LAS BIENAVENTURANZAS (II)

"BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS"

CARLOS BORDALLO, Pbro.

- 1 - El hambre y la sed no son buenas. De hecho, cuando las tenemos, buscamos acabar con ellas comiendo y bebiendo. Esto es así porque no estamos hechos para el hambre y la sed. Ambas son ajenas a nuestra constitución más profunda.

Dicho esto las palabras de Jesús pueden parecer algo sorprendentes: utiliza la palabra bienaventuranza asociándola al hambre y a la sed. Bienaventuranza significa alegría o dicha, y ¿qué dicha puede haber en tener hambre o sed? ¿Desde cuándo el sufrimiento es una buena noticia?

Pero las palabras de Jesús apuntan a algo más profundo. En primer lugar Jesús, cuando considera la vida, la considera en su totalidad. Nosotros, cuando hablamos de "vida", solemos referirnos sólo al período que va desde el nacimiento hasta nuestra muerte física. Al hacerlo así nos salimos de la realidad y nos incapacitamos para entender de verdad las cosas. Es como si al hablar de hacer un edificio nos refiriésemos sólo al agujero que hay que hacer en tierra para echar los cimientos y nunca mencionásemos el edificio que luego habrá. Un agujero en tierra no sólo no es un edificio sino que además es más feo que cuando no lo había. O si una pareja de novios renunciasen a hablar y soñar con lo que será su vida una vez casados (el noviazgo no es mas que una preparación para otra cosa, no es un fin en sí mismo). O como si uno se decidiese a estudiar unas oposiciones, aceptando las durezas que conllevan, sin pensar nunca en la vida que llevará luego y lo que podrá hacer el día que las apruebe. O, por abundar en los ejemplos, como si uno se plantease trabajar duramente en una empresa... sin recibir ningún tipo de sueldo ni gratificación a cambio.

La realidad es que el que inicia los trabajos de construcción y echa unos cimientos lo hace porque sueña con la casa terminada; el novio acepta las renuncias del noviazgo porque piensa que un día será marido; el estudiante que oposita se impone una dura disciplina porque aspira a la vida que tendrá una vez aprobados los exámenes, y el que trabaja lo hace por un sueldo; de otro modo se quedaría en casa y al menos no se cansaría inútilmente. Curiosamente (realmente resulta algo muy curioso, verdaderamente difícil de explicar) si alguien cuestiona el sentido de aceptar las durezas de la vida si ésta no continúa tras la muerte se le tacha de raro, aguafiestas y cosas parecidas. Se le dice que en esas cosas no se piensa y hasta que es de mal gusto el plantearlas en público. ¡Qué curioso! No conozco a una sola novia que no hable cada día de cómo sueña vivir cuando esté casada, o un trabajador que no piense en lo que va a hacer con el dinero que recibirá a final de mes. y sin embargo, si uno habla de un Cielo tras la muerte que dé cumplimiento a nuestros más íntimos anhelos se le dice que no, que en eso no se piensa...

2 A Jesús no parecen impresionarle mucho las modas; El sí piensa que tras la vida en este mundo continuaremos viviendo y habrá una justicia verdadera que repare las muchas injusticias de este mundo. Porque es un hecho que en este mundo la injusticia es mucho más normal que la justicia. Resulta doloroso y hasta aburrido constatar cada día cómo a los poderosos se les juzga de una manera y a los débiles de otra. Los jueces no son insensibles al brillo del oro de los ricos; será porque el brillo ciega por lo que emiten sentencias que en nada reflejan la verdad de los hechos. Pero si eres pobre puedes armarte de paciencia y aún harás bien en no esperar mucha justicia: es muy probable que no lo recibas. Y esto es así hasta la muerte. Y es muy doloroso.

Y sin embargo, al que así es tratado, Jesús le llama bienaventurado. Es evidente que el que padece injusticia tiene hambre y sed de justicia, como es igualmente evidente que la mayor parte de los así tratados mueren sin haber visto reparada la injusticia recibida. Y, aun cuando tal reparación llegase a darse, ¿quién puede compensarles por los sufrimientos que en su momento les causaron?

Que en este mundo no se da una justicia plena es una verdad al alcance de cualquiera. Y sin justicia plena no puede haber bienaventuranza. Esto es precisamente a lo que apuntan las últimas palabras de Jesús: "porque serán saciados". ¿Y cuando serán saciados? Ya hemos visto que no en esta vida. Sólo si pensamos en la vida que continúa tras la muerte puede ser verdad lo dicho por Él.

