EL DIEZMO BÍBLICO

Por Mons. Alfonso URIBE JARAMILLO

Muchas veces he reflexionado sobre la importancia que la Sagrada Biblia da a los diezmos y comentado que si todos aceptásemos la Palabra de Dios en este campo encontraríamos la mejor y más fácil solución de los problemas sociales que aumentan todos los días. Repetidas veces me han solicitado que exponga este tema para dar a conocer la importancia del diezmo bíblico y los frutos insospechados que produciría para beneficio de todos. Esta es la razón de esta carta.

Los diezmos como necesidad sentida desde el principio

En la conducta de los primeros hijos de Adán y de Eva aparece ya la práctica de ofrendar al Señor parte de sus bienes para reconocer así su absoluto dominio sobre los hombres y sobre todos los demás seres. El Sagrado libro del Génesis nos dice:

«Abel era pastor de ovejas, mientras que Caín era labrador. Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación...»

Esta actitud seguramente se extendió y llegó a ser norma para quienes obraban de manera agradable a Dios. Así vemos como Abraham dio al Sacerdote Melquisedec «el diezmo de todo». Años más tarde su nieto Jacob hizo a Dios el siguiente voto:

«Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y me da pan que comer y ropa con que vestirme, vuelvo sano y salvo a casa de mi Padre, entonces Yahvé será mi Dios; y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios; y de todo lo que me dieres, te pagaré el diezmo».

El Señor ordena pagar el diezmo

Cuando Moisés legisla y da las normas que debe seguir el pueblo de Dios, da mucha importancia al deber de honrar a Dios mediante el pago de los diezmos.

En la pedagogía divina aparece, cómo mediante la donación de los diezmos, el hombre aprende prácticamente a reconocer y respetar el Señorío de Dios, que lamentablemente es muy olvidado con frecuencia. Pero el texto más precioso de Moisés sobre el diezmo es el que hallamos en el capítulo 26 de Deuteronomio: «Cuando llegues a la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia, cuando la poseas y habites en ella, tomarás las primicias de todos los productos del suelo que cosechas en la tierra que Yahvé tu Dios te da, las pondrás en una cesta, y las llevarás al lugar elegido por Yahvé tu Dios para morada de su nombre. Te presentarás al sacerdote que esté en funciones y le dirás:

« Yo declaro hoya Yahvé mi Dios que he llegado a la tierra que Yahvé juró a nuestros padres que nos daría».

«El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de Yahvé tu Dios. Tú pronunciarás estas palabras ante Yahvé tu Dios:

«Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahvé Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de los productos de la tierra que tú, Yahvé, me has dado».

«Las depositarás ante Yahvé tu Dios, y te postrarás ante Yahvé tu Dios. Luego te regocijarás por todos los bienes que Yahvé tu Dios te da a ti y a tu casa, y también se regocijará el levita y el forastero que viven contigo».

«El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de retirar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, que comerán de ello dentro de tus puertas hasta saciarse, dirás en presencia de Yahvé tu Dios:

«He sacado de mi casa lo que era sagrado; se lo he dado al levita, al forastero, al huérfano y a la viuda,... He obedecido a la voz de Yahvé mi Dios y he obrado conforme a todo lo que me has mandado. Desde la morada de tu santidad, desde lo alto de los cielos, contempla y bendice a tu pueblo Israel, así como al suelo que nos has dado como habías jurado a nuestros padres, la tierra que mana leche y miel » .

Como los hijos de Israel entraban al templo con sus donaciones y decían al Señor: «Por eso entro aquí con las primicias de los frutos del suelo que me diste», así todos nosotros debemos manifestar nuestra gratitud al Señor por los bienes materiales que nos concede, ofreciéndole el diez por ciento como señal de gratitud y como reconocimiento de su Señorío.

En los libros Sapienciales

Estas prescripciones de Moisés acerca de los diezmos y primicias las encontramos también en los libros Sagrados tan importantes como el de los Proverbios y el Eclesiástico:

«Honra a Dios con tus riquezas, con las primicias de todas tus ganancias y tus graneros se colmarán y tus lagares rebosarán de mosto». «Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas: cuando ofreces, pon buena cara y paga de buena gana los diezmos». Aquí la Palabra de Dios insiste en la finalidad principal de los diezmos cual es la honra de Dios. Es un acto de gratitud para con el Señor de quien recibimos todos los bienes. Por eso, añade el autor Sagrado: «Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con ojo generoso, con arreglo a tus medios. Porque el Señor sabe pagar y te devolverá siete veces más.»

Los profetas y el diezmo

Sabemos que los profetas fueron hombres valientes y fieles que transmitieron al pueblo de Israel los mensajes de Dios. Fueron mensajeros de Dios. Fueron mensajeros del Altísimo que corrigieron, consolaron, exhortaron y amenazaron conforme a la acción del Espíritu Santo en ellos. Respecto al diezmo encontramos en sus mensajes órdenes muy precisas.

