DOLOR Y SANACIÓN

DOLOR Y SANACIÓN

Hno. Francisco Malvido

La felicidad que se nos va. 

"Y vio Dios que todo lo que había hecho estaba muy bien hecho" (Génesis 1:31). "Y Jesús proclamaba la buena noticia de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en la buena noticia" (Marcos 11:14-15). Esa buena noticia es la misma que el ángel anunció a los pastores en Belén: "No teman, les anuncio una gran alegría: hoy les ha nacido un Salvador" (Lucas 2:11).

Sin embargo, "El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva y pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación (Catecismo de la Iglesia Católica - 164).

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a El. (C.I.C.1500 y 1501).

San Agustín escribe en sus Confesiones: "Buscaba el origen del mal y no encontraba solución". Fuera de la fe, no hay soluciones, pero en la fe las encontramos.
"Por el bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado. En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.

"No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las debilidades inherentes a la vida, como las debilidades de carácter, así como una inclinación al pecado, lo que se llama "concupiscencia". La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien, 'el que legítimamente luchare será coronado' (2 Timoteo 2:5)" (C.I.C. 1263 y 1264). 
Dios no creó demonios; en su plan de creación no estaba la muerte, ni el dolor, ni la enfermedad, ni la angustia, ni el miedo, ni el odio ni la violencia.

Dios creó un ángel bueno, hermoso, inteligente y lo llamó Lucifer -el que lleva luz- pero, entre los dones que le dio estaba la libertad. Lucifer escogió el mal en lugar del bien y el odio en lugar del amor. Y Lucifer se convirtió en Satanás.
Adán y Eva también fueron creados libres y a sabiendas de lo que hacían, después de haber recibido hermosos dones de Dios, tuvieron más confianza en Satanás que en Dios y cometieron el primer pecado de desobediencia. Y sus descendientes siguieron pecando y "por el pecado entró la muerte en el mundo" (Romanos 5:12) y con el pecado entraron todos los males físicos y espirituales que nos hacen sufrir.

Ni Lucifer ni los hombres supieron apreciar el don de la libertad; no supieron emplear correctamente la libertad. No fue un error de Dios el darnos la libertad. Nos hizo libres para ser "parecidos a él" (Génesis 1:26) y poder amar, porque "Dios es amor" (1 Juan 4:8). ! Sin libertad no puede haber amor; el amor no se puede imponer a la fuerza. 
El hombre, aún el más malo, aún lleva en sí algo de esa semejanza con Dios que lo atrae hacia él, muchas veces inconscientemente, y al rechazar a Dios no puede ser feliz, pero sigue queriendo ser feliz y, al no encontrar la felicidad en el Dios que ha rechazado, busca la felicidad en falsos sustitutos: dinero, poder, sexo desordenado y todos los vicios. 
Ese afán de felicidad es natural a todos los hombres. Por eso deseamos sanarnos de los males que nos quieren quitar la felicidad. Es natural también que, los que creen en Dios, busquen en él esa sanación. Ya la Biblia lo dice: "Yo, el Señor, soy que te sana" (Éxodo 15:24).

La sanación 

A menudo buscamos primero sanarnos de los males físicos y enfermedades, pero hay también males espirituales que causan mayores daños y dolor: problemas emocionales, afectivos o de la voluntad, problemas en nuestras relaciones con los demás, obsesiones, tales como miedos, angustias, recuerdos dolorosos, odios, deseos de venganza, sexo desordenado.

Jesús no dudó en atender a los enfermos sanando sus dolencias, muchas veces haciendo milagros, pero sobre todo quería sanar los males del alma que son más dañinos: quitar el pecado, fortalecer la fe. Por eso, al paralítico de Cafarnaún le perdona primero sus pecados antes de curar su parálisis; a algunos les pide fe antes de curarlos: " ¿ Crees? (Mateo 8:28). Otro le contesta: "Creo, pero aumenta mi fe" (Mateo 9:24).