Jesús no promete una justicia para este mundo. Que "pobres siempre tendréis entre vosotros" (Mt 26,11) significa que habrá injusticia hasta el final de los tiempos, pues pobreza e injusticia van de la mano. Esta es la razón por la que muchos consideran a Jesús y al cristianismo como algo inútil: "¿para qué, si no traen la justicia a este mundo?" A lo que Jesús simplemente contestará: "y dichoso aquel que no se escandalice de mí".

3 Nosotros no solemos incluir la 'otra vida' a la hora de enjuiciar ésta. Esto nos aleja del modo de pensar de Jesús. Además, lo que nosotros entendemos por justicia casi siempre - por no decir siempre- va unido a la idea de venganza. Es cierto que hay una forma de entender la venganza que es compatible con Dios ("Mía es la venganza - dice el Señor- yo daré a cada cual su merecido", Heb 10,30), pero hay dos 'peros' que poner a esto que normalmente se nos escapan: el primero, que cuando el Señor habla de justicia jamás lo separa de la palabra misericordia. Y en eso de la misericordia nosotros estamos muy, pero que muy verdes. A nosotros nos va más el ojo por ojo y diente por diente, o sea, la venganza pura y dura. El modo de actuar de Dios nos resulta extraño, no lo entendemos y hasta nos escandaliza. ¿Por qué, si tiene tanto poder, no actúa como nosotros lo haríamos si fuésemos Dios? Y como pensar en un Dios tonto y débil nos resulta inaceptable decidimos que no existe y ya está...

La otra razón es que no aceptamos no ser nosotros los que juzguemos. Eso de que Dios se reserve el juicio definitivo de cada uno no nos va. Nosotros queremos que se juzgue aquí y ahora, y que la sentencia sea ejemplar. Queremos el cielo y el infierno ya aquí en este mundo y eso, claro, no es posible. La paciencia de Dios nos resulta insufrible y preferimos hacer las cosas a nuestro modo...

Pero las palabras de Jesús siguen golpeándonos, aturdiéndonos, iluminándonos. En vez de callarlas con nuestros razonamientos son ellas las que acaban por prevalecer: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia", que es tanto como decir que bienaventurados los que padecen injusticia. Y, vistas las cosas desde el cielo, hay que darle la razón. Así que al final, encima, tiene razón. Si realmente hay una justicia tras la muerte entonces los sufrimientos temporales de este mundo deben ser poca cosa comparados con lo que después espera (Rom 8,18). Sí, los que son dignos de lástima no son tanto lo que padecen la injusticia como los que la practican. Estos, los practicantes, del mal, no tienen hambre y sed de justicia y por lo mismo no son bienaventurados. Si no cambian, cuando llegue el juicio verdadero será para ellos el "gemir y el rechinar de dientes"; entonces lamentarán, como el rico Epulón, no haber estado en la tierra del lado de los maltratados.

4 Como el que construye una casa, o el que desea casarse, o sacar la oposición o recibir el sueldo de fin de mes, nosotros, Señor Jesús, soñamos con el día en que nuestros más profundos anhelos serán saciados. Llévanos en esta vida por los caminos de la sed y del hambre, más que por los de la satisfacción, de modo que merezcamos un día, en los cielos nuevos y la tierra nueva, ser saciados por Aquél que, al hacer Justicia, hace también Misericordia.



"BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS POR QUE ELLOS ALCANZARAN MISERICORDIA " (Mt. 5,6.)

P. EUSEBIO MARTINEZ, O.P.

1. Dios es amor misericordioso.

El amor de Dios a los hombres es el modelo de la misericordia de los hombres con los hombres.

La experiencia de la misericordia de Dios en el pueblo hebreo ha sido una vivencia constante. La historia que funda y reconoce Israel es una serie de acontecimientos marcados por la intervención de Dios para liberarle, darle poder, perdonarle, guiarle hasta la tierra prometida. El pueblo de Dios ha constatado en su historia el tener a Dios entrañablemente, con el corazón desplegado a su lado, en todos los eventos de su azarosa vida.

. Para el israelita piadoso, en los gestos misericordiosos de Dios, se ponía de manifiesto la actualización de la alianza de Dios con su pueblo, recordándole su olvido de las condiciones que le ligaban a la alianza. Las gestas de Dios en su favor, particularmente en los momentos críticos de su historia, con la conciencia de pecado o de ruptura con la alianza, originaban una súplica de perdón y una conversión de corazón a las condiciones pactadas con el Señor de su historia. Así la intervención misericordiosa se manifiesta como un acto decisivo de la gracia por el cual el hombre es salvado. Las vicisitudes de pobreza, miseria, esclavitud, pecado..., en vez de ser signos de fracaso y muerte, eran signos de volver a ponerse en camino y de acción de gracias. "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu misericordia, por tu inmensa ternura borra mi pecado" (Sal. 50,3s). "Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia" (Sal. 107,1).