«Llevad de mañana vuestros sacrificios y el tercer día vuestros diezmos, ordena el profeta Amós»

Y Malaquías es aún más fuerte y explícito. Meditemos con atención sus palabras:

«Desde los días de vuestros padres os venís apartando de mis preceptos y no los observáis. Volveos a mí y yo me volveré a vosotros, dice Yahvé Sebaot. Decís: ¿En qué hemos de volver? ¿Puede un hombre defraudar a Dios? ¡Pues vosotros me defraudáis a mí! Y aún decís: ¿En qué te hemos defraudado? En el diezmo y en la ofrenda reservada. De maldición estáis malditos, porque me defraudáis a mí vosotros, la nación entera. Llevad el diezmo íntegro a la casa del tesoro, para que haya alimento en mi Casa; y ponedme así a prueba, dice Yahvé Sebaot, a ver si no os abro las esclusas del cielo y no vacío sobre vosotros la bendición hasta que ya no quede, y no ahuyento de vosotros al devorador, para que no os destruya el fruto del suelo y no se os quede estéril la viña en el campo, dice Yahvé Sebaot. Todas las naciones os felicitarán entonces, porque seréis una tierra de delicias, dice Yahvé Sebaot».

El Señor por medio de su profeta ordena pagar el diezmo íntegro y no defraudarlo. Nos invita a ponerlo a prueba, a ver si no derrama, en cambio, su bendición divina. Personalmente ha comprobado la veracidad de estas palabras y su exacto cumplimiento en quienes con alegría y generosidad dan al Señor el diez por ciento de todas sus ganancias.

Una persona muy rica me decía en cierta ocasión: «Cuando empecé a trabajar como obrero ganaba muy poco, pero comencé a dar al Señor el diez por ciento de mi salario. Hoy la cantidad que pago mensualmente es muy elevada porque Él, en cumplimiento de su promesa, ha aumentado mucho mis bienes».

Pero en esta profecía encontramos además de las promesas de bendición que hace el Señor a quien lleve íntegro el diezmo, la maldición para quien lo defraude. La bendición que el Señor promete es doble: la abundancia de los bienes y la destrucción de las plagas que devorarán los viñedos y los demás frutos del suelo.

Cuando uno observa la cantidad creciente de virus, insectos y demás plagas que azotan a los cultivos, se pregunta si esto no obedecerá, en parte al menos, al descuido creciente para ofrendar al Creador el diezmo de las cosechas. Lo mismo podemos decir de quienes trabajan en la ganadería, avicultura, porcicultura, etc.

La realidad es que en la práctica creemos que somos dueños absolutos de los bienes y hacemos a un lado las repetidas enseñanzas de la Palabra de Dios respecto al pago de los diezmos como reconocimiento del Señorío de Dios sobre las personas y los bienes.

Obediencia de los Israelitas

En el segundo libro de las Crónicas vemos la manera cómo los Israelitas cumplían lo ordenado por el Señor en relación con los diezmos. Los hijos de Israel y de Judá que habitaban en las ciudades de Judá, trajeron también el diezmo del ganado mayor y menor y el diezmo de las cosas sagradas consagradas a Yahvé, su Dios, y los distribuyeron por montones, en el mes tercero comenzaron a apilar los montones y terminaron el mes séptimo. Vinieron Ezequías y los jefes a ver los montones y bendijeron a Yahvé y a su pueblo Israel. Y en el libro de Tobías leemos la manera como este hombre de Dios cumplía lo dispuesto por el Señor:

« Todos mis hermanos y la casa de mi padre Nefralí, ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboam, rey de Israel, había hecho en Dan, en los montes de Galilea.

«Muchas veces era yo el único que iba a Jerusalén, con ocasión de las fiestas, tal como está prescrito para todo Israel por decreto perpetuo; en cobrando las primicias y las crías primeras y diezmos de mis bienes y el primer esquileo de mis ovejas, acudía presuroso a Jerusalén y se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. Daba a los levitas, que hacían el servicio en Jerusalén, el diezmo del vino, del grano, del olivo, de los granados, de los higos y demás frutales; tomaba en metálico el segundo diezmo, de los seis años y lo gastaba en Jerusalén».

Conducta y enseñanza de Jesús.

El Señor en el Evangelio dice a los fariseos que hay que practicar la justicia, el buen corazón y lealtad y que no se debe dejar de cumplir el pago de los diezmos. Pero lo más importante en la vida de Jesús es su espíritu de pobreza y de desprendimiento de las riquezas. Antes de su Ministerio público trabaja como carpintero en Nazaret.

Cuando pronuncia el Sermón de la Montaña llama «felices a los pobres de espíritu porque de ellos es Reino de los Cielos»

Su pobreza es tal que puede decir: «Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza... »

Cuando indica al joven rico dónde se encuentra la perfección le dice:

«Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos: luego. ven y sígueme "

En el Sermón del Monte dice:

«No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroen, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón».