El orar por los enfermos es una obra de amor muy agradable al Señor. Muchos tienen el "don de sanación", don que da el Espíritu Santo (1 Corintios 12:9). Sentir piedad y compasión por el que sufre puede ser una señal de que tenemos ese don, pero si no me atrevo a orar no habrá sanación y nuestra compasión quedaría estéril. Tal vez me detiene el miedo al "qué dirán" si no sucede nada. Generalmente, el que ora no i sabe lo que va a hacer el Señor. Podemos rechazar la enfermedad como rechazamos al demonio, pero no podemos dar órdenes a Dios; hemos de acatar lo que Dios disponga. De cualquier forma, mi oración no se pierde, Dios la puede aplicar de otra manera de la que yo pensaba. Es diferente en el caso de que Dios haga saber al que ora lo que va a hacer.

Consideraciones para los que oran.

Tal vez en la Renovación en el Espíritu, como en algunas sectas y otras religiones, a veces falta algo de discernimiento al orar por sanación. Vamos a ver tres casos:

A. Es posible que el enfermo "busque los milagros del Señor y no busque al Señor de los milagros". Jesús reprochó a algunos por I eso: "Ustedes me buscan porque comieron panes hasta saciarse y no porque hayan entendido las señales milagrosas" (Juan 6:26). Por eso, antes de orar es conveniente tratar de que el enfermo tenga una actitud correcta. No siempre se conseguirá, pero hay que intentarlo y después confiar en el Señor que tiene su tiempo y sus caminos para obrar.

B. No tener en cuenta el valor redentor del sufrimiento. Ningún padre amó a su hijo como Dios Padre amó a su Hijo y, sin embargo, le pidió que viniera a la tierra a salvarnos, sabiendo que le costaría hasta su última gota de sangre derramada en la cruz. Si hubiera habido otra manera mejor de salvarnos, la hubiera escogido, pues para él nada es imposible. Jesús aceptó y nos redimió con su pasión dolorosa.

Pero, además, "Jesús ofrece a los hombres la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual de salvación" (Vaticano II - Gaudium et Spes 225). María fue la primera en asociarse a su Hijo en su dolor y por eso es "Corredentora". Y Jesús sigue invitando a algunos a "tomar su cruz y seguirle" (Mateo 16:24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 Pedro 2:21) (Ver C.I.C. No.618).

Los hombres pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios y de su Reino" (1 Corintios 3:9 y Colosenses 4:11) (C.I.C. 307).
A veces encontraremos enfermos a quienes Jesús ofrece el privilegio de asociarse a él en su obra redentora. Los reconoceremos por la paz que brota de ellos al aceptar y unir su dolor al de Cristo. Podemos orar por ellos, pero diciendo en alguna forma que "damos gracias a Dios por aceptar el dolor de... unido a los de Cristo y María" "pedimos fortaleza para sobrellevar sus sufrimientos" y "pedimos su curación o liberación cuando sea la voluntad divina".

Como ejemplo: A Patricia Devlin, ciega de nacimiento, que ha recibido la gracia de hablar con sus ángeles, el Señor le pide a veces que "si quiere" acepte un sufrimiento por un alma en peligro de condenarse. Cuando ella acepta, recibe un dolor intenso en alguna parte de su cuerpo, a veces también siente una gran angustia. Generalmente dura unas horas y todo se va como vino sin dejar consecuencias. Su ángel custodio le dice a veces que esa alma se salvó, pero hay algunas que no aceptan la gracia y se condenan. Ella tiene un Master en Psicología de la Universidad St. Paul Minnesota y trabaja en Lubbock, Texas, como , consejera matrimonial. Ha sufrido mucho y ha tenido muchas experiencias sobrenaturales que por obediencia narra en su libro "The Light of Love" (1995-1998 Queenship Publishing, P.O.Box 42028, Santa Bárbara, CA 93140 2028. Está traducido al español; misma dirección).

