EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

P. David Gascón Cerezo

1. TEOLOGIA DE LA UNIDAD

Hemos oído decir muchas veces que la primera comunidad carismática se da en Dios, pues Él es una Trinidad de Personas, unidas en el Amor del Espíritu Santo. Esta Comunidad de Vida y Amor, que es la Trinidad, quiere introducirnos a todos nosotros en su misma dinámica, formando así la gran comunidad o sociedad entre Dios y nosotros.

Rublov, en su célebre icono de la Santísima Trinidad, representa a los tres ángeles que visitaron a Abraham en el encinar de Mambré y que, sin duda, fueron las Personas de la Trinidad. El Padre aparece con una túnica granate oscuro en el centro, presidiendo la mesa. El Hijo, con una túnica azul, a su derecha. El Espíritu Santo, con túnica verde, a su izquierda, señalando con su mano el cuarto lugar, vacante en la mesa, para que lo ocupemos cada uno de nosotros. Sobre la mesa aparece una misteriosa copa y un pan, símbolos de la Eucaristía, donde la Trinidad nos comunica su misma vida divina.

Para que las personas trinitarias se constituyan en comunidad necesitan del Amor del Espíritu Santo. Por eso, un santo Padre llama a la tercera persona de la Trinidad: "el beso casto entre el Padre el Hijo". Es el Espíritu de los dos, puesto que procede de ambos. El es "una persona en dos personas, el Padre y el Hijo". Él es nexo, cópula y vínculo. Su especialidad es unir, crear comunión, hacer que florezca la koinonía. Primero, entre Cristo y nosotros; después, entre todos nosotros, pues Él es "una persona en muchas personas". Todo lo que toca el Espíritu Santo lo deja ungido de unidad. En la Encarnación tocó, la naturaleza humana y la divina y se alumbró la unión hipostática, en la Persona Divina de Cristo. En el Sacramento del Matrimonio toca a un hombre y una mujer y resplandece un Pentecostés nupcial. Cada uno de nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de este Dios comunitario. Por eso, sólo nos realizamos plenamente por caminos de mutua entrega. Y para eso, Jesús Resucitado nos regala el soplo, de su Divino Espíritu.

2. LA COMUNIDAD, OBJETIVO BASICO DE JESÚS

Jesús proyecta, desde el inicio de su ministerio evangélico, fundar una comunidad, cuya alma fuese el Espíritu Santo. El plan de Dios es salvar a todos, pero no en solitario, es decir, uno a uno. Desea, como observa el Concilio Vaticano II, en “Ad Gentes" n° 2, reunirnos en un pueblo, en el que se congreguen todos los hijos dispersos. Y para lograr este objetivo, envía el Espíritu Santo, como nos recuerda "Lumen Gentium", nº 13. Del Aliento Dios nace una Iglesia Carismática en Pentecostés. Que en nuestros tiempos se renueva por el mismo Espíritu. Hay, explica, como hirvientes burbujas animadas por el Fuego de Pentecostés incontables grupos de oración y comunidades carismáticas, en donde vuelven a ser efectivos los carismas básicos de Pablo, y los nuevos dones, para realizar, la Evangelización que el mundo necesita.

3. LA UNIDAD, RASGO PRIMORDIAL DE LOS DISCIPULOS DE JESÚS.

La historia de la humanidad es la historia de sus divisiones. Del tronco común originario fueron agrietándose las lenguas (Babel), las naciones (nacionalismos), las comunidades (sectarismos). La propia familia, nacida para la unidad, es un multiplicarse de heridas y separaciones. En Estados Unidos, de cada dos matrimonios, rompe uno. En Francia, de cada tres, uno. En España, de cada cuatro, uno. También la Historia de la Iglesia es un reguero de desgarrones de la túnica sagrada de su unidad. Recordemos las rupturas de Focio, Cerulario o Lutero.

