LA IGLESIA NUESTRA MADRE
La Iglesia es el lugar elegido por Dios, donde El establece su morada entre los hombres (Ap 21, 3), es invocado su nombre y adorada la Trinidad.
Ella, Esposa de Cristo, es para nosotros seno maternal donde fuimos regenerados a la Vida, redil que acoge a todos los pecadores, inmenso Pueblo de Dios, siempre en marcha y peregrino hacia otra patria fuera ya de este mundo.
Todos y cada uno de los que somos miembros de esta comunidad de salvación, en la que recibimos el perdón y hallamos siempre acceso a la Vida y a los dones del Espíritu, gozamos de la dignidad de ser hijos de la Iglesia.
Nunca podemos situarnos a considerar a la Iglesia desde fuera, en plan de espectadores extraños, complacidos en resaltar sus pecados y fealdades. Como hijos nos sentimos identificados con ella, Madre y Maestra, columna de la verdad.
Hoy abunda toda una demagogia impía contra la Iglesia, y somos sus hijos los que más hemos contribuido a crear esa animosidad a base de una crítica despiadada. Todos queremos una Iglesia evangélica, pobre y humilde, al servicio de los hombres, pero olvidamos que aquí en la tierra siempre estará mezclado el trigo con la paja, que siempre será una Iglesia de santos y de pecadores, y que esos pecadores, miembros secos o podridos o quizá muertos, podemos ser cualquiera de nosotros.
¿Cómo somos nosotros, los que somos la Iglesia? ¿Cuál habría de ser nuestra contribución a su edificación en este momento apasionante de su historia?
Ante todo aportar una vida joven y vigorosa, como nueva savia que brota de su raíz más honda. La Iglesia de hoy necesita abundancia de carismas y que se desarrollen más los ministerios laicales ante las innumerables necesidades que surgen. Necesita comunidades vivas y florecientes, que ofrezcan al mundo, juntamente con su servicio, el testimonio colectivo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Necesita cristianos que sepan vivir en lucha y contemplación, al mismo tiempo que atareados en la ingente labor que hay que desarrollar ante el mundo de hoy.
Debemos hacer nuestra la misión de la Iglesia.
Anunciar el Evangelio al mundo, ofrecerle la Verdad y la Vida, no es más que llevar a Cristo al mundo.
A medida que ahondamos en la realidad y el misterio de la Iglesia, no hallamos más que una sola cosa: Jesucristo. Todo en ella tiene sentido en tanto en cuanto que hace referencia a Jesucristo. El es su tesoro, lo único que tiene que ofrecer a la humanidad.
En cierta manera la Iglesia no es otra cosa más que Jesucristo, pues ella, juntamente con su Cabeza, no forma más que un solo Cuerpo, y este Cuerpo es el Cristo total. Conforme se desarrolla su edificación, a medida que la Iglesia avanza hacia el encuentro escatológico con su Señor, aparece cada vez más diáfana la realidad de lo que ella es. Nunca habrá realizado en este mundo toda su santidad, todo lo que encierra su misterio, hasta que no haya entrado definitivamente en la consumación final.
Para toda la Iglesia, de manera especial para cuantos lo desconocen o no lo viven, debemos ser testigos del Espíritu que alienta en su íntima estructura. Hijos comprometidos en su servicio, debemos reflejar en nuestras vidas el misterio de la Iglesia, viejo tronco del que incesantemente seguirán brotando los profetas, los mártires, los santos, los testigos carismáticos de la fe, del amor y de la esperanza. A todos hemos de proclamar que la Iglesia es el mismo Jesucristo continuado entre nosotros.
Como Madre, como Cuerpo de Cristo, como la propia familia, no podemos menos de amarla. La amamos entrañablemente. Ella es la prolongación de la Trinidad hasta nosotros, y ella a su vez arranca de este mundo en constante ímpetu ascendente que termina en la misma Trinidad.
SEMINARIO SOBRE
EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL
CICLO II: LA IGLESIA
INTRODUCCION
Dentro de nuestro programa de formación y crecimiento espiritual es de gran importancia el tema de la Iglesia. Los cristianos de hoy si queremos salvar nuestra fe y vivir el compromiso cristiano, necesitamos comprender mejor y profundizar más en el misterio de la Iglesia.
A medida que se penetra en el conocimiento de la Iglesia de Cristo se percibe con más profundidad el misterio de la acción de Dios en los hombres, la presencia del Cristo Resucitado entre los cristianos, la forma como su Espíritu se comunica a todos los que desde la fe están abiertos al don de Dios, y cómo vive y actúa en los corazones.
¿Qué vida del Espíritu podríamos buscar o fomentar, si no fuera partiendo siempre de la Iglesia, en la que nacemos del agua y del Espíritu?
¿Qué fe en Jesucristo. Hijo de Dios, es posible vivir hoy si no es recibiendo su Palabra viva y operante, tal como la Iglesia, a través de su magisterio, nos proclama y transmite, y con la que nos alimenta?
¿Dónde encontrar al Cristo viviente, con todo el dinamismo y poder de su Resurrección, dónde ver sus mismos signos de salvación y hasta contemplar su gloria, si no es descubriéndolos a través de las acciones sagradas de la Iglesia?
¿Cómo entrar en comunión, nosotros cristianos de este siglo, con todos los que nos han precedido en la fe, con tantos testigos de los que nosotros hemos venido a ser depositarios? ¿Cómo empalmar con la Iglesia apostólica, tal como salió de Pentecostés, si no es sintiéndonos plenamente integrados en la realidad de la Iglesia de hoy?
Es necesario mirar a la Iglesia de Cristo, traspasando el velo de lo que apreciamos sensiblemente. Lo mismo que muchos de los que se acercaron al Jesús histórico no vieron en El más que al hombre, sin llegar por la fe al misterio de su divinidad, así también hoy son muchos, incluso cristianos, los que no ven en la Iglesia más que una sociedad homologable con cualquier otra sociedad de este mundo.
La consecuencia es el hecho tan contradictorio y frecuente de los que dicen creer en Cristo, pero no en la Iglesia. ¿Cómo creer en Cristo y no creer en la Iglesia, si el Cristo que hoy existe para nosotros es el Cristo que se identifica con los cristianos unidos en comunión, el mismo Cristo que así se lo hizo ver a Saulo cuando los iba persiguiendo camino de Damasco?
En lo que no creen muchos cristianos es ciertamente en la caricatura de la Iglesia. Hay que manifestar y hacer ver con claridad en qué consiste el misterio de la Iglesia, de la única Iglesia que existe, la Iglesia de Jesucristo.
LA RESPONSABILIDAD DE LA R.C.
La R.C. no es un movimiento de Iglesia, se ha dicho muchas veces, sino la Iglesia en movimiento.
Para que conozcamos lo que es la Iglesia, para poder apreciar también lo largo y lo ancho, lo alto y lo profundo de ese gran movimiento, hasta dónde llegan todas sus implicaciones, para que no hagamos fracasar el mensaje de la Renovación, debemos conocer más a fondo lo que es la Iglesia.
Si no adquirimos ese imprescindible sentido eclesial, nos faltará una base firme. Una comunidad cristiana sin sentido eclesial no es comunidad. Nuestros grupos y comunidades no son formas de capillismo, y ni siquiera deben parecerlo. Son Iglesia de Cristo: esta es nuestra verdadera identidad. En el seno de nuestros grupos hemos de descubrir y vivir la presencia de la Iglesia.
Si no nos sentimos Iglesia, si no somos Iglesia, no somos nada, ni tendría interés para nosotros seguir en este empeño. Cuando falta esta perspectiva de Iglesia siempre amenaza el peligro del individualismo o de la secta.
Hemos elaborado este Ciclo II del Seminario sobre el crecimiento espiritual, centrado en el tema de la Iglesia, pensando en lo que los hermanos de los grupos de la Renovación necesitan saber con vistas a ese crecimiento y maduración espiritual.
No se trata ya de aquellos primeros elementos que ofrecíamos en el Seminario de iniciación a la vida del Espíritu, en el que predominaba el kerygma cristiano y las cuestiones más elementales de iniciación en orden a la evangelización y acogida de los primeros convertidos.
Nos dirigimos a hermanos que ya están creciendo en la vida del Espíritu, con un compromiso cada vez mayor, con una vida de testimonio y evangelización, y en afán comunitario. Para ellos hay que ofrecer alimento sólido.
Hemos distribuido lo más esencial, lo que todos debemos saber sobre el misterio de la Iglesia, en siete temas o exposiciones. Dada la amplitud de la doctrina sobre la Iglesia, resulta imposible abarcar todos los puntos. Nos parece que lo que presentamos es suficiente, pues son catequesis para profundizar en la fe, y no un tratado completo sobre la Iglesia para desarrollar en clases de teología.
Estos son los Temas:
1.- El misterio de la Iglesia
2.- El Espíritu Santo y la Iglesia
3.- La Iglesia es carismática e institucional
I .- Los Carismas
II.- Los Ministerios eclesiales
4.- La Iglesia institucional
5.- Función de la jerarquía en la Iglesia
I.- Triple ministerio de la jerarquía
II.- El Primado de Pedro
6.- La Evangelización como misión de toda la Iglesia
7.- Presencia de la Iglesia en el mundo
I.- En la familia
II.- En el trabajo
III.- En la sociedad
¿QUE ENFOQUE SEGUIMOS?
Hoy en día se trata el tema de la Iglesia de acuerdo con distintos enfoques o eclesiologías.
Comúnmente se considera que prevalecen cuatro ec1esiologías, bastante diversas unas de otras, y que son las siguientes por orden de su aparición:
-La eclesiología histórico-jurídica, en la que predomina la línea de la autoridad en conexión con la autoridad de los Apóstoles, valiéndose para el estudio de la Iglesia principalmente de la categoría de sociedad.
-La eclesiología sacramental, muy ligada al despertar litúrgico, pone en primer plano los sacramentos, principalmente la Eucaristía, como órganos constructores de la Iglesia, la cual aparece en la línea de los que la une con el Cristo pascual, hecho Espíritu vivificante. Pone el énfasis en la Iglesia como comunión, y se llama también eclesiología eucarística.
-La eclesiología carismática o pneumatológica, acentúa los carismas, y por tanto la acción del Espíritu Santo, y apela al hoy de Dios tal como se detecta en las personas, en las pequeñas comunidades y en los movimientos de base. Acentúa la coparticipación y la corresponsabilidad.
-La ec1esiología ecuménico-misionera es la más reciente y tiene muchas variantes. La comunión adquiere un sentido mucho más amplio, incluso más allá de las fronteras de la Iglesia, buscando caminar unidos con todos los hombres de buena voluntad.
La diferencia entre estas cuatro eclesiologías no está en cosas fundamentales, pues entonces no serían admisibles las cuatro, sino en este o aquel elemento constitutivo de la Iglesia que se subraya. Cada una es válida en tanto en cuanto admita todos los elementos esenciales del misterio de la Iglesia, sin omitir nada.
Más bien se complementan las cuatro, y ninguna puede excluir u oponerse a las otras. Las cuatro están presentes también en la doctrina del Vaticano II.
Lo mismo que con el Evangelio, también hemos de ser muy honrados y sinceros con la forma de interpretar el misterio de la Iglesia. No consiste en presentar nuestra propia visión, sino en acoger y asimilar aquello que la Iglesia nos ofrece y nos dice de sí misma.
Lo que hoy necesitamos los cristianos son verdades seguras y ciertas en las que apoyarnos. Esto es lo que hemos de ofrecer en nuestra enseñanza, no opiniones particulares, manteniéndonos a un nivel por encima de cuestiones discutidas o de grupo.
Así nos lo recordaba a todos Juan Pablo II en su viaje apostólico a España:
"No seáis portadores de dudas o de 'ideologías', sino de 'certezas' de fe ... Ante todo tenéis que transmitir, con fidelidad la doctrina de la Iglesia, esa doctrina que ha quedado expresada en documentos tan ricos como los del Concilio Vaticano II... “ (Discurso a los Religiosos)
"La Iglesia ha sido constituida por Cristo, y no podemos pretender hacerla según nuestros criterios personales. Tiene por voluntad de su fundador una guía formada por el Sucesor de Pedro y de los Apóstoles: ello implica, por fidelidad a Cristo, fidelidad al Magisterio de la Iglesia... Ella es madre en la que renacemos a la vida nueva de Dios; una madre debe ser amada. Ella es santa en su fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres pecadores; hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia una fidelidad siempre renovada, que no se logra con criticas Corrosivas. "
(Homilía en el Camp Nou de Barcelona)
METODOLOGIA
Al exponer los temas sería necesario hacerla del modo más activo posible para todos los hermanos, de forma que cada uno participe en el estudio y en el diálogo, y no se limite simplemente a escuchar.
Los que presentan el tema eviten el peligro de siempre: ser prolijos o vagos en la exposición, o querer dar una clase magistral. La exposición ha de ser muy sencilla y concreta, ceñida al orden de las ideas que se sigue, y de tal forma clara e inteligible que el que escucha se quede con el esquema mental, con ideas precisas, y no con un maremagnum de cosas imposibles de digerir.
Todos deberían tener los Documentos del Vaticano II, y al mismo tiempo que se va desarrollando el Ciclo sobre la Iglesia, habría de ir leyendo cada uno la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
Al final de cada tema hay que volver a hacer una síntesis de lo expuesto, recalcando los puntos principales, y procurando llegar también a aplicaciones prácticas y a alguna revisión sobre nuestra vida eclesial.
El diálogo sobre los diversos puntos puede continuar también en los grupos de profundización.
TEMA 1
El misterio de la Iglesia
La Iglesia no es un colectivo humano cualquiera, ni una sociedad como otra cualquiera de hombres a los que les une un ideal común, ideológico, político, cultural, o una tarea común a cumplir.
La Iglesia está formada por los hombres que han llegado a la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, y, por medio del sacramento del bautismo, se han incorporado a El y han recibido el don del Espíritu. Ellos forman la comunidad de los que creen en Cristo, su cuerpo viviente.
Es una comunidad muy especial de personas, que difieren de los demás hombres por este don fundamental que es la fe en Cristo Jesús, en el que han encontrado el sentido y la esperanza de la existencia humana y de toda la historia de la humanidad.
El Concilio Vaticano II estructura todas sus enseñanzas en torno a un documento fundamental: la Constitución dogmática sobre la Iglesia o Lumen Gentium (LG). El título del primer capítulo es muy significativo: El Misterio de la Iglesia.
El Misterio de la Iglesia deriva del Misterio de Dios que creó el universo y llama a todos los hombres a participar de su vida divina para formar con El una comunión de amor en Cristo su Hijo, por el Espíritu Santo (LG 2).
1.- LA IGLESIA,
MISTERIO Y SACRAMENTO DE SALVACION
El Vaticano II para hacernos comprender la naturaleza íntima del misterio de la Iglesia nos presenta las diversas imágenes que emplea la Sagrada Escritura "tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales" (LG 6).
La Iglesia es:
-redil, cuya puerta es Cristo Un 10. 1-10): grey de la que el "Buen Pastor y Príncipe de los pastores dio su vida parias ovejas" (Jn 10, 11-15: 2 P 5,4);
-labranza o arada de Dios, viña escogida, siendo Cristo la vida verdadera y nosotros los sarmientos (1 Co 3,9; Jn 15, 1-5);
-edificación de Dios en la que Cristo es la piedra angular que rechazaron los constructores (1 Co 3,9; Mt 21,42; Hch 4,11: 1 P 2,7). Esta edificación es casa de Dios (1 Tm 3.15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios entre los hombres (Ap 21, 3), templo santo del que todos somos piedras vivas (1 P 2. 5). Se la compara también a la ciudad santa de Jerusalén, la "Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26: Ap 12, 17);
-la Esposa del Cordero, a la que Cristo amó y se entregó, uniéndola consigo en pacto indisoluble (Ap 19.7; 21,2; 22,17; Ef. 5, 25-26.29).
Cada una de estas imágenes nos presenta una dimensión distinta del misterio de la Iglesia, y ninguna por sí sola es suficiente para expresarnos todos los aspectos que integran la realidad de la Iglesia.
¿Qué queremos expresar con la palabra misterio?
Tal como se emplea este vocablo, tanto en la Liturgia como en la Teología, significa un signo visible de una gracia invisible: algo que vemos externamente, pero que significa y hace presente otra realidad espiritual, que es invisible no solo para los sentidos sino también para la razón humana.
La Iglesia, por consiguiente, no es sólo lo que vemos externamente, los hombres que la integran y la representan, con su organización y estructuras (jerarquía, gobierno. ritos, etc.), sino que también hay algo que no podemos descubrir si no es por la fe: la presencia y acción del Espíritu, esa comunión en Cristo entre Dios y los hombres. Esta es la realidad invisible que está significada por lo que vemos externamente. Pablo VI decía que la Iglesia es una realidad imbuida por la presencia oculta de Dios.
Todo esto es lo mismo que decir, utilizando otra expresión importante del Vaticano II, que:
"La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima de Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
Retengamos esta palabra de Sacramento porque es de una gran riqueza teológica. La Iglesia es el Sacramento de Jesucristo.
A Cristo se le considera el Sacramento de Dios, el Sacramento fundamental o sacramento por excelencia, origen y soporte de los demás sacramentos.
Si Cristo es el Sacramento de Dios, la Iglesia es el Sacramento de Jesucristo, es decir, "una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo Encarnado" (LG 8).
