SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL II

TEMA 5
FUNCIÓN DE LA JERARQUÍA EN LA IGLESIA

En Cristo somos salvados por su humanidad.

Lo mismo que El, siendo el Hijo de Dios, quiso valerse de nuestra naturaleza humana para realizar nuestra salvación, así también ahora durante el tiempo de la Iglesia quiere valerse de ella para seguir llevando a cabo esta inmensa tarea. La Iglesia resuita ser así la prolongación de su Encarnación.

Así como en Jesús su naturaleza humana era el sacramento de la divinidad, así también ahora su Iglesia, en cuanto institución de salvación, en cuanto sociedad visible, es sacramento de la comunidad de vida que Dios por medio de su Hijo establece con nosotros.

La Iglesia es sacramento de Cristo en cuanto a tres grandes aspectos:
-como comunidad de la palabra;
-como comunidad de los sacramentos;
-como comunidad pastoral.

La función de la jerarquía es suplir o prolongar en la Iglesia la presencia visible de la humanidad de Cristo, por lo que también ella es sacramento viviente de Cristo.

Todos los que realizan un ministerio eclesiástico son representantes ministeriales de Cristo, y por esta misma razón representan al conjunto del pueblo cristiano.

"En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles. Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente de la congregación de sus pontífices, sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio pastoral va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente por medio de su Sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. "(LG 21).

“Los presbíteros son consagrados por Dios, siendo su ministro el Obispo, a fin de que, hechos de manera especial partícipes del Sacerdocio de Cristo, obren en la celebración del sacrificio como ministros de Aquél que en la liturgia ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, su oficio Sacerdotal en favor nuestro. "(Decreto sobre el ministerio de los presbíteros, 5).

En esto vemos, por una parte, la grandeza del ministerio jerárquico, que representa al mismo Jesucristo, pero al mismo tiempo su debilidad como seres humanos.

Los miembros de la jerarquía estructuran a la Iglesia en cuanto que es sacramento de Jesucristo, o lo que es lo mismo, en cuanto que es institución sacramental de salvación, pues a través del ministerio de la jerarquía como instrumento eficaz nos llega:
-la palabra (magisterio),
-la gracia que salva (sacramentos).
-los preceptos que nos llevan por el camino de la salvación (autoridad).

Es así como por la Jerarquía es la Iglesia el misterio de comunicación activa del don que Dios hace a los hombres. Por esto es elemento constitutivo de la Iglesia, en cuanto que ésta es institución de salvación.



1.- TRIPLE MINISTERIO DE LA JERARQUÍA

SERVICIO DE LA PALABRA O FUNCION PROFETICA

El servicio de la Palabra tiene en el Nuevo Testamento un puesto prioritario y casi central, pues de la Palabra surge la comunidad. Por eso en torno a ella se agrupan un conjunto de ministerios: ministerio de los Apóstoles, de los evangelistas, de los Profetas, de los Doctores, de los Maestros.

En la Iglesia de hoy este ministerio ha adquirido una gran amplitud y engloba otros varios ministerios, los cuales a su vez agrupan otros muy variados, unos que miran más al acceso de la fe (evangelización, predicación), otros que se centran en la educación y desarrollo de la fe (catequesis, enseñanza, el testimonio).

En todo ministerio que la Iglesia realiza respecto a la Palabra se atiene siempre a una doble preocupación: guardar fielmente el depósito de lo que ha recibido y transmitirlo. Esto nos habla de la importancia que adquiere en la Iglesia la Tradición, pues nos pone en contacto con los orígenes de la misma Iglesia y nos aporta la verdad viva tal como se recibió. El Espíritu Santo es el principio viviente de la Tradición, el intérprete de su contenido, el que mantiene a la Iglesia en la fidelidad.

Cuando la Palabra es transmitida a través de cualquiera de estos ministerios por los miembros de la jerarquía, el Papa, los Obispos, tenemos la enseñanza del magisterio eclesiástico, el cual propone con autoridad el mensaje de salvación. Ellos son "los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo".

El magisterio puede ser:

a) Simplemente ordinario: el que en su diócesis realiza cada obispo "en comunión con el Romano Pontífice", o el mismo Papa en su enseñanza ordinaria. Entonces "deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto" (LG 25).

b) Ordinario y universal: "Aun cuando cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo" (LG 25).

"Pero esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe." (Ib.)

c) Solemne y extraordinario, el cual puede ser o a través del Concilio ecuménico o a través de las definiciones "ex cáthedra". En ambos casos se da la infalibilidad.

La infalibilidad, por consiguiente, se puede dar en los casos siguientes:

1.- En el Colegio Episcopal, bien sea reunido en Concilio Ecuménico, o bien cuando disperso por el mundo conservando el vínculo de la comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, hay unanimidad en una verdad de fe.

2.- En el sucesor de Pedro, cuando habla "ex cáthedra”.

3.- En el conjunto de la Iglesia, cuando sostiene unánimemente una verdad como revelada por Dios (LG 12).

SERVICIO DEL CULTO O FUNCION SACERDOTAL

Función sacerdotal, poder de santificar y ministerio litúrgico prácticamente se identifican.

"Así como Cristo fue enviado por el Padre, El a su vez envió a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. “(Const. sobre Liturgia, 6).

La Eucaristía y los Sacramentos centralizan la función sacerdotal de la Iglesia. Como ya hemos visto, la Iglesia es "en Cristo, como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". (LG 1).

Este gran sacramento originario que es la Iglesia se actualiza en la Eucaristía y en cada uno de los sacramentos. Estos proceden de la Iglesia como Cuerpo de Cristo y Sacramento originario: son realizaciones o aplicaciones concretas del gran Sacramento que es la Iglesia. A través de estas realizaciones sagradas que realiza la Iglesia, es Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva Ley, el que verdaderamente actúa. Su presencia asegura la eficacia que tiene el sacramento por sí mismo, es decir, la infalible presencia de la gracia, sin que tenga que depender de las disposiciones del que lo administra o del que lo recibe.

Por esto en los sacramentos, celebrados en el seno de la Iglesia, comunidad sacramental congregada en Cristo, se da el verdadero punto de encuentro entre Dios y el hombre.

Si en toda acción sagrada es Cristo quien actúa, en toda celebración se hace también presente la Iglesia. "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud. En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”. En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y “unidad del Cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”. En estas comunidades aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Pues “la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos" (LG 26).

El resto de la actividad litúrgica está formado por la oración de alabanza de la Iglesia (Liturgia de las horas) y los Sacramentales, que "son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo, de carácter espiritual obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida". (Const. de Liturgia, 60).

Los ministros de la comunicación eficaz del don de Dios en la liturgia son los miembros jerárquicos o sacerdocio ministerial, que se distingue del sacerdocio común de los fieles por su naturaleza y no sólo por el grado mayor, por lo que se confiere mediante un sacramento que deja marcados a los que lo reciben con un "carácter" especial.

Cuando actúan en cualquier celebración representan a Cristo en su Iglesia y participan en el oficio de Cristo como mediador, pastor y cabeza.

Los demás fieles ejercen el sacerdocio común, que obtuvieron en el bautismo, en la recepción de los sacramentos y en la oración y acción de gracias.

SERVICIO DE COMUNION O FUNCION PASTORAL

El oficio de regir y apacentar, o de jurisdicción pastoral es un servicio de comunión, propia del ministerio ordenado. Sus miembros ejercen el "oficio de padre y pastor".

En la Iglesia se realiza por el Papa para la Iglesia universal, y por los Obispos para su propia comunidad. Estos han de ser "en medio de los suyos como los que sirven; buenos pastores que conocen a sus ovejas y a quienes ellas también conocen; ver?daderos padres que se distinguen por el espíritu de amor y solicitud para con todos, y a cuya autoridad, conferida desde luego por Dios, todos se someten de buen grado". (Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, 16).

En esta función "los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las iglesias particulares que les han sido encomendadas... Esta potestad que personalmente ejercen en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata... En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos, y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado... “(LG 27).

El Romano Pontífice tiene sobre el conjunto de la Iglesia "un poder pleno, supremo y universal". (LG 22).

El conjunto del cuerpo episcopal o Colegio Episcopal, en unión con el Papa, puede legislar para toda la Iglesia a través del Concilio Ecuménico.

Cada uno en su propia comunidad o iglesia local (diócesis) ejerce esta función no en nombre del Papa, sino en nombre de Cristo, aunque en el ejercicio está sujeto a la regulación última de la autoridad suprema de la Iglesia.



