que no se dan sólo en la Renovación Carismática. Sin embargo, estos encuentros con Dios llegan a ser nuevos y por algún tiempo hacen olvidar lo anterior. De esta forma puede suceder que los así llamados cristianos bautizados por el Espíritu Santo se comporten como si antes Dios nunca los hubiera conmovido, como si en la Iglesia y en otros movimientos espirituales no se diera ninguna actuación del Espíritu.

Este encuentro con Dios, después de mi renovación del Bautismo, de la Confirmación y de la Consagración, era como un vislumbrar la tierra prometida. Mi vida diaria estuvo durante meses llena de alegría de interior y me dejó un fuerte deseo de Dios. Todo esto no me ha impedido ser sacerdote de acuerdo con el orden establecido por la Iglesia. Dios me ha ayudado a liberarme del trabajo aburrido de la administración de la parroquia y a llegar a ser más sacerdote. No tengo miedo de ser poco carismático, sino de ser poco santo. Si vivo más santamente recibiré también carismas y estos carismas serán sanos.

He descubierto que todos los santos fueron grandes carismáticos y que sus carismas eran sanos porque crecían sobre el suelo de la mística. La Iglesia, sin embargo, no ha metido mucho ruido a propósito de sus carismas, se ha fijado en su amor heroico.

Creo que nosotros, los sacerdotes, ante todo debemos ser santos. Nuestra tarea no es aspirar primordialmente a los carismas. El Señor nos los dará como El quiera. Los santos de la Iglesia son nuestros grandes modelos. Ellos no pusieron obstáculos a los carismas y son tan grandes que probablemente no podemos alcanzarlos.


I.3.- Renovación de la parroquia.

En los países de habla alemana a la Renovación Carismática la llamamos Renovación Carismática de la parroquia, porque los carismas son dados para las parroquias y las comunidades, para la Iglesia. No queremos ser "carismaticocéntricos". Por otra parte, desde los principios, los responsables de las parroquias son los que han promovido esta corriente espiritual de renovación, primero la Iglesia Evangélica, y después en la Iglesia Católica. Por eso desde los comienzos no ha estado en primer plano el afán de despertar a los individuos y unirlos en grupos de oración para formar comunidades especiales, sino la apertura de las parroquias ya existentes a la acción del Espíritu Santo y a todas sus actuaciones.

Por otra parte, ha sido una apertura teológica y católica, profundamente reflejada por el Dr. Heribert Muhlen, ante todo lo que viene del Espíritu de Dios. Apertura a la palabra viviente de Dios, pero también a la Tradición de la Iglesia y al cargo de profesor. Se trataba de la aceptación del sacramento, del cargo y de los carismas. Estas actuaciones del Espíritu están ligadas inseparablemente las unas a las otras y no se excluyen. Nos hacen encontrar la plenitud católica, y nos guardan de lo unilateral y de acentuar actuaciones particulares del Espíritu.

La admiración personal por la Palabra de la Biblia tiene que estar de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia. La Biblia sola no es suficiente. La alabanza no está por encima de la Eucaristía. Esta es nuestra verdadera alabanza y acción de gracias.

La oración en lenguas no está por encima de los sacramentos como actuación verdadera del Espíritu. La "experiencia" no debe conducir a la desatención de la enseñanza y de los dogmas. La obediencia espiritual frente a la autoridad puede resultar difícil a los cristianos "despertados", pero también el cargo del sacerdote se nos ha dado por el Espíritu.

Importancia vital tiene también la tradición espiritual de los santos. Todos los que aceptan la dirección del Espíritu necesitan la orientación de los maestros de la vida espiritual y de los santos. Ellos son modelos auténticos. Con sus carismas pisan sobre el terreno seguro de la entrega total en el amor. Los santos son unos grandes carismáticos.

