SANACIÓN DEL ODIO

SANACIÓN DEL ODIO

Mons. Uribe Jaramillo

S. Pablo escribe a los Efesios: "Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros los que en otro tiempo estabais lejos habéis llegado a estar cerca por la Sangre de Cristo, porque Él es nuestra paz. El que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en Sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte al odio. Vino a anunciar la paz, paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca, porque por Él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu".

Señor Jesús, Tú eres la paz, Tú eres nuestra paz, Tú eres nuestro Salvador. Tú quitas nuestros pecados y nos devuelves la paz que habíamos perdido. Estamos enfermos interiormente, tenemos un corazón lacerado, por eso Señor nos acercamos a Ti con fe para pedirte que nos cures interiormente, para que destruyas el odio que hay en nosotros, para que alejes todos los temores que nos enferman, para que quites toda dolencia de nuestro corazón. Gracias, Señor, por tu amor. ¡Bendito seas, Señor!

La sanación interior es, sin duda, uno de los temas que más interesa en la Renovación Espiritual Carismática. Espero que la exposición que se hará a continuación sea útil a muchas personas que quizá no han tenido la experiencia amorosa. de Dios en sus vidas, porque carecen de esta curación interior que Él quiere realizar actualmente en cada uno de nosotros.

Este es un tema que encuentro cada vez más importante y más práctico. Muchas veces no disfrutamos de este gozo del Señor, de la alegría del Espíritu, del amor y de la acción de Dios en nuestras vidas porque estamos muy enfermos interiormente. Esta realidad de nuestra enfermedad interior sería un desastre contemplarla si no nos encontrásemos con la realidad de la salvación integral de Cristo. Recordemos las palabras de los ángeles o del ángel que habla en nombre de Dios a los pastores el día de Navidad: "Os anuncio un gozo muy grande que lo es para todo el pueblo: hoy os ha nacido vuestro Salvador". Pero esta palabra "Salvador" queda a veces para nosotros como en el aire y no caemos en la cuenta de que es algo concreto, algo que abarca toda nuestra persona y toda nuestra vida.

Pablo VI, durante el Año Santo celebró una Eucaristía por los enfermos en la Plaza de S. Pedro y allí pronunció una homilía muy interesante en la cual nos recordó que "Cristo es el Salvador del hombre y el Salvador de todos los hombres". Esa fue la idea expresada ya por S. Atanasio hace ya muchos siglos. Dice este Santo Padre: "Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de Él ha conseguido la salvación toda la humanidad y de ninguna forma es ficticia nuestra salvación. Y no solo la del cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo,. se ha realizado en Aquel que es la Palabra." La salvación del Señor se extiende a toda nuestra persona, a nuestro espíritu, a nuestra alma, a nuestro cuerpo, a nuestro mundo emocional.

Muchas veces en nuestro ministerio sacerdotal no comunicamos la salvación de Cristo a la enfermedad de las emociones, a la enfermedad mental, al mundo interior enfermo, porque creemos -al menos en la práctica- que la salvación se limita a que el Señor nos de la gracia en el Bautismo, nos la devuelva por el Sacramento de la Reconciliación, nos conceda la gracia de morir unidos a Él y entrar así al cielo. Esto es lo principal, pero no olvidemos que la realidad de la permanencia de Cristo actúa en nuestra vida toda. Dios no está limitado por el tiempo, el tiempo es la duración sucesiva de las cosas y en Dios no hay sucesión, por eso "Cristo que es Dios verdadero es el mismo ayer, hoy y por los siglos". Nos hacemos a veces a la idea de un Cristo que tiene veinte siglos de muerto y resucitado pero sin que esa resurrección se convierta en una realidad concreta en nuestras vidas. Olvidamos que Él hoy sana, como sanó entonces, que lo que Él hizo hace veinte siglos lo realiza ahora y lo efectuará dentro de muchos siglos porque es el mismo.

Una de las cosas que encuentro más importantes en la Renovación es ésta: cómo el Espíritu del Señor nos está colocando frente a un Cristo concreto y maravilloso que actúa como Salvador en nosotros. Nos acerca a Cristo, no solamente en la mente, sino en el corazón y en la vida. Y cuando el sacerdote y la religiosa descubren esto, el ministerio encuentra una proyección nueva, muestra una inmensidad cada día creciente, porque uno empieza a experimentar en su persona la realidad de la salvación integral de Jesús y se convierte entonces en ministro de salvación de Cristo, pero de una manera concreta, en todo el hombre y en todos los hombres.

Este es el tema en el cual estamos reflexionando ahora con la gracia del Señor. La sanación interior que realiza Cristo abarca muchas áreas: Él viene como Salvador ante todo del pecado y la sanación interior tiene que comenzar por la conversión. A veces se olvida este aspecto y se habla de otras áreas muy importantes de la sanación interior, pero sin mucho provecho porque no se parte de lo fundamental.

La PRIMERA sanación que Cristo hace en nosotros es la de la CONVERSIÓN. Recordemos algo que es muy importante tener presente cuando se trata este asunto. Cuando S. Marcos nos habla del comienzo del Evangelio del Señor, nos dice lo siguiente: "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia".

La primera preocupación de Cristo cuando comienza su ministerio es proclamar la Buena Nueva de la Salvación. Hay un Salvador, pero para que el hombre pueda recibir esta Buena Noticia de la Salvación tiene que dar un paso hacia Él, el de la conversión; tiene que volverse hacia ese Señor que es el Salvador para que pueda recibir su palabra y su consuelo, para que pueda enriquecerse con su gracia, para que pueda llenarse de su Vida. Si ese hombre continúa con su mirada puesta en los ídolos, con su mirada en algo distinto de Cristo, no podrá recibir el beneficio de la salvación del Señor. Por eso, Cristo lo llama por su nombre. Es maravilloso saber, como dice el Salmo, "Dios llama a cada estrella por su nombre y Dios conoce y pronuncia los nuestros". Para el Señor no somos masa, no somos "cosas", somos personas, integramos su pueblo, pero como personas. Él sabe quién es cada uno de nosotros y todos preocupamos al Señor. Él nos llama por nuestro nombre para que nos volvamos hacia Él. Esa es la CONVERSIÓN: dejar el pecado, dejar de mirar el ídolo, para contemplar el rostro del Señor, para embriagamos con la belleza de ese rostro, como dirá el Salmo, eso es lo que quiere el Señor, que nos encontremos con Él, que dejemos todo para abrazarlo a Él.