II- EL PRIMADO DE PEDRO

Al Primado de Pedro sucede el Primado Romano. Es decir, lo mismo que fue Pedro al frente del Colegio apostólico, así también ahora, el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, es el "principio y fundamento, perpetuo y visible, de unidad y de comunión" (LG 18) en toda la Iglesia.

Esto quiere decir que la Cabeza visible del Colegio Episcopal y de toda la Iglesia es el Papa, que es como se designa al Obispo de Roma en su calidad de cabeza suprema de toda la Iglesia visible.

1.- LA PROMESA Y LA INSTITUCIÓN DEL PRIMADO DE PEDRO

En el Nuevo Testamento, Pedro aparece siempre como el primero entre los apóstoles, su portavoz, el primero a quien se apareció el Señor (l Co 15,5).

Jesús promete a Pedro el Primado (ser Cabeza visible de la Iglesia) en Cesárea (Mt. 16, 18-19). Jesús describe su función en varios detalles: nombre nuevo (Kefas = Roca): le promete que será la roca o fundamento de su Iglesia, sin excluir a los demás apóstoles con los profetas (Ef 2, 19 ss), lo cual nos dice que cumple esta misión en conexión con los demás apóstoles y la Iglesia universal.

Piedra fundamental, el poder de las llaves y el poder de atar y desatar, y luego en Lc 22, 27-32 el confirmar a los hermanos en la fe son distintas expresiones e imágenes de la misión confiada a Pedro, que más tarde, después de la Resurrección, junto el lago de Tiberiades, le confirmará (Jn 21,15-17).

Pedro ejerció el Primado en la primitiva Iglesia. En los Hechos de los Apóstoles aparece como dirigente responsable inspirado por el Espíritu. Esto se puede ver en casi todos los primeros capítulos, aunque, dada la situación sencilla de la Iglesia naciente, el ejercicio de esta prerrogativa es de una forma modesta, y por otra parte la ejerce siempre en contacto y comunión de caridad con toda la comunidad.

2.- LA SUCESIÓN EN EL PRIMADO DE PEDRO

Por la historia sabemos que Pedro fue a Roma y en esta ciudad ejerció el Primado hasta que murió allí mismo el año 67 en la persecución de Nerón.

Los primeros sucesores en la sede de Roma (Lino, Cleto, Cemente) recibieron obediencia de todas las comunidades cristianas, tal como vemos por varios testimonios de los primeros siglos. Para aquellas comunidades o iglesias locales Roma era la sede de Pedro, y el Obispo de Roma, su sucesor con los poderes y funciones que le correspondieron.

A lo largo de los siglos el Primado Romano ha experimentado influjos profanos y diversas formas accidentales, de acuerdo con la cultura y situaciones político-sociales de cada época.

Como en el caso de los demás dogmas, la Iglesia ha llegado a tomar conciencia del dogma del Primado romano viviéndolo primero y después lo plasmó en fórmulas dogmáticas.

En virtud de los datos de la Escritura, la Tradición y las definiciones del Vaticano II, hoy la Iglesia mantiene claramente en su magisterio estas dos afirnaciones:

-el sucesor de Pedro es el Obispo de Roma,
-el Romano Pontífice es la Cabeza visible de toda la iglesia

3.- LA FUNCIÓN DEL PAPA EN LA IGLESIA

Pedro y los once, el Papa y los Obispos, no son los sucesores de Cristo, sino sus vicarios, ya que el Señor sigue siendo el Pastor de su Pueblo, y realiza esta función de manera invisible por el Espíritu, y de manera visible por los miembros de la jerarquía.

El Papa es, pues, el Vicario de Cristo en la tierra.

Los sucesores de los Apóstoles han recibido de Cristo la misión de enseñar, santificar y gobernar el Pueblo de Dios. Cada Obispo en su diócesis ejerce un poder ordinario e inmediato: es decir, no es un delegado del Papa. Pero no lo puede ejercer independientemente del cuerpo del que forma parte, y que está representado por su Cabeza, el Papa.

Lo mismo que a Pedro, también a sus sucesores fueron dados estos poderes para ejercerlos a nivel de la Iglesia universal.

La potestad del Papa sobre la Iglesia universal es suprema, total, ordinaria e inmediata, o sea, se extiende al conjunto de la Iglesia, no depende de ningún otro, y comprende la plenitud de los poderes confiados por Cristo.

Sin embargo, no es un poder absoluto: pues en el ejercicio de estos poderes depende de Cristo y los ejerce en comunión con el conjunto de los Obispos. Ni tampoco es el Obispo de todos los cristianos. El Papa es Obispo de Roma, y Padre y Pastor supremo de toda la Iglesia.

El poder de enseñar o Magisterio en él puede ser ordinario o extraordinario, según la forma de ejercerlo y si se extiende a toda la Iglesia.

Es ordinario el que ejerce constantemente para confirmar a los hermanos en la fe, transmitir el mensaje de Cristo en su integridad y asegurar la unidad en la fe. Las formas pueden ser muy diversas y más o menos solemnes: encíclicas, bulas, cartas apostólicas, discursos, homilías, moniciones, prescripciones canónicas, etc.

El extraordinario sólo lo ejerce cuando habla solemnemente ("ex cáthedra"), definiendo verdades de fe o de moral, y como Pastor y Maestro de toda la Iglesia. Esta forma de intervención está asistida por la infalibilidad, actualmente es muy rara, y después de haberla definido conciliarmente en 1870, solamente la usó Pío XII en 1950 al definir el dogma de la Asunción.

El carisma de la infalibilidad no coloca al Papa por encima de la Iglesia. Al definir una verdad se expresa en nombre de la Iglesia, no solitariamente, sino solidariamente, porque, es su Cabeza visible.

El Papa es también Cabeza del gobierno supremo de la Iglesia, y por tanto ellegislador supremo. El es, en consecuencia el que promulga las leyes de la Iglesia, como acaba de hacer al promulgar el nuevo Código de Derecho Canónico el pasado 25 de Enero.


LA VOZ DE LA TRADICIÓN

La sucesión apostólica en la sede de Pedro

Por San Ireneo de Lyón

San Ireneo nació hacia el 130, siendo educado en Esmirna, donde aprende la doctrina cristiana de San Policarpo, discípulo del Apóstol San Juan. Más tarde se traslada a Lyón, y allí ya era presbítero cuando es martirizado el obispo. Poco después es elegido obispo de Lyón y fue martirizado hacia el año 200. Combatió las doctrinas gnósticas. Su obra principal, de la que damos a continuación algunos fragmentos, fue Adversus haereses (Contra las herejías), que le acredita como el primer teólogo que aparece en la historia del cristianismo, después de San Pablo.

(La traducción está tomada de la Obra de JOSE VIVES, Los Padres de la Iglesia, Herder, Barcelona 1982, pgs. 188-193)

El orden sucesorio de las Iglesias.
La Iglesia romana

Sería muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos g1oriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a sí mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos.

En efecto, con esta Iglesia (romana), a causa de la mayor autoridad de su ori?gen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apóstoles. En efecto, los apóstoles, habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta de Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos: y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenía la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles. En ?tiempo de este Clemente, surgió una no pequeña disensión entre los hermanos de Corinto, y la Iglesia de Roma envió a los de Corinto un escrito muy adecuado para reducirlos a la paz y para restaurar su fe y dar a conocer la tradición que hacía poco habían recibido de los apóstoles, a saber, que hay un solo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creador del hombre, que causó el diluvio y llamó a Abraham, que sacó a su pueblo de Egipto, habló a Moisés, estableció la ley, envió a los profetas y "preparó el fuego para el diablo y para sus ángeles" (Mt 25, 41). Que este Dios es predicado por las Iglesias como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pueden comprobarlo a partir de este mismo escrito los que quieran. Asimismo pueden conocer en él cuál es la tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que los que ahora enseñan falsamente e inventan un segundo Dios por encima del creador y hacedor de nuestro universo

A Clemente sucedió Evaristo, y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Sixto, y después de éste Telésforo, que tuvo un martirio gloriosísirno. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros. (Adv. Haer. IlI, 3, 2ss)

La pureza de la fe y la tradición de la Iglesia

Era tal el cuidado que tenían los apóstoles y sus discípulos, que ni siquiera querían tener comunicación verbal con alguno de los que desfiguran la verdad, tal como dice el Apóstol: "Después de una primera y una segunda admonición, evita al hereje, pues has de saber que tal hombre es un pervertido, que está en pecado y es autor de su propia condenación" (Tit 3,10).

Existe una carta muy bien escrita de Policarpo a los de Filipos: en ella los que quieran y los que se preocupan de su salvación pueden aprender las características de la fe de aquél y la verdad que predicaba.