Tenemos, pues, un elemento humano y un elemento divino: una realidad externa y otra realidad interna. Lo humano y lo divino se compenetran.
Lo externo, o lo visible y social, es lo que llamamos lo institucional, una institución de salvación: todo esto no es más que signo e instrumento que está al servicio de lo invisible.
Lo interno, que es lo invisible o el elemento divino, constituye a la Iglesia en su realidad más profunda, y es el Espíritu de Jesús resucitado, o lo que es lo mismo, Cristo comunicado en el Espíritu Santo. He aquí el origen de toda la fuerza y vitalidad de la Iglesia, lo que realiza la comunión de vida entre Dios y los hombres, por lo cual también se define a la Iglesia como un misterio de comunión entre Dios y los hombres. ''Lo que constituye a la Iglesia a manera de principio es el Espíritu Santo en los corazones, y todo lo demás (Jerarquía, magisterio, potestades de la Iglesia) está al servicio de esa transformación interna" (Sacramentum mundi, t. 3, col. 605).
¡Este es el Sacramento de nuestra fe!: así podemos decir ante la realidad de la Iglesia, de modo equivalente a como decimos ante el pan y el vino que consagrados se han convertido en signo de la presencia del Cuerpo y Sangre del Señor.
Sí, esta es la Iglesia, este es el Sacramento del Cristo Resucitado que de esta forma tan maravillosa "ha plantado su tienda" en medio de la humanidad hasta el fin de los tiempos.
"El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (I Co 3, 16:6,19)", dice el Vaticano II (LG 4). En este sentido se considera a la Iglesia el templo del Espíritu, y la Liturgia en la alabanza del prefacio exclama:
"de este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, aparece ante el mundo como Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría"
Esta visión de la Iglesia como Sacramento nos introduce en el tema de los tres aspectos más significativos y que mejor expresan el misterio de la Iglesia. Nos referimos a:
a) la Iglesia como comunidad
b) la Iglesia como Cuerpo de Cristo
c) la Iglesia como Pueblo de Dios
II.- LA IGLESIA COMO COMUNIDAD
Si la Iglesia en su aspecto interno e invisible es, como hemos dicho, Cristo comunicado en el Espíritu Santo, el cual realiza la comunión de vida entre Dios y los hombres, necesariamente es un misterio de comunión, una comunidad (koinonia).
"Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos" (LG 8).
Cristo mantiene en la tierra esta comunidad de fe, esperanza y caridad uniendo a los hombres con Dios, haciendo que entren en comunión con el Padre por la comunicación del Espíritu Santo.
Es, por tanto, una comunidad de los hombres con Dios. Pero, y puesto que su Espíritu es siempre Espíritu de unión y de Amor, realiza también a un mismo tiempo una gran comunión entre sí de los hombres que le aceptan por la fe.
La Iglesia es entonces comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, comunidad en la que por la acción del Espíritu Santo, Cristo se hace presente y se comunica a los hombres.
En consecuencia, es también comunidad en el Espíritu Santo.
El fundamento de la Iglesia en cuanto comunidad, lo mismo que en cuanto institución de salvación, es el Espíritu Santo.
Esta comunidad se realiza también bajo la forma de una comunidad sacramental, en el sentido en que antes hemos dicho, porque siempre es signo visible de esa comunión de vida (realidad invisible) entre Dios y los creyentes, y también porque cuando toda asamblea de creyentes se reúne para celebrar los sacramentos, y de manera especial la Eucaristía, constituye una comunidad, comunidad sacramental reunida en Cristo.
III.- LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO
La Iglesia, como hemos visto, es la comunidad de los que creen en Cristo, los cuales, según la expresión de San Pablo, forman su cuerpo viviente. Un cuerpo en el que Cristo es la Cabeza y los creyentes son los miembros, y el Espíritu Santo como el alma.
El Vaticano II nos dice que el Hijo de Dios redimió al hombre y lo transformó en nueva criatura, "y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu. En ese cuerpo la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos de un modo arcano, pero real" (LG 7).
Esta imagen hace resaltar la unidad de los miembros entre sí y su unión vital con Cristo por medio del bautismo, hasta el punto de que el mismo Señor se identifica con los cristianos.
Esto nos ayuda a profundizar en el punto anterior: la Iglesia en su misma esencia es la comunidad de vida que resulta de los hombres incorporados a Cristo, como miembros unidos a la Cabeza, los cuales reciben de Ella vida divina, por lo cual resulta que la Iglesia es también la culminación del misterio de Cristo: el Cristo total, y todo es "para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y el conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 12-13).
"La Cabeza de este Cuerpo es Cristo. El es lo Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia... Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos. Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El, hasta que con El reinemos... "(LG 7).
Al expresar esto, tocamos, por así decirlo, el corazón mismo del misterio de la Iglesia. Por esta participación llegamos a ser "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1,4), y la Iglesia ya no es sólo la Iglesia de Cristo, sino Cristo mismo, y nosotros estamos asociados a su ser y a sus misterios, "configurados con El, muertos y resucitados con El".
Cristo posee la gracia, la vida del Espíritu en plenitud, nosotros en cambio la conseguimos como miembros y por un don gratuito.
San Agustín decía: "El cuerpo y los miembros ¿no forman un solo Cristo? ¿Qué es la Iglesia?: el Cuerpo de Cristo. Añadidle la cabeza, y tendréis un solo hombre: la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre".
Esta unión entre Cristo y nosotros, sus miembros, no es una unidad física, pero tampoco una unidad moral: se la llama unidad mística: muchas personas formamos una sola persona mística, un cuerpo místico. "En esto consiste precisamente el misterio del Cuerpo Místico: que muchos, siendo muchos, tengan una misma vida" (Cangar).
Por esto se dice de la Iglesia que es la plenitud de Cristo, la consumación de su misterio, el Cristo total:
"la Iglesia que es su Cuerpo, Plenitud del que lo llena todo en todo"(Ef 1,22-23; 4, 13; Col 2. 10).
Esto nos ayudará a comprender un poco lo que quiere expresar el lenguaje de la Escritura cuando llama a la Iglesia esposa de Cristo, la esposa del Cordero (Ap 21, 9). Esta imagen expresa el mismo misterio que la del cuerpo, pero subraya más el aspecto del amor mutuo entre Cristo y la Iglesia (Ef 5, 2530), así como la distinción esencial que hay entre ambos, la gratuidad del don, y la fecundidad de la Iglesia nuestra madre (Ap 12).
IV - LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS
El Concilio Vaticano II dedica todo el segundo capítulo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia a la consideración de la Iglesia como el Pueblo de Dios.
Esta imagen está tomada del Antiguo Testamento y nos ayuda a captar bajo otros aspectos el misterio de comunión de Dios con los hombres en su Hijo, del cual ya nos han hablado las imágenes anteriores de la Iglesia, y la unidad que existe en todo el plan de salvación realizado por Dios a lo largo de toda la historia.
La Iglesia se configura así como la heredera de un largo pasado:
"Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la Alianza Nueva y perfecta que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. He aquí que llegará el tiempo, dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá... Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, dice el Señor (Jer 31. 31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (1 Co 11,25), lo estableció Cristo convocando a un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (1 P 1.23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (Jn 3, 5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición.... que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios. "(1 P 2. 9-10) (LG 9)
La consideración de la Iglesia como Pueblo de Dios des?taca algunos aspectos importantes:
a) El misterio de su elección, su vocación para ser "comunión de vida, de unidad y de verdad.... instrumento de redención universal" (LG 9);
b) Tiene por cabeza a Cristo que reina gloriosamente en los cielos, pues El adquirió a la Iglesia "con su sangre (Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la dotó de medios apropiados de unión visible y social" (LG 9);
c) En él se da una igualdad básica de todos sus miembros, "la dignidad y la libertad de los hijos de Dios" (LG 9), anteriormente a la distinción de funciones y ministerios; participando todos por igual del mismo misterio de Cristo y del sacerdocio común, sacerdocio regio, "concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de ?una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG 10);
d) Es, pues, un pueblo consagrado por el bautismo y la unción del Espíritu, un pueblo sacerdotal para alabanza de Dios, y todos los miembros se hacen partícipes de la triple misión de Cristo: profética, sacerdotal y real. Como pueblo sacerdotal alcanza su expresión más plena cuando reunido en asamblea litúrgica proclama y celebra la Palabra y el misterio pascual de Cristo;
e) Es un pueblo profético en el que todos están llamados a “anunciar las alabanzas de Aquél que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable" (1 P 2.9). "El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo, sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre" (LG 12);
f) Pueblo dotado también del carácter real de Cristo, y por esto un pueblo de servidores en el que todos los miembros, cada uno según su propio carisma y ministerio, están llamados a desempeñar una función como acto de servicio para edificación de la comunidad;
g) Es un pueblo universal, pues “todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios..., el cual debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos para así cumplir el designio de la voluntad de Dios... El único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así “quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos’... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu." (LG 13)
APLICACION PRÁCTICA
Creemos en la Iglesia, decimos en el Credo.
Debo darme cuenta de que siendo la Iglesia un Misterio, no puedo llegar a conocer su realidad más profunda y verdadera si no es a través de la fe. Es necesario mirar a la Iglesia siempre con mirada de fe.
Cuando digo Creo en la Iglesia afirmo que ella es la prolongación de Cristo en el tiempo y en el espacio, que de ella recibo la fe y que en ella llego a entrar en posesión de la salvación y del don del Espíritu. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo.
Debo avivar la conciencia de mi pertenencia a este Pueblo.
En él es donde encuentro mi identidad de discípulo y seguidor de Cristo.
Estar en comunión con toda la Iglesia significa aceptar toda su fe, todos los medios de salvación que me ofrece, y por tanto también toda su enseñanza y preceptos.
"La Iglesia no es una realidad meramente humana, sino el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu Sama, el “sacramento universal de salvación”. La fidelidad a Cristo se prolonga así en fidelidad a la Iglesia, en la que Cristo vive, se hace presente, se acerca a todos los hermanos y se comunica al mundo. "
(Juan Pablo II, Viaje Apostólico a España)
Tema 2:
El Espíritu Santo y la Iglesia
La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés da origen a la primera comunidad cristiana de los discípulos de Jesús, los cuales a partir de entonces son asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones (Hch 2, 42).
Con esta primera comunidad empieza la Iglesia delineada ya en sus elementos estructurales.
Este bautismo en el Espíritu Santo es como la investidura o inauguración oficial de la Iglesia, y marca lo que en adelante será su mismo naturaleza. La Iglesia nace carismáticamente del Espíritu Santo como una nueva creación, como comunidad mesiánica, investida del don de la nueva Ley (Jr 31, 33; Ez 36, 27), que está llamada a extenderse a todos los pueblos (Hch 2, 5-11).
El Espíritu es el don por excelencia que Jesús Resucitado ha comunicado a su Iglesia. En adelante la presencia y la acción del Cristo Resucitado en la Iglesia será a través de la presencia y la acción de su Espíritu.
Por tanto hemos de concebir siempre a la Iglesia de Cristo, más que a partir del Jesús carnal (2 Co 5, 16), a partir del Jesús Resucitado, a partir del "Señor que es el Espíritu" (2 Co 3, 17), en el sentido de que el Jesús muerto por nosotros fue devuelto a la vida por el Espíritu Santo (Rm 1,4) y constituido Señor (Kyrios), cuyo cuerpo ha quedado constituido en Espíritu vivificante (1 Co 15,4549), por lo que el que se une al Señor resucitado, que vive en la forma de Espíritu "se hace un solo espíritu con El" (1 Co 6, 17).
La Iglesia que es el Sacramento de Cristo, la hemos de entender como el Sacramento, el signo y el instrumento del Cristo Resucitado, y en cierto sentido como el sacramento del Espíritu.
El Espíritu será la fuerza que lleve siempre a la Iglesia hasta "los confines de la tierra (Hch l. 8), guiará y acompañará a los Apóstoles (Hch 16, 16) y dará autoridad a sus decisiones (Hch 15, 28). El Espíritu será también la fuerza que incorpora al creyente a la comunidad, surgiendo así las primeras comunidades edificadas en el temor del Señor y llenas de la consolación del Espíritu (Hch 9,31), y los discípulos en los momentos de prueba se verán "llenos del gozo y del Espíritu Santo" (Hch 13,52).
Es el Espíritu el que crea la unidad de la comunidad, y como no hay más que un solo Espíritu no habrá más que un solo Cuerpo, una sola Iglesia (Ef 4, 4; Rm 12, 5; 1 Co 12, 12-13).
Si el Espíritu dado a la Iglesia es el Espíritu del Señor Resucitado, es también la señal de que se ha iniciado y cumplido la última hora, los últimos tiempos, es decir, el período que media entre la Ascensión de Jesús a los cielos y su venida final o Parusía: el tiempo de la Iglesia, o lo que es lo mismo, el tiempo del Espíritu. La Iglesia es, pues, el pueblo escatológico de Dios, el pueblo de Dios de los últimos tiempos.
En adelante ya no será posible para nosotros concebir el Espíritu sin la Iglesia, pues sería como una fuerza sin medio de acción, así como tampoco podremos concebir a la Iglesia sin el Espíritu, lo cual no sería más que un cuerpo sin principio de vida. Hay plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia del Espíritu. No es posible hacer distinción como ocurrió con ciertas herejías pasadas, ni se puede afirmar que a la era actual de Cristo ha de suceder la era del Espíritu. La era nueva y última ya empezó en Pentecostés.
A partir del Pentecostés el Espíritu y la Iglesia están ordenados el uno a la otra, y serán inseparables y seguirán unidos en la misma espera y anhelo del advenimiento del Cristo glorioso.
“El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17).
FUNCION DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA
La función del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido comparada a la del alma en el cuerpo:
"Nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres a la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano" (LG 7)
Esto no quiere decir, hablando con rigor, que el Espíritu Santo sea el alma de la Iglesia, pues el alma compone con el cuerpo un solo ser físico, pero el Espíritu Santo no compone con la institución eclesial, sino que solamente le está unido, la habita y la anima (Congar).
Podemos reducir la función del Espíritu Santo en la Iglesia a los siguientes aspectos:
1.- El Espíritu es el principio de vida y de santificación
En el Credo afirmamos: Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Y el Vaticano II enseña:
"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado al Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo" ( LG 4 ).
El Espíritu es el que nos lleva al conocimiento verdadero de Cristo el que nos induce a creer en El, el que infunde en nosotros la caridad, el que perdona los pecados. En El y por El Cristo nos comunica la vida. Es, pues, el principio de nuestra divinización.
Los Padres griegos decían que el Espíritu Santo es el que hace a Dios comunicable. Es decir, el Espíritu que el Cristo glorificado nos comunica es el principio de vida y la fuerza que configura a la Iglesia, por lo que ella está animada y guiada por el Espíritu, y a El debe su origen y continuidad.
Para asegurar “esta función" ininterrumpidamente quiso el Señor asegurar una presencia constante del Espíritu en su Iglesia. El es la ley interior de distribución de vida en los distintos miembros del Cuerpo.
La Iglesia resulta así, como ya vimos, el templo del Espí?ritu, una construcción penetrada de1 Espíritu de Dios.
“El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción de hijos" (LG 4).
Comprendemos entonces el célebre texto de San Ireneo:
''Allí donde está la iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y la comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo“. (Adv. Haer. III, 24, 1)
2.- El Espíritu Santo es el principio de unidad y diversidad en la Iglesia.
El Espíritu “guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio" (LG 4).
"Por esto envió Dios al Espíritu del Hijo ,Señor y Vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones...” (LG 13)
“Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo. También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Un solo es el Espíritu que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios." (LG 7)
El Espíritu Santo es por consiguiente en la Iglesia, el Espíritu de la unidad y el Espíritu de la diversidad a un mismo tiempo, el Espíritu de la comunidad y el Espíritu de las personas que están en Cristo. "Por una parte, distribuye, a partir de Cristo, los dones múltiples y diversos, de los cuajes el Señor es la fuente; por otra parte, hace concurrir a la unidad los dones que ha puesto en cada uno" (CONGAR, Pentecostés, Estela, Barcelona 1961, p. 51).
Sin embargo, siempre que hay unidad hay también complementariedad y nunca contradicción entre lo que el Espíritu Santo realiza en el alma de cada fiel, íntima y personalmente, y la acción que lleva a cabo a través de la jerarquía. Esto hay que tenerlo siempre en cuenta como una gran regla de discernimiento.
Por tanto, la vida en el Espíritu para que sea auténtica ha de ir siempre marcada por un profundo sentido eclesial. El Espíritu que actúa en cada uno de nosotros es el mismo que actúa en toda la Iglesia, y a todos nos conduce siempre hacia la unidad y la comunión.
Si ya dijimos anteriormente que la Iglesia es un misterio de comunión, aquí podemos añadir que precisamente esto es así porque el Espíritu Santo es la ley de comunión de los diversos miembros del Cuerpo en la unidad.
"El Espíritu Santo que ha sido la ley interior de distribución de la vida en los miembros, es también la ley de su comunión en la unidad. Se trata de la unidad entre personas. Como decía Pascal, “un cuerpo lleno de miembros que piensan”. En ese cuerpo que es la Iglesia, que llamamos místico, no en el sentido más o menos vaporoso e irreal, sino para subrayar que es un cuerpo de manera distinta de los cuerpos físicos de nuestro mundo terrestre, la unidad de los miembros no puede ser una unidad de fusión: es una unidad de comunión... Es el Espíritu Santo quien realiza eso en nosotros, según la forma única de Jesucristo, a la vista del Padre que nos es común. Gloria al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, declaran los antiguos Padres; y muchos decían equivalentemente: Gloria al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, porque eso es la Iglesia y eso es su profunda unidad" (CONGAR, ib. p. 55•56).