No hace mucho hablé con un amigo que había tenido un fuerte encuentro con Dios, pasando de la incredulidad a la fe. Advertí cómo obraba en él una dirección segura de Dios y le pregunté qué libros leía. Me contestó: "San Juan de la Cruz y Teresa de Ávila". “Pero, ¿puede entender esos libros", le pregunté, y él me respondió: “Yo los leo entendiéndolos hasta cierto grado. Si no los leyera no podría orientarme de ninguna manera". Esta persona ha vivido la experiencia de Pentecostés y ha sido guiada por el Señor: no puede renunciar a la experiencia de los Santos.

No podemos dejar de ver cómo muchos movimientos de renovación se adelantaron al Concilio: el movimiento litúrgico, el movimiento bíblico, la Acción Católica, el KAJ, la Legión de María, los Focolaris, los Cursillos de Cristiandad. etc. En estos movimientos fue y sigue siendo efectivo el Espíritu de Dios.

La renovación de la comunidad debe estar abierta a todas las actuaciones del Espíritu y no sólo a los carismas. Esta amplitud nos ha ayudado mucho: sobre todo a nosotros, los sacerdotes, y fácilmente nos podemos identificar con la Renovación. Cada vez son más los párrocos que se abren, y ellos mismos abren las puertas en las parroquias. Es un desarrollo sereno y poco espectacular, pero constante. En las parroquias nacen también con nosotros pequeñas comunidades y comunidades federales.

En los países de habla alemana hay una gran dificultad ante la palabra "carismático”, da lugar a malentendidos, crea barreras ante todo entre los párrocos y en las parroquias, y sería mejor evitarla. En la Iglesia Evangélica de Alemania a la Renovación se la llama ahora oficialmente "Renovación Espiritual de la comunidad".



II. PUNTOS FUNDAMENALES PARA LA RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA.

II.1. - Cristo es el Señor de la parroquia

En cada párroco que ha experimentado la fuerza renovadora del Espíritu Santo surge la pregunta: "¿cómo dar todo esto a mi parroquia? Nada debo imponerle, ni reformarla según el modelo pastoral carismático. Mi parroquia no tiene por qué llegar a ser como éste o aquél otro grupo, comunidad o parroquia. No soy yo, sino Cristo, quien va a renovar esta parroquia a través de su Espíritu, y para ello nos llevará por sus propios caminos. El ya ha estado en ella actuando hasta ahora".

El párroco debe abandonar sus propios planes, por muy buenos y correctos y necesarios que parezcan. Para párrocos con impulsos activistas y un gran sentido de responsabilidad no es fácil entregarse como instrumento en las manos de Cristo y dejarle ser Señor y Salvador.

En el capítulo 21 del Evangelio de S. Juan tenemos un mensaje alegre para los párrocos. Al principio el bueno y activo apóstol Pedro dice que está listo para el servicio de Cristo: "¡Voy a pescar!". Al final escucha esta palabra de Cristo: "¡Tú sígueme!”. En Pedro esta palabra se convirtió en vida y acción. Cristo le hizo sentir sus límites y entrar en la obediencia y en el amor. ¡Un bello mensaje de la transformación por la gracia de Cristo!


II.2.- No poner límites

Es muy importante la visión básica: se trata de la renovación de toda la parroquia y no sólo de la formación de grupos de oración. Se trata de la renovación de la parroquia y no de la introducción de la Renovación Carismática juntamente con otros movimientos. Se trata de renovar a partir de la fuerza del Espíritu Santo todas las manifestaciones de la vida, estructuras y servicios de la parroquia.

Hay que llegar a una renovación de toda la pastoral, de todas las actividades de la parroquia. Todo debe hacerse de nuevo y viviente.

En concreto se trata de la renovación de la predicación, de la liturgia, de la actividad caritativa, de la renovación de los individuos y de las comunidades, así como de las distintas asociaciones, grupos, y de sus actividades. Se trata de la renovación de los alejados y también del pueblo de la Iglesia. Este, sin embargo, no lo comprenderá en seguida.