. En el juicio de Dios con su pueblo rebelde termina imponiéndose la misericordia. Por ello "David prefería caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres" (2 Sam. 24,14).

Aunque Dios no pase la esponja por el pecado, dejando que el hombre experimente sus consecuencias, su palabra definitiva es la misericordia.

"Su corazón se revuelve dentro de él, sus entrañas se conmueven y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira" (Os. 11s.).

. La expresión última y definitiva de la ternura de Dios con los hombres es su único

Hijo, hecho semejante a nosotros, experimentando nuestras limitaciones, sufriendo, conmoviéndose con el dolor humano, hasta sus últimas consecuencias. Dolor físico y dolor moral, que le hizo llorar y sudar sangre. Tan grande ha sido y es la misericordia de Dios con el mundo, que entregó como víctima a su propio Hijo para liberamos del pecado y de la muerte. Jesús es el rostro visible de la misericordia del Padre.

. La misericordia de Dios se manifiesta preferentemente con los más necesitados, pobres, enfermos, pecadores... Luc. 4,18; 7,22. Recordemos también las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y, sobre todo el hijo pródigo. Luc., 15. En esta última parábola, cuando el hijo, derrotado por sus propios instintos descontrolados, consciente de su fracaso y pecado, volvía a la casa de su Padre, "estando él todavía lejos, le vio su Padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente... Traed aprisa (no le quería ver malvestido y fracasado) el mejor vestido, vestidle, ponedle el anillo (como la firma oficial de la casa) en su mano y unas sandalias en los pies..." (Luc. 15,20 ss.). El Padre nunca pudo olvidar su condición de Padre, sus entrañas para expresar su amor, su misericordia, sus brazos siempre. están abiertos para abrazar a su hijo perdido, que había perdido la condición de hijo. Dios es "padre de las misericordias" (2 Cor. 1,3; Sant. 5,11).

2. El ejercer la misericordia es una condición para entrar en el Reino.

Recordemos la parábola del siervo sin entrañas. El Señor se había compadecido de él, dejándole en libertad, perdonándole una gran suma de dinero, diez mil talentos. Sin embargo, este siervo, nada más ser perdonado, se encontró con un deudor que le debía una cantidad pequeña de dinero, cien denarios, y no fue capaz de perdonarle. Fue condenado por ello. "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de tí?.. Y le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mat. 18,23 ss). Hablando Mateo del amor a los enemigos, termina diciendo "Vosotros, pues sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", (Mat. 5,48). En el lugar paralelo Lucas dice "Sed compasivos (misericordiosos) como vuestro Padre es compasivo". Cuando Mateo habla del juicio final, a la vista del Hijo del hombre, los que han practicado las obras de misericordia escucharán esta sentencia: "Venid benditos vosotros desde la creación del mundo" (Mat. 29, 34ss.).

3. ¿Cómo podemos ser misericordiosos en esta cultura dominante que nos toca vivir hoy en España?

¿Cómo expresar nuestra misericordia, venciendo obstáculos personales y culturales de nuestro entorno?

. En primerísimo lugar, es un don que Dios ofrece a los que Él ha llamado para ser sus hijos, para reproducir en nosotros la imagen de su Unigénito, expresión visible de toda su misericordia. Por ello debemos de pedir al Señor que podamos experimentar su misericordia en nosotros (amar como Él nos ha amado) y que podamos ser misericordiosos con nosotros, perdonándonos (porque si no nos perdonamos es imposible experimentar toda la misericordia de nuestro Padre), y con los demás, particularmente con los pobres y con nuestros enemigos. La misericordia lleva consigo un negarse a sí mismo, un darse incondicionalmente, y esto no es posible sin la ayuda de la gracia divina, porque normalmente repugna a nuestro natural narcisismo, a nuestra natural y necesaria autoestima la negación de nosotros mismos. Sin una gracia especial para el ejercicio de la misericordia, podemos solucionar, de algún modo necesidades ajenas, ayudar a los pobres personalmente o luchando contra estructuras que engendran pobreza, por un sentimiento de filantropía, pero negarse a sí mismo, dándose (no sólo dando cosas o nuestro tiempo y habilidades), es prácticamente imposible, porque peligra nuestra autoestima natural y necesaria.