Asimismo, la Iglesia de Éfeso, fundada por Pablo y en la que vivió Juan hasta los tiempos de Trajano, es un testigo verdadero de la tradición de los apóstoles. (Ib III, 3,4)

Hay que recurrir a la tradición apostólica

Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida: todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la verdad. Y esto ¿qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habrá que seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf 2 Cor 3, 3) y conservan cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios... (Ib. III, 4, 1 ss)

La Iglesia, custodio de la fe,
por la presencia del Espíritu en ella

La predicación de la Iglesia es la misma en todas partes y permanece igual a sí misma, pues se apoya en el testimonio de los profetas y de los apóstoles y de todos los discípulos, a través de los comienzos, el medio y el fin, a través de la economía divina y de la acción ordinaria de Dios que se manifiesta en nuestra fe en orden a la salud del hombre. Esta fe que la Iglesia ha recibido, nosotros la custodiamos, y es como un licor exquisito que se guarda en un vaso de calidad y que, bajo la acción del Espíritu de Dios se rejuvenece constantemente y hace rejuvenecer al mismo vaso en el que está colocado. Porque, en efecto, a la Iglesia ha sido confiado este don de Dios a la manera como Dios nos confió su soplo al barro modelado, a fin de que al recibirlo todos los miembros recibieran la vida: y con este don va implicada la transformación en Cristo, es decir, el Espíritu Santo, que es prenda de incorrupción, fuerza de nuestra fe y escala por la que subimos hasta Dios. Porque, dice Pablo (1 Cor 12, 28): "Dios puso en su Iglesia apóstoles, profetas y doctores" y todas las demás manifestaciones de la acción del Espíritu, del cual no participan quienes no se acogen a la Iglesia. Estos se engañan a sí mismos y se excluyen de la vida por sus doctrinas malas y sus acciones perversas.

Porque, donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios: y donde está el ?Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad. Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento de la vida en los pechos de su madre (la Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario "ellos mismos se construyen cisternas agrietadas" (Jer 2, 13) hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. (Ib. III. 24, 1)

Los presbíteros de la Iglesia tienen el carisma de la verdad

Hay que obedecer a los presbíteros que están en la Iglesia, a saber, a los que son sucesores de los apóstoles y que juntamente con su sucesión en el episcopado han recibido por voluntad del Padre el carisma seguro de la verdad. En cambio, hemos de sospechar de aquellos que se separan de la línea sucesora original, reuniéndose en cualquier lugar: o son herejes y perversos en sus doctrinas, o al menos cismáticos, orgullosos y autosuficientes, o bien hipócritas que actúan por deseo del lucro o de vana gloria. Todos ellos se apartan de la verdad... y de todos ellos hay que apartarse. Por el contrario, como acabamos de decir, hay que adherirse a los que conservan la doctrina de los apóstoles y a los que dentro del orden presbiteral hablan palabras sanas y viven irreprochablemente para ejemplo y enmienda de los demás... Los tales viven en la Iglesia... y el apóstol Pablo nos enseña dónde podemos encontrarlos cuando dice: "Puso Dios en la Iglesia, primero los apóstoles, luego los profetas, y en tercer lugar los doctores" (1 Cor 12, 28). Así pues, allí donde han sido depositados los carismas de Dios, allí hay que ir a aprender la verdad, es decir, de los que tienen la sucesión eclesial que viene de los apóstoles, de los que consta que tienen una vida sana e irreprochable y una palabra no adulterada ni corrupta. Estos son los que conservan nuestra fe en el Dios único que hizo todas las cosas, y los que nos hacen crecer en el amor para con el Hijo de Dios que ha cumplido en favor nuestro tan grandes designios, y los que nos declaran las Escrituras de una manera segura, sin blasfemar de Dios, sin deshonrar a los patriarcas y sin despreciar a los profetas. (Ib. IV, 26,2)



Tema 6
La evangelización como misión de toda la Iglesia

NOTA
Para el desarrollo de este tema basta seguir la Exhortación Apostólica de Pablo VI sobre la Evangelización (Evangelli nuntiandi). Trataremos tan sólo de introducir el tema utilizando ideas de la misma exhortación.

Remitimos también al número 20 de KOINONIA, dedicado a la Evangelización.

El mandato de Jesús de proclamar el Evangelio y llevarlo hasta los confines del mundo afecta a toda la Iglesia.

"El Concilio Vaticano II ha dado una respuesta clara: “Incumbe a la Iglesia por mandato divino ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda creatura” (Declaración sobre la libertad religiosa, 13). Y en otro texto afirma: “La Iglesia en?tera es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios” (Decrt. sobre la actividad misionera, 35)" (EN. 59)

Para la iglesia, por tanto, el proclamar el mensaje evangélico no es algo facultativo, sino un deber que ha recibido por mandato del Señor, para que los hombres crean y se salven.

JESUS Y LA EVANGELIZACION

La evangelización fue la misión de Jesús enviado por el Padre y ungido por el Espíritu Santo para evangelizar a los pobres.

Jesús, la Palabra del Padre hecha carne, fue el verdadero evangelizador: no sólo con sus palabras, sino también y principalmente con sus obras, con la ofrenda y sacrificio de su propia vida.

- Anunció el Reino de Dios como lo verdaderamente importante y a lo que hay que supeditar todas las demás cosas. "EI Reino es absoluto y todo el resto es relativo" (EV, 8).

- El centro de la Buena Nueva fue la salvación, como don gratuito de Dios y que es liberación de cuanto oprime al hombre. Esta salvación se logra por su muerte y resurrección.

- El Reino y la salvación son para todo hombre como pura gracia, como pura misericordia que Dios le ofrece, pero que cada uno debe aceptar con el mínimo esfuerzo que se le pide, y en cierta forma conquistar (Mt 11, 12: Lc 16, 16), por sus disposiciones espirituales, arrepentimiento, conversión radical o cambio de la mente y el corazón.

- La palabra de Cristo con la que El proclamó el Reino de Dios tiene el poder de tocar el corazón del hombre y de hacerla cambiar.

- A su palabra acompañan los signos, los cuales, a su vez, cuestionan, arrastran, atraen hacia El para escucharle y dejarse transformar. Entre estos signos El da gran importancia a éste: los pobres son evangelizados, es decir, son convertidos por la fe en sus discípulos para formar la comunidad de los que creen en El.

Pero el signo más decisivo de toda evangelización fue su muerte, resurrección y el envío del Espíritu Santo.

- Como consecuencia, los que acogen el mensaje de la Buena Nueva, es decir, los que se convierten y llegan a la fe en El, forman una comunidad cristiana: entran a formar parte del Pueblo de Dios, forman la Iglesia.

¿QUE ES EXACTAMENTE LO QUE MAS CLARAMENTE HAY QUE PROCLAMAR?

"Evangelizar es ante todo dar testimonio, de una manera directa y sencilla, de Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo Encarnado ha dado a todas las cosas el ser, y ha llamado a los hombres a la vida eterna" (EN, 26).

"Para muchos es posible que este testimonio de Dios evoque al Dios desconocido, a quien invocan sin darle un nombre concreto, o a quien buscan por sentir una llamada secreta en el corazón, al experimentar la vacuidad de todos los ídolos. Pero este testimonio resulta plenamente evangelizador cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es el Padre. 'Nosotros somos llamados hijos de Dios y en verdad lo somos', y por tanto somos hermanos los unos de los otros. en Dios". (Id.)

"La evangelización también debe contener siempre -como base, centro y, a la vez. culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia. y de la misericordia de Dios" (EN, 17).

EVANGELIZAR ES LA MISION ESENCIAL DE LA IGLESIA

- A la comunidad de sus discípulos Jesús dio el encargo; "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16).

Este encargo es para todos los cristianos, pues si ellos ya están en la comunidad de salvación, ellos pueden y deben difundir esta salvación a los demás.

- Toda la Iglesia es receptora de este mandato de evangelizar a todos los hombres.

- Es la misión esencial de la Iglesia.

- "Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella, existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memoria de su muerte y resurrección gloriosa" (EN. 14).

- La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, y en el desarrollo de su historia está vinculada a la evangelización.

- Nacida de la misión de Jesús es enviada a su vez por El: ella es su prolongación en el mundo y en la historia, el signo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

La Iglesia debe continuar ante todo la misión de Jesús, debe seguir evangelizando. Toda su riqueza interior, toda la posesión de la verdad y de los dones de la gracia que hay en ella deben convertirse en testimonio que sea una verdadera predicación de la Buena Nueva y que provoque la conversión de los hombres.