La CONVERSIÓN tiene que partir del reconocimiento de la realidad del pecado y de la santidad de Dios. Cuando Juan Bautista señala a Cristo, dice: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". No dice únicamente que perdona, sino que QUITA EL PECADO. Para Juan Bautista, la presencia de Cristo era necesaria como Salvador del pecado, porque Juan Bautista había dedicado su ministerio también a llamar a la conversión, "a allanar los caminos" para que pudiese llegar el Salvador.

Pero fijémonos en una realidad que ojalá la reconozcamos delante del Señor: una de las grandes calamidades de esta época ha sido el empeño que hemos puesto. a veces los. mismos sacerdotes. para hacer creer a los demás que no hay pecado o para quitarle toda importancia. Esta ha sido la gran calamidad de esta época. Haber buscado, inclusive, en la Psicología y en una Moral de Situación razones para excluir el pecado de la vida, pero no dejamos de ser pecadores por eso. Esto es lo que dificulta nuestra conversión, porque no nos convertiremos al Señor si no nos sentimos pecadores y esta realidad dolorosa es la que nos tiene tan enfermos.

Cuando una persona se deja conducir por el Espíritu del Señor empieza a reconocer -y esta es una gracia muy grande- su realidad de pecador. Empieza a reconocer que el pecado le aleja de Dios y esta es una de las mayores gracias del Señor, la de sentimos pecadores. RECORDEMOS LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y DEL PUBLlCANO. El fariseo estaba pensando y argumentando así, buscaba las mismas excusas que se presentan ahora: "Gracias Señor, porque no soy como los demás hombres". Aquel fariseo no se reconocía pecador, empieza a recorrer las buenas obras que ha hecho: ayuna varias veces a la semana, da limosna, guarda la ley y ese hombre, con esto mismo, está pecando por orgullo, es - el soberbio que se siente maravilloso delante de Dios. De éste nos dice el Señor que "volvió pecador a su casa". Está cerca del altar y, sin embargo, no está cerca de Dios. Pero en la puerta hay un pobre publicano que empieza a pedir perdón a Dios: "apiádate de mí porque soy un pecador", éste vuelve justificado a su casa.

No temamos pues encontramos con la realidad del pecado. Es una de las grandes gracias que necesitamos. No se trata de complejo de culpa, esto es un mal, sino de la realidad de que somos pecadores. Así como cuando la luz entra en una habitación comienza a mostramos toda la suciedad que hay en ella, vemos el polvo en el rayo de luz y empiezan a aparecer las manchas y las cosas feas, este es un beneficio. Cuando uno está en la habitación oscura cree que no hay nada sucio, nada podrido, nada malo. Si el Espíritu del Señor va proyectando su luz sobre nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestro interior, y nos va mostrando lo malo que hay en nosotros, nos concede un gran favor porque ese es ya un comienzo de sanación interior. Y no hagamos el mal tan grande a los demás de dejarlos tranquilos en una vida de vicio, diciéndoles que "eso no tiene ninguna importancia, que eso es propio de la época". No se trata de formar personas escrupulosas, pero se trata de formar cristianos. El cristiano tiene que ser el gran inconforme frente al pecado y el cristiano nunca se puede sentir tranquilo cuando ha cometido la falta. El cristiano siempre tiene que buscar el perdón del Señor, la purificación de Cristo. El grito del cristiano es el que pronuncia en la Eucaristía: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de mí. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dame tu paz". Y esta paz que nos comunica Cristo cuando perdona nuestros pecados es la que nos va sanando progresivamente.

Pero no podemos disfrutar de la paz del Señor mientras no rompamos definitivamente con el pecado. Me convenzo cada día más de que esta Renovación espiritual, que es más seria de lo que nos imaginamos, encuentra resistencia en muchas personas por las exigencias que impone. Si no pidiera tanto. se recibiría y se aceptaría muy fácilmente. pero como la Renovación es CAMBIO DE VIDA, exige CAMBIO DE CRITERIOS y CAMBIO DE ACTITUDES, CAMBIO DE MOTIVACIONES POR TODO LO QUE SEA EVANGÉLlCO, ES POR TANTO MUY DIFÍCIL E INCOMODA MUCHO. El que entra en la Renovación se complica la vida. SÍ, SE LA COMPLICA, es verdad. Se la complica porque comienza a descubrir la realidad del pecado, se la complica porque el Señor empieza a pedirle que "deje esto" y "que haga aquello". Y el Espíritu del Señor es muy exigente. Se complica la vida pastoral, porque el trabajo aumenta después. El sacerdote que antes de la Renovación tenía tiempo para muchas cosas, ahora carece de él para atender debidamente a todas las personas que buscan en él a Cristo y que demandan especialmente sanación interior. No creamos que la Renovación es una lotería para llevamos a una vida fácil, no, la vida del cristiano nunca será fácil. La vida de los cristianos en los Hechos de los Apóstoles no fue fácil. S. Pablo escribirá con razón: "Los que son de Cristo crucifican su cuerpo con sus vicios y sus concupiscencias". El cristiano tiene que ser siempre un crucificado, tiene que decir también con Pablo: "Estoy clavado con Cristo en la cruz".

El Señor nos había dicho: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz todos los días y sígame". Recuperaremos la salud interior en la medida en que le pidamos al Señor perdón por nuestros pecados. en la medida en que descubramos con la luz del Espíritu todo lo que hay de malo en nosotros y lo pongamos delante de la Sangre sacerdotal de Cristo para que Ella lo purifique totalmente. La Sangre de Cristo nos lava de todo pecado. Pero si dejamos esto a un lado y entramos por otro aspecto de la sanación interior, estamos fallando por la base. Por eso, "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz". La paz de Cristo, tu paz Señor, la que nadie puede dar sino Tú. Esa paz tuya, Señor, que como dice S. Pablo: "supera todo lo que pueden dar los sentidos", esa paz que exige el arrepentimiento del pecado, esa paz que es fruto precisamente de romper los ídolos, esa paz, Señor, que tanto necesitamos y que es la que va realizando nuestra curación interior.

Para fortuna nuestra, contamos con el amor del Señor que nos purifica de todas nuestras miserias. El profeta Ezequiel tiene esta maravillosa profecía:

"Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré y os daré un corazón nuevo. Infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que Yo di a vuestros padres, vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios".