Para el discípulo de Cristo las obras de misericordia no son fruto de cualidades personales o de opciones individuales, sino del ser misericordioso. Este modo de ser dimana de la conversión, la cual normalmente presupone experiencias "tumbativas", no "lights" o someras, de la misericordia de Dios en nosotros. Contra esta experiencia de misericordia, la cultura actual opone una ética fundada en la autonomía del sujeto -(es lo moderno)- que termina fundando su comportamiento en su gusto personal, disolviendo toda conciencia de pecado.

. Otro factor a tener en cuenta es que la misericordia exige estar entrañablemente unido a quien es objeto de nuestra misericordia. Los problemas del pobre así, me comprometen; el mal ajeno me conmueve, porque percibo en el otro al ser amado, a alguien entrañablemente querido por mí. A esta unión fraternal cristiana se opone en nuestra cultura moderna el individualismo, que funda su razón de bien en el bienestar individual. En esta cultura la unión con otra persona está basada fundamentalmente en la "química" pasajera, que potencia enormemente el deseo.

. Finalmente la expresión de la misericordia surge de un memorial histórico (la Pasión, Muerte y Resurrección), definitivo signo de la misericordia; cuyo recuerdo hace brotar en el cristiano el vínculo esperanzador que nos une a nuestro Señor y hermano mayor, y a todos los hombres. La fidelidad a este memorial, a esta alianza definitiva e histórica hace brotar la misericordia, modelada en aquel que realizó el memorial histórico. A esta experiencia se opone la cultura moderna que, para existir, para impulsar el progreso, disuelve las otras culturas y liquida la historia, porque lo otro es mejor que lo dado.

¡Felicitaciones a los misericordiosos, porque ellos serán salvados por la misericordia!.

"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"

PILAR SALCEDO

Para alegría de los que amamos la Palabra de Dios, Raissa Maritain, mujer de clara espiritualidad dominica, anotó con sencillez en su diario: "Cuando la exégesis, cuando la interpretación de la Biblia alcance su madurez total, volverá a la palabra viva y desnuda llena de plenitud por sí misma". Pueden los teólogos y exégetas escribir Tratados enteros sobre las Bienaventuranzas, pero Cristo, al proclamarlas a la multitud sencilla que le rodeaba, fue muy claro en sus palabras. Todos lo entendieron perfectamente. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Sabemos que el pueblo de Israel entendía por corazón lo más íntimo y profundo del hombre entero. El mismo Jesús explicaría a sus discípulos que es de ese interior y no de fuera de donde brota todo lo que mancha al hombre: "Porque del corazón salen las malas intenciones, crímenes, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre" (Mt 15,19).

Es muy grande el campo a cubrir por un corazón limpio aunque se tiende a identificarlo sólo con los problemas de la pureza y el amor cuya sede se atribuye al corazón. Pero pertenecen a él también las intenciones poco claras, la falta de rectitud en el obrar, las insidias ocultas, los deseos oscuros, la palabra que mata, los medios que no se ajustan limpiamente a los fines. Sabemos por la propia boca de Cristo lo que dé de sí el corazón del hombre y sin embargo es el mismo Jesús quien asegura que ese corazón puede ser limpio, sencillo y transparente como el de un niño y que sus ojos pueden contemplar embelesados la belleza infinita de Dios.

En este mundo, en nuestras calles, en nuestros grupos hay muchos corazones así. Y Dios se alegra por esto. Es la gracia la que limpia de un modo tan radical que equivale realmente a un renacer, a una vida nueva: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, yo los blanquearía..." nos dice a través del profeta. Esa es la obra de la misericordia y del amor de Dios en nosotros.

En el Apocalipsis el discípulo virgen que tanto amó el Señor, nos habla de multitudes enteras vestidas simbólicamente con túnicas de un blanco escandaloso. ¿Quiénes son? "Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los han blanqueado en la sangre del cordero". Qué enorme el poder de la sangre de Cristo.

Casi todas las tribulaciones nos vienen del corazón, tan hermoso y frágil, tan propenso a herir y a ser herido, tan enamoradizo... por eso decía Dostoyeski que "es en el corazón del hombre donde se dan los grandes combates entre Dios y el maligno". Esos leones rugientes que según San Pablo y San Pedro giran entorno nuestro, saben más que muchos cardiólogos. Ahí están también los asombrosos versos que Charles Péguy dedicó al corazón. Son un coloquio con él, una oración tierna y fuerte de un hombre a vueltas con un imposible amor transfigurado. Es la pureza lo único capaz de ver la mancha. El grado de nobleza de un alma se mide incluso por su capacidad de alimentarse de lo que es un veneno para los demás. Esos corazones limpios existen y diríase que el mal no le roza aunque caigan en él.