3.- El Espíritu gobierna a la Iglesia
"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda lo Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. El es el que obra las distribuciones de gracias y ministerios... Este es el misterio sagrado de la unidad de la iglesia en Cristo y por Cristo, obrando el Espíritu Santo la unidad de las funciones. El supremo modelo y supremo principio de este misterio es, en la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo."
(Vat. II Decreto de Ecumenismo)
La acción del Espíritu en Pentecostés sobre los Apóstoles, como fundamento y primicias de la Iglesia, a la que "provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos" (LG 4), tuvo como efecto la consagración del ministerio apostólico para llevar a cabo la misión que Cristo les había confiado. Esta consagración implica una asistencia constante del Espíritu en el ejercicio de la función de enseñanza, gobierno y santificación.
4.- El Espíritu rejuvenece y renueva la Iglesia
El secreto de la perenne juventud de la Iglesia está en su principio de vida que es el Espíritu Santo. "Con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).
Sin embargo, es una Iglesia de pecadores, "encierra en su seno” a pecadores, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8), por lo que "peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (Decreto de Ecumenismo, 6).
CARACTER TRINITARIO DE LA IGLESIA
"Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: "(LG4).
La Trinidad es en efecto el origen, el modelo y el término de la Iglesia.
Las palabras de Jesús nos dan a entender claramente esto:
"Como el Padre me envió, también yo os envío" (In 20, 21)
"Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí. "(Jn 15,26)
"Yo les he dado la gloria que Tú me diste; para que sean uno como nosotros somos uno. "(Jn 17,22)
La Iglesia resulta ser así como una prolongación de la Tri?nidad, o el misterio mismo de Dios extendido a la humanidad.
"Allí donde están los Tres, a saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu, allí está la Iglesia, porque la Iglesia es “el cuerpo de los Tres", decía Tertuliano.
"La Trinidad y la Iglesia es realmente Dios que procede de Dios y vuelve a Dios llevando consigo, en sí, a su criatura humana." (Congar)
"De este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, aparece ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría. "(Prefacio Dominical VIII)
CARACTERISTICAS DEL PUEBLO DE DIOS
1.- Es una Iglesia indefectible
Esto quiere decir que no puede ser destruida, sino que ha de subsistir hasta el final del mundo sin experimentar un cambio substancial que pudiera equivaler a su destrucción.
Es indefectible por la fidelidad del Señor que ha dado su palabra (Mt 16.18) y porque goza de la asistencia perpetua del Espíritu Santo que asegura su unión con Cristo.
A pesar de las fuertes persecuciones que pueda sufrir en cualquier momento de su historia, o de la presencia constante de hombres pecadores en su seno, subsistirá victoriosa a través de todos los siglos.
2.- Es una Iglesia infalible
No puede caer en error contra la fe ni equivocarse en cuestiones de moral, tanto por parte de los que ejercen su magisterio, como en el asentimiento que el conjunto de los fieles pueda prestar.
"La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. "(LG 12)
3.- Las cuatro notas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica
Cuando confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica afirmamos aquellas propiedades esenciales por las que exteriormente puede ser reconocida y discernida como la Iglesia de Cristo.
No basta cualquier propiedad, como por ejemplo la perennidad, sino que han de ser propiedades que sean discernibles, verificables externamente, en otras palabras, elementos constitutivos de la Iglesia que la den a conocer en cuanto Iglesia de Cristo.
Si la Iglesia no pudiera ser reconocida externamente con certeza ya no sería signo o sacramento de Cristo en medio de los hombres, ni podría llevar a cabo lo que le encomendó su fundador.
-UNA quiere decir: 1) única. La Iglesia de Cristo es una sola, aunque "fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica: 2) unidad en la fe y unidad de régimen, como expresión de la unidad de comunión.
Ya hemos visto que la Iglesia es misterio de comunión en Cristo de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, y por eso "creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica.
Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiestan ventajosamente" (PABLO VI, Solemne profesión de fe, n. 21).
-SANTA, porque: 1) en sus principios constitutivos, como institución de salvación o medio por el que Dios comunica su vida, lleva la santidad de Dios, y 2) porque, aunque en este mundo está integrada por pecadores, es la Iglesia de los santos. La Iglesia perfectamente santa sólo existe en el cielo. En este mundo "la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).
Por ser la Iglesia Cristo comunicado en el Espíritu Santo, es un signo de contradicción, y un signo que sólo se manifiesta a los que tienen alma de pobre.
-CATÓLICA quiere decir universal, más que por la catolicidad cuantitativa, o geográfica que no se puede ignorar, lo es por la cualitativa, es decir, por el carácter universal de su doctrina y de los medios de salvación que ofrece, y porque "todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este Pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad "de su Espíritu". (LG 13).
-APOSTÓLICA quiere decir que hasta nuestros días y hasta el fin del mundo se dará una sucesión directa de los Apóstoles en los Obispos, y de Pedro, como jefe y cabeza visible, en el Romano Pontífice. Esto asegura a su vez una sucesión ininterrumpida en doctrina, en medios de salvación, en culto.
Por la apostolicidad y por la asistencia del Espíritu Santo se asegura a lo largo de la historia la transmisión del mensaje auténtico de Cristo y el que todos los elementos esenciales de su Iglesia lleguen hasta nosotros partiendo de Cristo y a través de los Apóstoles.
TEMA 3:
LA IGLESIA ES CARISMÁTICA E INSTITUCIONAL
Ya hemos visto en el tema anterior que la Iglesia por su origen y por su esencia es obra del Espíritu de Jesús Resucitado.
Es una creación del Espíritu.
Si la Iglesia procede de Cristo y es su prolongación, está constantemente animada y vivificada por el Espíritu, por el que El, una vez muerto, fue devuelto a la vida y constituido Señor. No podría seguir siendo la Iglesia de Cristo sin Cristo, ni sin el Espíritu Santo.
En la constitución íntima de la Iglesia el Espíritu Santo es el principio invisible de su vida y unidad, y por El es comunión de vida, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu. El Espíritu es la Ley de su ser: he aquí la dimensión carismática de la Iglesia.
Pero ]a Iglesia también la forman los hombres pecadores, y podemos apreciar su organización externa, por lo cual resulta ser además una sociedad visible con todas sus estructuras (la jerarquía -en sus distintos grados de orden y funciones de gobierno. magisterio, servicios-, los sacramentos, en especial la Eucaristía): es lo que llamamos elementos institucionales o la dimensión institucional de la Iglesia.
La dimensión carismática de la Iglesia tiene su expresión y la podemos apreciar en la variedad de carismas, que son manifestaciones del Espíritu para edificación de la Iglesia.
La dimensión institucional tiene su expresión en los distintos ministerios o servicios.
Carismas y ministerios, o, lo que es lo mismo, carisma e institución: he aquí dos elementos que pertenecen a la constitución de la Iglesia, a su estructura esencial.
Hemos de evitar a toda costa un planteamiento dua1ista, como si fueran dos realidades contrapuestas. Así se hizo en ciertos momentos de la historia.
Carisma e institución (ministerios), aunque no se identifican, tampoco se contraponen. Deben ir siempre unidos, porque más bien se incluyen y complementan.
1.- Los Carismas
Al tratar aquí de los carismas solamente nos fijamos en su dimensión eclesial, en el papel que desempeñan en la construcción de la Iglesia. En cuanto a los demás aspectos que presenta el tema nos remitimos al estudio que se publicó en KOINONIA, número doble 33-34, sobre todo, al estudio bíblico y a las distintas clases de carismas.
LOS CARISMAS PERTENECEN A LA ESTRUCTURA ESENCIAL DE LA IGLESIA
Los carismas pertenecen a la constitución íntima de la Iglesia, es decir a su estructura esencial. Imposible concebir a la Iglesia de Cristo sin la presencia y la acción del Espíritu, sin sus manifestaciones y operaciones. "La esencia de la Iglesia reside en la acción de Cristo y de su Espíritu a través de su palabra, los sacramentos y los ministerios-carismas, a los que deben responder la fe y la caridad activa de la comunidad cristiana en tensión misionera y de testimonio con respecto al mundo" (I).
La teología actual presta cada vez más atención al tema de los carismas, y se les considera ya como principios estructurales de la Iglesia, además de la autoridad y de los sacramentos.
Por más exagerado y nuevo que esto pueda parecer a algunos, ya la Encíclica Místici Corporis de Pío XII, aparecida en 1943, aunque reduce los carismas a los dones prodigiosos, habla prácticamente de los carismas como elemento estructural de la Iglesia (Ds 3801). "La acción libre del Espíritu, que dispensa sus dones, aun fuera de la jerarquía, es reconocida como momento constructivo de la Iglesia en todos los tiempos... Todavía falta un paso importante: reconocer que cualquier don AUTÉNTICO del Espíritu, incluso el más común y el mas humilde, puede ser carisma. Ese paso lo dará el Val. II" (2).
El Vaticano II ofrece un rico material de textos en los que con diversos nombres se habla de los carismas. Son cerca de un centenar de pasajes "y cabe concluir que se trata de un hecho teológico absolutamente excepcional cuya importancia no debe minimizarse, sobre todo teniendo en cuenta que todo el discurso conciliar sobre los carismas se desarrolla en un clima positivo de confianza y estima" (3).
Citemos tan solo dos textos importantes:
''El mismo Espíritu no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios, y le adorna con virtudes, sino que también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere sus dones con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (4).
"Es la recepción de estos carismas, incluidos los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia...” (5).
Los carismas, pues, no solamente son algo ordinario y normal en la Iglesia, tal como enseña el Vaticano II, sino un fenómeno universal: cada cristiano tiene su propio carisma, o hablando con más propiedad, un conjunto de carismas, por lo que bien puede decirse que cada cristiano es un carismático.
"Sí, lo carismático ha existido siempre de hecho en la Iglesia... El Espíritu ha dominado siempre en la Iglesia, cada vez de una manera nueva, siempre en sentido inesperado y creador, siempre otorgando el don de nueva vida... Lo carismático forma parte de la Iglesia e incluso de su ministerio... La Iglesia debe estar muy convencida de ser la Iglesia carismática en esa su ministerialidad institucional..... (6).
"Los carismas no son un fenómeno primariamente extraordinario, sino corriente; no un fenómeno uniforme, sino multiforme, no restringido a determinadas personas, sino de todo en todo universal en la Iglesia. Y todo esto significa, al tiempo, que no son un fenómeno de antaño (posible y real en la primitiva Iglesia), sino presente y actual en sumo grado; no un mero fenómeno periférico, sino central y esencial de la Iglesia. En este sentido se debe hablar de una estructura carismática de la Iglesia, que comprende la estructura ministerial y va más allá de ella. No cabe desconocer el alcance teológico y práctico de este hecho" (7).
Se está dando una recuperación de los carismas como hecho ordinario y normal, hasta admitir cada vez más generalizadamente "el carácter carismático fundamental de toda la realidad eclesial... radicalmente todo es don, todo es carisma; la estructura de la Iglesia nace como una estructura carismática" (8).
LOS CARISMAS SON PARA LA COMUNIDAD
La gran unidad y diversidad de carismas nos habla de la multiforme acción del Espíritu en la Iglesia, y también de la riqueza y dinamismo de ésta en la que, manteniendo siempre el orden en la libertad, cada miembro ha de encontrar la expresión de su servicio a la comunidad y a la totalidad de la Iglesia. Admirando esa diversidad en la unidad hemos de contemplar el "carisma general que es la Iglesia como don ofrecido por Cristo a la humanidad" (9). Es este el carisma que entre todos hemos de fomentar para que aparezca siempre ante el mundo como signo e instrumento de unidad y salvación en Cristo.
Los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu entre los diversos miembros de la comunidad, suscitando las disposiciones o cualidades adecuadas para el desempeño de una función o una tarea que no es para provecho propio, sino para los demás.
Por esto cada carisma es una llamada o vocación, una invitación, al mismo tiempo que una capacitación con la que el Espíritu prepara a cada creyente para incorporarse a esa ingente obra de la construcción del Cuerpo de Cristo. Todo carisma tiene un destino eclesial.
Los carismas son por tanto de una gran importancia para la vida de la Iglesia. "Como testimonio del Espíritu los carismas, junto con los sacramentos, constituyen la vida de la Iglesia en su multiformidad. Su ausencia o su opresión hace increíble a la Iglesia, conduce a la uniformidad, e impide toda dinámica" (l0).
Toda vocación en la Iglesia es un conjunto de carismas con que el Espíritu Santo ha dotado al llamado.
Carisma, vocación, servicio, ministerio: tienen una gran relación entre sí. Toda vocación es carisma para el servicio. El ministerio es siempre un servicio.
Cada cristiano debe descubrir y aceptar su propio carisma como un don, un regalo del Espíritu, no para complacerse en él, sino para recibirlo con gratitud y ponerlo generosamente al servicio de la comunidad eclesial.
Cada cristiano ha de tener siempre muy presente que los carismas que ha recibido no le pertenecen. Son para la comunidad. Querer ejercerlos fuera de la comunión de la Iglesia, fuera de la comunión con aquellos a quienes compete "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable" (LG 12), no tiene sentido, sería desnaturalizar el carisma y pecar contra el Espíritu Santo.
Renunciar a los carismas o dejarlos apagar sería querer renunciar a su propia naturaleza de cristiano como miembro de la Iglesia, sería enterrar unos preciosos talentos (M t 25, 14-30) o dejar extinguir el Espíritu (1 Ts 5, 19). Es este uno de los aspectos importantes del mensaje de la Renovación Carismática para toda la Iglesia.
En todo ha de brillar siempre la caridad que es el carisma de los carismas, la cual da sentido y justifica el ejercicio de cualquier carisma. Ella es el único carisma que no pasará (1 Co 13,8).
No es fácil hacer una clasificación convincente de los carismas. San Pablo en cuatro pasajes distintos (l Co 12, 8-10; 12,28-30: Rm 12.6•8 y Ef 4.11) ofrece unas listas de carismas sin pretender ser exhaustivo. La dificultad para los teólogos está en determinar cual ha de ser el principio diferenciador.
Por otra parte, el carisma siempre es algo imprevisible, y lo mismo que la acción del Espíritu rechaza todo límite o todo esquema, así también sus manifestaciones. Además, en cada época surgen nuevos carismas y ministerios o se actualizan otros que parecía habían desaparecido. El Espíritu no fomenta ningún carisma particular más que el del Amor. Más que los extraordinarios, que no han de faltar, debemos admirar "los más comunes y difundidos", porque son los más necesarios, y la multiplicidad de carismas personales al lado de la gran diversidad de carismas referentes a estados de vida, a formas nuevas de contemplación y de consagración a Dios.
II.- LOS MINISTERIOS ECLESIALES
LOS MINISTERIOS SON CONSTITUTIVOS DE LA IGLESIA
Ya hemos visto cómo la Iglesia es sacramento de salvación: un signo visible, en el que se da una realidad invisible, que es la presencia del Espíritu, el cual constantemente actúa y suscita una gran diversidad de carismas en los miembros de la comunidad, siendo a su vez el carisma una vocación o llamada para el desempeño de un servicio.
De la sacramentalidad de la Iglesia nace el servicio, el ministerio.
Por otra parte, en el grupo de "los Doce", Cristo ha encomendado a toda su Iglesia, comunidad de creyentes, una misión de salvación para todos los hombres, en todas partes y hasta el fin del mundo (Mt 28, 19: Hch 8; Jn 20. 21). Toda la Iglesia está llamada a cumplir esta misión. Toda la Iglesia está llamada a servir: al ministerio.
De la misión de la Iglesia surge el ministerio. Toda la Iglesia es ministerial.
Toda la Iglesia es ministerial: en cada comunidad eclesial se comparten también tareas y responsabilidades, siempre al servicio de la comunidad, para responder a la misión de salvación que Cristo le confió.
La Iglesia no podría cumplir esta misión si no fuera por medio de los ministerios. Por consiguiente: Los ministerios son constitutivos de la Iglesia.
Todo ministerio nace de un carisma. No hay oposición entre carisma y ministerio, como se les ha querido muchas veces contraponer. Ambos van unidos y compenetrados en la Iglesia de Dios. El carisma en cuanto que es llamada, vocación, disposición del Espíritu Santo, es previo al ministerio, más genérico y universal, y no todos los carismas terminan en ministerios.
ESTRECHA UNION Y TRABAZON ENTRE CARISMA Y MINISTERIO
Jesucristo que ha encomendado una misión a su Iglesia, le ha confiado también unas funciones o servicios determinados. El es el origen de los ministerios en la Iglesia.
El Espíritu Santo, que suscita los carismas, es el que coordina los diversos ministerios y el que asiste al ejercicio de cada uno.
Tanto los carismas como los ministerios son elementos esenciales o constitutivos de la Iglesia, por ser ésta a la vez carismática e institucional. Carismas y ministerios pertenecen a su estructura fundamental (11).
Los ministerios son una expresión de la sacramentalidad de la Iglesia.