Jesús sabía lo arduo y difícil que era la unidad. Contaba con la actuación malévola del "padre de la mentira y de la división". Sabía -como dijo magistralmente Pablo VI- que "el humo del infierno, se iba a meter también en la Iglesia. Por eso, Él pidió en su oración sacerdotal de la Última Cena el don de la unidad, de esa unidad que se origina en la Trinidad y fluye hasta nosotros, como Don y Gracia sobrenatural. Pide la unidad que deja espacio para la diversidad, ya que las Personas trinitarias son distintas, sin merma de su unidad. "Que sean uno" dice Jesús a su Abbá, por el amor mutuo, "como Yo os he amado" hasta dar la sangre. ¡Sólo existe la unidad, cuando los miembros de una comunidad se aman! Un amor que se concreta, no dando cosas, sino dándose uno mismo. Esto se logra sólo desde la cooperación del Espíritu Santo con nosotros y de nosotros con Él. El amor comunitario se traduce -según Jesús - en servicio, en lavar pies, en considerar a los demás superiores, en ocupar el último lugar. La unidad por el amor tiene un poder y una energía insospechada, ya que genera la fe y la esperanza en agnósticos y ateos, en los creyentes. El poderío de la unidad es "para que el mundo crea".

No es difícil mantener la unidad en un montón de piedras o entre unas vacas que pacen en el prado, pero juntarse un grupo de personas es experimentar las obras de la carne de las que habla Pablo, en Gálatas 5,19, especialmente las que dañan nuestras relaciones mutuas: "odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones y envidias". El proyecto del Señor es sanarnos de todo eso, para que formemos esas comunidades que engendren la fe en los paganos. Desea que el amor de los unos por los otros sea tan especial, que en esto nos reconozcan como discípulos suyos.

Es encantador el diálogo del zorro con el Principito, del genial Antoine de Saint-Exupéry, cuando le propone el muchacho al animal:

-Ven a jugar conmigo. ¡Estoy tan triste!,

No puedo jugar contigo -dijo el zorro. No estoy domesticado.

¿Qué significa "domesticar"? -dijo el Principito.

Es una cosa demasiado olvidada dijo el zorro-. Significa "crear lazos"'. ¿Crear lazos?

Sí, -dijo el zorro-. Para mí, no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, mi «vida se llenará de sol y tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti, único en el mundo .

Crear lazos de amor y tener necesidad los unos de los otros, como Jesús con cada uno de nosotros, es el secreto y la clave de la comunidad cristiana.

4. ENEMIGO DE LA UNIDAD Y DE LA COMUNIDAD

Dos son estos enemigos: nuestros enemigos y también nuestros amigos. El enemigo es el que me violenta y exaspera, aquél con el que estoy en desacuerdo; al que critico o me critica. El que no coincide con mis puntos de vista. El que siempre se queja de que la sopa está demasiado caliente o fría. Aquel que dejo al margen y entierro en mi mente, como si ya no existiera. Y a esta persona se la puede encontrar en cada hogar y en cada comunidad carismática. Con esto hay que contar, pues Dios no llama a vivir juntos a personas que se adaptan en sus caracteres. Llama a hermanos muy distintos por nuestro origen, hábitos, gustos o modos de pensamiento. Y nos pide que vivamos juntos, porque creemos en Jesús Resucitado, porque hemos recibido el mismo Espíritu. Por eso, las tiranteces y enemistades acarrean la ruina de la comunidad.

El otro enemigo es la amistad y la simpatía humana. Si un grupo de personas con la misma formación e idénticas aspiraciones, se unen y se escinden del resto de la comunidad, eso lleva consigo la destrucción de la misma.

El camino que lleva a la unidad y a la comunidad pasa por morir a sí mismo y renacer al amor y en el amor. Es un camino largo, pero merece el esfuerzo. Es un paso doloroso y difícil y ha de intervenir la acción del Espíritu Santo para transformarnos.

5. PROCESO DE LA COMUNIDAD

Para los que han experimentado largo tiempo la soledad, la primera etapa de integración es una maravilla. Todos tienen un aspecto muy feliz. Luego, la segunda etapa, todos los hermanos parecen "demonios". Todos son más o menos hipócritas y me fastidian. Cuando quiero estar en silencio, hablan. Cuando me apetece hablar, me cortan la palabra. En la tercera etapa, los hermanos no son ni santos ni demonios. Son unas personas que se han unido para luchar y amar juntos. No son ni perfectos ni imperfectos. Son como todo el mundo. Están en crecimiento, lo cual quiere decir que el bien está en el crecimiento, y el mal es lo que les impide crecer.