Pero la sanación interior no se limita al campo del pecado, abarca también ese mundo enfermo que es la consecuencia del pecado. La Psicología nos ha ido mostrando cada día más la realidad de ese mundo interior del subconsciente en donde se han ido acumulando el odio, el miedo, los resentimientos, los complejos de distinta índole. Todo ese mundo del subconsciente que es como un sótano en el cual nosotros vamos arrojando cosas penosas, duras, con el deseo de que desaparezcan, pero que quedan allí con toda su fuerza destructora y que vienen a convertirse en una especie de volcán que estalla cuando menos lo pensamos. Que aparece en actitudes, en manifestaciones de conducta y aún en enfermedades corporales.

La medicina psicosomática avanza precisamente en esa línea. Ha comprobado cómo muchas de las enfermedades del cuerpo como, por ejemplo, varios tipos de artritis, muchas úlceras, eczemas, asmas, dolores de cabeza a veces incurables, tienen una causa que se llama ENFERMEDAD INTERIOR: acumulación de odio, de miedo, de rechazos..., todo eso que no se puede expresar a veces dé otra manera, que se tiene reprimido, busca su escape afectando al cuerpo porque está enferma la mente, porque no está sano el corazón.
El término bíblico "corazón" significa todo el mundo de las emociones y por eso la medicina no puede calmar ni curar estas enfermedades. Vemos, por ejemplo, cómo la artritis es incurable. La persona tiene épocas menos agudas, pero la enfermedad permanece y lo mismo sucede con ciertos asmáticos; cuando esta enfermedad es efecto de una represión interior, estos enfermos tienen sus días mejores, pero el asma permanece. ¿A qué se debe todo esto? A que una nueva emoción viene a producir una nueva reacción y aparece entonces la dolencia que, aparentemente, había terminado. A veces, se agravan las enfermedades, ¿por qué? porque el médico apenas ha atacado los síntomas, no ha destruido la causa. Solamente cuando ésta se quite, desaparecerá el efecto.

Estamos viendo ahora cómo la gente que está buscando y encontrando la sanación interior, está hallando también, como reflejo y como consecuencia muchas veces la misma salud corporal, pero lo grave es la repercusión que todo este mundo enfermo tiene en nuestra conducta: tantas actitudes agresivas, tantas situaciones de descontrol que uno no quisiera tener y que ha prometido no volver a repetir, todo eso se vuelve a presentar ¿por qué? porque. no ha sido sanado aún el mundo interior enfermo.

Podemos separar dos cosas para que nos orientemos un poco en esta sanación interior. La primera sería la sanación de los recuerdos dolorosos y luego la sanación de las emociones enfermas. SANACIÓN DE RECUERDOS DOLOROSOS Y SANACIÓN DE EMOCIONES ENFERMAS. Dos puntos importantísimos.

Recomiendo para este estudio de todo el mundo interior enfermo, el libro que publicaron dos psiquiatras americanos, el Dr. Parker y el Dr. Jhons, tiene como título: "La psicoterapia en la oración". Es un estudio que ellos como científicos quisieron hacer para ver si la oración sanaba o no las dolencias de la mente, estos problemas psicológicos. Hicieron un test y luego una experiencia con treinta personas y llegaron a la conclusión de que por medio de la oración en grupo se obtenían mayor número de curaciones y con más profundidad. Estos especialistas demuestran qué es lo que enferma a la persona, lo que ellos llaman "los cuatro demonios principales", en términos psicológicos: el demonio del ODIO, el demonio del MIEDO, el demonio del COMPLEJO DE CULPA Y el demonio de los COMPLEJOS DE INFERIORIDAD. Dan una prueba científica de la repercusión de estas enfermedades interiores en la conducta y aún en la salud corporal.

La mayor importancia la dan, claro está, al ODIO. Voy a referirme a é! porque nosotros estamos todos enfermos interiormente, unos más y otros menos, de odio. Porque ninguno de nosotros ha recibido todo el amor a que tenía derecho y que anhelaba desde el momento de la concepción. El plan de Dios ha sido el de creamos a imagen y semejanza suya. Recordemos cómo en el Génesis, cuando Dios va a crear al hombre dice: "Hagámoslo a nuestra imagen y semejanza". La explicación de estas palabras está en parte en el hecho de nuestro ser espiritual, de nuestra alma. Por nuestro espíritu nos asemejamos a Dios que es Espíritu, por este aspecto podemos decir que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto es cierto, pero es solo una parte. Cuando Dios dijo: "Voy a hacer al hombre a imagen y semejanza mía" quiso decir algo maravilloso. Dios es Amor y quiso que el hombre y la mujer se asemejasen a Él, porque tenían la vocación de amar y de ser amados. Dios ama y es amado. Y en la medida en que el hombre crezca en el amor, en esa medida se asemejará a Dios que es el Amor infinito, y nosotros nos asemejamos al Señor y recuperamos la sanación interior en la medida en que crezca el amor del Señor en nuestros corazones.

A la vez, nos enfermamos en la medida en que carecemos de amor, en la medida en que el amor nos falte, y esa ha sido la realidad nuestra: que muchas veces la tragedia, el trauma, ha empezado en una concepción que no era deseada. ¡Cuántas veces la madre no quería tener un hijo porque se sentía enferma o porque ya tenía muchos, o por toda esa propaganda de la época moderna del lujo, de la sociedad de consumo...! Por una causa o por otra, pero aquella mujer que queda embarazada sin querer tener un hijo lo está rechazando desde el primer momento y ese rechazo está repercutiendo ya en el cerebro ya de ese niño, lo está traumatizando, lo está enfermando interiormente.

Científicamente se ha comprobado cómo las reacciones de la madre, desde la concepción del niño, están repercutiendo en él. Lo que llaman los psicólogos "las caricias positivas. o "los toques negativos", unos para bien y otros para mal.

Muchas veces viene un embarazo en el cual la madre por enfermedad, por cansancio, porque el marido no tiene trabajo, porque es un borracho, por lo que se quiera, está llevando con disgusto a ese niño. Puede ser una madre cristiana, inclusive. No desea abortar, pero lo lleva con cansancio, con disgusto, no quiere tener a ese niño. Todo esto enferma a esta persona. Ese niño no está recibiendo la ternura, el amor, la acogida del seno materno.

