5.- UNIDAD Y PATERNIDAD ESPIRITUAL

- 5 - Unidad y paternidad espiritual
Como decía H. Nouwen, no hay que pensar que "si las personas, las circunstancias y los hechos hubieran sido diferentes el dolor no se habría dado. Eso sería verdad en parte, pero la verdad más profunda es que la realidad que te ha acarreado esa situación de dolor ha sido simplemente una manera de entrar en contacto con la condición humana del sufrimiento. Es la forma concreta en que participas del dolor de la humanidad" (14).

De este modo se nos recuerda que el dolor es una dimensión de la vida que no puede faltar, porque si faltara dejaríamos de ser lo que somos: "Seres caminantes por la historia". Dejaríamos de estar unidos al dolor de la humanidad y nos costaría ser profundamente solidarios con los que sufren.

El dolor nos une profundamente, nos hace sentir realmente "de la misma carne" a los negros y blancos, jóvenes y viejos, eruditos y analfabetos, bellos y feos. Derriba las murallas que nos separan y permite, por ejemplo, que en una sala de espera de un sanatorio despierte un sentimiento de solidaridad entre personas que en otras situaciones se habrían ignorado mutuamente.


Cuando no hemos sufrido, escapamos de los que están sufriendo, les tenemos miedo. Pero cuando hemos sufrido y nos sentimos vulnerables, perdemos ese terror ante el dolor ajeno, somos más capaces de acercarnos al que está sufriendo con verdadera compasión y sencillez. Así, el hermano puede encontrar una luz en nosotros porque ve que le hablamos desde una experiencia personal de dolor que pudimos enfrentar y transformar:

"Nuestros contemporáneos no buscan tanto modelos a imitar sino compañeros de ruta. Los que pueden conmoverlos, son esos hermanos de humanidad que han afrontado los mismos combates de la fe, los mismos desafíos de la esperanza, adhiriéndose a la fuente de la caridad lo más posible. Lo que nos hace amable y accesible la santidad es que ella sea "terrena", "ordinaria": aquella que es capaz de atravesar la pesadez de lo cotidiano, la oscuridad de la fe y la ingratitud de los hombres. Un amor que no se agota en lo afectivo, sino que se efectúa en el corazón de las crisis. Santos... que han encontrado en el amor una ocupación suficiente. Si los amamos, no es porque hayan hecho milagros, sino porque nos conmueven por su humanidad... He aquí lo que nos conmueve: que hayan hecho oro con el plomo, luz con el claroscuro, amor con la ofensa. Ellos son los verdaderos alquimistas de lo cotidiano" (15).

El mismo Jesús, fue más hermano nuestro que nunca cuando se entregó al tormento de la Pasión. Dice la palabra de Dios que Jesús "tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos", también en el sufrimiento, "porque, pasando él por la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando" (Heb 2,17~18). Igualmente nosotros, aunque por un momento en el dolor nos sentimos más solos que nunca, al mismo tiempo nos hacemos más que nunca hermanos de los demás:

"Tal vez se puede pensar en el sufrimiento como una gran herida que abre el corazón del hombre, no para matarlo, sino para hacerlo todavía más abierto, más grande, más listo para acoger al mundo entero, a toda la humanidad, y sentirse universal y perenne" (16).

Además, cuando nos sentimos interpelados por el dolor de otro y somos capaces de acercarnos solidariamente a brindarle nuestro simple consuelo, entonces nuestro propio dolor parece desaparecer, porque dejamos de colocarlo en el centro de nuestra atención, y en el centro comienza a estar el hermano que nos necesita. Pero esto sucede si logramos morir un poco a nuestro orgullo y no alimentamos la idea de que somos los únicos mártires en el universo. Amando desinteresadamente, entregándonos por el otro, logramos percibir místicamente que hay algo que nos sobrepasa.



Cuando alguien es incapaz de unir su dolor al dolor de los demás, sería bueno que se preguntara: "¿Por qué tengo que darme tanta importancia a mí mismo?". O podría decirse a sí mismo: "Mi ser no es el Ser, mi vida no es la Vida. El ser y la vida me superan y me trascienden. Están también en mis hermanos que sufren. El sufrimiento puede convertirse en una manera de compartir la vida de los pobres, marginados, excluidos; un modo de abrazarnos cordialmente a los crucificados del mundo."

Por otra parte, en el dolor podemos sentirnos padres, padres y madres espirituales, porque nuestro dolor engendra vida para los demás. Si nos entregamos a Dios y le ofrecemos por los demás nuestro dolor, entonces nace misteriosamente una vida nueva en los corazones de los hermanos.

Por eso puede suceder que cuando tenemos que cumplir una misión en bien de los demás, igual que la mujer cuando tiene que dar a luz a un hijo, aparece en nuestra vida algunas molestias (desalientos, temores, tristezas, molestias físicas, algo que perdemos, algo que tenemos que entregar con dificultad). Son como los dolores de un parto cuando nos vamos a convertir en padres y madres para los demás, cuando Dios nos está llamando a ser instrumentos para producir algo bello, para engendrar una vida nueva en los demás.


Nuestro sufrimiento, unido al de Cristo, se hace fecundo para los otros (Col.1,24). Sin que nosotros sepamos cómo, cuándo ni dónde, produce algo bello en el universo, derrama en algún lugar oscuro una chispa de luz.

Muchas veces, aceptar un sufrimiento y depender serenamente de Dios en el dolor, nos purifica, nos hace más humildes, nos libera y nos hace más desprendidos. Y eso nos convierte en un canal más límpido y dócil de la gracia de Dios para los demás. Por eso el dolor nos es inútil, y es muy consolador saber que ese dolor que debemos soportar sirve para algo, es fuente de vida, manantial oculto que sacia la sed de los demás.

CAMINO PERSONAL 5
1 Trata de contemplar por un instante el mundo del dolor. Recuerda la situación de las poblaciones en guerra, el temor a los bombardeos, los niños mutilados, las mujeres brutalmente violadas. Mira los hospitales, y la gente sufriendo enfermedades muy dolorosas. Recuerda el sufrimiento de los que pierden seres queridos, o se están deteriorando por el efecto del SIDA. Deja que se despierte la compasión. Recuerda la multitud de sufrimientos peores que los tuyos en el mundo entero, y piensa también en muchas cosas que tú no has tenido que sufrir en la vida.

Entonces, en un acto de sincera generosidad siente que tu propio dolor es una manera de ser solidario con el sufrimiento de los pobres, con la angustia del mundo doliente, siéntete hermano de ellos en el dolor, y ofrece tu propia molestia para que alguien, que esté mucho peor que tú, encuentra algún consuelo.

Pero podrías ser más generoso todavía, tratando de salir de ti mismo en el dolor, y sería el momento de ofrecerle alguna ayuda, un rato de gratuita compañía, un gesto amable y detenida delicadeza. Eso seguramente te ayudará a liberarte un poco de tu propia angustia.
NOTAS
(14) H.J.M. Nouwen, La voz interior del amor, PPC, Madrid 2001, 115
(15) c. Fupo, Alquimistas de lo cotidiano, en Études 3885 {París, mayo de 1998).
(16) G. BASADONA. Espacios de alegría. Bogotá 1998, 140.