LA HUMANIDAD ANTE LA REDENCIÓN

P. Joseph DORÉ Del Instituto Católico de París

LA FE CRISTIANA en la redención llega en primer lugar a Dios mismo. En Jesucristo, su propio y único Hijo encarnado, "aquél a quien los hombres proclaman Dios" (Sto. Tomás), se revela Dios mismo, cuando aparece el único y verdadero Salvador en quien los hombres pueden confiar. A la vez, este Dios Salvador desvela a los hombres en sí mismos, pues su condición queda referida desde ahora radical y definitivamente a la salvación que en Cristo se les ofrece.

¿Cómo queda iluminada la condición humana por la salvación de Dios en Cristo? ¿Cómo afecta la Redención a la humanidad?



Se puede responder que, ante la Redención que Jesús ofrece, la humanidad se muestra orientada fundamentalmente hacia la salvación y, a la vez, marcada por la profundidad del pecado.



I. UNA HUMANIDAD PARA LA SALVACIÓN



La primera iluminación que la Redención de Cristo aporta a la humanidad es positiva en alto grado. Cristo muestra al género humano en su conjunto como destinado a la salvación y capaz de recibirla.



Destinados para la salvación



La tradición bíblica



En toda la tradición bíblica abundan las situaciones en las que el pueblo de Israel - o los pobres que la formaban - terminan buscando y confesando a Dios en las intervenciones con que los sacaba de su miseria y perdición. Desde las hazañas del Exodo, donde Dios intervino con mano poderosa y brazo extendido, hasta el perdón concedido al corazón contrito y humillado, está claro que en el grado en que Él trae la salvación a su pueblo o alguno de los creyentes, en esa misma medida Dios se revela a Sí mismo.

Y, correlativamente, se pone de manifiesto que, cuando Dios interviene ante la necesidad de salvación en una situación concreta, entonces Él se muestra y se revela. Esta característica general de la revelación bíblica se acentuará aún más en el Nuevo Testamento.



La venida del Hijo de Dios



Dios ha sido de tal modo fiel a su compromiso con la humanidad y a su designio de Alianza con los hombres, que "en el tiempo señalado" envió a su propio Hijo. Dicho de otro modo: Con relación a la condición humana, Dios no se contentó con intervenir "desde fuera", a través de mediadores, y permaneciendo lejos de aquellos a quienes quería salvar.



En Cristo Jesús, Dios mismo viene a ellos y se hace uno más entre ellos. En efecto, el Padre envió por el Espíritu Santo a su propio Hijo para compartir plenamente la condición humana (en todo menos en el pecado), a fin de establecer una total comunicación con los hombres y permitir a todos por la gracia su vuelta a Él mismo y su entrada en la comunión plena con su propia vida divina. Resulta evidente que la existencia humana queda así iluminada con una luz totalmente nueva.



El amor del Dios Salvador



La existencia humana aparece ante todo como el objeto de un amor que nada puede ni podrá desvirtuar y que llegará "hasta el final": "Así demuestra Dios el amor que nos tiene: en que Cristo murió por nosotros, cuando éramos aún pecadores" (Rom 5,8). Y también: "Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquél que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con Él no nos lo regale todo?" (Rom 8,31-32).

Es evidente la grandeza del destino que aguarda a los hombres según la voluntad salvífica que Dios manifiesta en su Hijo hecho hombre, muerto y resucitado. Se revela la radicalidad de la salvación que Dios prepara a los hombres en Cristo Jesús: están convidados por su parte a entrar en el dinamismo del Misterio pascual de Jesús, el Cristo. Esto conlleva dos conclusiones, articuladas entre sí.



Por una parte, esta salvación está destinada en esta hora del mundo a tomar la forma de filiación, según el Espíritu de Cristo. Guiados y sostenidos por el Espíritu (del que los sacramentos nos hacen participar), somos llamados a vivir por la fe y la esperanza nuestra condición de hijos del Padre que está en el cielo, con la tarea añadida de cumplir en la tierra su voluntad amando y sirviendo a nuestros hermanos en el amor.



De otra parte, aunque los hijos no estén dispensados de conocer las tristezas y las angustias de este mundo, proclaman sin embargo, que la gracia de Dios - la presencia activa en ellos de su amor bienhechor y de su solicitud misericordiosa - les acompaña en toda circunstancia. Aunque no se les evite el trance de la muerte, saben que la muerte no sella definitivamente su destino, pues tienen la promesa de la resurrección de la carne y de la vida eterna.



Capacitados para la Salvación



Desde la salvación a la creación



Dado que la humanidad depende plenamente de esta salvación, no por eso se deduce que a partir de la indigencia y la indignidad de la naturaleza humana, tengamos que considerarla sin valor a los ojos de Dios. Al contrario, la Biblia no cesa de atestiguar que si Dios interviene a favor del hombre, es precisamente porque lo considera digno de su intervención.