II. 3.- Un largo y difícil camino

El camino de la renovación de una parroquia no es fácil ni está exento de problemas, sino mas bien largo y difícil. Llega a través de muchas etapas, de muchos campos, recaídas y obstáculos.

Cada parroquia tiene una historia de salvación y una historia de desdichas que sigue actuando. Una parroquia es una formación sociológica, un organismo con muchos miembros que llevan una vida y actividad acostumbrada con no poca inercia. En mi parroquia hay más de 50 distintas comunidades, grupos y círculos de trabajo, y más de 300 colaboradores. Cambiar de rumbo a tal formación, un grupo que todos acepten, no es fácil y requiere su tiempo. La experiencia nos dice lo difícil que es llevar unas comunidades cerradas a la conversión. En cada formación sociológica hay resistencia al cambio y ésta se hace especialmente fuerte si se tocan zonas del hombre profundamente religiosas.

Muchas veces ocurre que los miembros y colaboradores más arraigados y veteranos son los que oponen una resistencia constante a la renovación.

Muchos empiezan entusiasmados, pero después desisten. Los atrae un entusiasmo impulsivo, pero los apartan de nuevo las decepciones, si no se opera una conversión más profunda. Esto mismo pasaba también con los discípulos de Jesús: un buen día muchos de ellos ya no le seguían (Jn 6, 66).

Otros, sin embargo, se quedan en la parroquia y tienen su posición e influencia. El párroco deberá procurar no considerarlos ni tratarlos como cristianos de segundo orden. Los miembros de la parroquia son libres para ser infieles. Entonces resulta palpable el pecado en su dimensión social.

Por este motivo la renovación puede causar cierta perturbación. Sin embargo, muchos son llamados a un mayor amor e intercesión de unos por los otros. Los que se apartan son una interpelación viviente. Nos hacen descubrir las deficiencias que puede haber en el grupo de oración, deficiencias quizá en la fe, en la enseñanza, en la alabanza, falta de amor y despreocupación por el servicio, demasiadas cosas humanas sin fuerza espiritual, arrogancia e impertinencia en el testimonio, y otras cosas más.

La vida, por otra parte, tiene una gran variedad y es difícil. Las promesas de Dios con frecuencia se cumplen tarde y de distinta manera a como se las esperaba. La curación de muchos parece sufrir un contratiempo. No pocas veces el pueblo de Dios empezará a quejarse en el camino de la fe y el párroco tendrá que gritar a Dios como Moisés.

A través de tales contratiempos y resistencias el Señor quiere llevar a los suyos a una conversión más profunda, a una segunda conversión. Después de la renovación del Bautismo y del gozo inicial, el Señor lleva a cada uno y a la comunidad por un camino de purificación. Este camino es indispensable. Lo impuro, lo insano, el desorden y el pecado que hay en el corazón del hombre debe quedar manifiesto para que el Señor lo pueda quitar.

Para nosotros ha sido una experiencia desconcertante en la parroquia el que después de muchos seminarios y noches de oración no hayamos llegado a ser mejores. Al principio pensábamos y esperábamos que pronto llegaríamos a ser cristianos maravillosos, que darían un gran ejemplo, y otros muchos nos seguirían, que el Señor nos curaría rápidamente y quitaría nuestros problemas. Pero hoy nos sentimos peor ante nosotros mismos y ante los demás. Hemos cometido errores desconcertantes y algunos preguntan abiertamente: ¿cómo podéis ser así después de tantas oraciones y enseñanzas? Esta pregunta está justificada. Hemos necesitado tiempo para que algunos nos diéramos cuenta de que hemos de morir a nosotros mismos en nuestras esperanzas mesiánicas y en nuestros sueños del Reino de Dios en la parroquia, que hemos de quedarnos desamparados como los discípulos en el sábado de gloria -a esto no hemos llegado todavía-, y que no nosotros, sino solamente Cristo es el que debe crecer. Este año en Cuaresma se nos dijo que en Pascua algunos tendrían su prerresurrección, pero que nuestra parroquia aún no estaba madura para nuestro Pentecostés, que nos volveríamos arrogantes porque aún no estábamos lo suficientemente vacíos a nosotros mismos y no somos humildes.