Si tomamos el carisma en su sentido más amplio y universal, como don gratuito del Espíritu (gratuita comunicación de Dios en la Iglesia y en sus miembros -su acción salvífica y su presencia por el Espíritu- y también los dones y acciones del Espíritu en orden al servicio), entonces el ministerio está al servicio de la presencia carismática del Señor glorificado (12).
Esto no se contradice con el hecho de que a determinados ministerios (gobierno) en la Iglesia le corresponda una vigilancia sobre los carismas (discernimiento, orden).
Como los Sacramentos y la Palabra proclamada en la asamblea, el ministerio ordenado en la Iglesia, y en cierto modo aunque en distinta escala los demás ministerios, tienen una naturaleza carismática, ya que son la forma como la acción del Cristo Resucitado se hace presente y se aplica por medio de su Espíritu.
"El Apostolado, como misión recibida de Cristo, encomendada de modo especial a los doce, a los discípulos y por medio de ellos a la comunidad, es un ministerio constitutivo de la Iglesia, que tiene además la cualidad de ser ministerio originante de la diversidad de ministerios" (13). Es "el ministerio central y fundamental, del cual derivan todos los ministerios".
UNIDAD Y DIVERSIDAD DE MINISTERIOS
-Puesto que todo ministerio nace de un carisma y supone un carisma, y siendo el Espíritu Santo el principio de unidad y el principio de diversidad de los carismas, de la unidad y diversidad de carismas deriva la unidad y diversidad de ministerios, y el Espíritu Santo es el mismo principio de su unidad y diversidad (14).
-Las necesidades de las comunidades son diversas. Por tanto, sus servicios y funciones, es decir, los ministerios también han de ser diversos.
"Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (Decreto Apostolado de los laicos, 2).
-Los ministerios son un servicio para edificación de la comunidad. Por tanto, para un discernimiento adecuado sobre los ministerios hay que fijarse en lo que contribuye a la edificación de la comunidad, armonizando en cada ministerio la misión, la unidad en la diversidad, y la edificación.
-Todos los ministerios tienen su importancia eclesial, pero no todos contribuyen de la misma manera a la existencia y a la vida de la Iglesia.
-"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica... Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la grey" (LG 20).
-"Los laicos, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" (Decreto apostolado de los laicos, 2).
"Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles... Aliado de los ministerios con orden sagrado... la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado, pero que son aptos a asegurar un servicio especial a la Iglesia (15).
DIVERSIFICACION DE LOS MINISTERIOS
Para ver cómo se estructuran los distintos ministerios de un modo armónico y complementario en la Iglesia, Pueblo de Dios, podemos fijarnos en dos enfoques distintos (16):
1.- Podemos clasificarlos según su estructura eclesial, con lo cual tendríamos el siguiente orden:
a) El ministerio en general: nace espontáneamente del servicio de cualquier bautizado, por ejemplo, la visita a un enfermo, una colaboración espontánea en una acción social, etc. Es espontáneo y pasajero, ocasional.
b) El ministerio "determinado" o el "ministerio no instituido" que responde a necesidades y actividades habituales de la Iglesia. Suponen cierta dedicación y compromiso, según el carisma y las disposiciones personales. Entre ellos podemos considerar algunos de los que Pablo VI cita en su Encíclica:
"catequesis, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros responsables" (17).
Estos ministerios no son clericales ni clericalizan, exigen una vocación o aptitud ratificada por los pastores, se orientan a la vida y crecimiento de la comunidad, y en cuanto a su diversidad según la variedad de carismas deben coordinarse por su relación al ministerio jerárquico.
c) El ministerio instituido: es el que ha sido instituido oficialmente por la Iglesia o reconocido públicamente mediante un determinado gesto o rito de investidura. Este ministerio lleva cierto encargo por parte de la jerarquía y exige cierta estabilidad y un compromiso públicamente aceptado por parte del que lo realiza.
Los únicos ministerios laicales instituidos que existen en la Iglesia actualmente son el lectorado y el acolitado. Se considera también como ministerio instituido el del ministerio extraordinario de la comunión. En algunos países de África es también ministerio instituido el del catequista.
d) El ministerio ordenado: es el que se encomienda a los que reciben el orden sagrado por imposición de manos del Obispo. Es el de los obispos, presbíteros y diáconos.
Al ministerio ordenado corresponde una tarea de dirección y gobierno en la Iglesia, de mantener la comunión y la corresponsabilidad, de corrección y reconciliación.
2.- Se pueden clasificar también según la triple función sacerdotal, profética y real de Cristo, que El comunica a su Iglesia. Así lo contempla el Vaticano II cuando dice:
"A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su propio nombre y autoridad. Los seglares, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" ( 18).
En torno a estas tres funciones se puede ordenar y estructurar la diversidad de ministerios eclesiales, de forma que se abarque la totalidad de la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia.
De acuerdo con esta disposición tendremos la siguiente clasificación:
a) Servicio de la Palabra (función profética).
Los ministerios relativos a la Palabra son muy variados. En ellos podemos ver la importancia que tiene la Palabra, pues el anuncio de la palabra de Dios es siempre el punto de partida para toda obra de salvación. En esta área se incluyen todos los ministerios a través de los cuales se ejerce la función profética en la Iglesia, e incluye a todos los miembros de la Iglesia según su responsabilidad y ministerio: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos.
Los más importantes son:
proclamación de la Palabra de Dios; evangelización o proclamación del kerigma:predicación bajo todas sus formas (homilía, exhortación); enseñanza oficial o magisterio, tanto solemne y extraordinario del Papa y de los obispos, como el que por participación ejercen los presbíteros, y, por delegación eventual, los laicos; los documentos del magisterio, la enseñanza académica en universidades y escuelas, instituciones educativas, conferencias, disertaciones, investigación científica, divulgación escrita o a través de los medios de comunicación; la catequesis de adultos e infantil; la profesión pública de la fe, el testimonio de la Palabra.
Según el Nuevo Código de Derecho Canónico, que se acaba de promulgar para toda la Iglesia, todos los fieles en virtud del sacramento del bautismo y de la confirmación, pueden ser colaboradores del obispo o de los sacerdotes en el ministerio de la Palabra (can. 714).
b) Servicio del culto (función sacerdotal)
Los ministerios que podemos encuadrar en esta área son todos los que se ejercen en la Liturgia. "La Liturgia se considera como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella... el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (I9).
En estos ministerios entran también todos los miembros del Pueblo de Dios. Todos los fieles "en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG, 10),
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, "aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo." (LG 10).
Los principales ministerios que aquí podemos distinguir son:
-Todos los del ministerio ordenado o sacerdocio ministerial que se ejercen en la celebración litúrgica: presidencia y celebración de la Eucaristía, lugar donde por excelencia se manifiesta la naturaleza del ministerio y donde mejor aparece la estructura de la Iglesia en ordenación ministerial. Después en los sacramentos, en los sacramentales, en el Oficio Divino o Liturgia de las horas, en toda celebración litúrgica, en actos piadosos.
-Por lo que se refiere al sacerdocio común, todos los miembros de la Iglesia están llamados a ejercer el ministerio del sacerdocio que poseen en virtud del carácter bautismal. Los principales ministerios en los laicos pueden ser: en cuanto al ministerio instituido: acólitos, lectores, distribuidores de la comunión en la asamblea y a domicilio para los enfermos, el catequista en algunos países. En cuanto al ministerio no instituido: comentaristas, los miembros de la "schola cantorum", director del canto, el salmista, el organista, el maestro de ceremonias, los que presentan las ofrendas, los que ejercen el ministerio de la acogida a los fieles a la entrada y los mantenedores del orden, etc.
c) Servicio de regir o de comunión (función real o pastoral)
La autoridad, según el Evangelio, es una inversión de valores: el que manda tiene que hacerse siervo como Cristo que “no vino a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 43-45; Lc 22, 24-27; Jn 13, 12-17). Participar en la función real de Cristo es participar en su función de Siervo y Pastor.
La autoridad y el gobierno en la Iglesia no es un mando, en sentido de dominio y poder, sino el ejercicio del oficio de Cristo Cabeza y Pastor, "pues los ministerios que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos" (LG 18).
Por tanto, en esta área entran todos los ministerios del gobierno pastoral. El Papa, "siervo de los siervos de Dios", tiene sobre toda la Iglesia "plena, suprema y universal potestad" (LG 22).
"Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo" (LG 27) Y "tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado (LG 27). "Ejercen el oficio de padre y pastor" (20). Los presbíteros "ejercen el oficio de Cristo Cabeza y Pastor" (21).
A esto hay que añadir otros ministerios de gobierno y pastoreo, como consejos presbiterales, consejos pastorales, parroquiales, coordinadores de pastoral, los ministerios que mantienen la unidad y la comunión, los ministerios de dirección o pastoreo de comunidades. Los dirigentes de movimientos, grupos, comunidades, los consiliarios, consejeros, etc...
También los ministerios de dirección y acompañamiento espiritual, los que se dedican a la educación de la fe, los que cultivan las vocaciones, los que se dedican a los jóvenes, a los matrimonios, etc.
Entran aquí también todas las formas de servicio de la caridad. Es un ministerio muy amplio y diverso: asistencia social, atención a los más pobres, a emigrantes, a enfermos y moribundos, y en general a todos los necesitados. No sólo las obras de caridad, sino todo lo que promueve la defensa de los derechos humanos, la justicia, la solidaridad, la libertad, la atención a los que están sin trabajo o sin vivienda.
CONCLUSION. Los ministerios no son algo accidental, sino algo constitutivo y esencial para la edificación de la comunidad. Una comunidad que no sepa organizar y distribuir los diversos ministerios, de acuerdo con las distintas funciones que hay que desarrollar en cada una de las tres áreas anteriores, será siempre una comunidad empobrecida, sin crecimiento ni dinamismo. Quedarán muchas necesidades sin atender, y será infiel a la misión que tiene confiada toda comunidad eclesial.
NOTA:
(1).- L. SARTORI, Iglesia, en "Nuevo Diccionario de Teología", Ed. Cristiandad, Madrid 1982, p. 737.
(2).- L. SARTORI, Carismas, o.c., p. 135.
(3).- lb., p. 144.
(4).- Lumen Gentium, 12.
(5).- Decreto sobre apostolado de los laicos, 3.
(6).- K. RAHNER, Lo dinámico en la Iglesia, Herder, Barcelona 1968, p. 63-66.
(7).- H. KUNG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1967, p. 227
(8).- L. SARTOR 1, Poder jurídico y carismas en la comunidad cristiana, en "Concilium-Revista Internacional de Teología" 129,1977, p. 355.
(9).- L. SARTORI, Carismas, a.c., p. 146.
(10).- SACRAMENTUM MUNDI, Herder, Barcelona 1972, Carismas, vol. 1, clmn. 671.
(11).- D. BOROBIO, Ministerio Sacerdotal-Ministerios laicales, DDB, Bilbao 1982.pgs.117-130.
(12).- SACRAMENTUM MUNDI, Oficio y carisma, Vol. 4, col. 957 -961.
(13).- D. BOROBIO, a.c., lb.
(14).- D. BOROBIO, a.c., pgs. 132-151.
(15).- PABLO VI, Exhortación "Evangeli Nuntiandi", n. 73.
(16).- D. BOROBIO, O.c. pgs. 146-149.
(17).- PABLO VI. a.c., n. 73.
(18).- VAT. II, Decreto sobre apostolado de los laicos, 2.
(19).- VAT. II, Constitución sobre la sagrada LitUrgia, 7
(20).- VAT. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, 16.
(21) ,- VAT. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros,6.
TEMA 4
LA IGLESIA INSTITUCIONAL
En el Tema 2 y en la primera parte del Tema 3 nos hemos fijado en la dimensión carismática de la Iglesia. Allí veíamos cómo lo carismático es constitutivo de la Iglesia.
En la segunda parte del Tema 3 hemos visto cómo la dimensión institucional o ministerial de la Iglesia, o, lo que es lo mismo, cómo los ministerios son también constitutivos de la Iglesia.
Seguiremos ahora profundizando en la dimensión institucional o visible de la Iglesia, en la institución que esencialmente es la Iglesia del servicio, la Iglesia del ministerio.
Ante la consideración de este aspecto no podemos nunca perder de vista algo que ya hemos procurado recalcar y que hemos de recordar de nuevo:
La Iglesia es una realidad humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, terrena y celestial, institucional y carismática.
La Iglesia aquí en la tierra no es solamente una comunión, ni una simple organización religiosa.
Es las dos cosas a la vez: lo humano y lo divino están unidos indisolublemente. Es comunidad de vida y sociedad externa.
En ella lo visible está ordenado y subordinado a lo invisi?ble, lo institucional al servicio de la comunión, del carisma.
Todo esto nos lo enseña el Vaticano II:
"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a la invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos. "(Constitución de Liturgia. 2).
"Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. "(LG 8).
"Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo .•. (LG 8).
LA IGLESIA DE CRISTO ES JERÁRQUICA
Hasta ahora al hablar de los ministerios lo hacíamos de una forma general, fijándonos en su conjunto dentro de la estructura de la Iglesia.
Nos centraremos ahora en los ministerios permanentes y constantes de la Iglesia o ministerios jerárquicos, que son los que forman, por excelencia, la estructura esencial de la Iglesia.
Son los ministerios que el Vaticano II llama ministerios eclesiásticos de constitución divina, los cuales son a su vez carismas, se remontan a la comunidad apostólica y se reciben por la imposición de manos o Sacramento del orden sagrado.
"El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos." (LG 28).
Por estos ministerios, la Iglesia, en cuanto sociedad exterior, tiene un carácter jerárquico.
El Señor antes de desaparecer visiblemente de entre sus discípulos, hizo entrega a la Iglesia de un doble don:
-el don interior: el Espíritu Santo principio de vida;
-el don exterior: el ministerio apostólico o cuerpo apostólico el cual suplirá en cierta forma la ausencia visible de su humanidad (I).
"El mismo Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos. "(2)
El Espíritu Santo y el ministerio apostólico forman asociadamente un principio de acción, operando conjuntamente. En los doce se identifican Iglesia y ministerio. El ministerio apostólico (= Colegio Apostólico = Apostolado) es un ministerio constitutivo de la Iglesia, y además es ministerio central y fundamental del cual derivan todos los demás ministerios, o lo que es lo mismo, el ministerio apostólico es el principio estructurante de todos los demás ministerios, y por él la Iglesia aquí en la tierra es sacramento de salvación.
LA SUCESION APOSTÓLICA
Recordemos lo que ya dijimos al hablar de las cuatro notas de la Iglesia. Allí hablábamos de la apostolicidad fundamental de todo el Pueblo de Dios.
Ahora nos centramos en la apostolicidad de los ministerios jerárquicos (apostolicidad ministerial).
El Colegio apostólico recibió de Cristo unos poderes y unos dones del Espíritu Santo, y desde el principio los Apóstoles organizan la primera comunidad y ponen en marcha, de una forma solidaria o colegial, los diferentes ministerios, surgiendo enseguida nuevas comunidades o Iglesias locales, y todas juntas forman la Iglesia que es una.
Cristo ha querido que los Apóstoles tuvieran sucesores en su ministerio jerárquico.
''Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles del mismo que El fue enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de aquellos, los Obispos, fueran los pastores de la Iglesia hasta la consumación de los siglos. "(LG 18).
"Esta divina misión confiada por Jesucristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin del mundo... Por esto los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada.... a fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a los colaboradores inmediatos al encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos... Y así establecieron tales colaboradores y les dieron además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio.
"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica.
''Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles Obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo.
Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno ... Por ello este sagrado Sínodo enseño que: los Obispos han sucedido, por constitución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escuche, escuche a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien envió. "(LG 20).
Por tanto, la constitución jerárquica de la Iglesia, tal como desde el principio del siglo II existe hasta nuestros días, no es invención humana. Responde a la voluntad de Cristo, o sea, que es de institución divina, y es un don de Dios. Tal como surge en la Iglesia primitiva es siempre un ministerio al servicio de todo el Cuerpo de Cristo.
He aquí como Pablo VI enseñaba esta verdad:
"Como sabemos, dos son los elementos que Cristo ha prometido y ha enviado, si bien diversamente, para continuar su obra, para extender en el tiempo y sobre la tierra el reino fundado por El y para hacer de la humanidad redimida su Iglesia, su Cuerpo místico, su plenitud, en espera de su retorno último y triunfal al final de los siglos: el apostolado y el Espíritu. El apostolado obra externa y objetivamente, forma el cuerpo, por así decirlo, material de la Iglesia, le confiere sus estructuras visibles y sociales; mientras el Espíritu Santo obra internamente, dentro de cada una de las personas, como también sobre la entera comunidad, animando, vivificando, santificando.
Estos dos agentes, el apostolado, al que sucede la sagrada jerarquía, y el Espíritu de Cristo, que hace de ella su ordinario instrumento en el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos, obran juntamente: Pentecostés los ve maravillosamente asociados al comienzo de la gran obra de Cristo, ahora ya invisible, mas permanentemente presente en sus apóstoles y en sus sucesores, “a quienes constituyó pastores como vicarios de su obra”; entrambos, aunque de modo ciertamente diverso, concurren igualmente a dar testimonio de Cristo Señor, en una alianza que confiere a la acción apostólica su virtud sobrenatural. " (PABLO VI, Discurso en la apertura de la 3a sesión del Vat. II. 14-IX-1964).
(1).- P. FAYNEL , La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, tomo 1, pgs. 321-336.