Podemos recordar aquí la seguridad ofrecida a Israel en medio de sus pruebas: "Porque te estimo y eres precioso a mis ojos yo te amo" (Is 43,4). Dicho de otro modo: de acuerdo con la fe bíblica y cristiana, a pesar de todo lo negativo que hay en el hombre conserva un algo que es "salvable", porque es amable para Dios mismo y, de hecho, amado por Él. ¿Cómo y de dónde le viene esto al hombre?



La respuesta bíblica y cristiana nos llega desde la doctrina de la creación. Según esta doctrina, el hombre y el mundo no tienen ningún derecho a existir y, sin embargo, no son fruto del azar o de la necesidad. Existen porque han sido queridos. Queridos cuando no eran, pero para que fuesen. Queridos a partir del no-ser para ser entregados a sí mismos y así existir en sí mismos. Pero, si es tal la condición nativa del hombre en este mundo - esta condición que te define precisamente como criatura -, entonces se deducen para él algunas consecuencias importantes, que la fe no se olvida de explicitar.



La naturaleza y la gracia



Dios no ha creado al hombre por capricho, sino con una intención definida. Le creó por la misma razón que revelan seguidamente sus intervenciones salvíficas: por amor al hombre, por su bien. Con más precisión: para hacer Alianza de amor con el hombre y hacerle partícipe de su propia vida, a pesar de todo lo que se le pudiera oponer en el hombre y fuera de él. Dicho de otra manera: si la creación existe, está programada para la gracia, para la vida de Dios, con Dios y para Dios.

En consecuencia, si Dios ordena al hombre a un destino, que manifiestamente desborda todas sus posibilidades humanas y que no es sino pura gracia, se sigue que este destino debe corresponder a lo que es el hombre, es como tal. Si no, sería otro distinto del que está destinado a salvarse, quien recibiría el don de Dios. Así la fe profesa que la naturaleza del hombre está orientada a lo sobrenatural, literalmente hecha para realizarse en y para esto; en lo que no puede ser para ella más que sobrenatural.



Sin embargo como todo esto se da en el marco de una alianza, hay que decir que Dios no impone al hombre su gracia. Se contenta con ofrecerla. De aquí se sigue un riesgo. Usando la libertad que Dios le ha concedido el hombre, podrá, en efecto, no aceptar la voluntad de Dios; podrá de hecho utilizar para sus propios fines y su propia gloria los recursos naturales con que Dios le ha dotado.



Dios le concedió esas facultades y esos poderes, precisamente para que brote de lo más auténtico de él mismo el impulso que le lleva a buscar y encontrar su realización sólo en Dios. Pero siempre podrá orientar de otro modo los dinamismos de su naturaleza y el impulso de su corazón. Sin embargo, no por ello será menos cierto que el hombre ha sido constituido y permanece constitutivamente hecho para el amor de Dios; para la gracia y la salvación que Dios quiere para él.



II. UNA HUMANIDAD EN EL PECADO



Un segundo esclarecimiento aporta la Redención de Cristo sobre la humanidad en su condición histórica. Se refiere a lo negativo que marca esta condición. Esta negatividad es también fruto del pecado de los hombres. Sin embargo no pone en entredicho en modo alguno la fidelidad de Dios en su amor creador y salvador.



Lo negativo de la condición humana



La fidelidad de Dios



Lo mismo que la experiencia común, la fe debe constatar todo lo negativo que pesa sobre la condición humana. La fe nos muestra que en la historia no todo se desarrolla conforme a la intención de Dios Creador. Esta constatación que se impone a la fe, no la anula: la fe sigue teniendo confianza en el Dios que proclama. Porque Él no sólo no ha renunciado a su primer designio, sino que ha tomado los medios para restaurar de manera más admirable aún, lo que entretanto se había pervertido. Dios en Jesucristo se ha mostrado fiel a sí mismo, fuese la que fuese la infidelidad del hombre, asociado con Él. Al enviar a su propio Hijo como hombre, Dios creador del mundo y salvador de los hombres, ha probado que nada ni nadie podrá nunca revocar sus designios de Alianza con el hombre.



Amplitud de la necesidad de salvación



En esta manifestación decidida y frente a todo de la fidelidad efectiva de Dios a su Alianza, se aclara de rechazo la amplitud real de las negatividades que afligen a la condición humana y, en consecuencia, la amplitud y la profundidad de la necesidad de salvación entre los hombres.



En efecto, si fue necesario que Dios enviase a su Hijo para reanudar y restaurar su plan de salvación, basado en la creación misma, es que el plan sigue radicalmente vigente desde entonces. Y su éxito ponía de relieve esta continuación igualmente radical, que San Ireneo llama "recapitulación". Si el Hijo se ha hecho hombre para restablecer la Alianza de Dios con los hombres, es que ésta se rompió no por la voluntad de Dios, sino por la de los hombres. Y si, con la finalidad de restaurarla, el Hijo encarnado debe hacer íntegramente la voluntad del Padre, si ha de ser obediente hasta la muerte y muerte de cruz, es porque la fuente verdadera de las desdichas y cautividades del hombre está en su propia desobediencia, en su pecado, en el rechazo a caminar por las sendas de la Alianza que Dios le trazó.



