EL FUERTE VIENTO DEL ESPÍRITU

P. Diego JARAMILLO, C.I.M.


¿CÓMO ACTUA EL ESPÍRITU DE DIOS?

Creo que la respuesta se encuentra en los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles.
Allí está la norma para los discípulos de todos los tiempos, y por lo tanto para nosotros los que seguimos a Jesús cuando comienza el tercer milenio de la historia cristiana.
Quisiera proponer como principio unificante de toda la actividad responsable de la Renovación " la apertura a la acción del Espíritu Santo" . Sin la presencia del Espíritu de Dios, toda nuestra actividad se vuelve nada. Y con su fuerza, nuestra nada toma dimensiones insospechables de eficacia y de poder espiritual.
Creo, por lo demás, que los únicos que han dado un aporte serio a la Renovación de la Iglesia han sido los hombres llenos de Espíritu Santo. Esto es claro, porque no podemos construir una Iglesia diferente de la que el Espíritu Santo ha venido construyendo en veinte siglos.

GUIADOS POR EL MAESTRO INTERIOR

El Espíritu Santo que lo ilumina todo y lo penetra todo, es quien nos da a conocer que Dios es un Padre, y que lo podemos llamar con el nombre tierno de ¡Abbá!
El Espíritu Santo es el que nos da a conocer el misterio de la Encarnación de Jesucristo. Él es el que nos permite llamar a Jesús con el nombre de Señor.
El Espíritu Santo es el Maestro Interior. Nos enseña desde su cátedra del cielo y desde la cátedra que tiene en cada corazón. Él puede revelarnos el misterio de amor que es Dios Padre, y el misterio de salvación que es Jesús.
El Espíritu es el que facilita el diálogo nuestro con Dios. Él enciende en cada uno de nosotros la oración como si fuera una lámpara.
Guiada en su plegaria por el Espíritu, la Iglesia se convierte en la sociedad de la alabanza, en la asamblea de la doxología. Por eso cuando la Iglesia nació, como cuando nació Jesús, todas las personas que conocían ese misterio, alababan al Señor.
El evangelio de Lucas nos cuenta que cuando Jesús nació, María alababa al Señor, Isabel, Zacarías, Simeón, Ana,, los ángeles: todos alababan al Señor movidos por el Espíritu.
Cuando la Iglesia nació, los apóstoles llenos de Espíritu santo contaban las maravillas de Dios y los hombres en la casa de Cornelio, y aquellos hombres por los que Pablo oró en Efeso, todos alababan al Señor.
El Espíritu Santo necesariamente conduce a la oración de la alabanza. Idéntica afirmación podemos hacer cuando hablamos de la oración de petición. Pablo nos dice en la carta a los Romanos que nosotros no sabemos pedir lo que necesitamos, mas el Espíritu de Dios gime en nosotros con gemidos inefables. Él suple la deficiencia que tenemos e intercede a Dios por sus santos.

EL ESPÍRITU DA TESTIMONIO DE JESÚS

El Espíritu Santo fue el que hizo los primeros testigos y los de siempre: Los testigos de la Resurrección. Así lo había prometido Jesucristo y así cumplió el Espíritu Santo abriendo los ojos y haciendo arder el corazón de los Apóstoles, dándoles valentía para que pudieran testificar.
El Espíritu santo solamente sabe hablar de Jesucristo.
El espíritu Santo no centra en sí la atención. No hay peligro que una comunidad realmente animada por el Espíritu Santo olvide a Jesús, pues el Espíritu santo es el primer panegirista de Jesús. Él es el primer evangelizador, Él es el primer catequista, Él es la "memoria viva" de la Iglesia, que impida a la Iglesia tener amnesia de Jesús...
El Espíritu santo era el que le daba poder a Jesucristo para expulsar los demonios.
El Espíritu Santo fue el que llevó a Jesús hasta la Cruz; es el que lo hizo Cristo y Señor para la Gloria del Padre. El Espíritu Santo es el regalo que Jesús desde la derecha del Padre puede derramar sobre su Iglesia. El Espíritu Santo es el que sigue encendiendo corazones y entendimientos de todos los discípulos en los veinte siglos de la Iglesia, en el conocimiento, en el amor y en el compromiso con Jesucristo.


EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA

El Espíritu Santo es el que impulsa la construcción de la Iglesia. Jesús puso los cimientos; el Espíritu Santo dio la vida. Él es como el alma para la Iglesia, el corazón de la Iglesia, cofundador de la Iglesia, y por eso no se pueden separar Iglesia y Espíritu Santo.
Dice el padre Congar que "separar Iglesia y Espíritu, no sólo sería una herejía, sino sobretodo un tremendo error pastoral".
Por eso cuando proclamamos en el Credo, "Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica" deberíamos suprimir la pausa, porque Espíritu e Iglesia no son dos realidades paralelas, objeto de nuestra fe, sino que creemos que el Espíritu Santo habita en la Iglesia, que el Espíritu Santo vive en la Iglesia, que la Iglesia es como la casa donde se respira el aire del Espíritu Santo, la única fragancia que debe existir en la Iglesia Católica es la que da el Espíritu de Dios. Por eso dicen los antiguos: "donde está la Iglesia, allí el Espíritu y toda gracia"

LA ACCIÓN FECUNDA DEL ESPÍRITU

La acción del Espíritu Santo se percibe en la Iglesia de muchas maneras:
Él es el Espíritu de verdad, el que habló por los profetas, el que inspiró las Escrituras, el que iluminó a los Apóstoles; por eso, la Palabra de Dios se llama la espada del Espíritu, y la predicación se denomina el ministerio del Espíritu.
Él es el abogado, el que asiste, consuela, habla en las cárceles y tribunales por los discípulos que no saben que decir.
Él es como le llamaban los antiguos: "el entrenador de los mártires, el entrenador de testigos".
El Espíritu santo es Espíritu de Vida. La Iglesia lo invoca como Espíritu Creador; él es el dedo de Dios, dice un himno de la Liturgia. Él, incesante, produce cosas nuevas, cielos nuevos, tierra nueva, vida nueva, hombres nuevos. Él renueva la faz de la tierra; Él renueva todas las cosas. Él no se cansa, no se fatiga; es infatigable el Espíritu de Dios. Él está siempre creando, él es como un poeta, el poeta en la Santísima Trinidad. Está haciendo siempre sorpresas. Tenemos que estar siempre preparados ante las sorpresas que hace el Espíritu Santo.


EL ESPÍRITU NOS UNE EN EL AMOR

El Espíritu Santo es el espíritu de la unidad. Él es el beso casto del Padre y del Hijo. Él es "el nosotros de Dios", y también es "el nosotros de los hombres" congregados en la Iglesia, es decir, nos permite decir "nosotros" como si fueramos un solo cuerpo. Él es, dice el padre Mühlen: una persona en dos personas, el Padre y el Hijo. Él es una Persona en muchas personas, en todos nosotros.
Él unió la naturaleza divina con la humana en Jesús. Él es especialista de unidad. Él es como el "cemento de unidad". Él posibilita la comunión entre los hombres y Dios. Él es el que hace la comunión de los Santos.
Él es espíritu de Amor. Él es el Amor de Dios, derramado en nuestros corazones, que nos permite amar a Dios y a los hermanos. Él da la fuerza para amar hasta el extremo, para dar la vida, para comprometer la vida, para servir superando egoísmos, para dar y para compartir. El fruto de la presencia del Espíritu es el Amor.
Él es el que manifiesta en la Eucaristía el amor de Dios y la fe del hombre. Por eso en la Eucaristía hay una especial presencia del Espíritu de Dios; por eso algunos han llamado a la Eucaristía: "el don del Espíritu o la delicia del Espíritu". Por eso, cuando el diácono Efrén repartía la Eucaristía, decía: "recibe el Cuerpo de Cristo y el Fuego del Espíritu".
El Espíritu Santo es espíritu de Santidad. Él es el que perdona los pecados. Como dice la Liturgia en los días de Pascua: "Él es la Reconciliación de los pecados, el cambia el corazón de piedra en corazón de carne; es el agua que da vida y fecundidad." Transforma en Cristo y hace que nuestra palabra, mirada y vida, transparenten la presencia de Jesús, porque si el fuego exterior nos ilumina con sus resplandores, el fuego interior nos va transformando cada día haciéndonos crecer de gloria en gloria.