(2).- VAT. 11, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4; Cf. LG 4
La Iglesia es el lugar elegido por Dios, donde El establece su morada entre los hombres (Ap 21, 3), es invocado su nombre y adorada la Trinidad.
Ella, Esposa de Cristo, es para nosotros seno maternal donde fuimos regenerados a la Vida, redil que acoge a todos los pecadores, inmenso Pueblo de Dios, siempre en marcha y peregrino hacia otra patria fuera ya de este mundo.
Todos y cada uno de los que somos miembros de esta comunidad de salvación, en la que recibimos el perdón y hallamos siempre acceso a la Vida y a los dones del Espíritu, gozamos de la dignidad de ser hijos de la Iglesia.
Nunca podemos situarnos a considerar a la Iglesia desde fuera, en plan de espectadores extraños, complacidos en resaltar sus pecados y fealdades. Como hijos nos sentimos identificados con ella, Madre y Maestra, columna de la verdad.
Hoy abunda toda una demagogia impía contra la Iglesia, y somos sus hijos los que más hemos contribuido a crear esa animosidad a base de una crítica despiadada. Todos queremos una Iglesia evangélica, pobre y humilde, al servicio de los hombres, pero olvidamos que aquí en la tierra siempre estará mezclado el trigo con la paja, que siempre será una Iglesia de santos y de pecadores, y que esos pecadores, miembros secos o podridos o quizá muertos, podemos ser cualquiera de nosotros.
¿Cómo somos nosotros, los que somos la Iglesia? ¿Cuál habría de ser nuestra contribución a su edificación en este momento apasionante de su historia?
Ante todo aportar una vida joven y vigorosa, como nueva savia que brota de su raíz más honda. La Iglesia de hoy necesita abundancia de carismas y que se desarrollen más los ministerios laicales ante las innumerables necesidades que surgen. Necesita comunidades vivas y florecientes, que ofrezcan al mundo, juntamente con su servicio, el testimonio colectivo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Necesita cristianos que sepan vivir en lucha y contemplación, al mismo tiempo que atareados en la ingente labor que hay que desarrollar ante el mundo de hoy.
Debemos hacer nuestra la misión de la Iglesia.
Anunciar el Evangelio al mundo, ofrecerle la Verdad y la Vida, no es más que llevar a Cristo al mundo.
A medida que ahondamos en la realidad y el misterio de la Iglesia, no hallamos más que una sola cosa: Jesucristo. Todo en ella tiene sentido en tanto en cuanto que hace referencia a Jesucristo. El es su tesoro, lo único que tiene que ofrecer a la humanidad.
En cierta manera la Iglesia no es otra cosa más que Jesucristo, pues ella, juntamente con su Cabeza, no forma más que un solo Cuerpo, y este Cuerpo es el Cristo total. Conforme se desarrolla su edificación, a medida que la Iglesia avanza hacia el encuentro escatológico con su Señor, aparece cada vez más diáfana la realidad de lo que ella es. Nunca habrá realizado en este mundo toda su santidad, todo lo que encierra su misterio, hasta que no haya entrado definitivamente en la consumación final.
Para toda la Iglesia, de manera especial para cuantos lo desconocen o no lo viven, debemos ser testigos del Espíritu que alienta en su íntima estructura. Hijos comprometidos en su servicio, debemos reflejar en nuestras vidas el misterio de la Iglesia, viejo tronco del que incesantemente seguirán brotando los profetas, los mártires, los santos, los testigos carismáticos de la fe, del amor y de la esperanza. A todos hemos de proclamar que la Iglesia es el mismo Jesucristo continuado entre nosotros.
Como Madre, como Cuerpo de Cristo, como la propia familia, no podemos menos de amarla. La amamos entrañablemente. Ella es la prolongación de la Trinidad hasta nosotros, y ella a su vez arranca de este mundo en constante ímpetu ascendente que termina en la misma Trinidad.
SEMINARIO SOBRE
EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL
CICLO II: LA IGLESIA
INTRODUCCION
Dentro de nuestro programa de formación y crecimiento espiritual es de gran importancia el tema de la Iglesia. Los cristianos de hoy si queremos salvar nuestra fe y vivir el compromiso cristiano, necesitamos comprender mejor y profundizar más en el misterio de la Iglesia.
A medida que se penetra en el conocimiento de la Iglesia de Cristo se percibe con más profundidad el misterio de la acción de Dios en los hombres, la presencia del Cristo Resucitado entre los cristianos, la forma como su Espíritu se comunica a todos los que desde la fe están abiertos al don de Dios, y cómo vive y actúa en los corazones.
¿Qué vida del Espíritu podríamos buscar o fomentar, si no fuera partiendo siempre de la Iglesia, en la que nacemos del agua y del Espíritu?
¿Qué fe en Jesucristo. Hijo de Dios, es posible vivir hoy si no es recibiendo su Palabra viva y operante, tal como la Iglesia, a través de su magisterio, nos proclama y transmite, y con la que nos alimenta?
¿Dónde encontrar al Cristo viviente, con todo el dinamismo y poder de su Resurrección, dónde ver sus mismos signos de salvación y hasta contemplar su gloria, si no es descubriéndolos a través de las acciones sagradas de la Iglesia?
¿Cómo entrar en comunión, nosotros cristianos de este siglo, con todos los que nos han precedido en la fe, con tantos testigos de los que nosotros hemos venido a ser depositarios? ¿Cómo empalmar con la Iglesia apostólica, tal como salió de Pentecostés, si no es sintiéndonos plenamente integrados en la realidad de la Iglesia de hoy?
Es necesario mirar a la Iglesia de Cristo, traspasando el velo de lo que apreciamos sensiblemente. Lo mismo que muchos de los que se acercaron al Jesús histórico no vieron en El más que al hombre, sin llegar por la fe al misterio de su divinidad, así también hoy son muchos, incluso cristianos, los que no ven en la Iglesia más que una sociedad homologable con cualquier otra sociedad de este mundo.
La consecuencia es el hecho tan contradictorio y frecuente de los que dicen creer en Cristo, pero no en la Iglesia. ¿Cómo creer en Cristo y no creer en la Iglesia, si el Cristo que hoy existe para nosotros es el Cristo que se identifica con los cristianos unidos en comunión, el mismo Cristo que así se lo hizo ver a Saulo cuando los iba persiguiendo camino de Damasco?
En lo que no creen muchos cristianos es ciertamente en la caricatura de la Iglesia. Hay que manifestar y hacer ver con claridad en qué consiste el misterio de la Iglesia, de la única Iglesia que existe, la Iglesia de Jesucristo.
LA RESPONSABILIDAD DE LA R.C.
La R.C. no es un movimiento de Iglesia, se ha dicho muchas veces, sino la Iglesia en movimiento.
Para que conozcamos lo que es la Iglesia, para poder apreciar también lo largo y lo ancho, lo alto y lo profundo de ese gran movimiento, hasta dónde llegan todas sus implicaciones, para que no hagamos fracasar el mensaje de la Renovación, debemos conocer más a fondo lo que es la Iglesia.
Si no adquirimos ese imprescindible sentido eclesial, nos faltará una base firme. Una comunidad cristiana sin sentido eclesial no es comunidad. Nuestros grupos y comunidades no son formas de capillismo, y ni siquiera deben parecerlo. Son Iglesia de Cristo: esta es nuestra verdadera identidad. En el seno de nuestros grupos hemos de descubrir y vivir la presencia de la Iglesia.
Si no nos sentimos Iglesia, si no somos Iglesia, no somos nada, ni tendría interés para nosotros seguir en este empeño. Cuando falta esta perspectiva de Iglesia siempre amenaza el peligro del individualismo o de la secta.
Hemos elaborado este Ciclo II del Seminario sobre el crecimiento espiritual, centrado en el tema de la Iglesia, pensando en lo que los hermanos de los grupos de la Renovación necesitan saber con vistas a ese crecimiento y maduración espiritual.
No se trata ya de aquellos primeros elementos que ofrecíamos en el Seminario de iniciación a la vida del Espíritu, en el que predominaba el kerygma cristiano y las cuestiones más elementales de iniciación en orden a la evangelización y acogida de los primeros convertidos.
Nos dirigimos a hermanos que ya están creciendo en la vida del Espíritu, con un compromiso cada vez mayor, con una vida de testimonio y evangelización, y en afán comunitario. Para ellos hay que ofrecer alimento sólido.
Hemos distribuido lo más esencial, lo que todos debemos saber sobre el misterio de la Iglesia, en siete temas o exposiciones. Dada la amplitud de la doctrina sobre la Iglesia, resulta imposible abarcar todos los puntos. Nos parece que lo que presentamos es suficiente, pues son catequesis para profundizar en la fe, y no un tratado completo sobre la Iglesia para desarrollar en clases de teología.
Estos son los Temas:
1.- El misterio de la Iglesia
2.- El Espíritu Santo y la Iglesia
3.- La Iglesia es carismática e institucional
I .- Los Carismas
II.- Los Ministerios eclesiales
4.- La Iglesia institucional
5.- Función de la jerarquía en la Iglesia
I.- Triple ministerio de la jerarquía
II.- El Primado de Pedro
6.- La Evangelización como misión de toda la Iglesia
7.- Presencia de la Iglesia en el mundo
I.- En la familia
II.- En el trabajo
III.- En la sociedad
¿QUE ENFOQUE SEGUIMOS?
Hoy en día se trata el tema de la Iglesia de acuerdo con distintos enfoques o eclesiologías.
Comúnmente se considera que prevalecen cuatro ec1esiologías, bastante diversas unas de otras, y que son las siguientes por orden de su aparición:
-La eclesiología histórico-jurídica, en la que predomina la línea de la autoridad en conexión con la autoridad de los Apóstoles, valiéndose para el estudio de la Iglesia principalmente de la categoría de sociedad.
-La eclesiología sacramental, muy ligada al despertar litúrgico, pone en primer plano los sacramentos, principalmente la Eucaristía, como órganos constructores de la Iglesia, la cual aparece en la línea de los que la une con el Cristo pascual, hecho Espíritu vivificante. Pone el énfasis en la Iglesia como comunión, y se llama también eclesiología eucarística.
-La eclesiología carismática o pneumatológica, acentúa los carismas, y por tanto la acción del Espíritu Santo, y apela al hoy de Dios tal como se detecta en las personas, en las pequeñas comunidades y en los movimientos de base. Acentúa la coparticipación y la corresponsabilidad.
-La ec1esiología ecuménico-misionera es la más reciente y tiene muchas variantes. La comunión adquiere un sentido mucho más amplio, incluso más allá de las fronteras de la Iglesia, buscando caminar unidos con todos los hombres de buena voluntad.
La diferencia entre estas cuatro eclesiologías no está en cosas fundamentales, pues entonces no serían admisibles las cuatro, sino en este o aquel elemento constitutivo de la Iglesia que se subraya. Cada una es válida en tanto en cuanto admita todos los elementos esenciales del misterio de la Iglesia, sin omitir nada.
Más bien se complementan las cuatro, y ninguna puede excluir u oponerse a las otras. Las cuatro están presentes también en la doctrina del Vaticano II.
Lo mismo que con el Evangelio, también hemos de ser muy honrados y sinceros con la forma de interpretar el misterio de la Iglesia. No consiste en presentar nuestra propia visión, sino en acoger y asimilar aquello que la Iglesia nos ofrece y nos dice de sí misma.
Lo que hoy necesitamos los cristianos son verdades seguras y ciertas en las que apoyarnos. Esto es lo que hemos de ofrecer en nuestra enseñanza, no opiniones particulares, manteniéndonos a un nivel por encima de cuestiones discutidas o de grupo.
Así nos lo recordaba a todos Juan Pablo II en su viaje apostólico a España:
"No seáis portadores de dudas o de 'ideologías', sino de 'certezas' de fe ... Ante todo tenéis que transmitir, con fidelidad la doctrina de la Iglesia, esa doctrina que ha quedado expresada en documentos tan ricos como los del Concilio Vaticano II... “ (Discurso a los Religiosos)
"La Iglesia ha sido constituida por Cristo, y no podemos pretender hacerla según nuestros criterios personales. Tiene por voluntad de su fundador una guía formada por el Sucesor de Pedro y de los Apóstoles: ello implica, por fidelidad a Cristo, fidelidad al Magisterio de la Iglesia... Ella es madre en la que renacemos a la vida nueva de Dios; una madre debe ser amada. Ella es santa en su fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres pecadores; hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia una fidelidad siempre renovada, que no se logra con criticas Corrosivas. "
(Homilía en el Camp Nou de Barcelona)
METODOLOGIA
Al exponer los temas sería necesario hacerla del modo más activo posible para todos los hermanos, de forma que cada uno participe en el estudio y en el diálogo, y no se limite simplemente a escuchar.
Los que presentan el tema eviten el peligro de siempre: ser prolijos o vagos en la exposición, o querer dar una clase magistral. La exposición ha de ser muy sencilla y concreta, ceñida al orden de las ideas que se sigue, y de tal forma clara e inteligible que el que escucha se quede con el esquema mental, con ideas precisas, y no con un maremagnum de cosas imposibles de digerir.
Todos deberían tener los Documentos del Vaticano II, y al mismo tiempo que se va desarrollando el Ciclo sobre la Iglesia, habría de ir leyendo cada uno la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
Al final de cada tema hay que volver a hacer una síntesis de lo expuesto, recalcando los puntos principales, y procurando llegar también a aplicaciones prácticas y a alguna revisión sobre nuestra vida eclesial.
El diálogo sobre los diversos puntos puede continuar también en los grupos de profundización.
TEMA 1
El misterio de la Iglesia
La Iglesia no es un colectivo humano cualquiera, ni una sociedad como otra cualquiera de hombres a los que les une un ideal común, ideológico, político, cultural, o una tarea común a cumplir.
La Iglesia está formada por los hombres que han llegado a la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, y, por medio del sacramento del bautismo, se han incorporado a El y han recibido el don del Espíritu. Ellos forman la comunidad de los que creen en Cristo, su cuerpo viviente.
Es una comunidad muy especial de personas, que difieren de los demás hombres por este don fundamental que es la fe en Cristo Jesús, en el que han encontrado el sentido y la esperanza de la existencia humana y de toda la historia de la humanidad.
El Concilio Vaticano II estructura todas sus enseñanzas en torno a un documento fundamental: la Constitución dogmática sobre la Iglesia o Lumen Gentium (LG). El título del primer capítulo es muy significativo: El Misterio de la Iglesia.
El Misterio de la Iglesia deriva del Misterio de Dios que creó el universo y llama a todos los hombres a participar de su vida divina para formar con El una comunión de amor en Cristo su Hijo, por el Espíritu Santo (LG 2).
1.- LA IGLESIA,
MISTERIO Y SACRAMENTO DE SALVACION
El Vaticano II para hacernos comprender la naturaleza íntima del misterio de la Iglesia nos presenta las diversas imágenes que emplea la Sagrada Escritura "tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales" (LG 6).
La Iglesia es:
-redil, cuya puerta es Cristo Un 10. 1-10): grey de la que el "Buen Pastor y Príncipe de los pastores dio su vida parias ovejas" (Jn 10, 11-15: 2 P 5,4);
-labranza o arada de Dios, viña escogida, siendo Cristo la vida verdadera y nosotros los sarmientos (1 Co 3,9; Jn 15, 1-5);
-edificación de Dios en la que Cristo es la piedra angular que rechazaron los constructores (1 Co 3,9; Mt 21,42; Hch 4,11: 1 P 2,7). Esta edificación es casa de Dios (1 Tm 3.15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios entre los hombres (Ap 21, 3), templo santo del que todos somos piedras vivas (1 P 2. 5). Se la compara también a la ciudad santa de Jerusalén, la "Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26: Ap 12, 17);
-la Esposa del Cordero, a la que Cristo amó y se entregó, uniéndola consigo en pacto indisoluble (Ap 19.7; 21,2; 22,17; Ef. 5, 25-26.29).
Cada una de estas imágenes nos presenta una dimensión distinta del misterio de la Iglesia, y ninguna por sí sola es suficiente para expresarnos todos los aspectos que integran la realidad de la Iglesia.
¿Qué queremos expresar con la palabra misterio?
Tal como se emplea este vocablo, tanto en la Liturgia como en la Teología, significa un signo visible de una gracia invisible: algo que vemos externamente, pero que significa y hace presente otra realidad espiritual, que es invisible no solo para los sentidos sino también para la razón humana.
La Iglesia, por consiguiente, no es sólo lo que vemos externamente, los hombres que la integran y la representan, con su organización y estructuras (jerarquía, gobierno. ritos, etc.), sino que también hay algo que no podemos descubrir si no es por la fe: la presencia y acción del Espíritu, esa comunión en Cristo entre Dios y los hombres. Esta es la realidad invisible que está significada por lo que vemos externamente. Pablo VI decía que la Iglesia es una realidad imbuida por la presencia oculta de Dios.
Todo esto es lo mismo que decir, utilizando otra expresión importante del Vaticano II, que:
"La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima de Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
Retengamos esta palabra de Sacramento porque es de una gran riqueza teológica. La Iglesia es el Sacramento de Jesucristo.
A Cristo se le considera el Sacramento de Dios, el Sacramento fundamental o sacramento por excelencia, origen y soporte de los demás sacramentos.
Si Cristo es el Sacramento de Dios, la Iglesia es el Sacramento de Jesucristo, es decir, "una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo Encarnado" (LG 8).