La clave de un corazón limpio es un único y gran Amor. Ver a Dios es conocerlo y casi en el sentido bíblico de la palabra, poseerlo. Por eso se podrían también cambiar los términos: "Bienaventurados los que ven a Dios porque tendrán el corazón limpio". ¿No ha dicho el mismo Señor "donde está tu tesoro allí está tu corazón"? El problema del amor no es nunca un problema de exceso, al contrario, es un problema de más amor, de mucho amor, del más grande Amor. "¡Tú eres mi gran Tesoro!", decimos en una hermosa canción carismática. Ese es el secreto de un corazón limpio: Vivir para un único amor y amar todo lo demás desde él; para conseguir ese gran tesoro tenemos que deshacernos de algunas cosas. No se vierte un vino generoso sobre una copa a medias.

Porque desea que nuestro corazón se llene de su Espíritu Santo, Jesús nos llama a esa gran limpieza, a que nos dejemos inundar de su amor que no es otro que el Santo Espíritu. Pide un corazón transparente para que podamos amar al Padre con su propio corazón, para que entremos en el diálogo encendido de la Trinidad, para tener la alegría de amarnos todos como hermanos dando si es preciso nuestra vida que es la gran prueba del amor.

Este gran sentimiento hacia Dios y hacia los demás sólo brota de los corazones abnegados, humildes y sencillos. Necesitamos por eso un corazón desinteresado y limpio. El amor que Dios derrama en nosotros es una participación de su Espíritu, es elevado y luminoso. Pero todo afecto sobrenatural influye en nuestra sensibilidad, ya que no es el alma sola la que ama, sino el hombre entero. Y después de la caída original sabemos todos cuánto nos cuesta mantener el equilibrio.

Realmente la única pureza es la de Cristo y para que nos llegue algo de ella, hemos de seguirle muy de cerca. Él quiere "reavivar" en nosotros la vida que vivió en la tierra. y esa vida está en el Evangelio. Allí la vemos con los ojos siempre buscando al Padre, siempre deseando hacer su voluntad. Cómo lo buscaba en la oración, cómo lo invocaba en las curaciones y milagros, cómo le daba las gracias por todo.

Eso es tener el corazón limpio: vivir siempre pendientes de Dios. Y comparar nuestro actuar con el suyo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." "Cuando seas convidado no te pongas en el primer puesto" ... Reconozcamos, por contraste, cuántas veces andamos nosotros tras el propio interés; nuestro afán posesivo; nuestras comodidades y privilegios; la buena vida; la frontera imprecisa de nuestros sentimientos; la avaricia del consumidor desmelenado; la pereza más o menos camuflada; el humor a veces inaguantable...

Y, por si fuera poco, las tres advertencias de que nos habla en su epístola San Juan. Atención al deseo derramado de unos ojos que todo lo buscan, de la carne que reclama sus fueros, de la soberbia de la vida. Tres marías que ahí están. Y el que se sienta libre que tire la primera piedra.

Y sin embargo hay corazones transparentes y luminosos entre nosotros. Pero no podemos bajar la guardia si hemos de dar testimonio de integridad. Vivimos además inmersos en una sociedad donde el amor hace y deshace parejas a diario, el poder y el dinero corrompen, el hedonismo publicitario nos bombardea, las "top-models" arrasan. Por eso hay que estar alerta y, aunque sea como una medida ecológica, superar esa alergia a preguntar sinceramente a nuestro corazón, que es a veces un coto inabordable y lejano en medio de nuestras vidas tan ricas. Acudamos alguna que otra vez al hermoso salmo 50: "Dame Señor un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto..." "Mira que en culpa yo nací, en pecado me concibió mi madre..." "Rocíame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve".

"Y tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies a sus discípulos..." (Jn, 13-4). .



"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS (Mt.5,9)

CEFERINO SANTOS, S.J.

1 de enero de 1996. Setenta Mil jóvenes de veintiocho países, presididos por el hermano Roger Schutz, de la Hermandad cristiana de Taizé, piden a Dios la paz para el mundo y para los pueblos, en Vroclav, Polonia. ¡70.000 pacíficos, 70.000 hijos de Dios! Pero, ¿después de casi 2.000 años de cristianismo aún hay que pedir la paz? ¿Aún está el mundo lleno de violentos, de asesinos, de gentes rabiosas de odio, sedientas de venganza y de sangre?

1 de enero de 1.996: Jornada mundial de la paz. Juan Pablo II clama desde el Vaticano: "¡Demos a los niños un futuro de paz!... Es un derecho suyo y un deber nuestro". Pero ¿le importan los derechos de los niños a la paz o sus deberes al francotirador que les mata o al terrorista que les despedaza junto con los adultos, porque no tienen otro Dios ni otra ley que su irracionalidad y sus odios, sus etnias exacerbadas y sus egoísmos viscerales? .