LA EFUSIÓN CARISMÁTICA DEL ESPÍRITU

El Espíritu Santo se manifiesta con carismas. Él mismo es el don de Dios, el carisma de Dios para nosotros. Él es el aliento que Jesús entregó a la Iglesia cuando moría.
Él es el aliento que Jesús resucitado insufló sobre sus discípulos. Él es la lluvia que Jesús derrama desde el cielo, cuyos efectos se pueden ver y escuchar. Como la lluvia vivifica los jardines y los hace producir elementos variados: hojas, flores, frutos..., así también, dice Cirilo de Jerusalén: "el agua del Espíritu produce diferentes carismas y ministerios. Son numerosos los carismas". San Juan Crisóstomo dice: "que es un océano inmenso de carismas". Pablo VI suspiraba por una "lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano". Eso, todo eso, hace el Espíritu de Dios. No sabemos definir qué es, pero sí sabemos qué hace; sí conocemos sus efectos, sus obras en la Iglesia y en nosotros.
En el libro de los Hechos vemos que había hombres que creían en el Espíritu Santo, que lo anhelaban, que lo pedían, que lo llamaban y que lo recibían.
Pedro, los apóstoles, todos fueron llenos del espíritu santo. Esteban, Felipe, sus cinco compañeros, llenos del Espíritu Santo. Ananías, Saulo Bernabé, Apolo, llenos de Espíritu Santo.
Y esos hombres llenos del Espíritu Santo no querían una gracia exclusiva para ellos mismos; la querían comunicar, no tenían miedo de imponer las manos, viajaban para imponer las manos y compartir la gracia del Espíritu. El mismo Espíritu los conducía como al diácono Felipe o les indicaban quienes debían ir a la misión como a Pablo y Bernabé; o como a Pedro en oración para que fuera a casa de Cornelio; o como a Pablo que le decía que no fuera a la provincia de Asia o Bitinia. O que fuera a Jerusalén, a pesar de que allí le esperaban cadenas y tribulaciones. De tal manera se sentían unidos los primeros discípulos con el Espíritu Santo, que, como en la primera reunión de Jerusalén, se atreven a decir: " nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros".
Y tras los apóstoles, los primeros presbíteros, los ancianos de la Iglesia, estaban llenos del Espíritu Santo.
Al inicio del siglo II, Ignacio, Obispo de Antioquia, camino del martirio escribe: " siento dentro de mí un agua viva que me grita: ven hacia el Padre".
Policarpo, en el año 157, Obispo de Esmirna, después de haber servido a Jesús 86 años, es llevado al martirio, y antes de subir a la pira, donde va a ser quemado, asado como un pan que se dora, para Cristo, pide el Espíritu que da la inmortalidad...
- Efrén, en Siria, es llamado "la lira del Espíritu Santo".
- El Papa Fabián, en Roma, es el elegido como Sumo Pontífice porque en el cónclave, una paloma llega y se posa en sus hombros, y los presbíteros de esa época en Roma ven en ella un signo del Espíritu santo.
Realmente los hombres primeros, los pastores, los mártires de la Iglesia fueron hombres llenos del Espíritu Santo.

PERMANENTE PENTECOSTÉS

A finales del siglo pasado, en la Iglesia Luterana, primero surgió una tesis según la cual, la Iglesia del siglo I, había sido una Iglesia totalmente carismática, pero poco a poco, al irse organizando la Iglesia había perdido sus aspectos carismáticos para sólo insistir en los aspectos de organización o institución. Se habían dado dos corrientes, una más institucional, otra más carismática.
Esa visión ha sido frecuentemente rechazada por el Magisterio eclesiástico. La Iglesia cree que es simultáneamente carismática e institucional. Ella cree que el espíritu de Dios no la ha abandonado nunca, sino que siempre la viene enriqueciendo con sus dones, con sus carismas.
La Iglesia requiere, como decía Pablo VI, de un permanente Pentecostés; no es porque el primer Pentecostés haya perdido su fuerza, sino porque Pentecostés es como una aventura que cada hombre y cada bautizado debe hacer, y en lo cual necesita un crecimiento sin interrupción.
Por eso cuando el Concilio Vaticano II en "Lumen Gentium" habla de dones jerárquicos y carismáticos y algunos los vieron como si fueran dos dones distintos; posiblemente esa expresión se debe mejorar y deberíamos más bien hablar de dones que el Espíritu de Dios derrama en los laicos y en los presbíteros y en la jerarquía. Pero el elemento unificador es el Espíritu que da sus dones como Él quiere.
Si se reconoce que la Iglesia toda es carismática en la Jerarquía y en los laicos, habrá entonces una normal aceptación en la autoridad de la Iglesia y también de parte de la Jerarquía, de Obispos y sacerdotes, un reconocimiento de los múltiples carismas que el Espíritu de Dios suscita por doquier. Habrá también una contemplación de carismas una mutua ayuda, porque todos ellos tienden al bien común. Por supuesto, habrá también un elemental discernimiento sobre el uso apropiado y oportuno de cada don, porque sin extinguir el espíritu hay que probarlo todo y quedarse con lo bueno.