Tenemos, pues, un elemento humano y un elemento divino: una realidad externa y otra realidad interna. Lo humano y lo divino se compenetran.
Lo externo, o lo visible y social, es lo que llamamos lo institucional, una institución de salvación: todo esto no es más que signo e instrumento que está al servicio de lo invisible.
Lo interno, que es lo invisible o el elemento divino, constituye a la Iglesia en su realidad más profunda, y es el Espíritu de Jesús resucitado, o lo que es lo mismo, Cristo comunicado en el Espíritu Santo. He aquí el origen de toda la fuerza y vitalidad de la Iglesia, lo que realiza la comunión de vida entre Dios y los hombres, por lo cual también se define a la Iglesia como un misterio de comunión entre Dios y los hombres. ''Lo que constituye a la Iglesia a manera de principio es el Espíritu Santo en los corazones, y todo lo demás (Jerarquía, magisterio, potestades de la Iglesia) está al servicio de esa transformación interna" (Sacramentum mundi, t. 3, col. 605).
¡Este es el Sacramento de nuestra fe!: así podemos decir ante la realidad de la Iglesia, de modo equivalente a como decimos ante el pan y el vino que consagrados se han convertido en signo de la presencia del Cuerpo y Sangre del Señor.
Sí, esta es la Iglesia, este es el Sacramento del Cristo Resucitado que de esta forma tan maravillosa "ha plantado su tienda" en medio de la humanidad hasta el fin de los tiempos.
"El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (I Co 3, 16:6,19)", dice el Vaticano II (LG 4). En este sentido se considera a la Iglesia el templo del Espíritu, y la Liturgia en la alabanza del prefacio exclama:
"de este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, aparece ante el mundo como Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría"
Esta visión de la Iglesia como Sacramento nos introduce en el tema de los tres aspectos más significativos y que mejor expresan el misterio de la Iglesia. Nos referimos a:
a) la Iglesia como comunidad
b) la Iglesia como Cuerpo de Cristo
c) la Iglesia como Pueblo de Dios
II.- LA IGLESIA COMO COMUNIDAD
Si la Iglesia en su aspecto interno e invisible es, como hemos dicho, Cristo comunicado en el Espíritu Santo, el cual realiza la comunión de vida entre Dios y los hombres, necesariamente es un misterio de comunión, una comunidad (koinonia).
"Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos" (LG 8).
Cristo mantiene en la tierra esta comunidad de fe, esperanza y caridad uniendo a los hombres con Dios, haciendo que entren en comunión con el Padre por la comunicación del Espíritu Santo.
Es, por tanto, una comunidad de los hombres con Dios. Pero, y puesto que su Espíritu es siempre Espíritu de unión y de Amor, realiza también a un mismo tiempo una gran comunión entre sí de los hombres que le aceptan por la fe.
La Iglesia es entonces comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, comunidad en la que por la acción del Espíritu Santo, Cristo se hace presente y se comunica a los hombres.
En consecuencia, es también comunidad en el Espíritu Santo.
El fundamento de la Iglesia en cuanto comunidad, lo mismo que en cuanto institución de salvación, es el Espíritu Santo.
Esta comunidad se realiza también bajo la forma de una comunidad sacramental, en el sentido en que antes hemos dicho, porque siempre es signo visible de esa comunión de vida (realidad invisible) entre Dios y los creyentes, y también porque cuando toda asamblea de creyentes se reúne para celebrar los sacramentos, y de manera especial la Eucaristía, constituye una comunidad, comunidad sacramental reunida en Cristo.
III.- LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO
La Iglesia, como hemos visto, es la comunidad de los que creen en Cristo, los cuales, según la expresión de San Pablo, forman su cuerpo viviente. Un cuerpo en el que Cristo es la Cabeza y los creyentes son los miembros, y el Espíritu Santo como el alma.
El Vaticano II nos dice que el Hijo de Dios redimió al hombre y lo transformó en nueva criatura, "y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu. En ese cuerpo la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos de un modo arcano, pero real" (LG 7).
Esta imagen hace resaltar la unidad de los miembros entre sí y su unión vital con Cristo por medio del bautismo, hasta el punto de que el mismo Señor se identifica con los cristianos.
Esto nos ayuda a profundizar en el punto anterior: la Iglesia en su misma esencia es la comunidad de vida que resulta de los hombres incorporados a Cristo, como miembros unidos a la Cabeza, los cuales reciben de Ella vida divina, por lo cual resulta que la Iglesia es también la culminación del misterio de Cristo: el Cristo total, y todo es "para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y el conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 12-13).
"La Cabeza de este Cuerpo es Cristo. El es lo Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia... Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos. Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El, hasta que con El reinemos... "(LG 7).
Al expresar esto, tocamos, por así decirlo, el corazón mismo del misterio de la Iglesia. Por esta participación llegamos a ser "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1,4), y la Iglesia ya no es sólo la Iglesia de Cristo, sino Cristo mismo, y nosotros estamos asociados a su ser y a sus misterios, "configurados con El, muertos y resucitados con El".
Cristo posee la gracia, la vida del Espíritu en plenitud, nosotros en cambio la conseguimos como miembros y por un don gratuito.
San Agustín decía: "El cuerpo y los miembros ¿no forman un solo Cristo? ¿Qué es la Iglesia?: el Cuerpo de Cristo. Añadidle la cabeza, y tendréis un solo hombre: la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre".
Esta unión entre Cristo y nosotros, sus miembros, no es una unidad física, pero tampoco una unidad moral: se la llama unidad mística: muchas personas formamos una sola persona mística, un cuerpo místico. "En esto consiste precisamente el misterio del Cuerpo Místico: que muchos, siendo muchos, tengan una misma vida" (Cangar).
Por esto se dice de la Iglesia que es la plenitud de Cristo, la consumación de su misterio, el Cristo total:
"la Iglesia que es su Cuerpo, Plenitud del que lo llena todo en todo"(Ef 1,22-23; 4, 13; Col 2. 10).
Esto nos ayudará a comprender un poco lo que quiere expresar el lenguaje de la Escritura cuando llama a la Iglesia esposa de Cristo, la esposa del Cordero (Ap 21, 9). Esta imagen expresa el mismo misterio que la del cuerpo, pero subraya más el aspecto del amor mutuo entre Cristo y la Iglesia (Ef 5, 2530), así como la distinción esencial que hay entre ambos, la gratuidad del don, y la fecundidad de la Iglesia nuestra madre (Ap 12).
IV - LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS
El Concilio Vaticano II dedica todo el segundo capítulo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia a la consideración de la Iglesia como el Pueblo de Dios.
Esta imagen está tomada del Antiguo Testamento y nos ayuda a captar bajo otros aspectos el misterio de comunión de Dios con los hombres en su Hijo, del cual ya nos han hablado las imágenes anteriores de la Iglesia, y la unidad que existe en todo el plan de salvación realizado por Dios a lo largo de toda la historia.
La Iglesia se configura así como la heredera de un largo pasado:
"Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la Alianza Nueva y perfecta que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. He aquí que llegará el tiempo, dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá... Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, dice el Señor (Jer 31. 31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (1 Co 11,25), lo estableció Cristo convocando a un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (1 P 1.23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (Jn 3, 5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición.... que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios. "(1 P 2. 9-10) (LG 9)
La consideración de la Iglesia como Pueblo de Dios des?taca algunos aspectos importantes:
a) El misterio de su elección, su vocación para ser "comunión de vida, de unidad y de verdad.... instrumento de redención universal" (LG 9);
b) Tiene por cabeza a Cristo que reina gloriosamente en los cielos, pues El adquirió a la Iglesia "con su sangre (Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la dotó de medios apropiados de unión visible y social" (LG 9);
c) En él se da una igualdad básica de todos sus miembros, "la dignidad y la libertad de los hijos de Dios" (LG 9), anteriormente a la distinción de funciones y ministerios; participando todos por igual del mismo misterio de Cristo y del sacerdocio común, sacerdocio regio, "concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de ?una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG 10);
d) Es, pues, un pueblo consagrado por el bautismo y la unción del Espíritu, un pueblo sacerdotal para alabanza de Dios, y todos los miembros se hacen partícipes de la triple misión de Cristo: profética, sacerdotal y real. Como pueblo sacerdotal alcanza su expresión más plena cuando reunido en asamblea litúrgica proclama y celebra la Palabra y el misterio pascual de Cristo;
e) Es un pueblo profético en el que todos están llamados a “anunciar las alabanzas de Aquél que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable" (1 P 2.9). "El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo, sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre" (LG 12);
f) Pueblo dotado también del carácter real de Cristo, y por esto un pueblo de servidores en el que todos los miembros, cada uno según su propio carisma y ministerio, están llamados a desempeñar una función como acto de servicio para edificación de la comunidad;
g) Es un pueblo universal, pues “todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios..., el cual debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos para así cumplir el designio de la voluntad de Dios... El único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así “quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos’... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu." (LG 13)
APLICACION PRÁCTICA
Creemos en la Iglesia, decimos en el Credo.
Debo darme cuenta de que siendo la Iglesia un Misterio, no puedo llegar a conocer su realidad más profunda y verdadera si no es a través de la fe. Es necesario mirar a la Iglesia siempre con mirada de fe.
Cuando digo Creo en la Iglesia afirmo que ella es la prolongación de Cristo en el tiempo y en el espacio, que de ella recibo la fe y que en ella llego a entrar en posesión de la salvación y del don del Espíritu. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo.
Debo avivar la conciencia de mi pertenencia a este Pueblo.
En él es donde encuentro mi identidad de discípulo y seguidor de Cristo.
Estar en comunión con toda la Iglesia significa aceptar toda su fe, todos los medios de salvación que me ofrece, y por tanto también toda su enseñanza y preceptos.
"La Iglesia no es una realidad meramente humana, sino el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu Sama, el “sacramento universal de salvación”. La fidelidad a Cristo se prolonga así en fidelidad a la Iglesia, en la que Cristo vive, se hace presente, se acerca a todos los hermanos y se comunica al mundo. "
(Juan Pablo II, Viaje Apostólico a España)
Tema 2:
El Espíritu Santo y la Iglesia
La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés da origen a la primera comunidad cristiana de los discípulos de Jesús, los cuales a partir de entonces son asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones (Hch 2, 42).
Con esta primera comunidad empieza la Iglesia delineada ya en sus elementos estructurales.
Este bautismo en el Espíritu Santo es como la investidura o inauguración oficial de la Iglesia, y marca lo que en adelante será su mismo naturaleza. La Iglesia nace carismáticamente del Espíritu Santo como una nueva creación, como comunidad mesiánica, investida del don de la nueva Ley (Jr 31, 33; Ez 36, 27), que está llamada a extenderse a todos los pueblos (Hch 2, 5-11).
El Espíritu es el don por excelencia que Jesús Resucitado ha comunicado a su Iglesia. En adelante la presencia y la acción del Cristo Resucitado en la Iglesia será a través de la presencia y la acción de su Espíritu.
Por tanto hemos de concebir siempre a la Iglesia de Cristo, más que a partir del Jesús carnal (2 Co 5, 16), a partir del Jesús Resucitado, a partir del "Señor que es el Espíritu" (2 Co 3, 17), en el sentido de que el Jesús muerto por nosotros fue devuelto a la vida por el Espíritu Santo (Rm 1,4) y constituido Señor (Kyrios), cuyo cuerpo ha quedado constituido en Espíritu vivificante (1 Co 15,4549), por lo que el que se une al Señor resucitado, que vive en la forma de Espíritu "se hace un solo espíritu con El" (1 Co 6, 17).
La Iglesia que es el Sacramento de Cristo, la hemos de entender como el Sacramento, el signo y el instrumento del Cristo Resucitado, y en cierto sentido como el sacramento del Espíritu.
El Espíritu será la fuerza que lleve siempre a la Iglesia hasta "los confines de la tierra (Hch l. 8), guiará y acompañará a los Apóstoles (Hch 16, 16) y dará autoridad a sus decisiones (Hch 15, 28). El Espíritu será también la fuerza que incorpora al creyente a la comunidad, surgiendo así las primeras comunidades edificadas en el temor del Señor y llenas de la consolación del Espíritu (Hch 9,31), y los discípulos en los momentos de prueba se verán "llenos del gozo y del Espíritu Santo" (Hch 13,52).
Es el Espíritu el que crea la unidad de la comunidad, y como no hay más que un solo Espíritu no habrá más que un solo Cuerpo, una sola Iglesia (Ef 4, 4; Rm 12, 5; 1 Co 12, 12-13).
Si el Espíritu dado a la Iglesia es el Espíritu del Señor Resucitado, es también la señal de que se ha iniciado y cumplido la última hora, los últimos tiempos, es decir, el período que media entre la Ascensión de Jesús a los cielos y su venida final o Parusía: el tiempo de la Iglesia, o lo que es lo mismo, el tiempo del Espíritu. La Iglesia es, pues, el pueblo escatológico de Dios, el pueblo de Dios de los últimos tiempos.
En adelante ya no será posible para nosotros concebir el Espíritu sin la Iglesia, pues sería como una fuerza sin medio de acción, así como tampoco podremos concebir a la Iglesia sin el Espíritu, lo cual no sería más que un cuerpo sin principio de vida. Hay plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia del Espíritu. No es posible hacer distinción como ocurrió con ciertas herejías pasadas, ni se puede afirmar que a la era actual de Cristo ha de suceder la era del Espíritu. La era nueva y última ya empezó en Pentecostés.
A partir del Pentecostés el Espíritu y la Iglesia están ordenados el uno a la otra, y serán inseparables y seguirán unidos en la misma espera y anhelo del advenimiento del Cristo glorioso.
“El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17).
FUNCION DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA
La función del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido comparada a la del alma en el cuerpo:
"Nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres a la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano" (LG 7)
Esto no quiere decir, hablando con rigor, que el Espíritu Santo sea el alma de la Iglesia, pues el alma compone con el cuerpo un solo ser físico, pero el Espíritu Santo no compone con la institución eclesial, sino que solamente le está unido, la habita y la anima (Congar).
Podemos reducir la función del Espíritu Santo en la Iglesia a los siguientes aspectos:
1.- El Espíritu es el principio de vida y de santificación
En el Credo afirmamos: Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Y el Vaticano II enseña:
"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado al Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo" ( LG 4 ).
El Espíritu es el que nos lleva al conocimiento verdadero de Cristo el que nos induce a creer en El, el que infunde en nosotros la caridad, el que perdona los pecados. En El y por El Cristo nos comunica la vida. Es, pues, el principio de nuestra divinización.
Los Padres griegos decían que el Espíritu Santo es el que hace a Dios comunicable. Es decir, el Espíritu que el Cristo glorificado nos comunica es el principio de vida y la fuerza que configura a la Iglesia, por lo que ella está animada y guiada por el Espíritu, y a El debe su origen y continuidad.
Para asegurar “esta función" ininterrumpidamente quiso el Señor asegurar una presencia constante del Espíritu en su Iglesia. El es la ley interior de distribución de vida en los distintos miembros del Cuerpo.
La Iglesia resulta así, como ya vimos, el templo del Espí?ritu, una construcción penetrada de1 Espíritu de Dios.
“El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción de hijos" (LG 4).
Comprendemos entonces el célebre texto de San Ireneo:
''Allí donde está la iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y la comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo“. (Adv. Haer. III, 24, 1)
2.- El Espíritu Santo es el principio de unidad y diversidad en la Iglesia.
El Espíritu “guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio" (LG 4).
"Por esto envió Dios al Espíritu del Hijo ,Señor y Vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones...” (LG 13)
“Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo. También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Un solo es el Espíritu que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios." (LG 7)
El Espíritu Santo es por consiguiente en la Iglesia, el Espíritu de la unidad y el Espíritu de la diversidad a un mismo tiempo, el Espíritu de la comunidad y el Espíritu de las personas que están en Cristo. "Por una parte, distribuye, a partir de Cristo, los dones múltiples y diversos, de los cuajes el Señor es la fuente; por otra parte, hace concurrir a la unidad los dones que ha puesto en cada uno" (CONGAR, Pentecostés, Estela, Barcelona 1961, p. 51).
Sin embargo, siempre que hay unidad hay también complementariedad y nunca contradicción entre lo que el Espíritu Santo realiza en el alma de cada fiel, íntima y personalmente, y la acción que lleva a cabo a través de la jerarquía. Esto hay que tenerlo siempre en cuenta como una gran regla de discernimiento.
Por tanto, la vida en el Espíritu para que sea auténtica ha de ir siempre marcada por un profundo sentido eclesial. El Espíritu que actúa en cada uno de nosotros es el mismo que actúa en toda la Iglesia, y a todos nos conduce siempre hacia la unidad y la comunión.
Si ya dijimos anteriormente que la Iglesia es un misterio de comunión, aquí podemos añadir que precisamente esto es así porque el Espíritu Santo es la ley de comunión de los diversos miembros del Cuerpo en la unidad.
"El Espíritu Santo que ha sido la ley interior de distribución de la vida en los miembros, es también la ley de su comunión en la unidad. Se trata de la unidad entre personas. Como decía Pascal, “un cuerpo lleno de miembros que piensan”. En ese cuerpo que es la Iglesia, que llamamos místico, no en el sentido más o menos vaporoso e irreal, sino para subrayar que es un cuerpo de manera distinta de los cuerpos físicos de nuestro mundo terrestre, la unidad de los miembros no puede ser una unidad de fusión: es una unidad de comunión... Es el Espíritu Santo quien realiza eso en nosotros, según la forma única de Jesucristo, a la vista del Padre que nos es común. Gloria al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, declaran los antiguos Padres; y muchos decían equivalentemente: Gloria al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, porque eso es la Iglesia y eso es su profunda unidad" (CONGAR, ib. p. 55•56).