- "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma... Tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor... En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre ?tiene necesidad de ser evangelizada si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio" (EN, 15).

- Es la Iglesia la que fue depositaria de la Buena Nueva que se debe anunciar: a ella se le confió el contenido del Evangelio como un depósito viviente para comunicarlo a todos los hombres ..

- "Enviada y evangelizada, la Iglesia misma, envía a los evangelizadores: éstos no van a predicarse a sí mismos, ni tampoco sus ideas personales, sino el Evangelio del que ni ellos ni la Iglesia son dueños, ni pueden presentarlo conforme a su arbitrio" .

- Cristo - Iglesia - Evangelización: es una sucesión y concatenación de causa que hemos de tener siempre presente.

"Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial... Si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus pastores" (EN, 60).



Tema 7:
Presencia de la Iglesia en el mundo

1 - Pastores y laicos

Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el Pueblo de Dios afecta por igual a los miembros de la jerarquía (pastores), a los religiosos y a los laicos...

A los Pastores corresponde "apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperan unánimemente a la obra común" (LG 30, cf: Decreto sobre apostolado de los laicos, 3).

Los laicos están "incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hasta hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo", y por tanto "ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde" (LG 31: Decreto sobre apostolado de los laicos, 2).

Hay por tanto una igualdad previa de todos los miembros del Pueblo de Dios.

-Es común: -la dignidad de los miembros que deriva de su regeneración en Cristo
-la gracia de la filiación,
-la llamada a la perfección: todos llamados a la santidad;

-Hay igualdad: - en cuanto a la dignidad y a la acción común en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo;

-Entre los pastores y laicos debe haber:
- solidaridad,
- recíproca necesidad,
- los Pastores están al servicio los unos de los otros y al de los restantes fieles.
- los fieles se asocien gozosamente al trabajo de los Pastores y doctores (LG 32).

Por consiguiente: hay "diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (Decreto apostolado de los laicos, 2)

2.- Misión de los laicos

Dentro de la Iglesia:

-están "llamados a contribuir con todas sus fuerzas al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación" (LG 33). "Es tan estrecha la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo" (Apostolado de laicos, 2):

-en virtud del bautismo y de la confirmación están destinados a participar en la misma misión salvífica de la Iglesia (LG 33);

-especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo pueden llegar a ser sal de la tierra a través de ellos;

-pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la jerarquía;

-poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos (LG 33).

Para con la Jerarquía:

-tienen la facultad, y a veces el deber, de exponer su parecer sobre asuntos concernientes al bien de la Iglesia;

-acepten con prontitud la obediencia a los Pastores en cuanto representantes de Cristo a aquello que establecen en la Iglesia como maestros y gobernantes;

-los Pastores, a su vez, deben reconocer y promover la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Deben recurrir a su consejo, encomendarles cargos en servicio de la Iglesia, darles libertad y oportunidad para actuar. Más aun, deben animarles a emprender obras por propia iniciativa;

-entre laicos y Pastores debe haber un trato familiar: esto robustece el sentido de su responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y con ello se asocian las fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores.

Para con el mundo:

-la misma misión de la Iglesia: es decir: "impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico" (D. apostolado de los laicos, 5);

- "todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (LG 34);

-consagran el mundo mismo a Dios;

-como partícipes de la misión profética de Cristo son tes?tigos y, dotados del sentido de la fe y de la gracia de la palabra, hacen que la virtud del Evangelio bril1e en la vida diaria, familiar y social (LG 35);

-este anuncio de Cristo por el testimonio de la vida y por ?la palabra es su forma de evangelización, de una característica específica y eficacia singular porque se realiza en las condiciones comunes del mundo (LG 35);

-en toda esta tarea resalta la vida matrimonial y familiar;

-aunque estén ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa para la evangelización;

-todos contribuyen a la dilatación y crecimiento del Reino de Dios, lo cual les exige un conocimiento más profundo de la verdad revelada y que pidan a Dios el don de la sabiduría (LG 35).

Para con las estructuras humanas:

- “todo lo que constituye el orden temporal: bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales y otras realidades semejantes, así como su evolución y progreso, no son solamente medios para el fin último del hombre, sino que tienen además un valor propio puesto por Dios en ellos ... Es preciso que los seglares acepten como obligación propia el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma concreta en dicho orden" (Apostolado de los laicos, 7);

-"tengan en sumo aprecio el dominio de la propia profesión, el sentido familiar y cívico y todas aquellas virtudes que se refieren a las relaciones sociales, esto es, la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, los buenos sentimientos, la fortaleza de alma, sin las cuales no puede darse una auténtica vida cristiana" (Ib, 4);

- "con su competencia en los asuntos profanos y con su actividad elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyen eficazmente a que los bienes creados ... sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción...;

-coordinen sus esfuerzos para sanear las estructuras y los ambientes del mundo...;

-impregnen de valor moral la cultura y las relaciones humanas...;

-aprendan a saber distinguir los derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana. Deben saber conciliarlos entre sí: en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad humana puede sustraerse al imperio de Dios. "Es sumamente necesario que esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación de los fieles" (LG 36).

Campo del apostolado:

-los seglares ejercen su múltiple apostolado tanto en la Iglesia como en el mundo. En uno y otro orden se abren variados campos a la actividad apostólica, de los que queremos recordar aquí los principales. Son estos:

- las comunidades de la Iglesia,

- la familia,

- la juventud,

- el ambiente social,

- los órdenes nacional e internacional (Apostolado de laicos, 9).

Todo este compromiso lo podemos sintetizar en tres puntos fundamentales: la familia, el trabajo y la sociedad en general.

1- LA FAMILIA

Cuando hablamos de un compromiso en la propia familia no nos referimos a ninguna decisión unilateral que cada uno de nosotros debe tomar en el seno de la familia, sino de la asunción responsable de la llamada de Dios. Como dice San Pablo: “…cada uno tiene de Dios su carisma particular" (1 Co 7, 7). El cristiano que ha recibido la llamada a la vida matrimonial ha recibido con ésta una misión conyugal y familiar concreta. Hablar de compromiso en la propia familia no es nada más que asumir responsablemente esta misión que Dios da junto con cada vocación.

"¿Qué hemos de hacer?", preguntaba la gente a los apóstoles el día de Pentecostés (Hch 2, 37). Acoger la Palabra de Dios es acoger en primer lugar la propia vocación, y por lo tanto ponerse al servicio de la misión recibida por Dios.

Cuando decimos que el matrimonio entre cristianos es un sacramento, indicamos nuestra fe de que en la alianza de amor entre un hombre y una mujer se hace presente también la alianza de Dios con estas personas, y que, por tanto, nace ahí una pequeña comunidad cristiana.

San Juan Crisóstomo llamaba al matrimonio y a la familia, iglesia doméstica, pequeña iglesia. El matrimonio cristiano es el inicio de una "pequeña comunidad cristiana", una pequeña comunidad dentro de la gran comunidad. En la medida que vamos descubriendo cada vez más el sentido de la comunidad cristiana, podemos ir descubriendo este aspecto del matrimonio y la familia cristiana. Tertuliano decía del matrimonio cristiano que "lo consolida la Comunidad, lo fortalece la Asamblea eucarística y lo hace crecer la Oración" (Ad Uxorem 2, 9).

La misión dentro de la propia familia se extiende por lo tanto a todos los aspectos de la construcción de la comunidad familiar. Esta misión familiar es primera y es la base para poder hablar de una misión o ministerio dentro de la comunidad cristiana. San Pablo, decía refiriéndose a los que tenían que ocupar un servicio de responsabilidad dentro de la comunidad: "si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?" (1 Tm 3, 5). Los distintos aspectos de la comunidad familiar los podemos sintetizar en tres:

1) Comunidad de amor: Crecer cada día más en el amor mutuo, esta es una de las misiones fundamentales del matrimonio cristiano. Esto supone:

-el reconocimiento cada vez mayor de la dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor (cf. GS 49). No podemos olvidar que nos movemos en una sociedad que mantiene esquemas excesivamente machistas, y que el cristiano si quiere vivir dentro de una verdadera conversión ha de esforzarse continuamente por hacer desaparecer aun los rastros de este tipo de mentalidad;

-el diálogo y la comunicación dentro de la pareja y con los hijos. No basta el convencimiento del mutuo amor, sino que éste debe ir acompañado de profundos momentos de diálogo en que cada uno pueda expresar lo que piensa, lo que siente y lo que espera. Crecer en el diálogo es crecer en el amor. Aunque esto suponga esfuerzo. El diálogo matrimonial puede ser en muchos casos uno de los mejores caminos espirituales para salir de uno mismo y romper el propio egoísmo;

-una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. A este respecto señala el Concilio: "La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar" (GS 52). Los hijos acostumbran a necesitar mucha más dedicación de la que el padre o la madre normalmente les dan;

-la mutua entrega y la fidelidad: son tantas las formas que adquiere la entrega y la fidelidad que siempre hay aspectos en los que se puede crecer.