Somos personas que nos hemos juntado para compartir nuestras pobrezas, esperanzas, aspiraciones y para crecer en el Espíritu. Hemos de aceptar que todos estamos heridos por el pecado de egoísmo. Desgraciadamente, el segundo período resulta demasiado fuerte para muchos y abandonan la comunidad. Es el vaivén de nuestros grupos. Debemos aceptar que el crecimiento que nos lleva del egoísmo al amor, de "la comunidad para mí" a "yo para la comunidad" no es posible sin la intervención del Espíritu Santo. Saber suavizar las tensiones y acoger con mucho amor a todos, es una preciosa sabiduría, que construye los lazos de la comunidad unida. Aceptarnos tal y como somos, sin pretender ser mejores o más sabios que los demás, hace que caigan barreras y brote entre nosotros la alegría y la paz.

6. EL CARISMÁTICO HA DE TENER VOCACIÓN DE PUENTE.

Es bella la función del puente que une dos orillas. En nuestros grupos y comunidades hemos de ser puentes y acoger, especialmente a las personas heridas y necesitadas de la terapia del amor, de la paz y de la alegría. Construyendo juntos, llegaremos lejos. Cuentan de un gigante que se disponía a atravesar un río profundo y se encontré en la orilla con un pigmeo que no sabía nadar y no podía atravesar el río. El gigante lo cargó sobre sus hombros y se metió en el agua. Hacia la mitad de la travesía, el pigmeo, que sobresalía casi medio metro por encima de la cabeza del gigante, alcanzó a ver, sigilosamente apostados tras la vegetación de la otra orilla, a los indios de una tribu que esperaban con sus arcos a que se acercase el gigante. El pigmeo avisó al gigante. Este se detuvo y en aquel momento, las flechas, que llegaban, desde la otra orilla, se hundían en el agua cerca del gigante sin alcanzarle a ninguno de los dos. El gigante dio las gracias al pigmeo y este le replicó: "si no me hubiese apoyado en ti, no habría podido, ver más lejos que tu". Construir juntos, apoyándonos unos en otros, para superar, dificultades y alcanzar, grandes metas.

7- NUESTRO GRAN IDEAL: LA UNIDAD POR EL AMOR.

La vida brota de la unión. Dos personas unidas en el amor, producen vida. Dios, comunidad de personas, unidas en el amor, constituye el manantial de la vida. Una comunidad, unida en un mismo amor, genera vida a borbotones, al estilo de la Comunidad de Jerusalén de Hechos de Apóstoles. ¡Cuánto daño hizo el filósofo existencialista, francés, Jean-Paul Sartre, al afirmar: "El amor es ilusión". Nosotros confesamos y celebramos, desde la fe cristiana, que "Dios es Amor", y, el Espíritu Santo es el Amor en la Trinidad. Pablo, enamorado de este pensamiento y en la Carta a los Romanos, nos recuerda que somos "amados de Dios", que este amor "ha sido derramado en nuestros corazones" y finalmente, que "nada nos separará del amor de Dios". Con este mismo amor hemos de construir nosotros la unidad de la comunidad. Igual que cuidamos la salud, una planta o el motor de nuestro coche, hemos de cuidar el tejido de la unidad, con mimo y con detalles. Hemos de poner empeño por erradicar de entre nosotros los pecados que destruyen la unidad. No dar cabida al demonio de la división en la Renovación Carismática. Somos responsables de esto ante el futuro.

El Sacramento de la Reconciliación es un medio espléndido para eliminar las obras de la carne de Gálatas 5,19; para matar nuestro orgullo, recelos, miedos mutuos, desconfianzas, críticas amargas, conflictos, partidismos, unilateralidades, descalificaciones, egoísmos, capillísmos... Me impresionó leer en S. Agustín este pensamiento: "Las riñas, discusiones y divisiones sólo producen animalidad". Así de claro y contundente.

Es un ejercicio magnífico releer Corintios XIII, el Himno del Amor y sustituir la palabra amor o caridad, por la expresión "el Carismático es comprensivo, servicial..." Con carismáticos así resplandecen de vida y de calidad nuestros grupos y comunidades.

8. MEDIOS DE CRECIMIENTO EN LA UNIDAD.

El gran medio, sin duda es el amor fraterno, tan recomendado por Jesús, y a su estilo, hasta dar la vida.

Fomenta la unidad el poner todo en común, como los primeros cristianos. Acostumbrarnos a compartir lo que somos y lo que tenemos. Es esperanzador ver cómo se intercambian dones y carismas, desde la unidad. Por ejemplo, hermanos que tienen el don de la animación, por el canto y la música, o hermanos que tienen el carisma de evangelizar, y lo comparten con otros que carecen del mismo.