El Señor quiso crear al hombre "a su imagen y semejanza" y por eso determinó que la vida humana empezase con el acto de amor más grande que puede darse entre el hombre y la mujer, la unión íntima matrimonial. Es como fruto de la mayor expresión de amor de dos esposos como tiene comienzo la vida humana en el plan de Dios, porque lo hizo "a imagen y semejanza suya" y Dios es Amor. Y cuando ese amor empieza a faltar en la concepción, en el seno materno, el niño va enfermando, va adquiriendo traumas que tendrán después terribles consecuencias.

Muchas veces el trauma se recibe también en el momento mismo del nacimiento, es un parto doloroso, difícil, y después empieza el niño a mostrar las consecuencias, a manifestar su enfermedad, porque tampoco a veces en los brazos de la madre no recibe todo el afecto que necesita, porque fue creado "a imagen y semejanza de Dios" que es Amor para recibir amor, a fin de poder después dar amor y en esta etapa él no puede dar amor, tiene que recibirlo, y muchas veces lo que está recibiendo es rechazo voluntario o involuntario. No digamos que está pecando esa madre o que está faltando ese padre, pero esa madre -por ejemplo- pobre, que tiene que ir a trabajar, que tiene que dejara su niño solo, encerrado en un cuarto o a cargo de una vecina, ese niño que no está recibiendo el amor de la madre..., será un enfermo en su interior. Ella tiene que irse a trabajar, pero las consecuencias para el niño permanecerán. Es un niño que crece sin afecto, sin amor, y será el agresivo del mañana. Crece en un ambiente donde el padre no tiene cariño; puede ser que el padre cumpla, como se dice, con el deber, que lleve lo necesario, pero no da afecto y' cuando ese niño después recuerde a su padre tendrá que decir con pena: "Nunca tuvo una caricia para mí, nunca una muestra de amor, nunca me abrazó, únicamente escuché de él palabras duras: haz esto, no hagas aquello, no molestes, vete, déjame tranquilo...". Peor aún si ese padre es un borracho, viene entonces la tragedia, el mal trato a la madre que impacta al niño y el mal trato al niño. No nos extrañemos, pues, de' que haya tanta cosa dolorosa, lo raro es que no haya más.

Estamos frente a una humanidad enferma porque no ha recibido amor, porque le ha faltado mucho cariño y esto en los primeros años de la vida, que son los decisivos para todo hombre. Todo el amor que falte en los primeros años estallará después en odio. Odio es lo que queda en nosotros cuantas veces no recibimos el amor que necesitamos y que esperamos. Los primeros años de nuestra existencia influyen definitivamente en toda nuestra vida. Si hemos acumulado odio en esa época, estallará más tarde. ¿Cuándo? No lo sabemos, pero estallará. Tal vez nos enfermaremos corporalmente o tendremos una conducta enferma, una conducta enferma que es peor todavía que un organismo enfermo.

Y si seguimos con la vida de la persona, encontraremos cómo después en la escuela vamos a tener el rechazo muchas veces con determinado profesor, con determinados compañeros, y el problema crecerá. Crecerá después en el Seminario, en el Noviciado, en la vida de trabajo. El rechazo que hemos ido recibiendo de talo cual persona se irá acumulando en nosotros como odio. Pero esta visión sería tremenda y es la que nos presentan los psicólogos, si no tuviésemos ilusión, si no contásemos con el amor infinito del Señor.

Cuando Jesús nació en Belén, encontró un mundo dominado por la violencia, el resentimiento, la guerra y la esclavitud. Por eso, vino a ofrecerles su paz. Esta palabra bendita fue el canto de los ángeles en esa noche maravillosa: "¡Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!" A lo largo de su ministerio, el Salvador prodigó este regalo de su paz y sanó muchos corazones heridos por el odio.

Un caso maravilloso es la sanación del odio racial que Jesús efectúa en el corazón de la Samaritana. En su tiempo, como ahora, existía el odio racial. Los judíos y los samaritanos no se trataban, nos dice S. Juan en su Evangelio. Este odio racial impedirá que la Samaritana obsequie a Jesús el poco de agua que le pide: " ¿ Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy samaritana?" Pero Jesús no odiaba a los samaritanos, los amaba como amaba a sus hermanos los judíos. Por eso, no reacciona con agresividad ni dureza contra esta mujer despectiva, al contrario, ofrece el agua del Espíritu a quien le niega la del pozo. Jesús le respondió: "¡Si conocieras el DON de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber', tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva!". Jesús puede decir esto porque interiormente estaba sano. A lo largo de un diálogo lleno de amor divino, Jesús va sanando el odio de esta mujer, que termina dejando su cántaro a los pies de Jesús, mientras corre hasta la ciudad' y dice a la gente: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Y habló con tanto entusiasmo de Jesús que muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer. Le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días y fueron muchos los que creyeron por sus palabras. Todo esto porque el amor de Cristo sanó el odio racial de aquella mujer y de sus compatriotas.

La sanación del odio que separaba a dos pueblos y que solo pudo ser efectuada por Jesús, está sintetizada admirablemente por S. Pablo en su carta a los Efesios; con estas palabras:

"Pues Cristo es nuestra paz que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos... haciendo la paz y reconciliar con Dios en un solo Cuerpo por medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte a la enemistad.

Vino a anunciar la paz. Paz a vosotros que estabais lejos y paz a vosotros los que estaban cerca, pues por Él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu".


El mundo actual está destrozado por odios personales, nacionales y raciales y este odio ha llegado hasta el deporte y las manifestaciones de la cultura. Todos los esfuerzos de las Naciones Unidas y las Conferencias de paz han sido inútiles y lo serán mientras no las anime el Espíritu del Señor. Solamente Jesús es capaz de derribar los muros que separan a los pueblos y de dar muerte alodio con su infinita paz.

Otro caso conmovedor es el de la sanación del corazón destrozado de PEDRO. Si hubo un corazón herido por el dolor fue el de Pedro después de su triple negación de Cristo durante la Pasión. Pedro amaba a Jesús sinceramente. No era un farsante cuando dijo: "Aunque todos se escandalicen de Ti, yo jamás me escandalizaría". Ni cuando añadió: "Aunque tenga que morir contigo no te negaré". Horas después y frente a unas siervas dijo repetidas veces: "No conozco a ese hombre". Empezó él a maldecir y a jurar: "No conozco a ese hombre", pero afortunadamente estaba frente a Jesús que no se arrepiente de amamos y que es la bondad infinita. Él estaba listo a perdonar a su apóstol infiel y, más aún, a sanarlo interiormente. "Vuelto el Señor, miró a Pedro y Pedro se acordó de las palabras del Señor cuando le dijo: "Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces., y saliendo fuera lloró amargamente. Es lo que nos dice S. Lucas en su Evangelio.