2) Comunidad de oración: Para la misma familia cristiana, en la medida en que se va descubriendo el sentido de la comunidad cristiana, la familia va apareciendo cada vez más como una pequeña comunidad en que se realiza la palabra de Jesús: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Esta dimensión de oración supone:

-la comunión y participación en la comunidad cristiana. El matrimonio y la familia deben sentirse miembros de una comunidad cristiana si quieren poder vivir en plenitud la gracia de Cristo;

-la oración en común: uno de los grandes medios de crecimiento del matrimonio es la oración matrimonial. No es ésta fácil. Pero es una gran bendición cuando se produce. Lo mismo se puede decir de la oración familiar. Costumbres como la de la bendición de la mesa son cosas que no se deberían perder.

3) Comunidad de testimonio: Señala el Concilio con todo acierto que "si los esposos cristianos brillan con el testimonio de su fidelidad y armonía en el mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos, y si participan en la necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y de la familia, se apreciará notablemente el genuino amor conyugal y se formará una opinión pública sana acerca del matrimonio" (GS 49). La mejor forma de luchar por una renovación de la familia en nuestra sociedad y ayudar a alejar la plaga del divorcio es el testimonio de familias configuradas de verdad según el Evangelio.

II.- EL TRABAJO

El hombre no se realiza solamente en la familia, sino que gran parte de su tiempo y de sus esfuerzos cotidianos están ocupados por el trabajo. Es, por consiguiente, muy importante saber contemplar el trabajo a la luz del Evangelio, la misión que el creyente tiene en él y el compromiso que de allí se deriva.

Para ello es conveniente tener en cuenta tres puntos:

1) El trabajo es parte fundamental de la vocación humana.

El trabajo no es desde el punto de vista bíblico una maldición o una esclavitud, sino una vocación que Dios ha hecho al hombre. En la expresión "henchid la tierra y sometedla" (Gn l, 28) podemos ver ref1ejado el hecho que "el hombre está desde el principio llamado al trabajo" (JUAN PABLO II, Laborem exercens, introd.). Se trata de "una dimensión fundamental de la existencia humana" (núm. 1) por medio de la cual "el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre" (núm. 9).

De este modo, mediante el trabajo, el hombre puede acercarse a Dios, pues cuando lo realiza de forma que resulte en servicio de los demás está desarrollando la obra del Creador y está contribuyendo de modo personal a que se cumplan los designios salvíficos de Dios (cf. núm. 24-25; GS 34). El trabajo realizado al servicio de la humanidad:

-es colaboración en la obra creadora de Dios: "los cristianos lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios..., están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio" (GS 34);

- es colaboración en la obra redentora de Cristo: por medio del esfuerzo, el cansancio, la lucha, "el cristiano descubre en el trabajo humano una pequeña parte de la cruz de Cristo", pero al mismo tiempo descubre "siempre un tenue resplandor de la vida nueva... casi como un anuncio de “los nuevos cielos y tierra nueva", que no es sino una participación de la resurrección de Cristo (cf. núm. 27).

2) El valor humano del trabajo. Muchas veces el trabajo se realiza en condiciones que tienden a reducir al hombre a una máquina, si no a un esclavo. Es importante que el cristiano sepa aplicar la frase de Jesús "el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27), tal como lo hace Juan Pablo II: "el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo" (núm. 8). Esto quiere decir que desde el punto de vista evangélico "el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona" (núm. 6). Esto supone:

-que no se puede valorar las personas por el tipo de trabajo que realizan, introduciendo así distinción de personas. En la sociedad se valora de forma distinta el trabajo directivo que el trabajo manual o intelectual: o se valoran los trabajos según el rendimiento económico inmediato que producen;

-que no se pueden aplicar los baremos de eficacia, sin tener en cuenta el valor fundamental de lo personal. Es a través de tales principios como se da en la sociedad una desigualdad entre el trabajo de la mujer casada y el de la mujer soltera; o se aleja del mundo del trabajo a los disminuidos o a los ancianos.

3) Una mayor justicia. El compromiso del cristiano en el trabajo debe ir llevando a una lucha por una mayor justicia en todas las relaciones laborales. Los problemas de la sociedad actual afectan profundamente al campo del trabajo: paro, salarios bajos, absentismo, seguridad social. Es importante que el compromiso del cristiano se exprese en todos estos aspectos, que tanto afectan a la construcción de una sociedad más justa y al establecimiento de unas relaciones humanas más fraternas. En este sentido quizá conviene recoger algunos de los puntos señalados en la encíclica del Papa:

-necesidad de una mayor humanización del trabajo: "El hombre que trabaja desea no sólo la debida remuneración por su trabajo, sino también que sea tomada en consideración en el proceso mismo de producción, la posibilidad de que él, a la vez que trabaja incluso en una propiedad común, sea consciente de que está trabajando “en algo propio” (núm. 15);

-el sentido evangélico de la propiedad: "La tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho, el derecho a la propiedad privada, como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes... Los medios de producción no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el único título legítimo para su posesión -y esto ya sea en la forma de la propiedad privada, ya en la de la propiedad pública o colectiva- es que sirvan al trabajo" (núm. 14);

-la necesidad de un esfuerzo de preparación cada vez mayor: "La capacidad de trabajo (es decir, de participación eficiente en el proceso moderno de producción) exige una preparación cada vez mayor y, ante todo, una instrucción adecuada" (núm. 12);

-defensa de la mujer y de la familia: "Si se debe reconocer también a las mujeres, como a los hombres, el derecho a acceder a las diversas funciones públicas, la sociedad debe sin embargo, estructurarse de manera tal que las esposas y madres no sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que sus familias puedan vivir y prosperar dignamente, aunque ellas se dediquen totalmente a la propia familia" (Familiaris Consortio, núm. 23).

III.- LA SOCIEDAD

Nada de lo que es humano puede ser ajeno al cristiano, discípulo de Jesús que dio la vida por todo hombre. Por eso el compromiso cristiano se extiende a todas las esferas de la sociedad, procurando que cada vez más se vaya realizando en medio del mundo el proyecto creador de Dios, de que todos los hombres y la sociedad realice la semejanza de Dios a cuya imagen ha sido creada.

Este compromiso del cristiano se puede expresar a muchos niveles, pero no es el menor el de la mentalidad y los valores que configuran el vivir cotidiano. Señalamos a continuación algunas de las áreas más fundamentales:

1) Los derechos de la persona humana, que se ven conculcados tan a menudo. El cristiano, por su parte, no puede olvidar que no sólo está llamado a la defensa y vivencia de los derechos humanos universalmente reconocidos, sino que debe recordar la palabra de Jesús: "Recordáis que se os dijo..., pero yo os digo". Cuanto más grande es la imagen y dignidad que uno se forma de la persona humana, más grande es el respeto y amor que por ella debe sentir.

2) La cultura, que forma parte de la historia de los pueblos y de toda la humanidad. Es por medio de la cultura como el hombre puede desarrollarse en sus verdaderos valores personales. De ahí la importancia del respeto, conservación y desarrollo de la cultura propia de cada pueblo.

3) La conservación de la naturaleza. En la medida en que el hombre pierde su contacto con la naturaleza y su respeto por ella, se va deshumanizando cada vez más. De ahí la importancia del desarrollo de un equilibrado ecologismo que nos ayude a mantener unas condiciones humanas de vida.

4) La dimensión política de la vida. La justicia social no puede construirse si no es mediante de una estructuración política de la sociedad. Aquí, conservando el respeto a las opciones personales de cada uno, hay que tomar conciencia de la responsabilidad de nuestra participación y de la urgencia. Dice en este punto el Concilio:

"Los cristianos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común; así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la conveniente diversidad" (GS núm. 75).

Para una mayor profundización en estos temas recordemos los siguientes documentos del Magisterio:

CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual "Gaudium et Spes"

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio", sobre la familia

JUAN PABLO II, Carta encíclica "Laborem exercens”: sobre el trabajo.