La tolerancia, que permite que el hermano sea diferente, como en la Trinidad, que el Espíritu es uno, pero las Personas son distintas. Pablo, nos lo recuerda, en 1ª Corintios 12,7: "El Espíritu es uno, pero sus manifestaciones son diversas". El Espíritu es el que configura esos encantadores jardines, que son maestros grupos de oración, con la diversidad de sus flores, que son los carismas.

El diálogo que lógicamente lleva una gran dosis de escucha fraternal. Es simpática y aleccionadora la anécdota de los leones y el violinista. El cuento no es nuevo, pero su intención no envejece. Un hombre está sentado, en absoluta soledad en medio de un desierto infinito bajo una palmera, y toca su violín. Llega hasta él un león, levanta su regia cabeza, escucha, rodea silenciosamente al violinista vuelve a escuchar y con la cabeza en alto murmura: "Mozart" y se sienta a escuchar reverentemente al violinista. Así ocurre con un segundo y tercer león. Pero, por último, llega un cuarto león, se lanza sobre el violinista y lo devora. Un mono que, desde lo alto de la palmera, ha visto toda la escena comenta a un colega de palma: "Me lo estaba temiendo. En cuanto llegue el león sordo, se acabó el concierto". Para el diálogo hay que tener los oídos abiertos y saber escuchar al hermano. En una farmacia de mi barrio he leído este anuncio: "Se hacen agujeros en las orejas". Es maravilloso que el Divino Otorrinolaringólogo abra también nuestros oídos para escuchar sus inspiraciones y lo que dicen los hermanos.

El perdón de ofensas es una fantástica terapia, sin la cual no se crece en la unidad. Tener la filosofía de Jesús en la cruz, que perdonaba, porque no sabían lo que hacían. Hemos de ser como la madera del sándalo, que cuando el leñador le da un hachazo, no se queja y despide perfume; o como la rosa que si la apretamos entre nuestras manos, las deja perfumada. Hemos de pedirle muchas veces a Jesús que nos preste su Corazón para amar como Él ama al que me ofendió.

Nos tira lo humilde. Al Espíritu Santo lo llama un santo Padre: "La humildad de Dios". Es como el sol que lo llena todo con su luz, pero a él no se le puede mirar o ver. Dios ha inventado la humildad para salvar las comunidades matrimoniales o carismáticas, dice el P. Raniero Cantalamessa. En el último lugar es donde más se agita y actúa el Espíritu Santo. Hemos de aprender mucho del Maestro al que seguimos. Él nos dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Igualmente de la "pequeña", María.

La Eucaristía construye la comunidad, sobre todo, cuando la celebramos gozosamente con un solo corazón y una sola alma. Es el Pan de la Unidad y el Sacramento del Amor. No quiere la Iglesia que entremos en comunión con Jesucristo Resucitado, sin previamente haber entrado en comunión con los hermanos. De ahí el rito de la paz, instantes antes de comer el Cuerpo del Señor y de beber su Sangre. La eucaristía, celebrada y adorada, es fuente de sanación de las heridas recibidas en nuestro interior.

9. RECOMENDACIONES DE PABLO SOBRE LA UNIDAD

Pablo, gigante de la evangelización y gran constructor de comunidades carismáticas, estaba convencido que la unidad no era un tema banal. Reconoce que fue el deseo más ardiente de Jesús y su oración más intensa. Por eso, en Efesios 4,1-6, nos recomienda encarecidamente: "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un sólo Cuerpo y un solo Espíritu y como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos".

En Filipenses 2,1-11, nos habla con palabras recias y nos dice: "Así pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, que seáis todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu y unos mismos sentimiento. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo. Él siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre sobre todo nombre.

10. ORACION AL ESPÍRITU SANTO, PIDIENDO EL DON DE LA UNIDAD.

Espíritu, Santo creemos en Ti y en tu Poder. Creemos que Tú puedes derribar nuestros prejuicios. Que Tú puedes cambiar nuestras costumbres y hacer que superemos nuestras indiferencias o rivalidades. Regálanos tu Amor y creatividad para construir las comunidades, que Jesús desea. Destruye en nosotros todo pecado de división, de egoísmo, de orgullo. Sánanos de las heridas que todos llevamos, por las desavenencias con los hermanos. Regálanos servidores nacionales, regionales, de comunidades y grupos que sepan construir tus planes y proyectos de "la unidad por el amor". Amén. ¡Madre de la Unidad, ruega por nosotros!..

(Nuevo Pentecostés, nº 63)