Sanación interior de José, en el A.T.: 

"... Al terminar este llanto, José dice a sus hermanos: "Yo soy José, ¿vive aún mi padre?" Sus hermanos no podían contestarle porque se habían quedado atónitos ante él. José dijo a sus hermanos: "Vamos!, acercaos a mí!" Se acercaron y él continuó: "Yo soy vuestro hermano José a quien vendisteis a los egipcios. Ahora bien, no os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros, porque con este van ya dos años de hambre sobre la tierra y aún quedan cinco años en que no habrá arada ni siega. Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá sino Dios, y Él me ha convertido en padre del Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto. Subid deprisa donde mi padre y decidle: "Así dice tu hijo José: Dios me ha hecho dueño de todo Egipto, baja a mí sin demora. Vivirás en el país y estarás cerca de mí tú y tus hijos y nietos, tus ovejas y vacadas y todo cuanto tienes. Yo te sustentaré allí, pues todavía faltan cinco años de hambre, no sea que quedéis en la miseria tú y tu casa y todo lo tuyo". Con vuestros propios ojos estáis viendo y también mi hermano Benjamín con los suyos, que es mi boca la que os habla. Notificad, pues, a mi padre toda mi autoridad en Egipto y todo lo que habéis visto, y enseguida bajad a mi padre acá. (la escena termina de una forma conmovedora). Y echándose al cuello de su hermano Benjamín lloró. También Benjamín lloraba sobre el cuello de José. luego besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos, después de lo cual sus hermanos estuvieron conversando con él."


Encontraremos en la vida real nuestra un caso de sanación interior tan perfecto y admirable como este que nos ha descrito el sagrado libro del Génesis, si creemos firmemente en las palabras que escribe S. Pablo a los Hebreos: "JESUCRISTO ES El MISMO AYER, HOY Y POR LOS SIGLOS", nos acercaremos con fe y con confianza a Jesús y Él sanará también ahora, como sanó por ejemplo a la Samaritana, el odio que haya acumulado en nosotros.

Podemos emplear un método muy sencillo para conseguir esta curación interior. Recorrer nuestra vida con Cristo, detenemos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle con humildad y con confianza que lo sane. En este recorrido iremos descubriendo el amor que nos faltó en un momento o en otro. Con fe en la presencia de Jesús que recorre con nosotros nuestra existencia, nos detendremos para decirle: "Tú, Señor, que eres el Amor, Tú que estabas presente cuando recibí esta ofensa, cúrala en este momento. Derrama sobre esta herida el bálsamo de tu consuelo. Dame, Señor, el abrazo que se me negó entonces, prodígame la caricia que no me dieron en aquel momento, dime la palabra bondadosa que no escuché, sana la herida que me causó aquella frase dura, aquella actitud violenta. Sáname, Señor, te lo pido". Si hacemos esto con fe, el Señor derramará el óleo de su paz, de su amor, de su perdón, sobre cada una de esas heridas. A una herida seguirá otra, a una sanación seguirá otra, puesto que es un proceso el que va realizando el Señor.

Una manera muy fácil de comprobar si se da sanación o no es esta: si al recordar después lo que antes nos causaba odio. dolor. angustia. lo hacemos ahora con paz y aún con alegría. En este caso. la sanación habrá sido total.

Las horas que dediquemos a recorrer nuestra vida con Jesús para detenernos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle que lo sane con su amor y con su paz, serán quizá las más útiles. Progresivamente, se irá cumpliendo este PROCESO de sanación interior y comprobaremos (y tal vez lo otros comprobarán. también) cómo nuestro corazón enfermo va siendo cambiado por un corazón sano, cómo empiezan a desaparecer las manifestaciones de nuestra enfermedad anterior, cómo van siendo reemplazadas por actitudes cristianas, cómo al odio sucede la paz, cómo a la agresividad sigue la mansedumbre, en una palabra, cómo la acción del Señor que es Amor se va manifestando en nuestras vidas.

En un día de Retiro espiritual, en un día de silencio en el campo; aún en horas de la noche, podemos dedicamos a hacer este. recorrido con Jesús y recibir de Él la curación que quiere hacer de nuestros corazones rotos, de nuestros corazones atribulados. Es el Señor y, por lo mismo, es el Amor.

Ruth Carter ha escrito un libro muy interesante sobre sanación interior y en él insiste en la importancia que tiene para el logro de esta sanación interior emplear la imaginación, visualizar la persona de Cristo que actúa en cada uno de estos momentos, para sanamos interiormente. La imaginación ha sido des prestigiada entre nosotros. Puede hacemos mal, claro está, pero puede también producir grandes beneficios. Es parte de nuestra persona, tiene una misión muy importante y debemos utilizarla. Con una imaginación bien encauzada encontramos la manera de trabajar positivamente en nuestra sanación interior. Si cambiamos la escena dolorosa que nos causó un trauma por otra positiva en la cual Jesús se presenta como el Amor, como el Padre bondadosísimo, como el Amigo lleno de fidelidad, veremos cómo se modifica también nuestra situación interior. Esta imaginación interior puede avivar nuestra fe, puede animar también nuestra confianza, puede facilitar nuestro acercamiento al Señor. Nuestra enfermedad interior es el resultado de un largo proceso y, por lo mismo, la sanación interior no es obra de un momento, sino el resultado de un largo proceso. Empleemos este método de sanación interior y veremos muy pronto sus magníficos resultados.

Pero también podemos acudir al ministerio de sanación interior. El Concilio nos ha recordado cómo Jesús realiza su salvación EN la Iglesia y POR la Iglesia. La mayor parte de la salvación se nos comunica por medio de otras personas que sirven como ministros del Señor en un momento determinado. Por ejemplo, EL PERDÓN DE LOS PECADOS, ordinariamente lo recibimos por el ministerio del sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación. La sanación física se consigue muchas veces por el ministerio de una persona 'que ora con fe por nosotros. Lo mismo podemos decir de la sanación interior.