La Iglesia y la Virgen María


por el Cardenal Henri de Lubac

PARALELISMO DE MARIA Y LA IGLESIA A LO LARGO DE LA TRADICION

Los lazos que existen entre la Iglesia y la Virgen María no son solamente numerosos y estrechos, sino también esenciales. Están íntimamente entretejidos. Estos dos misterios de nuestra fe son más que solidarios: se ha podido decir que son "un solo y único misterio". Digamos al menos que es tal la relación, que entre ambos existe, que ganan mucho cuando el uno es ilustrado por el otro; y aún más, que para poder entender uno de ellos, es indispensable contemplar el otro.

En la Tradición, los mismos símbolos bíblicos se aplican sucesiva o simultáneamente, y cada vez con mayor profusión, a la Iglesia y a la Virgen. La una y la otra es la nueva Eva. La una y la otra es igualmente el Paraíso y el árbol del Paraíso, árbol cuyo fruto es Jesús, y también el gran árbol que Nabucodonosor vio en sueños, plantado en medio de la tierra. La una y la otra es el Arca de la Alianza, la Escala de Jacob, la Puerta del cielo, y la Puerta oriental por la que entra nuestro Pontífice, aquella Puerta elevada que abre el paso al Señor de Israel. La una y la otra son la Casa construida en la cima de las montañas, y el Vellón de Gedeón, y el Tabernáculo del Altísimo, y el Trono de Salomón, y la Fortaleza inexpugnable. La una y la otra son la Ciudad de Dios, la Ciudad del Gran Rey, aquella Ciudad mística cantada por el Salmista, de la que se han dicho tantas cosas gloriosas. La una y la otra son también la Mujer fuerte de los Proverbios, la Esposa ataviada para comparecer ante su Esposo, la Mujer enemiga de la Serpiente, y aquel gran signo aparecido en el cielo, que describe el Apocalipsis: la Mujer vestida de Sol y victoriosa del Dragón. La una y la otra -después de Cristo son la morada de la Sabiduría, o su mesa, e incluso, después de Cristo, la misma Sabiduría. La una y la otra son "un mundo nuevo", "una creación pro?digiosa". La una y la otra reposan a la sombra de Cristo".

Pero en todo esto hay mucho más que un paralelismo o el uso alterno de símbolos ambivalentes. La conciencia cristiana se percató muy pronto de ello, y lo proclamó a lo largo de los siglos de mil maneras, tanto en el arte y en la liturgia como en la literatura: María es la “figura ideal de la Iglesia". Ella es su "sacramento". Ella es "el espejo en el que se refleja toda la Iglesia". Doquiera encuentra en ella la Iglesia su tipo y su ejemplar, su punto de origen y de perfección. Ad vicem Matris ejus (Christi), Matris nostrae Ecclesiae forma constituitur. En cada momento de su existencia María habla y obra en nombre de la Iglesia –figuram in se santae Ecclesiae demonstrat – no en virtud de decisión sobreañadida ni, entiéndase bien, por efecto de una decisión explícita por su parte, sino porque, por así decirlo, la lleva ya y la contiene toda entera en su persona. Ella es, dice M. Olier, “el todo e la Iglesia. Ella es “la Iglesia, reino y sacerdocio, reunida en una sola persona”. Lo que las antiguas Escrituras anunciaban proféticamente de la Iglesia recibe como una nueva aplicación en la persona de la Virgen María, de la cual la Iglesia viene a ser de esta suerte la figura: “¡Qué bellas son las cosas que, bajo la figura de la Iglesia. han sido profetizadas de María!"

Y en cambio, lo que el Evangelio refiere de la Virgen, prefigura de igual modo la naturaleza y los destinos de la Iglesia: "Sicut María, ita et Ecclesia". En todo cuanto de ella nos dice, latent Ecclesiae sacramenta. "De esta suerte, la Virgen María, que fue la mejor parte de la Iglesia antigua anterior a Cristo, mereció ser la Esposa de Dios Padre para ser también el ejemplar de la Iglesia nueva, Esposa del Hijo de Dios". Esto es lo que de igual manera se verifica tanto bajo el uno como bajo el otro de los dos aspectos fundamentales que anteriormente hemos distinguido en la Iglesia, aquel según el cual aparece como santificante y aquel bajo el cual se muestra como santificada.

LA MATERNIDAD DE MARIA Y LA MATERNIDAD DE LA IGLESIA

Según el primero de estos dos aspectos, la maternidad de la Virgen es un trasunto acabado de la maternidad de la Iglesia. "Aquel a quien la Virgen dio a luz, también lo da todos los días la Iglesia". "La Virgen gloriosa, dice Honorio de Autun, representa a la Iglesia, que también es virgen y madre. Madre porque, fecundada por el Espíritu Santo, todos los días da a Dios nuevos hijos en el bautismo. Virgen al mismo tiempo porque, conservando la integridad de la fe de una manera inviolada, no se deja corromper en lo más mínimo por la mancha de la herejía. Así también María, fue madre al dar a luz a Jesús y Virgen al permanecer incorrupta después del parto. "La una ha dado la salud a los pueblos, la otra da los pueblos al Salvador. La una ha llevado la Vida en su seno, la otra la lleva en la fuente del sacramento. Lo que en otro tiempo fue concedido a María en el orden carnal, ahora se le concede espiritualmente a la Iglesia; ella concibe al Verbo en su fe indefectible, ella lo da a luz en un espíritu libre de toda corrupción, ella lo contiene en un alma cubierta de la virtud del Altísimo". Pero la semejanza es aún más perfecta. No es solamente del orden carnal al orden espiritual, ya que antes de haberlo concebido según la carne, María había concebido al Verbo de Dios en su fe virginal, al escuchar la palabra del ángel. Et ipsa, quem credendo peperit, credendo conceperat. Y por eso, añade Honorio, "todo lo que se ha escrito de la Iglesia puede también leerse pensando en María"; y, añadiremos nosotros, todo lo que se ha escrito de María, puede también, en lo esencial, leerse pensando en la Iglesia. Pronto volveremos a tratar de este principio general.

Ya en el siglo II, en la célebre carta que nos ha conservado Eusebio, los cristianos de Viena y de Lyón hablaban de la santa Iglesia, por una alusión implícita pero clara a la Virgen María, como de "nuestra madre virginal". Una inscripción del baptisterio de San Juan de Letrán dice igualmente que "en esta fuente la Iglesia, nuestra madre, da a luz de su seno virginal los hijos que ella ha concebido por el soplo de Dios". La predicación de los Padres celebra frecuentemente "los misterios de la Iglesia virgen", y San Zenón de Verona precisa que esta madre que nos da a luz sin gemidos permanece virgen después del parto. La comparación se hace explícita con San Ambrosio: "como la madre de Jesús, la Iglesia está desposada, pero intacta; ella, que es virgen, nos ha concebido del Espíritu; ella, siendo virgen, nos da a luz sin gemidos", Este tema es frecuente en San Agustín: nam Ecclesia quoque et mater et virgo est. También él admira en la una y en la otra la misma virginidad fecunda, o la misma fecundidad virginal. Para cantar esta perpetua virginidad de la gran "Madre de los Vivientes", que la hace "imitar a la Madre de su Señor" Agustín recuerda, siguiendo a otros, su fe siempre íntegra, su esperanza firme y su amor sincero. El muestra también a esta "virgen sagrada", a esta "madre espiritual”, "toda semejante a María", en el acto del alumbramiento. Además, él subraya y precisa esta semejanza entre ambas vírgenes madres cuando hace observar que, si la Iglesia engendra muchedumbres, ella hace de todos sus hijos, congregados de todas partes, los miembros de un cuerpo único: y de esta suerte, así como la Virgen María, engendrando a uno solo, viene a ser la madre de la muchedumbre, también ella, al engendrar a la muchedumbre, viene a ser "madre de la unidad".

(Henri de Lubac. Meditación sobre la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1964, pgs. 282-290).


Efusión del Espíritu y vida consagrada

Después de recibir la efusión del Espíritu se pregunta uno: ¿ Qué es lo que ha cambiado en la vida de aquellos que se han ofrecido al Señor con una especial consagración?

La efusión del Espíritu no cambia de modo radical a las personas. Siguen siendo lo que son. Pero les infunde una fuerza, por la acción de la gracia para llegar a ser lo que realmente deben ser como consagrados.

El Espíritu Santo, difundido en ellos, no los ha apartado sino renovado al potenciar el carisma propio de su vocación. Porque toda vocación es un conjunto de carismas y dones del Espíritu que estaban adormecidos, como enterrados. Y el Espíritu Santo los ha resucitado llamándolos fuera del sepulcro, dándoles nueva vida.