El espectáculo de la raza humana resulta a veces depresivo y degradante. Hay hombres que no tienen paz dentro de sí mismos, ni con Dios, ni con la familia, ni con la sociedad, ni con el cielo ni con la tierra y no se la dejan tener a los demás. ¿Hay algún remedio en alguna parte para tanto mal?

Tiene que haberlo. Cristo supone que con su ayuda pueden darse "bienaventurados que tienen paz y la propagan porque son hijos de Dios" (Mt 5,9). Hay que educar para la paz y desmontar las ideas de los audiovisuales, donde el hombre que mata a más es más héroe en vez de más villano, más irracional y más bestia, porque carece de recursos justos para solucionar los odios de los hombres.

Hay que desmontar los criterios de que las naciones más importantes son las que pueden hacer inhabitable nuestro planeta en unos días de holocausto atómico, destruyendo amigos y enemigos a la vez, y no, por el contrario, las que pueden imponer con su prestigio un arbitraje justo y ponderado entre los adversarios. Pero antes de disminuir la violencia en los demás tendríamos que empezar poniendo la paz de Dios en nuestros corazones.

La paz falsa y la verdadera paz

El seguidor de Cristo necesita poner paz en su interior antes de pacificar a los demás. Cristo que dijo; "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27), nos avisó que antes de "traer la paz tenía que traer la espada" (Mt 10,34). Antes de hacernos pacificadores de los otros, Cristo quiere sacarnos de la paz falsa que el hombre ha hecho con su propio pecado y su violencia. La espada de Cristo tiene que podar nuestros pecados y nuestros egoísmos, nuestros odios y nuestras faltas de perdón, nuestro espíritu de discordia y de venganza, nuestro apetito de prevalecer y dominar sobre los demás. Sólo cuando haya muerto nuestro 'yo' orgulloso, luchador y violento puede nacer en nosotros la paz de Cristo, tan distinta de la que el mundo da (Jn 14,27). Los que Dios ha pacificado saben convivir en paz con los demás. Entonces "el lobo habitará con el cordero, la pantera se tumbará junto al cabrito, el novillo y el león pacerán juntos" (11,6), porque antes Dios ha convertido al lobo, a la pantera, al oso y al león.

(Tal vez, tengamos que convertirnos muchos y en más cosas de las que pensamos antes de que la paz mesiánica llegue). La conversión a la paz es mucho más que una reconciliación superficial, una tregua de conveniencias, un pacto consensuado o una presión social. Sin conversión a la paz como fruto de la justicia y del amor, solo "se cura superficialmente la herida del pueblo, diciendo ¡Paz, paz!, cuando no hay paz" verdadera (Jer 6,14). Y es una lástima vivir en el engaño y engañándonos a nosotros y a los demás. Existe también una falsa paz en el orden político y social, cuando se da una tranquilidad forzada dentro de un orden injusto y que, por lo tanto, no es verdadero orden. En estos casos también se ha de utilizar la espada de Dios para que brote la paz verdadera y justa. Tampoco vale una paz pública que brote del terror. La paz evangélica brota de la justicia y del amor. Y la renuncia a la violencia es un misterioso don evangélico de los perseguidos por la justicia y de los que quieren construir la paz con la lucha incansable y no violenta por la justicia.

A la paz por el perdón, por la justicia, por el amor y la intercesión.

En 1972, Pablo VI en su mensaje para la Jornada mundial de la paz avisaba: "Si quieres la paz, trabaja por la justicia". "La paz es obra de la justicia" (Is 32,17) y soñar con una paz fundada en la injusticia es soñar en quimeras. Es difícil vivir una justa defensa de los derechos humanos sin violencia; pero el camino de los no-violentos crece. El no-violento no es un ser pasivo; es el sujeto que imita a Cristo luchando y trabajando

por la paz con métodos no violentos. El evangelio rechaza la violencia, pero exige la justicia. Muchos no violentos terminan descalabrados por los violentos, pero su muerte es redentora.

Cristo es el nombre de la paz evangélica, que hace bienaventurados y pacificadores, "Él es nuestra PAZ, el que de los dos pueblos divididos hizo uno, derribando el muro que los separaba: la enemistad (Ef 2,14).

Sin amor de Dios en el corazón no se puede ser bienaventurado. Muchos luchan por la justicia sin amor y no son felices. El odio se va espesando en su corazón y rezuman amargura. Aunque uno derrote a los injustos e implante la paz, 'si no tengo amor, nada soy' (1 Cor13,2).