CARISMÁTICOS EN LA IGLESIA DE HOY

Estamos convencidos de que la Renovación Carismática es una suerte para la Iglesia como lo dijo el Papa Pablo VI o para usar palabras del Papa Juan Pablo II: "Es un importante componente en la total renovación de la Iglesia. Una elocuente manifestación de la permanente vitalidad juvenil de la Iglesia hoy."
Estamos convencidos de que la Renovación Carismática es ante todo una obra del Espíritu santo, a pesar de las flaquezas y debilidades de nosotros los hombres. Sin embargo, para realizarla, el Espíritu de Dios necesita hombres, y aunque de todos puede valerse, en la Renovación Carismática necesita dirigentes dóciles a sus mociones, a su dirección. El Espíritu Santo a pesar de su poder, necesita hombres realmente carismáticos, es decir, hombres y mujeres que se dejan bautizar por Él, llenar de él y guiar por Él.
Quisiera hacer una síntesis de los aspectos más importantes en donde pienso puede haber como una colaboración de cada uno de nosotros a la acción del Espíritu Santo.
Creo que necesitamos responsables carismáticos que se conviertan definitivamente a Jesucristo, que vayan superando el pecado, pasando de las tinieblas a la luz admirable, de los criterios de la carne a los del Espíritu, porque podemos comenzar en el Espíritu y terminar siendo carnales como los Gálatas.
Necesitamos líderes y responsables que oren en todo tiempo al Espíritu santo con invocaciones y súplicas, perseverando y alabando al Padre y a Jesús que es el Señor de los que cantan.
Que lean y estudien la Palabra de Dios, porque conocer las Escrituras es conocer a Jesucristo, y al leerlas escuchamos lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
Que se dejen bautizar en el Amor. Porque la definitiva prueba del Bautismo en el Espíritu, es un Bautismo en el Amor. Sólo así podemos producir los frutos del Espíritu, porque los carismas pueden estar o no estar, más la señal de la presencia del Espíritu, es el Amor; y cuando el amor se encuentra con la ofensa, se llama perdón.
Necesitamos responsables de la Renovación que aprendan a perdonar y perdonen como Jesús perdonó.
Responsables de la Renovación que sean fermentos de unidad y de paz. Donde está el Espíritu de Dios, hay unión de corazones. Hombres que respeten la diversidad de vocaciones y carismas, de ministerios y temperamentos sin reducirlo todo a un solo molde. Pues en lo necesario se necesita la unidad, pero en lo dudoso la libertad, y en todas las cosas el Amor.
Hombres que sean capaces de vencer la tendencia de aislarse y aislar a los demás, y de dividir y excomulgar a los demás .Se decía que quienes causaban divisiones en la Iglesia, rasgaban la Túnica de Cristo. Ahora se puede decir que los líderes carismáticos que causan divisiones, entristecen al Espíritu, apagan la luz, destruyen el Reino.