El Señor está multiplicando en estos momentos el carisma de sanación interior. En muchas partes se han formado equipos de personas que están orando por sanación interior con un fruto y resultado magníficos. Pero, claro está, .el medio mejor para conseguir este ministerio de sanación interior es en el Sacramento .de la Reconciliación. Muchos sacerdotes están trabajando en esta línea y están obteniendo resultados verdaderamente admirables.

El P. Miguel Scanlan, el autor de “Sanación interior" ha escrito un importante folleto sobre este tema. Creo que la Renovación que quiere la Iglesia en este punto tan importante, el del Sacramento de la Reconciliación, será una plena realidad cuando los sacerdotes nos convenzamos de la riqueza de sanación interior y dediquemos buena parte a orar con las personas por la sanación de las raíces del pecado y la curación de las secuelas que él haya dejado en sus vidas.

Quiero referirme a algunos casos que nos demuestran la realidad de la sanación interior. Un día me pidió un sacerdote que orara por él, se hallaba en la Renovación y estaba descubriendo con admiración creciente el poder de sanación interior que hay en Jesús. "Me siento muy cambiado", me dijo. "Estoy mucho mejor en mi interior que antes, pero sé que aún necesito mucha sanación interior". "Y ¿qué es lo que más te preocupa en este momento?", le pregunté. "Tengo la impresión de que soy poco aceptado, creo que mis superiores no me quieren ni tampoco mis feligreses. Me da la sensación de que me toleran, pero no me siento amado. En el fondo me siento rechazado. Esta situación me ha mantenido en una dolorosa soledad espiritual. Por fortuna la experiencia que he tenido del amor de Jesús me ha dado nuevos bríos, su presencia amorosa me está sanando, pero sé que necesito ayuda y por eso he venido para que oremos, a fin de que el Espíritu del Señor sane las zonas profundas de los rechazos que "recibí al comienzo de mi vida, pues tengo el presentimiento de que algo no estuvo bien y que esa falta de aceptación plena ha repercutido en mi situación posterior".

Oramos un rato para pedir al Divino Espíritu que guiara nuestra oración de sanación y pusiera en nuestros labios lo que debiéramos decir. Al terminar, le manifesté: "Creo que debemos que concretarnos ahora en pedir la sanación de la falta de aceptación que tuviste varias veces desde tu concepción hasta tu nacimiento. Han venido a mi memoria las palabras del Salmo 50: "en pecado me concibió mi madre". No es que el acto de nuestra concepción haya sido pecaminoso, sino que el pecado de nuestros padres y de nuestros antepasados dejó quizá tales huellas en nuestros padres que les impidió engendrarnos y concebirnos con perfección de amor, y en cambio quizá lo hicieron con sentimientos de egoísmo, de miedo o de rechazo materno, que constituyeron ya nuestro primer trauma. Entonces, pidámosle a Jesús que, Él que estuvo presente en ese instante, ponga los sentimientos y las actitudes y los afectos y el amor debidos, para que ese acto definitivo sea el comienzo feliz de nuestra existencia. "Quita de nuestros padres, en ese instante de nuestra concepción, todo sentimiento de angustia, de violencia, de miedo, de egoísmo, y lIénalos de tu amor. Sana, Señor Jesús, el momento y el acto de nuestra concepción, que tanto mi padre como mi madre deseen con amor muy grande mi concepción, que la anhelen, Señor. Gracias porque sé que nos oyes". Guardamos silencio un rato, repitiendo esta súplica, en la seguridad de que el Señor la oía y la acogía. "¿Tú eres el primogénito?", le pregunté. "Sí", respondió. "¿Tu madre ha sido tranquila o nerviosa?". "Muy nerviosa y ofuscada", contestó. Oremos, entonces, para que el Señor sane los rechazos que pudiste recibir de su parte durante los meses del embarazo. Recuerdo ahora las profundas palabras del Salmo 70: "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti, en el seno Tú me sostenías. Desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios".

Y entonces, oramos así: "Señor Jesús, no sé si mi madre sintió miedo en lugar de alegría cuando comprobó que me había concebido. Tal vez estaba sola y se sintió asustada al pensar en lo que le esperaba. Acércate a ella en ese momento tan importante y quita de su mente toda idea sombría y llénala de alegría al saber que va a ser madre. Haz que sienta el deseo de ver a mi padre pronto para darle la buena noticia, llénala de felicidad y que esa alegría se transmita a mi mente y le sane del trauma que recibí cuando fui rechazado, sin que mi madre tuviese la culpa, pero debido a sus nervios."

Y después de un rato de silencio, durante el cual contemplamos a Jesús realizando esa sanación en nuestra madre y en nosotros, continuamos así: "Señor, quizá en los meses posteriores de mi gestación, mi madre sintió pesar de llevarme en su seno porque se sintió enferma, porque mi padre la dejó sola por estar con amigos o por su trabajo. Fueron momentos de rechazo para mí, que repercutieron ya en mi mente y me traumatizaron profundamente. Señor, hazte presente en cada uno de esos momentos y cambia los pensamientos y los sentimientos negativos de mi madre, por otros positivos y alegras. Veo, Señor, cómo le das paz en ese momento y haces que se sienta feliz al saber que crezco en ella y que pronto será madre. Gracias, Señor, por la felicidad que le comunicas y que yo experimento. ¡Qué bueno eres, Señor! ¡Bendito seas, Señor!

Después de esto, nuestro silencio fue más largo, mientras veíamos a Jesús efectuar esa serie de sanaciones, a la vez que experimentábamos una gran- paz interior que iba disipando y sanando ideas y traumas de rechazo. Saboreamos de nuevo las palabras del Salmo: "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti". "Siento también, dijo mi hermano .sacerdote, siento que se me quita un peso. Estoy ahora más seguro". Tenía la seguridad de que Jesús lo amaba desde el seno de su madre.

Le dije: "¿Por qué no oramos por la sanación de los posibles traumas recibidos durante el nacimiento? Fuiste el primer hijo y no sabemos cuán difícil haya sido tu alumbramiento y las angustias de tu madre en las horas previas y durante él. "Señor Jesús, Tú estabas allí en ese momento, derrama paz sobre mi madre en el instante de darme a luz. Sana lo que me haya traumatizado entonces. Recuerdo ahora las palabras del Salmo como escritas para mí: "En verdad, Tú eres el que me sacaste del vientre, el que me inspirabas confianza desde los pechos de mi madre. Desde el útero fui entregado a Ti".