3.- El Espíritu gobierna a la Iglesia
"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda lo Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. El es el que obra las distribuciones de gracias y ministerios... Este es el misterio sagrado de la unidad de la iglesia en Cristo y por Cristo, obrando el Espíritu Santo la unidad de las funciones. El supremo modelo y supremo principio de este misterio es, en la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo."
(Vat. II Decreto de Ecumenismo)
La acción del Espíritu en Pentecostés sobre los Apóstoles, como fundamento y primicias de la Iglesia, a la que "provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos" (LG 4), tuvo como efecto la consagración del ministerio apostólico para llevar a cabo la misión que Cristo les había confiado. Esta consagración implica una asistencia constante del Espíritu en el ejercicio de la función de enseñanza, gobierno y santificación.
4.- El Espíritu rejuvenece y renueva la Iglesia
El secreto de la perenne juventud de la Iglesia está en su principio de vida que es el Espíritu Santo. "Con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).
Sin embargo, es una Iglesia de pecadores, "encierra en su seno” a pecadores, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8), por lo que "peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (Decreto de Ecumenismo, 6).
CARACTER TRINITARIO DE LA IGLESIA
"Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: "(LG4).
La Trinidad es en efecto el origen, el modelo y el término de la Iglesia.
Las palabras de Jesús nos dan a entender claramente esto:
"Como el Padre me envió, también yo os envío" (In 20, 21)
"Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí. "(Jn 15,26)
"Yo les he dado la gloria que Tú me diste; para que sean uno como nosotros somos uno. "(Jn 17,22)
La Iglesia resulta ser así como una prolongación de la Tri?nidad, o el misterio mismo de Dios extendido a la humanidad.
"Allí donde están los Tres, a saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu, allí está la Iglesia, porque la Iglesia es “el cuerpo de los Tres", decía Tertuliano.
"La Trinidad y la Iglesia es realmente Dios que procede de Dios y vuelve a Dios llevando consigo, en sí, a su criatura humana." (Congar)
"De este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, aparece ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría. "(Prefacio Dominical VIII)
CARACTERISTICAS DEL PUEBLO DE DIOS
1.- Es una Iglesia indefectible
Esto quiere decir que no puede ser destruida, sino que ha de subsistir hasta el final del mundo sin experimentar un cambio substancial que pudiera equivaler a su destrucción.
Es indefectible por la fidelidad del Señor que ha dado su palabra (Mt 16.18) y porque goza de la asistencia perpetua del Espíritu Santo que asegura su unión con Cristo.
A pesar de las fuertes persecuciones que pueda sufrir en cualquier momento de su historia, o de la presencia constante de hombres pecadores en su seno, subsistirá victoriosa a través de todos los siglos.
2.- Es una Iglesia infalible
No puede caer en error contra la fe ni equivocarse en cuestiones de moral, tanto por parte de los que ejercen su magisterio, como en el asentimiento que el conjunto de los fieles pueda prestar.
"La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. "(LG 12)
3.- Las cuatro notas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica
Cuando confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica afirmamos aquellas propiedades esenciales por las que exteriormente puede ser reconocida y discernida como la Iglesia de Cristo.
No basta cualquier propiedad, como por ejemplo la perennidad, sino que han de ser propiedades que sean discernibles, verificables externamente, en otras palabras, elementos constitutivos de la Iglesia que la den a conocer en cuanto Iglesia de Cristo.
Si la Iglesia no pudiera ser reconocida externamente con certeza ya no sería signo o sacramento de Cristo en medio de los hombres, ni podría llevar a cabo lo que le encomendó su fundador.
-UNA quiere decir: 1) única. La Iglesia de Cristo es una sola, aunque "fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica: 2) unidad en la fe y unidad de régimen, como expresión de la unidad de comunión.
Ya hemos visto que la Iglesia es misterio de comunión en Cristo de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, y por eso "creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica.
Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiestan ventajosamente" (PABLO VI, Solemne profesión de fe, n. 21).
-SANTA, porque: 1) en sus principios constitutivos, como institución de salvación o medio por el que Dios comunica su vida, lleva la santidad de Dios, y 2) porque, aunque en este mundo está integrada por pecadores, es la Iglesia de los santos. La Iglesia perfectamente santa sólo existe en el cielo. En este mundo "la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).
Por ser la Iglesia Cristo comunicado en el Espíritu Santo, es un signo de contradicción, y un signo que sólo se manifiesta a los que tienen alma de pobre.
-CATÓLICA quiere decir universal, más que por la catolicidad cuantitativa, o geográfica que no se puede ignorar, lo es por la cualitativa, es decir, por el carácter universal de su doctrina y de los medios de salvación que ofrece, y porque "todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este Pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad "de su Espíritu". (LG 13).
-APOSTÓLICA quiere decir que hasta nuestros días y hasta el fin del mundo se dará una sucesión directa de los Apóstoles en los Obispos, y de Pedro, como jefe y cabeza visible, en el Romano Pontífice. Esto asegura a su vez una sucesión ininterrumpida en doctrina, en medios de salvación, en culto.
Por la apostolicidad y por la asistencia del Espíritu Santo se asegura a lo largo de la historia la transmisión del mensaje auténtico de Cristo y el que todos los elementos esenciales de su Iglesia lleguen hasta nosotros partiendo de Cristo y a través de los Apóstoles.
TEMA 3:
LA IGLESIA ES CARISMÁTICA E INSTITUCIONAL
Ya hemos visto en el tema anterior que la Iglesia por su origen y por su esencia es obra del Espíritu de Jesús Resucitado.
Es una creación del Espíritu.
Si la Iglesia procede de Cristo y es su prolongación, está constantemente animada y vivificada por el Espíritu, por el que El, una vez muerto, fue devuelto a la vida y constituido Señor. No podría seguir siendo la Iglesia de Cristo sin Cristo, ni sin el Espíritu Santo.
En la constitución íntima de la Iglesia el Espíritu Santo es el principio invisible de su vida y unidad, y por El es comunión de vida, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu. El Espíritu es la Ley de su ser: he aquí la dimensión carismática de la Iglesia.
Pero ]a Iglesia también la forman los hombres pecadores, y podemos apreciar su organización externa, por lo cual resulta ser además una sociedad visible con todas sus estructuras (la jerarquía -en sus distintos grados de orden y funciones de gobierno. magisterio, servicios-, los sacramentos, en especial la Eucaristía): es lo que llamamos elementos institucionales o la dimensión institucional de la Iglesia.
La dimensión carismática de la Iglesia tiene su expresión y la podemos apreciar en la variedad de carismas, que son manifestaciones del Espíritu para edificación de la Iglesia.
La dimensión institucional tiene su expresión en los distintos ministerios o servicios.
Carismas y ministerios, o, lo que es lo mismo, carisma e institución: he aquí dos elementos que pertenecen a la constitución de la Iglesia, a su estructura esencial.
Hemos de evitar a toda costa un planteamiento dua1ista, como si fueran dos realidades contrapuestas. Así se hizo en ciertos momentos de la historia.
Carisma e institución (ministerios), aunque no se identifican, tampoco se contraponen. Deben ir siempre unidos, porque más bien se incluyen y complementan.
1.- Los Carismas
Al tratar aquí de los carismas solamente nos fijamos en su dimensión eclesial, en el papel que desempeñan en la construcción de la Iglesia. En cuanto a los demás aspectos que presenta el tema nos remitimos al estudio que se publicó en KOINONIA, número doble 33-34, sobre todo, al estudio bíblico y a las distintas clases de carismas.
LOS CARISMAS PERTENECEN A LA ESTRUCTURA ESENCIAL DE LA IGLESIA
Los carismas pertenecen a la constitución íntima de la Iglesia, es decir a su estructura esencial. Imposible concebir a la Iglesia de Cristo sin la presencia y la acción del Espíritu, sin sus manifestaciones y operaciones. "La esencia de la Iglesia reside en la acción de Cristo y de su Espíritu a través de su palabra, los sacramentos y los ministerios-carismas, a los que deben responder la fe y la caridad activa de la comunidad cristiana en tensión misionera y de testimonio con respecto al mundo" (I).
La teología actual presta cada vez más atención al tema de los carismas, y se les considera ya como principios estructurales de la Iglesia, además de la autoridad y de los sacramentos.
Por más exagerado y nuevo que esto pueda parecer a algunos, ya la Encíclica Místici Corporis de Pío XII, aparecida en 1943, aunque reduce los carismas a los dones prodigiosos, habla prácticamente de los carismas como elemento estructural de la Iglesia (Ds 3801). "La acción libre del Espíritu, que dispensa sus dones, aun fuera de la jerarquía, es reconocida como momento constructivo de la Iglesia en todos los tiempos... Todavía falta un paso importante: reconocer que cualquier don AUTÉNTICO del Espíritu, incluso el más común y el mas humilde, puede ser carisma. Ese paso lo dará el Val. II" (2).
El Vaticano II ofrece un rico material de textos en los que con diversos nombres se habla de los carismas. Son cerca de un centenar de pasajes "y cabe concluir que se trata de un hecho teológico absolutamente excepcional cuya importancia no debe minimizarse, sobre todo teniendo en cuenta que todo el discurso conciliar sobre los carismas se desarrolla en un clima positivo de confianza y estima" (3).
Citemos tan solo dos textos importantes:
''El mismo Espíritu no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios, y le adorna con virtudes, sino que también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere sus dones con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (4).
"Es la recepción de estos carismas, incluidos los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia...” (5).
Los carismas, pues, no solamente son algo ordinario y normal en la Iglesia, tal como enseña el Vaticano II, sino un fenómeno universal: cada cristiano tiene su propio carisma, o hablando con más propiedad, un conjunto de carismas, por lo que bien puede decirse que cada cristiano es un carismático.
"Sí, lo carismático ha existido siempre de hecho en la Iglesia... El Espíritu ha dominado siempre en la Iglesia, cada vez de una manera nueva, siempre en sentido inesperado y creador, siempre otorgando el don de nueva vida... Lo carismático forma parte de la Iglesia e incluso de su ministerio... La Iglesia debe estar muy convencida de ser la Iglesia carismática en esa su ministerialidad institucional..... (6).
"Los carismas no son un fenómeno primariamente extraordinario, sino corriente; no un fenómeno uniforme, sino multiforme, no restringido a determinadas personas, sino de todo en todo universal en la Iglesia. Y todo esto significa, al tiempo, que no son un fenómeno de antaño (posible y real en la primitiva Iglesia), sino presente y actual en sumo grado; no un mero fenómeno periférico, sino central y esencial de la Iglesia. En este sentido se debe hablar de una estructura carismática de la Iglesia, que comprende la estructura ministerial y va más allá de ella. No cabe desconocer el alcance teológico y práctico de este hecho" (7).
Se está dando una recuperación de los carismas como hecho ordinario y normal, hasta admitir cada vez más generalizadamente "el carácter carismático fundamental de toda la realidad eclesial... radicalmente todo es don, todo es carisma; la estructura de la Iglesia nace como una estructura carismática" (8).
LOS CARISMAS SON PARA LA COMUNIDAD
La gran unidad y diversidad de carismas nos habla de la multiforme acción del Espíritu en la Iglesia, y también de la riqueza y dinamismo de ésta en la que, manteniendo siempre el orden en la libertad, cada miembro ha de encontrar la expresión de su servicio a la comunidad y a la totalidad de la Iglesia. Admirando esa diversidad en la unidad hemos de contemplar el "carisma general que es la Iglesia como don ofrecido por Cristo a la humanidad" (9). Es este el carisma que entre todos hemos de fomentar para que aparezca siempre ante el mundo como signo e instrumento de unidad y salvación en Cristo.
Los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu entre los diversos miembros de la comunidad, suscitando las disposiciones o cualidades adecuadas para el desempeño de una función o una tarea que no es para provecho propio, sino para los demás.
Por esto cada carisma es una llamada o vocación, una invitación, al mismo tiempo que una capacitación con la que el Espíritu prepara a cada creyente para incorporarse a esa ingente obra de la construcción del Cuerpo de Cristo. Todo carisma tiene un destino eclesial.
Los carismas son por tanto de una gran importancia para la vida de la Iglesia. "Como testimonio del Espíritu los carismas, junto con los sacramentos, constituyen la vida de la Iglesia en su multiformidad. Su ausencia o su opresión hace increíble a la Iglesia, conduce a la uniformidad, e impide toda dinámica" (l0).
Toda vocación en la Iglesia es un conjunto de carismas con que el Espíritu Santo ha dotado al llamado.
Carisma, vocación, servicio, ministerio: tienen una gran relación entre sí. Toda vocación es carisma para el servicio. El ministerio es siempre un servicio.
Cada cristiano debe descubrir y aceptar su propio carisma como un don, un regalo del Espíritu, no para complacerse en él, sino para recibirlo con gratitud y ponerlo generosamente al servicio de la comunidad eclesial.
Cada cristiano ha de tener siempre muy presente que los carismas que ha recibido no le pertenecen. Son para la comunidad. Querer ejercerlos fuera de la comunión de la Iglesia, fuera de la comunión con aquellos a quienes compete "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable" (LG 12), no tiene sentido, sería desnaturalizar el carisma y pecar contra el Espíritu Santo.
Renunciar a los carismas o dejarlos apagar sería querer renunciar a su propia naturaleza de cristiano como miembro de la Iglesia, sería enterrar unos preciosos talentos (M t 25, 14-30) o dejar extinguir el Espíritu (1 Ts 5, 19). Es este uno de los aspectos importantes del mensaje de la Renovación Carismática para toda la Iglesia.
En todo ha de brillar siempre la caridad que es el carisma de los carismas, la cual da sentido y justifica el ejercicio de cualquier carisma. Ella es el único carisma que no pasará (1 Co 13,8).
No es fácil hacer una clasificación convincente de los carismas. San Pablo en cuatro pasajes distintos (l Co 12, 8-10; 12,28-30: Rm 12.6•8 y Ef 4.11) ofrece unas listas de carismas sin pretender ser exhaustivo. La dificultad para los teólogos está en determinar cual ha de ser el principio diferenciador.
Por otra parte, el carisma siempre es algo imprevisible, y lo mismo que la acción del Espíritu rechaza todo límite o todo esquema, así también sus manifestaciones. Además, en cada época surgen nuevos carismas y ministerios o se actualizan otros que parecía habían desaparecido. El Espíritu no fomenta ningún carisma particular más que el del Amor. Más que los extraordinarios, que no han de faltar, debemos admirar "los más comunes y difundidos", porque son los más necesarios, y la multiplicidad de carismas personales al lado de la gran diversidad de carismas referentes a estados de vida, a formas nuevas de contemplación y de consagración a Dios.
II.- LOS MINISTERIOS ECLESIALES
LOS MINISTERIOS SON CONSTITUTIVOS DE LA IGLESIA
Ya hemos visto cómo la Iglesia es sacramento de salvación: un signo visible, en el que se da una realidad invisible, que es la presencia del Espíritu, el cual constantemente actúa y suscita una gran diversidad de carismas en los miembros de la comunidad, siendo a su vez el carisma una vocación o llamada para el desempeño de un servicio.
De la sacramentalidad de la Iglesia nace el servicio, el ministerio.
Por otra parte, en el grupo de "los Doce", Cristo ha encomendado a toda su Iglesia, comunidad de creyentes, una misión de salvación para todos los hombres, en todas partes y hasta el fin del mundo (Mt 28, 19: Hch 8; Jn 20. 21). Toda la Iglesia está llamada a cumplir esta misión. Toda la Iglesia está llamada a servir: al ministerio.
De la misión de la Iglesia surge el ministerio. Toda la Iglesia es ministerial.
Toda la Iglesia es ministerial: en cada comunidad eclesial se comparten también tareas y responsabilidades, siempre al servicio de la comunidad, para responder a la misión de salvación que Cristo le confió.
La Iglesia no podría cumplir esta misión si no fuera por medio de los ministerios. Por consiguiente: Los ministerios son constitutivos de la Iglesia.
Todo ministerio nace de un carisma. No hay oposición entre carisma y ministerio, como se les ha querido muchas veces contraponer. Ambos van unidos y compenetrados en la Iglesia de Dios. El carisma en cuanto que es llamada, vocación, disposición del Espíritu Santo, es previo al ministerio, más genérico y universal, y no todos los carismas terminan en ministerios.
ESTRECHA UNION Y TRABAZON ENTRE CARISMA Y MINISTERIO
Jesucristo que ha encomendado una misión a su Iglesia, le ha confiado también unas funciones o servicios determinados. El es el origen de los ministerios en la Iglesia.
El Espíritu Santo, que suscita los carismas, es el que coordina los diversos ministerios y el que asiste al ejercicio de cada uno.
Tanto los carismas como los ministerios son elementos esenciales o constitutivos de la Iglesia, por ser ésta a la vez carismática e institucional. Carismas y ministerios pertenecen a su estructura fundamental (11).
Los ministerios son una expresión de la sacramentalidad de la Iglesia.