'Amar a los enemigos' (Mt 5,44) ayuda a la paz interior y también a que disminuyan los enemigos, sin que desaparezcan del todo para poder seguir amándolos. Hemos de amar los derechos de nuestros enemigos aunque ellos no respetan los nuestros y hemos de amar su paz y su bienestar.

Unido al amor a los enemigos, va el perdón. Sin perdón al ofensor no habrá paz en nuestro corazón ni en el de los demás. Cristo hace la paz de los hombres con Dios, pidiendo al Padre que los perdone, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Los violentos nunca miden el mal que hacen; miran a la utopía que persiguen y con la violencia se les aleja más y más. Cristo nos trajo su paz, sin derramar más sangre que la suya. Los violentos de hoy derraman toda la sangre posible para sólo aumentar el odio entre los hombres. Y en vez de bienaventurados con Cristo, se hacen malditos de Dios y de los hombres.

Por la oración de intercesión acudimos también al trono de Jesús, Príncipe de la paz (Is 9,5) para reclamar que ate con poder al primordial "adversario nuestro, el Diablo, que ronda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pe 5,8), y a la Bestia que surge del abismo para hacer la guerra (Ap 11,7) a los profetas de Dios. y pedimos que los hijos de Satanás y de la violencia se conviertan a Cristo el Pacificador como pacíficos e hijos de Dios. ¡Ojalá florezca en nuestros días la Paz! ¡Ojalá que María, Reina de la Paz, la derrame sobre este mundo que se aproxima al Tercer Milenio, y el universo de los violentos acepte la conversión para adelantar en nuestra tierra y en nuestros corazones el reino de la justicia, del amor y de la Paz! Unimos nuestra intercesión a la de la Iglesia: 'Cordero de Dios, Jesús inmolado, que quitas el pecado del mundo, danos la PAZ'. Haznos instrumentos de tu paz. Y dinos luego: ¡Bienaventurados los que lucháis contra la discordia dentro de la Iglesia! ¡Bienaventurados los que lucháis por la paz entre los hombres! Vosotros sois los verdaderos hijos de Dios. Pero, oh, Dios, Dios nuestro, ¿por qué no se terminan ya los violentos?



"DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS" (Mt. 5,lO-12)

LUIS LÓPEZ DE LAS HERAS, O.P.

Las Bienaventuranzas en su conjunto son la flor y nata del Evangelio: en ellas se nos presenta en breve síntesis el ideal cristiano. En frase de S. Agustín son el modo perfecto de la vida cristiana. El culmen y resumen de todas ellas es esta última: la de los perseguidos por causa de Jesús.

Cuando se escribió el actual evangelio de S. Mateo los cristianos ya sabían mucho de vejaciones y persecuciones. Desde luego por parte de los judíos, pues fueron perseguidos por causa de Jesús desde el principio, según vemos por el libro de los Hechos y también por la carta a los Hebreos (10,32-34). Así es que la misma comunidad primitiva de Jerusalén tuvo que vivir las Bienaventuranzas: también ésta, la más difícil.

Jesús había invitado a sus discípulos a llevar la cruz en pos de Él: a beber su cáliz. Si Él era el Siervo de Yahvé paciente, también tenían que parecérsele en este aspecto sus discípulos. En la parábola del Sembrador ya preveía El que algunos desertarían por falta de raíces: cuando se presenta una persecución por causa de la palabra (Mt 13,21).

La persecución de los creyentes no era una novedad: ya el libro de la Sabiduría elogia al justo perseguido y habla de su felicidad ultraterrena (cf. Sab 25); buen ejemplo de ello fueron los mártires macabeos (cf. 2 Mac 6-7). Pero Jesús, que recordará aquí a los Profetas mismos, va mucho más allá: dice que sus discípulos serán dichosos - experimentarán la felicidad- justamente cuando sean perseguidos: ¡en el presente,como es el caso también de la primera Bienaventuranza!

Los cristianos serán objeto de persecución así mismo fuera de Palestina. Lo vemos ya por los Apóstoles. S. Pedro exhortará a los destinatarios de su primera carta, diciendo: si sufrís a causa de la justicia, dichosos vosotros (1 Pedro 3,13). Y a los esclavos cristianos que pueden tener amos severos les amonesta: Sed sumisos con todo respeto. . . Porque bella cosa es tolerar penas por Dios. . . Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas ( cf. 1 Pedro 2,18-21). Cristo es el arquetipo de las Bienaventuranzas: sobre todo

en su Pasión.

Esta Bienaventuranza, cuyo texto es el más largo de todas, acaso por su misma dificultad lleva aneja una explicación: Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt 5,11-12).