Terminada la oración, me comentó mi amigo: "¡Cuántas personas estarán traumatizadas desde su concepción sin saberlo y sin recibir esta gracia de sanación! Son muchos los que son concebidos sin amor, sin ser deseados, y aún como fruto ge la brutalidad o de la violencia. ¡Pobres vidas! ¡A cuántos les quieren hacer abortar, a cuántos les llegan los malos tratos y los golpes que reciben sus madres cuando están embarazadas! Me explico ahora por qué hay tantos que tienen un complejo profundo de rechazo. Creen que nadie les acepta, que todos lo rechazan".

Días después, vino a visitarme este sacerdote y me dijo: "Me siento mucho mejor después de la oración que hicimos hace una semana. ¿Por qué no continuamos orando en esta dirección?". "Con mucho gusto", le dije. "Jesús está aquí con nosotros y es nuestro Salvador total, el Médico de las almas y de los cuerpos, como le llama la Iglesia en su liturgia".

Conocí en Bogotá a un profesional muy distinguido, dueño de una gran cultura y de mucho dinero. Todo lo que le rodeaba anunciaba felicidad, una esposa buena y delicada llena de amor, unos hijos que sobresalen por su dinamismo y capacidades, una salud corporal excelente para sus 38 años y un porvenir muy prometedor. Pero era un hombre angustiado, dominado por el miedo, y varias veces se ha sentido profundamente deprimido. ¿Qué le pasa? El especialista le ha dicho que no encuentra la causa. Ha buscado alivio en la medicina ven la oración, cree mucho en ella y además da a los pobres de acuerdo con sus posibilidades. Un día me buscó y me dijo: "Vengo porque no encuentro solución humana. Vengo para que oremos por mi sanación interior". Nos unimos en oración para pedir al Espíritu Santo su luz en este momento. Cuando la terminamos, le dije que habláramos un poco acerca de sus relaciones con sus padres. Poco a poco empezó a descubrir su posición frente al padre, posición que había sido de gran respeto y de gran temor porque había sido una persona muy inteligente, muy fuerte y exigente. Siempre le tocó trabajar con él y esto dejó una huella más profunda de lo que pudo imaginarse. ."¿Cuándo tuvo usted su primera depresión que le obligó a ir a la Clínica?", le pregunté. "Después de la muerte de mi 'padre. Antes de morir me encargó el cuidado de la hacienda, me recomendó también que ayudara a mis hermanos y a todos mis parientes. Aún ahora me siento angustiado cuando conozco los problemas que tienen algunos de ellos”. Durante largo rato fue enumerando hechos que mostraban cada vez más claramente cómo su vida había quedado ligada, cada vez más estrechamente, a la persona autoritaria y exigente de su padre, del cual se creía aún ahora el delegatario y el reemplazo. Le dije: "Lo que tiene enfermo es la serie de cuerdas que lo ataron a su padre y que sólo pueden ser cortadas por Jesús, para que usted se sienta libre con la libertad que da el Espíritu del Señor. Vamos a pedir esta liberación". Y fuimos rogando al Señor presente en nosotros que cortase una tras otra todas estas cuerdas, los recuerdos más dolorosos en ese campo de la opresión y deteniéndonos con Jesús para que fuese cortando cada una de esas ligaduras.

Después de dos horas de oración, exclamó este profesional: "Gracias, Señor, por la paz que experimento. Gracias porque veo el camino, gracias porque ahora empiezo a sentirme libre, gracias porque te veo en lugar de mi padre a quien he podido amar hoy. Antes de despedirme, le dije: "El Señor lo ha liberado, usted ahora se siente más cerca de Él. Y lo liberará más con respecto a su padre y a quienes hayan ocupado un papel parecido como gobierno, oficina de impuestos, etc.". Gloria al Señor.

Toda persona que se siente atada, instintivamente busca liberarse y hace toda clase de esfuerzos para conseguirlo. Mientras forcejea se vuelve agresiva y si no consigue esta liberación, entra en un estado de aflicción que puede convertirse en depresión. Por eso, la necesidad que tenemos de que el Señor corte las ligaduras emocionales que nos mantienen exageradamente atados a determinadas personas, sólo Él puede hacerlo. Pero no hay que olvidar que la sanación interior es un proceso y no un momento. Por eso, este ejercicio de cortar lazos emocionales tiene que repetirse hasta que la liberación sea total, entonces descubriremos la riqueza de estas palabras santas: "Donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad".

Muy claro es también este caso de sanación interior de una religiosa. En mis encuentros con las almas consagradas he comprobado cómo muchas veces sus problemas y dificultades en la vida de oración obedecen a falta de sanación interior y no a pruebas del Señor o a otras causas, como ellas o sus directores espirituales opinan.

Una religiosa muy observante y generosa me planteó varias veces su dificultad para encontrarse feliz con el Señor en la oración. Buscamos varias causas posibles como: apego a algo, deficiencia en la salud, ambiente poco propicio, falta de generosidad... y vimos que ninguna de ellas existía. Varias veces llegamos a la conclusión de una prueba del Señor que era preciso sobrellevar con paciencia hasta que llegase la hora de su manifestación. Pero un día, al hablar con ella, sentí la necesidad de indagar por su niñez para ver si aparecía alguna causa que explicase, al menos en parte, esta situación: cómo fueron sus relaciones con sus padres, le pregunté. Pedimos luces al Señor y pronto me dijo: "Desde niña me di cuenta del proceder de mi padre en mi hogar, de su frialdad para conmigo y esta realidad me ha herido mucho. Él fue generoso en la parte económica, pero no afectivamente." "¿Se da cuenta, le dije, de que en su corazón hay un rencor oculto que le ha impedido perdonar a su padre?". Calló y, después de reflexionar, me dijo: "Ahora lo comprendo". "Vamos a orar para que Jesús empiece a sanar todos los recuerdos dolorosos que usted conserva de su padre y le de un amor muy grande para perdonarlo, pero de corazón, para que usted de esa manera experimente amor hacia él. Vamos a orar para que el Señor empiece hoy un proceso de curación interior del resentimiento y para que este proceso continúe después". Así lo hicimos durante un rato y al terminar se sintió más tranquila y con más esperanza. Le recomendé que durante los días posteriores fuera pidiendo al Señor la curación de todos los recuerdos dolorosos que tuviera con su padre y la de los que guardase reprimidos. Meses más tarde recibí de ella una carta en la cual me decía lo siguiente: "Demos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Demos gracias al Señor por las maravillas que se ha logrado en mi alma en estos meses. Creo firmemente que puedo y debo ser alma de Dios, es el Espíritu el que me guiará a la meta, mi pobreza es suma, pero ya no me espanta porque Cristo la ha asumido". Este caso puede orientamos para descubrir cómo muchas veces las dificultades para experimentar en la vida consagrada o en la oración la paternidad amorosísima de Dios obedece a un resentimiento profundo que hemos guardado inconscientemente, quizá, contra nuestros padres, contra los superiores, contra las personas que influyeron en nuestras vidas. Y todo lo que hagamos para superar dicha situación será inútil mientras no consigamos del Señor la paz interior y un gran amor que nos permita perdonar y amar cordialmente a quien rechazamos porque nos rechazó.