Hay que reconocer que el testimonio luminoso de la renovación espiritual que radica en el corazón, con frecuencia no es entendido y encuentra en torno suyo frialdad, burla, rechazo e incluso prohibición. Esta incomprensión, estos obstáculos ¿no nos revelan que tanto en el director espiritual como en los mismos consagrados el don del discernimiento espiritual es aún muy débil? .

Los hermanos y hermanas que han entrado en la Renovación en el Espíritu, no han traicionado su vocación, no han cambiado la espiritualidad propia de su Instituto, no han abandonado su comunidad, no han dejado la observancia de sus votos y reglas, no han dejado de orar y obrar según su vocación. Muy al contrario. La renovación en el Espíritu no es para ellos un Instituto paralelo al propio, porque la renovación es una corriente de gracia, no un Instituto. Es un suplemento de animación espiritual para el cristiano, sin substituir ni suplantar nada de aquello que pertenece a la Iglesia, a la familia, a la parroquia, a los Institutos religiosos o seculares.

Los hermanos de la Renovación no buscan formar una nueva comunidad en conflicto con la de su Instituto, porque se trata, simplemente, de una oración dentro de la cual el Espíritu libera en ellos una nueva fuerza, y les otorga aquellos dones que les ayudarán a la edificación de la comunidad y del propio Instituto. No abre el Espíritu a una nueva espiritualidad distinta de la del propio Instituto, sino que renueva la que le es propio. Así, los dominicos se sienten más dominicos, los franciscanos más franciscanos, los benedictinos más benedictinos, los salesianos más salesianos. La vida consagrada, en sí, es un don y un carisma del Espíritu y el Espíritu cuando renueva no anula las distintas vocaciones que son obra suya, sino que las enriquece y vigoriza.

Alabamos al Señor porque podemos dar testimonio de la vida renovada en muchos religiosos y en comunidades enteras por la acción del Espíritu. Y lo vemos en los distintos niveles de su vida.

A nivel personal, la efusión del Espíritu es la gracia de la segunda conversión para los hermanos y hermanas que la han recibido. Esta segunda conversión es un nuevo impulso en la donación total a Jesús, su Señor, en la negación de sí mismos y lleva a un seguimiento más generoso del Señor según el carisma de la propia vocación.

A nivel comunitario la efusión del Espíritu otorga el don del corazón nuevo, que es la condición fundamental en cada uno de los consagrados para construir la comunidad nueva. Nueva porque está animado de la nueva ley del Espíritu, escrita en el corazón y porque da fuerza y vida a la ley escrita de la Regla.

Comunidad de fe y de amor porque está ávida de nutrirse de la Sagrada Escritura y de Jesús Eucaristía.

Comunidad de contemplación, adoración y alabanza a Jesús el Señor, es el primer servido ante todo y ante todos.

Comunidad de servicio y ministerio, que pasa de la actitud de fijarse en los defectos de los hermanos a interesarse por cada uno y reconocer su carisma personal.

Comunidad de comunicación y corrección fraterna para el común perfeccionamiento.

Comunidad de curación, que de la crítica, la intolerancia y el rechazo recíproco pasa a rogar por cada uno pidiendo la curación interior de su corazón y de su cuerpo.

Comunidad de discernimiento, viendo que lo ciertamente importante no debe ser motivo de discusión, sino la oración y docilidad al Espíritu.

Comunidad de gozoso testimonio de que la observancia de los votos, no es un peso, sino un don y una fuerza del Espíritu.

Finalmente, a nivel de gobierno, la efusión del Espíritu renueva en el Superior y sus consejeros el sentido evangélico de gobierno. El sentido evangélico es, ante todo, el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, ?bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí. Además, el don de discernimiento, de profecía, de sabiduría, de animación de la oración comunitaria.

Así es como la vida renovada de nuestros hermanos y hermanas resulta testimonio. Porque va dirigida a la totalidad del Instituto: comunidad, superiores, hermanos y hermanas, para indicarles que la deseada renovación de la vida consagrada no depende del voluntarismo, de la programación, de los congresos y de los diplomas, sino que es obra, ante todo, de la efusión del Espíritu y de sus dones. Solamente así tendrán los institutos numerosas vocaciones porque, como dice Karl Rahner "cuanto más aparezca el elemento carismático propio de una orden religiosa, tanto más atraerá a los jóvenes".

P. Francesco Caniato, S.J. 1980
III Convocazione nazionale dei gruppi di Rinnovamento nello Spirito (pág. 78) - Rimini aprile 1980. A cura di Alleluja


La oración del corazón

por Jean Lafrance


Agradecemos a la Revista TYCHIQUE la licencia que tan amablemente nos da para traducir y publicar el siguiente artículo del P. Jean Lafrance. Creemos que con gran sabiduría cristiana toca aspectos importantes de la vida de oración, que bien merece lo conozcan nuestros lectores.
Del mismo autor puede leerse también La oración del corazón, libro de 102 pgs., publicado en Narcea, S.A. Ediciones, Madrid 1981, 2a. edic.

Con frecuencia en los retiros nos dicen: "Habladnos de la oración del corazón" y los libros que tratan de este tema atraen porque dejan presentir que esta oración que busca las raíces en el corazón es un manantial que alimenta la oración continua. Pero no resulta fácil hablar de ella porque la oración del corazón difiere de las formas de oración que conocemos: no es ni una oración vocal, ni una meditación, ni una "lectio divina", ni la liturgia, aunque puede impregnar con su unción todas estas realidades. Pero aunque impregne todas estas formas de oración, no puede identificarse con ninguna de ellas.

Si fuera necesario buscar alguna referencia para situarla en la tradición espiritual, podría aproximarse a lo que los Padres de Oriente expresan como "oración pura", especialmente Isaac el Sirio. En Occidente, se aproximaría a la oración de unión, incluso a la de quietud de la que habla Santa Teresa de Ávila en el Camino de Perfección. Pero añade inmediatamente que es tan difícil hablar de ella a los que no han tenido experiencia como hablarles en árabe o en griego. Y si yo acepto hablar de ella en un retiro o en un artículo es porque tengo la convicción de que no me lo pedirían si no hubiera un mínimo de experiencia: no se puede hablar de la luz a un ciego.

Apelo pues a vuestra experiencia al empezar estas páginas. Quisiera exponeros sencillamente la experiencia de dos hombres que parecen haber percibido lo que era esta oración. Leed estos textos lentamente y examinad luego vuestro corazón, y si sentís que algo en él vibra, existen probabilidades de que el Espíritu Santo ya os haya concedido esta gracia o que esté próximo a concedérosla.

La primera experiencia es la de un monje de hoy. Se ha servido de una imagen para hacer entender esto. Es un hombre profundamente interior al que la oración ha "cogido" sencillamente, dice Dom André Louf y que le ocupa de continuo. Le preguntaron cómo había llegado a ello: "Hoy, dijo, tengo la impresión de que desde hace muchos años llevaba la oración en mi corazón, pero lo ignoraba. Era como un manantial, cubierto por una piedra. En un momento dado Jesús quitó la piedra. Entonces el manantial empezó a brotar y desde entonces corre siempre."

El segundo testimonio viene de un escritor, Julien Green. Se aproxima mucho al anterior aunque de momento parece desconcertante. Habla de la oración, sobre la cual dice, "no entiendo gran cosa", pero añade una observación que empalma con la experiencia universal de los que oran: "No son los libros los que nos enseñan a orar, como no son los libros los que nos enseñan inglés o alemán. Sin embargo hay que indicar lo que escapa a muchos autores, que existe un momento en el que de pronto el que ora pierde pie. Incluso las oraciones recitadas pueden llegar a esto. ¿Qué significa perder pie? Significa que uno no sabe ya lo que hace pero esto no tiene importancia. Es como el momento en que uno cae en el sueño. Cuántas veces he intentado captar ese momento de la caída en el sueño. Pero viene sin que nos demos cuenta y pienso que ocurre algo así con la oración con o sin palabras" (JULIEN GREEN, Vers l'invisible. Journal 1958-1968. Libro de bolsillo).

1.- LA ORACION OCULTA EN EL FONDO DEL CORAZON

Estos dos textos nos encaminan hacia una oración oculta en el fondo del corazón, que brota de pronto en el momento en que se enciende el fuego de la oración de los labios. Sylvano de Athos cuenta una experiencia de esta clase. "Un día, dice, estaba orando ante el icono de la Madre de Dios, y de pronto la oración de Jesús irrumpió en mi corazón y desde entonces no ha cesado más" (SILOUANE, Ed. Bellefontaine, p. 52). Se podría creer que esta oración está reservada a los grandes espirituales o a los monjes, nada de eso: pienso ahora en esa viejecita que apenas sabe leer; me preguntaba un día si debía aún rezar el rosario, porque, al levantarse por la mañana, me decía, "siento que mi corazón repite: Dios te salve, María". En rigor del término, sorprendía a su corazón en flagrante delito de oración.