II.4.- ¡El grupo de oración es para la parroquia!

Existe el peligro de que el grupo de oración se quede como algo marginal en la parroquia. Esto puede obedecer a muchos motivos y no es fácil que uno acierte a descubrirlos. Pablo nos dice en la Epístola a los Filipenses que Cristo se despojó de sí mismo y se hizo hombre, siervo y obediente hasta la muerte (Flp 2). Se trata de dejarse penetrar de este modo de pensar, de este espíritu. No es fácil admitir completamente la parroquia, incorporarse y ser servidor de todos y obediente al párroco. Muchos piensan que de esta forma se extingue antes la Renovación Carismática y se oponen a ello con toda su fuerza. Pero, sólo la vida según el Espíritu de Cristo lleva a la Resurrección. Si los carismáticos se presentan como extraños, de vez en cuando, dando consejos y queriendo denunciar todo lo que está muerto en la parroquia, se obtendrán pocos frutos.

Algo similar nos dice el mensaje de 1ª Corintios, cap. 13: el amor es más importante que los carismas. Si tenemos todos los carismas, los ejercitamos y guardamos, pero no tenemos amor para esta parroquia, no nos sirven para nada. Los carismas son para la Iglesia, para la parroquia.

El Espíritu quiere capacitarnos para un servicio verdadero, paciente, desinteresado, afable, fuerte. Sin seguir a Cristo no es posible este servicio. No entraremos en las parroquias cantando el Hosanna y tomando posesión de ellas. Las parábolas de Jesús nos dan aquí instrucciones decisivas: la semilla debe morir. Lo sembrado crece lentamente, las malas hierbas también crecen, pero el grano de mostaza será grande.

II.5.- Etapas de crecimiento del grupo de oración

En toda vida hay etapas de crecimiento que no se pueden saltar y por las que hay que pasar.

1º) Hay una etapa necesaria de principiantes, etapa de niñez, en el grupo de oración. Los miembros se reúnen en una habitación o sala de la parroquia, lejos de la vida y actividad de la parroquia. Se encuentran en una atmósfera familiar, crecen juntos espiritualmente, y demuestran una fuerte actitud de consumo, pues buscan intensas experiencias carismáticas: aún no están abiertos y no son capaces de un servicio en la parroquia, ni de dar un auténtico testimonio. Tienen que sobreponerse a las primeras crisis de comunidad (peleas entre niños). El párroco no debe exigir en esta etapa servicios parroquiales, ni forzar el crecimiento, ni regañar porque "solamente recen". La etapa de niñez es importante.

En los comienzos Dios quiere dar leche a los niños, alimentos agradables: quiere tomar al hombre totalmente, también en sus sentimientos y emociones, y hacerle adquirir gusto por lo espiritual. Los niños deben sentirse satisfechos de amor y alegrarse con Dios. Forma parte del orden de la creación el que la manera del conocer y entender humano se realice a través de los sentidos. Por eso empieza Dios a tocar el alma en la profundidad, en el área más íntima de los sentidos (S. Juan de la Cruz). También el Concilio de Trento habla de un toque del corazón humano por la luz del Espíritu (DZ 1525). La experiencia a través de los sentidos en el contexto del encuentro con Dios es algo bueno e importante para los principiantes.

Pero la experiencia y alegría iniciales no permanecen. Un buen día han de ceder. Sin embargo no debe desaparecer demasiado pronto mientras signifiquen vida y alimento. Puesto que el egoísmo y la comunidad se apoderan de la alegría espiritual, Dios nos la tiene que quitar y llevarnos por encima de ella. Juan de la Cruz hace resaltar cómo no se debe, ni tampoco se puede, provocar de nuevo la alegría inicial que como es sabido es un regalo de Dios. El estilo de orar y de cantar en un grupo de principiantes puede estar marcado de euforia. En esta etapa e1 grupo no podría quedar muy airoso ante la parroquia en cualquier cosa que emprendiera: también está muy condicionado por su propia experiencia y no es capaz de un auténtico servicio. Toda tentativa de misión en la parroquia desde esta etapa fracasa.