Es aquí donde adquiere un nuevo valor para nosotros las palabras del Señor: "Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, luego vuelve y presentas tu ofrenda". Estas palabras del Señor nos muestran la necesidad que tenemos de perdonar para ser sanados. El odio enferma y el perdón cura. Esta es la gran verdad que todos debemos tener presente en nuestra conducta. Solamente en la medida en que perdonemos de corazón, esto es, en la medida en que lleguemos a amar a quien nos ha ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no es posible sin la acción del Espíritu del Señor en nosotros. Sólo Él puede capacitamos para realizar el anhelo de S. Francisco de Asís, que “donde haya odio ponga yo amor".

Lo primero que se requiere para esto es que descubramos todo el odio que hay acumulado en nosotros a lo largo de nuestra vida, que sepamos en realidad a quién odiamos y en qué grado, y esto no es fácil porque muchas veces creemos que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las respetamos, les prestamos servicios, oramos por sus intenciones y, sin embargo, guardamos resentimientos muy profundos porque nos han rechazado muchas veces. Dediquemos el tiempo que sea necesario para clasificar y' determinar las personas contra las cuales tenemos resentimientos.

Empecemos por NUESTRO SEÑOR. Estamos resentidos con Él porque creemos que no nos ama como a los demás, porque ha permitido talo cual pena, porque no ha atendido aparentemente la súplica que le hemos hecho por talo cual intención..., por eso vemos tantas actitudes negativas en el campo de la fe y de la oración y por eso también oímos a veces en los cristianos ciertas expresiones contra Dios que son verdaderas blasfemias. Encontramos este resentimiento particularmente en personas que han perdido un ser querido en circunstancias muy dolorosas, en quienes padecen una enfermedad larga y dura, en quien sufre por una calumnia grave o por un trato muy injusto, en quienes padecen los rigores de la pobreza, de la incomprensión o del abandono.


Cada día descubro en mi ministerio la necesidad que tienen muchas personas de reconciliarse con el Señor, por quien experimentan un profundo resentimiento. Es en este campo donde comienza la acción salvífica del Espíritu Santo, pues es Él quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y en Él gritamos: “Abba, Padre". La luz del Espíritu Santo nos va descubriendo la maravilla de la paternidad amorosísima de Dios y nos hace en todos los acontecimientos ver expresiones del amor de Dios siempre adorable. Una luz nueva se proyecta sobre los acontecimientos y empezamos a alabar al Señor y a expresarle nuestra gratitud por su misericordia. Así se sana esta terrible enfermedad que nos impide disfrutar de la paternidad de Dios y abandonamos confiadamente en su Providencia siempre adorable.


En este proceso de sanación del odio, NOSOTROS TENEMOS TAMBIÉN QUE PERDONARNOS. Hemos acumulado más odio contra nosotros mismos del que suponemos: defectos personales, fracasos, el trato recibido en el hogar y fuera de él y otras causas, nos han llevado a crear una imagen personal muy mala. Así es imposible que nos amemos y que miremos el futuro con optimismo.

Los resultados de este auto-rechazo son funestos y llevan a la auto-conmiseración, la que pronto desemboca en la depresión. El auto-rechazo aviva el fuego de la rebelión de nuestros corazones contra todo y contra todos. Esto sucede más ahora cuando vivimos en una sociedad cuyo ambiente es la rebeldía. También crea un exagerado interés por las cosas materiales y por el placer como única compensación del fracaso interior que se experimenta. Estas personas nunca saborearán la vida del Espíritu ni el amor de Dios., mientras no se contemplen en Él y reciban la gracia de amarse tales como el Señor las hizo y no descubran con la luz del Espíritu sus valores y sus grandes posibilidades. Sólo cuando nos miremos en el rostro de Dios, podremos cambiar nuestra mala imagen personal por una digna de un hijo de Dios.
Y para adquirir esta sanación interior que tanto deseamos, tenemos que perdonar a todas las personas que nos han ofendido: seres queridos, amigos, enemigos... Son muchos los que han dejado una huella dolorosa en nuestras vidas, pero ellos requieren perdón. El Señor nos ha ordenado hacerlo. Con su gracia lo conseguiremos y cuando logremos perdonar de corazón a los enemigos, entonces sí nos sentiremos sanos interiormente y experimentaremos el amor del Señor en nuestras vidas.

Meditemos con frecuencia en estas palabras de Isaías: "Habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad, voy a transformar a Jerusalén en alegría y a su pueblo en gozo. Me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos".


¡GLORIA AL SEÑOR QUE NOS SANA, GLORIA AL SEÑOR QUE NOS AMA, GLORIA AL SENOR QUE NOS ENRIQUECE CON SU PAZ!

Me arrojo en los brazos de mi Amado, con mis temores, angustias y ansiedades. Él me inspira la suficiente confianza para hacerla y me acoge con todo su amor. "lávame, sáname, fortaléceme, defiéndeme, lléname de Ti" -le digo- y Él me escucha y atiende con toda bondad. Empieza por llenarme de amor y así hace todo lo demás. El amor todo lo consigue: sana, purifica, fortalece y defiende.


Él nos dice en su Palabra: "Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo... al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado”. (ls. 66, 13-14)

Durante la mañana paso un largo rato ante el Sagrario. El amado quiere que solamente esté allí para Él. Quiere el regalo de mi presencia enamorada de Él. Sé que estoy allí para Él, y esto me basta, porque sé que es lo que desea mi Amado. No es simple presencia, sino presencia enamorada, para complacer con ella al Amado.

(Mons. Uribe Jaramillo)