RESPONSABLES ILUMINADOS

Necesitamos responsables de la Renovación abiertos a los demás sin encerrarse en lo propio, como si sufrieran con el bien ajeno, que aprovechen las experiencias vividas en otros países, en otras comunidades para inspirarse o al menos para cuestionar las propias experiencias, pero también que sean creativos, con iniciativas para emprender nuevos caminos sin tener que estar siempre copiando lo ajeno o repitiendo lo que ya hicieron una vez.
Que traten de expresar el mensaje del Evangelio a través de las tradiciones y de las costumbres de cada cultura, dejando también que el mensaje de Cristo propicie los valores y cambie los desvalores que cada cultura pueda tener. Hombres que llenos de esperanza vislumbren con mirada profética horizontes nuevos, que Dios está preparando para su pueblo. Que animen a la comunidad para que se encumbre hacia el futuro con optimismo.
Necesitamos hombres que puedan integrarse en la vida comunitaria compartiendo lo que Dios les ha dado en el plano espiritual y material.
Que comprendan la riqueza que Dios ha dado a la Iglesia de hoy, con la formación de grupos de oración y de comunidades carismáticas, de comunidades de alianza, para que esas comunidades vivan en comunión unas con otras y con el resto grande de la Renovación Carismática y de la Iglesia, superando la tentación de aislarse y convertirse en ghetos, más o menos cerrados.
Que eviten todo afán colonialista, como si su visión personal hubiese de imponerse por doquier en todas las comunidades y grupos de oración. Es evidente que la Iglesia entera necesita una renovación espiritual, necesita presencia del Espíritu, oración, carismas por todas partes. Ese es un espíritu carismático, un ambiente de renovación. Otra visión lleva a la organización, lo más estricta posible, de un movimiento carismático, pero que no tiene necesariamente que imponerse a todos y que tampoco limite la acción del Espíritu. Sobre todo, cuando nuestra relación de Renovación Carismática va con respecto a otros grupos de la Gran Iglesia, también bendecidos por Dios, también signo de la presencia del Espíritu que en todas partes actúa, y a los cuales no necesariamente tenemos que bautizar con nuestros propios rótulos, nuestros propios nombres, ni imponerles nuestros propios esquemas, como si participáramos de un canibalismo apostólico, de "antropofagia espiritual".
Necesitamos hombres que quieran ser usados por Dios, con sus gracias y carismas, no ignorando los dones espirituales; aspirando a ellos, deseándolos con abundancia para un crecimiento espiritual. No impidiendo su uso prudente, propiciando su ejercicio; en particular, hay algunos carismas que nos han causado pequeños problemas en su uso y a lo largo del tiempo y en distintos lugares. Pero creo que fue el Cardenal Suenens quien dijo en alguno de sus libros: "Cuando en los países cálidos entran los mosquitos, el problema no se soluciona apagando la luz, sino defendiéndose de esos pequeños animales". Así también en el uso de todos los carismas: lenguas, palabra de conocimiento, sanación..., puede haber dificultades, pero podemos prudentemente encauzar el uso. Y un líder carismático sabe discernir el momento oportuno, circunstancias apropiadas para fomentar la manifestación de esos carismas.
Tampoco podemos reducir la Renovación Carismática al uso de algunos carismas, porque es la Renovación de toda la Iglesia en su kerigma, catequesis, vida comunitaria, vida sacramental, compromiso con los pobres..., y todo ello debe ser animado por la vida del Espíritu, y los carismas son aperos, como herramientas de trabajo en determinados momentos; los carismas son para siempre, pero cada carisma tiene su momento oportuno. Es normal que queramos un pueblo sano, espiritual y corporalmente sano, pero también es normal que los que sanan vayan a trabajar, den testimonio del Señor, construyan la Iglesia, crezcan en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús.


VIVIENDO EN EL ESPÍRITU CON GOZO Y ESPERANZA

Necesitamos responsables de la Renovación que comuniquen alegría. Una característica de la presencia del Espíritu Santo es el gozo. Somos comunicadores de una Buena Noticia, predicadores de la Bienaventuranza de Jesús; por eso, el ambiente alegre de las comunidades carismáticas. Por supuesto que no es lo mismo en su expresión exterior el de una comunidad de los países nórdicos y la de los trópicos; por supuesto que no se puede esperar la misma expresión en el Norte que en las comunidades de Brasil; pero evidentemente la alegría del Espíritu Santo tiene que hacerse presente en todos los lugares y ocasiones. Una alegría sin ingenuidad porque no nos lleva a cerrar los ojos ante las necesidades del mundo, sino a compartir y a participar en el hambre y la injusticia y la pobreza de nuestros pueblos pobres, y a luchar con la fuerza del Espíritu para que por todas partes se construya la civilización del Amor.
Líderes, finalmente de tal manera que no se apeguen a los puestos como si fueran cosa propia, sino que, después de haber servido por doquier el Evangelio puedan decir también: "somos siervos inútiles; lo que debíamos haber hecho eso es lo que hemos realizado".
Estamos, habituados a hablar del Bautismo en el Espíritu o de la efusión en el Espíritu, y como consecuencia indicamos a los carismáticos que oren en el Espíritu, que canten en el Espíritu, y, en algunos lugares, que descansen en el Espíritu. Pero necesitamos hombres y mujeres que vivan en el Espíritu, que conversen y prediquen en el Espíritu, que viajen y trabajen en el Espíritu, que compartan y que sufran en el espíritu, y que se preparen un día a morir en el Espíritu. Por eso, hoy y cada día necesitamos levantar hacia el cielo el corazón y las manos, y decir: ¡Ven, Espíritu Santo!, ¡ven, don del Altísimo!, ¡ven, perfecta misericordia!,¡ven, comunión y amor!, ¡ven, transfórmanos y úsanos en la Renovación de Tu Iglesia!

("Nuevo Pentecostés", nº. 86 y 87)