2º) A través de las crisis de pubertad el Señor suele llevar a los suyos a una etapa espiritual de adultos, haciéndolos discípulos, hermanos, hijos e hijas. Entonces hace falta prescindir de la hermosa experiencia inicial y saber dar el paso en la sequedad de la fe, hacia el desierto y la oscuridad de las nubes. Un día Cristo llamó a la abnegación y al amor por el camino de la cruz y los discípulos se resistieron. Nosotros también lo hacemos, pero si nos dejamos llevar puede crecer en nosotros la libertad y la responsabilidad propia de los hijos de Dios y podemos salir al mundo a pesar de los duros vientos contrarios que también se dan en la parroquia.

Antes de seguir las huellas de Cristo, está la etapa de la pubertad con todas sus tonterías, sus quejas, sus escapadas temporales, su autocomplacencia, con sus medias tentativas de misión y fracaso, con sus depresiones y dudas. Bendito sea el grupo de oración que sufre una fuerte pubertad. Será el momento en que la parroquia se aparte, se abrirán fosos, habrá palabras hirientes y muchas otras cosas más.

Por ejemplo: un grupo de oración puede decir a su párroco que encuentra mucha vida y fuerza en las reuniones que tiene de oración, muy al contrario de las frías celebraciones del domingo, y que han decidido no asistir a la misa del domingo; o el caso de aquella mujer de otra parroquia que me pedía un crucifijo. Cuando le dije que debía pedirlo en su parroquia me contestó furiosa: "¿En mi parroquia? ¡Pero si yo soy carismática...!”.

3º) Solamente después de haber pasado esta pubertad queda libre el camino para amar y servir en las asociaciones de la parroquia y llega la hora de poder ser elegido para el consejo parroquial y se podrá tener sensibilidad para percibir y aceptar la actuación del Espíritu en una parroquia aparentemente muerta. Es una gracia el poder percibir la voz del Señor en un sermón aburrido.

En esta etapa de maduración, no antes, puede el grupo de oración entrar en la iglesia, dar testimonio y dirigir las celebraciones litúrgicas. Lo hará con sencillez y fidelidad y será aceptado. En cambio un grupo que aún está en la pubertad ahuyenta a muchos, trata de imponerse, se siente importante y autoritario, hace mucho ruido y es rechazado.

Solamente entonces el grupo puede leer y comprender la Constitución de la Liturgia, y los artículos 6, 7 y 10, para no mencionar más, serán para él vida.


II.6.- Restablecimiento de la relación con la parroquia

Muchos católicos que son buenos se encuentran en una relación deteriorada con su parroquia, con el párroco o con toda la institución parroquial por causa de experiencias negativas u ofensivas que han tenido en su vida. Para poder llegar a esa armonización de la propia vida es necesario abrirse también en este campo a la redención y saber perdonar. Es entonces cuando puede crecer el amor que nos capacita para servir en la construcción de la comunidad y cuando podemos descubrir al Cristo oculto en ella y todas las actuaciones de su Espíritu.

Y así se podrán aceptar sin reservas las gracias de la parroquia, gracias que el grupo de oración no tiene aún: la gracia de la Palabra y de su interpretación de acuerdo con el cargo de enseñanza, la gracia de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, la gracia del oficio y sus servicios, la gracia de múltiples servicios de la comunidad, y también la gracia del llamamiento a un servicio concreto.

En los grupos de oración surge a veces el temor de que en la parroquia solamente haya opción para atender a sus fines y que ella sea un verdadero estorbo para los carismas. Pero sepamos distinguir: existe también el peligro de salirse de la parroquia y crearse un mundo espiritual a la propia medida, se da la tentación por comunidades de sectas, o la pretensión de una iglesia de los puros, de los despertados por el espíritu y de los salvados, de una iglesia de espíritu. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia de la Iglesia.