Pecado "original" y amor "original"



Jesús y Adán



Así, la venida en carne humana, la muerte y la resurrección del Hijo de Dios desvelan la condición humana en sí misma, porque en ellas se descubre hasta dónde llega el amor de Dios Salvador por el hombre.

Si Jesús aparece desde entonces como el solo y único camino de salvación, es porque los hombres le necesitan para salvarse y, por consiguiente, fuera de Él se perderán. Es necesario comprender que todos los hombres y el mundo entero han estado "sometidos bajo el pecado" (Gal 3,22) y esto durante toda la historia, desde que existen hombres, es decir, "desde el principio". Así pues, Jesús viene a "restaurar" la condición humana radicalmente, esto es, "reparándola" desde sus comienzos.



Esto quiere decir que Jesús, el Cristo, apareció como "origen" tanto y más que el mismo Adán. Su Amor "original", es más importante aún que el pecado llamado «original", puesto que el hombre no comprendió la amplitud y la hondura del pecado que marca a su existencia hasta que, en Cristo Jesús, se nos reveló "la anchura, la longitud, la altura y la profundidad" (Ef 3,18) del amor que Dios nos tiene desde siempre y para siempre.



La victoria del amor de Dios



Si Dios ha enviado de este modo a su propio Hijo para abrir de nuevo a los hombres las puertas de la salvación, quiere decir que no ha cambiado de actitud respecto a ellos y que el cambio se dio sólo de parte de los hombres. Querida desde el principio por el Dios de Amor, la Alianza se ha visto amenazada por el pecado de los hombres. De tal manera que hubo y hay siempre desvío y oposición entre el designio y la propuesta de Dios por una parte, y el comportamiento y el querer del hombre, por otra (Rom 5,12 ss).



Al rechazar desde el comienzo el ofrecimiento de Dios, la humanidad se desvió de su verdadero destino y en consecuencia toda la historia se ha desarrollado bajo el signo del alejamiento de Dios y de su plan de amor, está marcada, de un extremo al otro, por el rechazo de Dios.

En estas condiciones, la venida del mismo Hijo de Dios al corazón de la historia humana revela, al realizarse, la voluntad divina de continuar el cumplimiento de su plan, a pesar de lo que ha pretendido hacerlo fracasar.



Al mismo tiempo que se valora mejor la gravedad del pecado y de sus consecuencias sobre los hombres (el "misterio de la iniquidad"), el misterio de Cristo, especialmente en la Cruz, es la revelación manifiesta, definitiva e insuperable del carácter a la vez totalmente gratuito, radicalmente perdonador y escatológicamente victorioso del Amor de Dios.



Aquí puede comprobarse con claridad la temática patrística y, especialmente agustiniana, de los dos "Adanes'. Evidentemente, no se trata de equiparar el primer Adán, el de los comienzos, con el segundo, Jesucristo; pero el tradicional paralelismo no está ni mucho menos falto de sentido. Los dos pasajes paulinos principales, que fundan el paralelismo entre las dos figuras (Rom 5,12-15 y 1 Cor 15,45-47),se utilizan con el fin de poner de relieve el alcance universal del pecado por una parte ,y de la salvación de Dios por la otra.



Este procedimiento, en su aplicación, está todo él presidido por la idea del "cuánto más", que desequilibra expresamente el paralelo en favor de Cristo y de la salvación que Él nos ha otorgado: SI el primer Adán tuvo y conserva un influjo universal en orden a la caída, con 'cuanta más' razón el segundo Adán posee y ejerce ese influjo para la salvación: para la amplitud universal de su oferta salvadora y para la eficacia definitiva de su transmisión.



Así es, a fin de cuentas, la condición humana: compartida por los dos Adanes. Así aparece la lectura que la fe cristiana hace de esta situación enfrentada, que cualquiera - aun fuera de la fe - puede percibir como característica de la condición histórica del hombre.



Comprometido en una historia de pecado, de desobediencia y de muerte según la línea de sus orígenes adámicos, todo hombre está invitado a participar en la solidaridad con el Nuevo Adán que Dios nos ha enviado: su propio Hijo, "muerto por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación". La fe cristiana puntualiza que si, después del primer Adán, el pecado ha proliferado, con el segundo Adán, la gracia sobreabundó.



La historia y el corazón de cada hombre, siguen siendo el campo de batalla, donde los dos Adanes se juegan no sólo la salvación y vida de los hombres, sino la gracia y gloria de Dios.



(Publicado en TYCHIQUE, n° 124, 1996 Traducción de Nuevo Pentecostés. N.48)