C. Las enfermedades corporales se ven y su curación puede ser comprobada más fácilmente. Las enfermedades del alma se ocultan muchas veces y son más dañinas. A veces pueden ser obstáculo para llevar una vida cristiana. Diremos algo sobre algunas que son más frecuentes.

El miedo. La primera consecuencia del pecado de Adán y Eva fue el miedo: "Te oí andar por el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo, por eso me escondí" (Génesis 3:10). En Génesis 3:7 dice que después de pecar "se les abrieron los ojos". Sentirse desnudo es verse como uno es, lo que muchas veces da miedo. Cuando abrimos los ojos a lo que hemos hecho, o a lo que nos rodea, es natural que sintamos miedo. El miedo tiene un efecto destructor que el demonio aprovecha para llevarnos a desconfiar de Dios. Si no resistimos a la tentación caemos en un pecado que ofende a Dios por creer que no es bueno ni misericordioso.

Por eso, en la Biblia, Dios nos dice muchas veces que no tengamos miedo: "Busqué al Señor y me libró de todos mis temores... Los que buscan al Señor no carecen de nada" (Salmo 33:5y11). "El Señor es mi Pastor, nada me falta... ningún mal temeré..." (Salmo 22: 1 y 4). La condición es clara: buscar y seguir al Señor. Entonces podré decir: "En Dios confío y ya no temo, ¿ qué podrá hacerme un hombre?" Salmo5:12).

En los Evangelios, Dios, por medio de un ángel, le dice a Zacarías, a María, a los pastores, a José, a las mujeres que van al sepulcro después de la resurrección: "No tengan miedo" (Lucas 1:12, 1:29, 2:10 y Mateo 1:20 y 28:5) y Jesús le dice lo mismo a sus discípulos (Mateo 8.26, 10:31, 14:27, 28:10; Lucas 12.4, 12: 32). Tanta insistencia nos hace ver lo frecuente que es el miedo y la necesidad de curarlo. El remedio es aumentar nuestra fe y creer de verdad que Dios nos ama, no porque seamos buenos sino porque él es bueno.
A veces el miedo viene de recuerdos dolorosos, tal vez inconscientes, y que Dios puede revelar al que ora. El enfermo puede librarse de los malos efectos de esos recuerdos volviendo a ver esa situación desde los ojos de Dios. Ver cómo Dios, en ese momento no lo abandonaba y lo seguía amando.

Las obsesiones son impulsos muy fuertes provocados muchas veces por el demonio, hacia algún vicio: odio, venganza, sexo, violencia. También el miedo puede convertirse en obsesión. Cuando la obsesión proviene del demonio puede necesitarse un exorcismo, aunque no siempre es necesario un exorcismo formal hecho por un sacerdote, puede bastar el exorcismo privado hecho por el que ora.
Es posible que el que sufre de estos males no quiera hablar ante un grupo de sus problemas. Hay que respetar su deseo de privacidad, como se hace en la confesión. El que dirige la oración puede atenderlo privadamente y, si tiene un equipo, lo cual es de desear, pedirle al equipo que se ponga en oración mientras él ora por el enfermo.

Conclusión

Es posible orar uno mismo por su propia sanación si sabe cómo hacerlo. Si no obtiene resultados es conveniente pedir ayuda a quien sepa. El pedir ayuda es ya un acto de humildad que Dios recompensa.

Uno puede orar sólo por otro, pero siempre se recomienda la comunidad, un equipo de oración que ore por los enfermos. Jesús nos dice: "Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará, porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18:19-20).

Es muy bueno que el equipo que va a orar por un enfermo se reúna antes para ponerse en manos de Dios y hacer que el Espíritu Santo los guíe en su oración y también acudir a la Santísima Virgen, Madre de los Dolores, para que acompañe al enfermo que sufre y lo prepare a recibir la sanación aceptando plenamente la voluntad de Dios.

(Alabanza, nº 162)