La doctrina y la conducta del Señor son hoy más necesarias que nunca porque vivimos en un mundo que sólo piensa en el dinero y quiere conseguirlo rápidamente y con facilidad, sin importarle los medios, por malos que sean.

Los primeros cristianos

Orientados por las enseñanzas y por la vida de Jesús y bajo la acción del Espíritu Santo, los primeros cristianos fueron ejemplares en el empleo de los bienes terrenos y en su desprendimiento y generosidad. Los Hechos de los Apóstoles nos describen así la manera como vivía la primera Comunidad cristiana:

«Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón ".

«La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según sus necesidades ".

Dar con alegría

San Pablo, el gran Apóstol de Cristo, se preocupó también por las necesidades temporales de sus hijos y dedicó muchos esfuerzos a la organización de una gran colecta de dinero para los pobres de la Iglesia de Jerusalén. En su segunda carta a los Corintios les expone los beneficios que han de resultar de esta ayuda fraternal y escribe lo siguiente: «Os digo esto: El que siembra escasamente, escasamente cosecha. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra buena. Como dice la Escritura: Repartió a manos llenas; dio a los pobres; su justicia permanece eternamente.

«Aquel que provee de simiente al sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera. y aumentará los frutos de vuestra justicia. Sois ricos en todo para toda largueza, la cual provocará por nuestro medio acciones de gracias a Dios: Porque el servicio de esta acción sagrada no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda también en abundantes acciones de gracias a Dios "

Recordemos siempre estas palabras santas: "Dios ama al que da con alegría", para que nuestra ayuda a los demás no sea forzada, ni a regañadientes, pues entonces perderíamos el mérito.

Cristo es Señor

El punto central de la predicación de Jesús es la llegada del Reino de Dios. Ésta es la buena noticia que todos deben creer. Dios, en su infinita bondad, «nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su Amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados".

En dos preciosas parábolas del Reino: la del tesoro escondido y la de la perla preciosa, nos enseña Cristo que para conseguir el reinado de Dios sobre nosotros es necesario venderlo todo y entregarlo, porque ése es su precio. Si de veras quiero conseguir el tesoro infinito del Reino de Dios en mi vida, tengo que darme totalmente a mi Señor y no reservarme nada. «Vende todo lo que tienes y compra el campo aquél". Si hago esto, Cristo, el Señor, me constituye administrador de sus bienes. Soy un siervo de Cristo que administro bienes suyos y de distinto orden, incluidos el dinero y demás objetos materiales, y que a la hora de mi muerte voy a escuchar de Él estas palabras: «Dame cuenta de tu administración". Cuando olvido esto y creo que soy dueño absoluto de los bienes cometo la gran equivocación e impido que Cristo sea el Rey y Señor de mi vida.

Ahora bien, la manera efectiva y constante de reconocer el Señorío de Cristo sobre los bienes que he recibido de Él para una recta administración, es darle la décima parte de mis ganancias. Cuando llevo el diezmo a su Casa, reconozco que Él es dueño de todo y que yo únicamente administro lo que es suyo. Desafortunadamente, como dijo alguien con razón, «el Reino de Dios termina frecuentemente en nuestra chequera o en nuestro bolsillo", pues cuando se trata de bienes de fortuna nos portamos como si nosotros fuésemos los verdaderos dueños y Dios nada tuviese que ver con ellos. Recordemos siempre las enseñanzas de Jesús.

«Y les dijo: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

«Les dijo una parábola: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ¿Qué haré? , pues no tengo donde reunir mi cosecha. y dijo: 'Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y juntaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.'

« Pero Dios le dijo: '¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios."
Una gran solución

Todos estamos hondamente preocupados por los graves y numerosos problemas sociales que agobian a muchos hermanos.

Las necesidades de todo orden son incontables con los medios actuales. Vemos surgir a diario iniciativas diversas para ayudar a los que necesitan educación, vivienda, salud, elementos de trabajo etc... Pero todo queda corto ante la gravedad del problema. Encontramos la única solución efectiva en una vida auténticamente cristiana.

Solamente hombres nuevos con corazón nuevo pueden renovar el mundo. Y aquí estamos frente a un medio muy concreto, efectivo, posible y al alcance de todos; dar a los necesitados el diez por ciento de nuestras ganancias. Si un día nos decidiésemos todos a dar este paso con fe en la Palabra de Dios, como demostración de nuestro reconocimiento del Señorío de Cristo y con espíritu de cooperación fraternal produciríamos la más grande y salvadora revolución. ¡Cuánto dinero se reuniría en cada parroquia, en cada diócesis, en cada provincia, en cada país! Algo incalculable y capaz de resolver muchas necesidades y problemas de toda índole.

Con la confianza filial en el Señor y después de implorar la protección de la Santísima Virgen invito a todos a reflexionar seriamente sobre este tema y a prestar todos la ayuda cristiana y eficaz del diezmo.

Termino con las palabras de San Pablo: “ No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» «Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. Y a Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén». .

(Nuevo Pentecostés, n.62)