Se trata de la gracia de poder amar a la parroquia, de aceptarla y dejarse tomar por el Señor para el servicio de esta comunidad.

II.7.- Etapas en la entrega

En el V Encuentro Nacional de la Renovación Carismática de la comunidad que se celebró en Austria en 1983 tuvimos el regalo de un acontecimiento que fue un Pentecostés. El profesor Mühlen dirigió un servicio religioso de conversión y de entrega al Señor de acuerdo con los siguientes pasos:

-al principio se pide a Dios que conceda dentro de un tiempo previsible la gracia de la conversión completa y de tomar una decisión básica por El;

-el paso siguiente es pedir expresamente la gracia plena del Bautismo y las gracias de la Iglesia. En esta etapa ya se ha llegado a la sinceridad ante todo lo que Dios quiere:

-el tercer paso es la entrega total a Dios Trinidad, es la entrega de la vida y de la persona, entrega hasta la muerte. Esta es la verdadera renovación del Bautismo y de la Confirmación, y, dado el caso, también de la Confesión. Queda sellada la nueva y eterna unión con Dios;

-el cuarto paso es la entrega al servicio en la Iglesia, en la comunidad, desde la fuerza del Espíritu Santo. Es la entrega de la vida a la comunidad concreta. Con esto empieza el sufrimiento por la Iglesia y termina el sufrimiento en la Iglesia.

Cada participante pudo captar en su interior cuál era la etapa que el Señor quería regalarle en aquel mismo lugar y momento, y después de acercarse y arrodillarse ante un sacerdote para pedirle su ayuda. Como unas dos mil personas se acercaron a pedir la gracia para el paso siguiente de su conversión. Allí se hizo visible y palpable la Iglesia como comunidad de conversión.

Cada uno necesita la ayuda de los demás y es llamado al servicio de los otros. El Señor quiere conducir a todos por cada uno de estos cuatro pasos. ¿No deberían encontrar espacio también en la vida de nuestras parroquias estos pasos de crecimiento y no se les debería posibilitar en el servicio de Dios? Para la renovación de la parroquia es decisivo el crecimiento hasta la entrega al servicio por la parroquia concreta.

En este contexto quiero llamar la atención sobre la gracia plena del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. Estos sacramentos no solamente dan una profunda comunión nupcial con Dios, sino que incorporan también plena y obligatoriamente a la Iglesia concreta y capacitan para la edificación espiritual de esta comunidad, a no ser que Dios l1ame a un servicio en otra parte.

En este sentido el Seminario de la Vida en el Espíritu tiene sus deficiencias. Conduce a la experiencia espiritual, pero incorpora a la Iglesia solamente de modo deficiente. Este Seminario tendría que realizarse a base de libros litúrgicos, y especialmente a base del Ritual Romano para la "incorporación de adultos a la Iglesia", Ritual que se nutre de la tradición catecumenal de la Iglesia.

El antiguo catecumenado condujo al mundo pagano a la experiencia espiritual del Bautismo y de la Confirmación y fue uno de los más grandes esfuerzos de la Iglesia, tanto antes como después de Constantino. En aquel tiempo los recién bautizados quedaban realmente llenos del Espíritu Santo. También hoy un buen catecumenado cumple esta misma función en los países de misión. Muchos de nosotros, que fueron bautizados de niños, no son más que verdaderos catecúmenos (JUAN PABLO II, Catechesi tradendae, 44) Y necesitan un catecumenado para bautizados (Seminario de instroducción o Seminario de la vida en el Espíritu.

Aun hay otra razón: hemos de observar lo que Dios quiere hacer; debemos hacer lo que Dios quiere que hagamos. Pero también debemos hacer lo que hace la Iglesia, pues hace muchas cosas bajo la fuerza y acción del Espíritu.

(continará)