Si tomamos el carisma en su sentido más amplio y universal, como don gratuito del Espíritu (gratuita comunicación de Dios en la Iglesia y en sus miembros -su acción salvífica y su presencia por el Espíritu- y también los dones y acciones del Espíritu en orden al servicio), entonces el ministerio está al servicio de la presencia carismática del Señor glorificado (12).
Esto no se contradice con el hecho de que a determinados ministerios (gobierno) en la Iglesia le corresponda una vigilancia sobre los carismas (discernimiento, orden).
Como los Sacramentos y la Palabra proclamada en la asamblea, el ministerio ordenado en la Iglesia, y en cierto modo aunque en distinta escala los demás ministerios, tienen una naturaleza carismática, ya que son la forma como la acción del Cristo Resucitado se hace presente y se aplica por medio de su Espíritu.
"El Apostolado, como misión recibida de Cristo, encomendada de modo especial a los doce, a los discípulos y por medio de ellos a la comunidad, es un ministerio constitutivo de la Iglesia, que tiene además la cualidad de ser ministerio originante de la diversidad de ministerios" (13). Es "el ministerio central y fundamental, del cual derivan todos los ministerios".
UNIDAD Y DIVERSIDAD DE MINISTERIOS
-Puesto que todo ministerio nace de un carisma y supone un carisma, y siendo el Espíritu Santo el principio de unidad y el principio de diversidad de los carismas, de la unidad y diversidad de carismas deriva la unidad y diversidad de ministerios, y el Espíritu Santo es el mismo principio de su unidad y diversidad (14).
-Las necesidades de las comunidades son diversas. Por tanto, sus servicios y funciones, es decir, los ministerios también han de ser diversos.
"Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (Decreto Apostolado de los laicos, 2).
-Los ministerios son un servicio para edificación de la comunidad. Por tanto, para un discernimiento adecuado sobre los ministerios hay que fijarse en lo que contribuye a la edificación de la comunidad, armonizando en cada ministerio la misión, la unidad en la diversidad, y la edificación.
-Todos los ministerios tienen su importancia eclesial, pero no todos contribuyen de la misma manera a la existencia y a la vida de la Iglesia.
-"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica... Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la grey" (LG 20).
-"Los laicos, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" (Decreto apostolado de los laicos, 2).
"Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles... Aliado de los ministerios con orden sagrado... la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado, pero que son aptos a asegurar un servicio especial a la Iglesia (15).
DIVERSIFICACION DE LOS MINISTERIOS
Para ver cómo se estructuran los distintos ministerios de un modo armónico y complementario en la Iglesia, Pueblo de Dios, podemos fijarnos en dos enfoques distintos (16):
1.- Podemos clasificarlos según su estructura eclesial, con lo cual tendríamos el siguiente orden:
a) El ministerio en general: nace espontáneamente del servicio de cualquier bautizado, por ejemplo, la visita a un enfermo, una colaboración espontánea en una acción social, etc. Es espontáneo y pasajero, ocasional.
b) El ministerio "determinado" o el "ministerio no instituido" que responde a necesidades y actividades habituales de la Iglesia. Suponen cierta dedicación y compromiso, según el carisma y las disposiciones personales. Entre ellos podemos considerar algunos de los que Pablo VI cita en su Encíclica:
"catequesis, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros responsables" (17).
Estos ministerios no son clericales ni clericalizan, exigen una vocación o aptitud ratificada por los pastores, se orientan a la vida y crecimiento de la comunidad, y en cuanto a su diversidad según la variedad de carismas deben coordinarse por su relación al ministerio jerárquico.
c) El ministerio instituido: es el que ha sido instituido oficialmente por la Iglesia o reconocido públicamente mediante un determinado gesto o rito de investidura. Este ministerio lleva cierto encargo por parte de la jerarquía y exige cierta estabilidad y un compromiso públicamente aceptado por parte del que lo realiza.
Los únicos ministerios laicales instituidos que existen en la Iglesia actualmente son el lectorado y el acolitado. Se considera también como ministerio instituido el del ministerio extraordinario de la comunión. En algunos países de África es también ministerio instituido el del catequista.
d) El ministerio ordenado: es el que se encomienda a los que reciben el orden sagrado por imposición de manos del Obispo. Es el de los obispos, presbíteros y diáconos.
Al ministerio ordenado corresponde una tarea de dirección y gobierno en la Iglesia, de mantener la comunión y la corresponsabilidad, de corrección y reconciliación.
2.- Se pueden clasificar también según la triple función sacerdotal, profética y real de Cristo, que El comunica a su Iglesia. Así lo contempla el Vaticano II cuando dice:
"A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su propio nombre y autoridad. Los seglares, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" ( 18).
En torno a estas tres funciones se puede ordenar y estructurar la diversidad de ministerios eclesiales, de forma que se abarque la totalidad de la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia.
De acuerdo con esta disposición tendremos la siguiente clasificación:
a) Servicio de la Palabra (función profética).
Los ministerios relativos a la Palabra son muy variados. En ellos podemos ver la importancia que tiene la Palabra, pues el anuncio de la palabra de Dios es siempre el punto de partida para toda obra de salvación. En esta área se incluyen todos los ministerios a través de los cuales se ejerce la función profética en la Iglesia, e incluye a todos los miembros de la Iglesia según su responsabilidad y ministerio: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos.
Los más importantes son:
proclamación de la Palabra de Dios; evangelización o proclamación del kerigma:predicación bajo todas sus formas (homilía, exhortación); enseñanza oficial o magisterio, tanto solemne y extraordinario del Papa y de los obispos, como el que por participación ejercen los presbíteros, y, por delegación eventual, los laicos; los documentos del magisterio, la enseñanza académica en universidades y escuelas, instituciones educativas, conferencias, disertaciones, investigación científica, divulgación escrita o a través de los medios de comunicación; la catequesis de adultos e infantil; la profesión pública de la fe, el testimonio de la Palabra.
Según el Nuevo Código de Derecho Canónico, que se acaba de promulgar para toda la Iglesia, todos los fieles en virtud del sacramento del bautismo y de la confirmación, pueden ser colaboradores del obispo o de los sacerdotes en el ministerio de la Palabra (can. 714).
b) Servicio del culto (función sacerdotal)
Los ministerios que podemos encuadrar en esta área son todos los que se ejercen en la Liturgia. "La Liturgia se considera como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella... el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (I9).
En estos ministerios entran también todos los miembros del Pueblo de Dios. Todos los fieles "en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG, 10),
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, "aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo." (LG 10).
Los principales ministerios que aquí podemos distinguir son:
-Todos los del ministerio ordenado o sacerdocio ministerial que se ejercen en la celebración litúrgica: presidencia y celebración de la Eucaristía, lugar donde por excelencia se manifiesta la naturaleza del ministerio y donde mejor aparece la estructura de la Iglesia en ordenación ministerial. Después en los sacramentos, en los sacramentales, en el Oficio Divino o Liturgia de las horas, en toda celebración litúrgica, en actos piadosos.
-Por lo que se refiere al sacerdocio común, todos los miembros de la Iglesia están llamados a ejercer el ministerio del sacerdocio que poseen en virtud del carácter bautismal. Los principales ministerios en los laicos pueden ser: en cuanto al ministerio instituido: acólitos, lectores, distribuidores de la comunión en la asamblea y a domicilio para los enfermos, el catequista en algunos países. En cuanto al ministerio no instituido: comentaristas, los miembros de la "schola cantorum", director del canto, el salmista, el organista, el maestro de ceremonias, los que presentan las ofrendas, los que ejercen el ministerio de la acogida a los fieles a la entrada y los mantenedores del orden, etc.
c) Servicio de regir o de comunión (función real o pastoral)
La autoridad, según el Evangelio, es una inversión de valores: el que manda tiene que hacerse siervo como Cristo que “no vino a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 43-45; Lc 22, 24-27; Jn 13, 12-17). Participar en la función real de Cristo es participar en su función de Siervo y Pastor.
La autoridad y el gobierno en la Iglesia no es un mando, en sentido de dominio y poder, sino el ejercicio del oficio de Cristo Cabeza y Pastor, "pues los ministerios que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos" (LG 18).
Por tanto, en esta área entran todos los ministerios del gobierno pastoral. El Papa, "siervo de los siervos de Dios", tiene sobre toda la Iglesia "plena, suprema y universal potestad" (LG 22).
"Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo" (LG 27) Y "tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado (LG 27). "Ejercen el oficio de padre y pastor" (20). Los presbíteros "ejercen el oficio de Cristo Cabeza y Pastor" (21).
A esto hay que añadir otros ministerios de gobierno y pastoreo, como consejos presbiterales, consejos pastorales, parroquiales, coordinadores de pastoral, los ministerios que mantienen la unidad y la comunión, los ministerios de dirección o pastoreo de comunidades. Los dirigentes de movimientos, grupos, comunidades, los consiliarios, consejeros, etc...
También los ministerios de dirección y acompañamiento espiritual, los que se dedican a la educación de la fe, los que cultivan las vocaciones, los que se dedican a los jóvenes, a los matrimonios, etc.
Entran aquí también todas las formas de servicio de la caridad. Es un ministerio muy amplio y diverso: asistencia social, atención a los más pobres, a emigrantes, a enfermos y moribundos, y en general a todos los necesitados. No sólo las obras de caridad, sino todo lo que promueve la defensa de los derechos humanos, la justicia, la solidaridad, la libertad, la atención a los que están sin trabajo o sin vivienda.
CONCLUSION. Los ministerios no son algo accidental, sino algo constitutivo y esencial para la edificación de la comunidad. Una comunidad que no sepa organizar y distribuir los diversos ministerios, de acuerdo con las distintas funciones que hay que desarrollar en cada una de las tres áreas anteriores, será siempre una comunidad empobrecida, sin crecimiento ni dinamismo. Quedarán muchas necesidades sin atender, y será infiel a la misión que tiene confiada toda comunidad eclesial.
NOTA:
(1).- L. SARTORI, Iglesia, en "Nuevo Diccionario de Teología", Ed. Cristiandad, Madrid 1982, p. 737.
(2).- L. SARTORI, Carismas, o.c., p. 135.
(3).- lb., p. 144.
(4).- Lumen Gentium, 12.
(5).- Decreto sobre apostolado de los laicos, 3.
(6).- K. RAHNER, Lo dinámico en la Iglesia, Herder, Barcelona 1968, p. 63-66.
(7).- H. KUNG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1967, p. 227
(8).- L. SARTOR 1, Poder jurídico y carismas en la comunidad cristiana, en "Concilium-Revista Internacional de Teología" 129,1977, p. 355.
(9).- L. SARTORI, Carismas, a.c., p. 146.
(10).- SACRAMENTUM MUNDI, Herder, Barcelona 1972, Carismas, vol. 1, clmn. 671.
(11).- D. BOROBIO, Ministerio Sacerdotal-Ministerios laicales, DDB, Bilbao 1982.pgs.117-130.
(12).- SACRAMENTUM MUNDI, Oficio y carisma, Vol. 4, col. 957 -961.
(13).- D. BOROBIO, a.c., lb.
(14).- D. BOROBIO, a.c., pgs. 132-151.
(15).- PABLO VI, Exhortación "Evangeli Nuntiandi", n. 73.
(16).- D. BOROBIO, O.c. pgs. 146-149.
(17).- PABLO VI. a.c., n. 73.
(18).- VAT. II, Decreto sobre apostolado de los laicos, 2.
(19).- VAT. II, Constitución sobre la sagrada LitUrgia, 7
(20).- VAT. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, 16.
(21) ,- VAT. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros,6.
TEMA 4
LA IGLESIA INSTITUCIONAL
En el Tema 2 y en la primera parte del Tema 3 nos hemos fijado en la dimensión carismática de la Iglesia. Allí veíamos cómo lo carismático es constitutivo de la Iglesia.
En la segunda parte del Tema 3 hemos visto cómo la dimensión institucional o ministerial de la Iglesia, o, lo que es lo mismo, cómo los ministerios son también constitutivos de la Iglesia.
Seguiremos ahora profundizando en la dimensión institucional o visible de la Iglesia, en la institución que esencialmente es la Iglesia del servicio, la Iglesia del ministerio.
Ante la consideración de este aspecto no podemos nunca perder de vista algo que ya hemos procurado recalcar y que hemos de recordar de nuevo:
La Iglesia es una realidad humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, terrena y celestial, institucional y carismática.
La Iglesia aquí en la tierra no es solamente una comunión, ni una simple organización religiosa.
Es las dos cosas a la vez: lo humano y lo divino están unidos indisolublemente. Es comunidad de vida y sociedad externa.
En ella lo visible está ordenado y subordinado a lo invisi?ble, lo institucional al servicio de la comunión, del carisma.
Todo esto nos lo enseña el Vaticano II:
"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a la invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos. "(Constitución de Liturgia. 2).
"Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. "(LG 8).
"Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo .•. (LG 8).
LA IGLESIA DE CRISTO ES JERÁRQUICA
Hasta ahora al hablar de los ministerios lo hacíamos de una forma general, fijándonos en su conjunto dentro de la estructura de la Iglesia.
Nos centraremos ahora en los ministerios permanentes y constantes de la Iglesia o ministerios jerárquicos, que son los que forman, por excelencia, la estructura esencial de la Iglesia.
Son los ministerios que el Vaticano II llama ministerios eclesiásticos de constitución divina, los cuales son a su vez carismas, se remontan a la comunidad apostólica y se reciben por la imposición de manos o Sacramento del orden sagrado.
"El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos." (LG 28).
Por estos ministerios, la Iglesia, en cuanto sociedad exterior, tiene un carácter jerárquico.
El Señor antes de desaparecer visiblemente de entre sus discípulos, hizo entrega a la Iglesia de un doble don:
-el don interior: el Espíritu Santo principio de vida;
-el don exterior: el ministerio apostólico o cuerpo apostólico el cual suplirá en cierta forma la ausencia visible de su humanidad (I).
"El mismo Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos. "(2)
El Espíritu Santo y el ministerio apostólico forman asociadamente un principio de acción, operando conjuntamente. En los doce se identifican Iglesia y ministerio. El ministerio apostólico (= Colegio Apostólico = Apostolado) es un ministerio constitutivo de la Iglesia, y además es ministerio central y fundamental del cual derivan todos los demás ministerios, o lo que es lo mismo, el ministerio apostólico es el principio estructurante de todos los demás ministerios, y por él la Iglesia aquí en la tierra es sacramento de salvación.
LA SUCESION APOSTÓLICA
Recordemos lo que ya dijimos al hablar de las cuatro notas de la Iglesia. Allí hablábamos de la apostolicidad fundamental de todo el Pueblo de Dios.
Ahora nos centramos en la apostolicidad de los ministerios jerárquicos (apostolicidad ministerial).
El Colegio apostólico recibió de Cristo unos poderes y unos dones del Espíritu Santo, y desde el principio los Apóstoles organizan la primera comunidad y ponen en marcha, de una forma solidaria o colegial, los diferentes ministerios, surgiendo enseguida nuevas comunidades o Iglesias locales, y todas juntas forman la Iglesia que es una.
Cristo ha querido que los Apóstoles tuvieran sucesores en su ministerio jerárquico.
''Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles del mismo que El fue enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de aquellos, los Obispos, fueran los pastores de la Iglesia hasta la consumación de los siglos. "(LG 18).
"Esta divina misión confiada por Jesucristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin del mundo... Por esto los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada.... a fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a los colaboradores inmediatos al encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos... Y así establecieron tales colaboradores y les dieron además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio.
"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica.
''Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles Obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo.
Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno ... Por ello este sagrado Sínodo enseño que: los Obispos han sucedido, por constitución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escuche, escuche a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien envió. "(LG 20).
Por tanto, la constitución jerárquica de la Iglesia, tal como desde el principio del siglo II existe hasta nuestros días, no es invención humana. Responde a la voluntad de Cristo, o sea, que es de institución divina, y es un don de Dios. Tal como surge en la Iglesia primitiva es siempre un ministerio al servicio de todo el Cuerpo de Cristo.
He aquí como Pablo VI enseñaba esta verdad:
"Como sabemos, dos son los elementos que Cristo ha prometido y ha enviado, si bien diversamente, para continuar su obra, para extender en el tiempo y sobre la tierra el reino fundado por El y para hacer de la humanidad redimida su Iglesia, su Cuerpo místico, su plenitud, en espera de su retorno último y triunfal al final de los siglos: el apostolado y el Espíritu. El apostolado obra externa y objetivamente, forma el cuerpo, por así decirlo, material de la Iglesia, le confiere sus estructuras visibles y sociales; mientras el Espíritu Santo obra internamente, dentro de cada una de las personas, como también sobre la entera comunidad, animando, vivificando, santificando.
Estos dos agentes, el apostolado, al que sucede la sagrada jerarquía, y el Espíritu de Cristo, que hace de ella su ordinario instrumento en el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos, obran juntamente: Pentecostés los ve maravillosamente asociados al comienzo de la gran obra de Cristo, ahora ya invisible, mas permanentemente presente en sus apóstoles y en sus sucesores, “a quienes constituyó pastores como vicarios de su obra”; entrambos, aunque de modo ciertamente diverso, concurren igualmente a dar testimonio de Cristo Señor, en una alianza que confiere a la acción apostólica su virtud sobrenatural. " (PABLO VI, Discurso en la apertura de la 3a sesión del Vat. II. 14-IX-1964).
(1).- P. FAYNEL , La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, tomo 1, pgs. 321-336.
(2).- VAT. 11, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4; Cf. LG 4