La persecución tiene sus grados: puede ir desde la injuria o vejación con las humillaciones hasta el martirio. Ya S. Pedro tenía también a la vista las injurias de que podían ser objeto los cristianos por su fe: Dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros ( 1 Pedro 4,14) : el oprobio de Cristo - el sufrido por su causa- es mayor riqueza que todos los tesoros de Egipto (Hebr 11,26) .

La persecución puede llegar hasta el martirio, como había dicho Jesús mismo (cf. Mt 10,17-22; etc.).

Ante tales perspectivas, nada halagüeñas para el hombre natural, el Señor añade:Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. . . de la misma manera persiguieron a los Profetas... " (Mt 5,12). ¿No bastaba con el primer verbo - alegraos? El uso de dos, aunque sinónimos, es una manera de subrayar la felicidad radiante de los perseguidos por Cristo (cf. también Apoc 19, 7, que habla de las bodas celestes del Cordero).

N. Señor invita a alegrarse, no sólo mientras es uno perseguido, sino precisamentepor serlo (cf. Hech 5, 40s). Jesús pone también ante los perseguidos la recompensade ultratumba y el ejemplo de los antiguos Profetas, frecuentemente perseguidos, y a quienes equipara a los discípulos en su misión. ¿Cómo es posible alegrarse de ser perseguido? - Si ya ante la primera Bienaventuranza más de uno de los oyentes de Jesús se mostraría escéptico, de seguro que ante esta última se le cortó el aliento. ¿Es posible sufrir y gozar al mismo tiempo?

S. Pablo dice que se alegra de sufrir por la Iglesia (cf Col 1,24); y de los tesalonicenses escribe: os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones (1 Tes 1,6). También los hebreos convertidos se dejaron despojar con alegría de sus bienes, conscientes de que poseían una riqueza mejor y más duradera.(Hebr 10,34). Eso mismo constatamos en los mártires de los primeros siglos.

El hombre es un compuesto de alma y cuerpo; o como decían los platónicos y acepta a veces S. Pablo, de cuerpo, alma y espíritu - que en la división dicotómica sería la zona más elevada del alma -. Así es que puede uno estar diversamente afectado en esas zonas: sufrir en el cuerpo y en el alma y gozar por motivos o bienes más altos en la región superior, que es la del espíritu. A bienes similares remite Jesús en esta Bienaventuranza: tampoco las otras pueden darse sin cruz.

Tal es la cumbre de la perfección cristiana, la cual no es otra que la del amor, llevado a su última expresión en el amor a los enemigos. En el mismo Sermón de la Montaña dirá N. Señor: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos, aludiendo inmediatamente a la recompensa, para terminar:

¡Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,4448). Las palabras de S. Lucas en el lugar paralelo son ligeramente diferentes; su versión de la última parte suena: ¡Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo! (Lc 6,35s).

El amor a los enemigos, que es el culmen o colmo del amor, y que Cristo en la Cruz llevará a la práctica de un modo eminente al pedir perdón para sus enemigos (Lc 23,34), viene a coincidir con esta Bienaventuranza: ¡es el amor que triunfa hasta del odio, de que es objeto el cristiano en la persecución! En ella puede experimentar la presencia inefable de Dios y del Reino de los cielos, al cual le llama el Señor. S. Esteban, el protomártir, cuando moría apedreado, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y dijo; Veo los cielos abiertos. . . Señor Jesús, recibe mi espíritu y, doblando las rodillas, añadió: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y dicho esto, murió (cf. Hech 7,55-60).

Los teólogos dirán que las Bienaventuranzas son obra de los Dones del Espíritu Santo; es decir: de un influjo poderoso del Espíritu divino, que no es el de la fe común. Sin embargo sería equivocado pensar que esos Dones funcionan sin una cooperación o apertura por nuestra parte. Para eso el Señor suele purificar antes a las almas, poniéndolas en situaciones de practicar a fondo las virtudes, especialmente la humildad y las teologales, acrisoladas en diversas pruebas, a veces largas. Lo vemos en la vida de los santos mismos que no han sido mártires. Un buen ejemplo de ello es S. Francisco, a quien Dios acrisoló, haciéndole bajar hasta lo más profundo de la humildad, al par que aquilataba más y más su fe, esperanza y el amor mismo. Caminando un día con un compañero, le dirá: ¿No te parece, Hno. León, que, si al llegar al convento no nos reconocieran y nos echaran de malas maneras, deberíamos alegrarnos? Y cuando le toparon los ladrones en el bosque y le dieron de palos, él, lleno de alegría decía: ¡Soy pregonero del Gran Rey!... ¡Dichosos los perseguidos por causa de Jesús!.

("Nuevo Pentecostés, nº 42)