Es así como la experiencia nos muestra que el hombre no debe buscar la oración fuera de sí mismo y, menos aún, en libros y técnicas. El cristiano debe tomar conciencia de que la oración ya existe en él, que no es cosa que se adquiera por el esfuerzo, tampoco por un método determinado. Se encuentra en estado de oración como se encuentra en estado de gracia. Estado de oración es otro término para expresar el estado de gracia que recibió en el momento de su bautismo. A un nivel muy profundo de su ser hay un lugar en el que el estado de gracia se expresa por el estado de oración continua. Allí, el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu: hay un diálogo continuo entre el Espíritu Santo y nuestro espíritu creado. Allí donde el Espíritu lanza incesantemente gemidos inenarrables gritando: .. ¡Abba Padre!" (Rm 8. 15 y Ga1 4, 6).

El Espíritu escruta las profundidades de Dios y las profundidades del corazón del hombre. Los que son guiados por el Espíritu, a ese nivel profundo, son verdaderamente hijos de Dios. Sin embargo todos nosotros lo somos, pero no somos conscientes de ello. Esta oración busca incluso sus raíces en lo profundo de nuestro cuerpo, transfigurado por la gloria del Resucitado: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo que está en vosotros, y habéis recibido de Dios...? Glorificad, pues, a Dios por vuestro cuerpo" (1 Co 6, 19- ?20). Todo el problema de la oración consiste en llegar a ser conscientes de algo que se nos ha dado.

Antes de tomar conciencia de ello, es necesario que podamos percibir ese lugar hacia el que hemos sido ya movidos por la oración: pero ese lugar está escondido, velado, envuelto en una especie de caparazón. Es el corazón de piedra de que habla el profeta Ezequiel (36, 26) o el corazón endurecido. A lo largo de los años los autores espirituales han utilizado un vocabulario diferente para designar este lugar: "profundidad", "fondo del corazón", "punta del alma", "cima del alma", "profundidad de las profundidades", "querer fundamental" (Taulero). San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila dirán: "El centro más profundo del alma es Dios". Finalmente este vocabulario hace siempre referencia a la misma profundidad, al “corazón". El corazón en sentido bíblico de la palabra, o en el sentido que la literatura patrística o monástica ha dado a esta palabra: es decir, no la inteligencia como facultad discursiva o de razonamiento regulado por cierta lógica, y tampoco a la afectividad o a la sensibilidad superficiales: ..., todos estos caminos no desembocan en la oración si no están iluminados desde lo interior. El corazón es el lugar "donde el hombre abre o cierra al mendigo del amor que llama a su puerta" (Olivier Clément).

El obstáculo de la oración

Es ahí donde encontramos el verdadero obstáculo para la oración. No es la falta de tiempo, ni la sobrecarga de trabajo lo que nos impide la oración, sino nuestro corazón de piedra. En lo más íntimo, este corazón está habitado por el Espíritu Santo, pero está rodeado por un caparazón de piedra. Somos atraídos por la oración porque el Espíritu trabaja en nosotros en profundidad, pero utilizamos caminos que son grandes rodeos, por ejemplo: la inteligencia, la imaginación o la sensibilidad. Así razonamos sobre Dios, intentamos provocar sentimientos piadosos o tomar buenas resoluciones para el día, pero muy difícilmente llegamos a percibir en nosotros esa mirada de ternura del Padre, para hablarle y orar a El en lo secreto de nuestro corazón (Mt 6, 6). No se trata de desacreditar la inteligencia o la afectividad, sino de situarlas en su verdadero lugar y enraizarlas en el corazón, según la buena filosofía tomista que quiere que las facultades tomen su origen en las profundidades del ser. Esta profundidad es precisamente en nosotros el "corazón", el cual está en el origen de nuestro ser. Cuando es liberado, cuando se ha quitado el velo, entonces empapa desde el interior nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestra afectividad que podemos utilizar para escrutar respetuosamente el misterio de Dios.

Para provocar esta misteriosa presencia de la oración en el corazón del hombre, los espirituales, siguiendo el evangelio utilizan diversos símbolos: el agua viva o el fuego. Hay, pues, en nosotros, un pozo abierto donde la vida de Dios brota incesantemente en el corazón y donde estamos, bienaventuradamente, sumidos en Dios. Todo esto es verdad en ese lugar en el que por lo general no estamos presentes. Lo llevamos en nosotros, pero nuestra mirada no está abierta; por otro lado, nuestros sentidos no han sido profundizados hasta este nivel. En general, dice Dom André Laouf, vivimos en las actividades, incluso espirituales, para "cultivar las virtudes" y hasta para "hacer el bien", o en la "razón razonante", en la teología, a falta de otra cosa mejor, lo cual es un mal necesario.

El otro símbolo es el de fuego o el de la luz. El fuego que Jesús vino a traer sobre la tierra (Lc 12, 49) ha prendido en nuestro interior y acabará, quizá un día, transfigurando nuestro cuerpo e incluso nuestro rostro. Por desgracia estamos ocupados en nuestro interior en la adquisición de las virtudes; aunque hubiera que hacer este esfuerzo, lo cual no sería más que por caridad para con los demás, no sería lo más importante, y por poco que hubiéramos triunfado, terminaríamos por estar satisfechos de ello, lo cual es una ilusión que nos puede acechar. Sobre todo si llegásemos a olvidar el poder de la presencia del Espíritu oculto en nosotros y que nos santifica desde el interior hacia el exterior.

En realidad estamos dormidos, y es preciso despertarnos a esta misteriosa presencia de la oración en nosotros; de aquí nace la tradición oriental de los padres Népticos (nepsis = sueños) que despiertan el corazón profundizando en él con la oración monológica. En Occidente, los antiguos tenían una expresión muy bella; la emplea San Gregario hablando de San Benito. Antes de fundar la vida cenobítica, se había retirado al desierto y en la soledad "vivía consigo mismo" (habitavit secum). Habitar consigo mismo, con lo más íntimo de noso?tros mismos, estar perfectamente conectados y abocados hacia nuestras profundidades. Sin embargo, no lo estamos. Hay una ruptura en nuestro ser, una dispersión. En una palabra, no estamos unificados sino dispersos. Cuando San Agustín se convirtió dijo que había pasado de la dispersión a la intención, a la unificación. No hemos llegado a estas profundidades, allí donde está nuestro verdadero rostro y donde somos nosotros mismos. Vivimos al lado de nosotros mismos, al exterior de nuestra epidermis; estamos dispersos, distraídos. Son estas las imágenes que emplea Evagrio el Póntico para hacernos comprender que no estamos allí donde deberíamos estar.

Despertar la oración que está dentro

Por eso hay que despertar ante todo el corazón, liberarlo, quitar el velo que lo cubre, para profundizar en él. No se trata de conquistar la oración. Ya está ahí. Hay que quitar, renunciar, dejar caer; en general hay que hacer menos para abrir la oración en nosotros. Siempre hacemos demasiado. Si pudiéramos instalarnos en esta especie de despojo interior, la oración brotaría espontánea, despertaría y se haría audible porque siempre está ahí. Los Padres llaman a este estado: "hesychia", un estado de silencio y de paz interior que permite que la oración brote.

Como decía un padre antiguo: "Tu alma es como la fuente, si ahondas la fuente se vuelve aun más limpia, pero si echas en ella basura (ideas, reflexiones, conceptos, imágenes) se ensucia y e vuelve turbia". Es preciso dejar que el agua repose para que las impurezas vayan al fondo y el sol pueda reflejarse en ella. Es, pues, necesario ahondar en el corazón y, para esto, someterlo a cierto ayuno cordial, es decir, a un ayuno de sentimientos, de imágenes e ideas, y no darle otro alimento más que el bendito nombre de Jesús. Entonces la mirada interior se abre y el amor de fe (afectus fidei) despierta en nosotros, para que el susurro del Espíritu se haga oír a nuestros sentidos espirituales. La oración ya se nos ha dado, nos falta desvelarla.

¿Hay que resignarse a llevar este tesoro de la oración en vasos de barro, sin tener nunca acceso a ella? ¡Si el Espíritu de Jesús es fuego, tiene que quemar; si su amor es agua viva, tiene que apagar nuestra sed! No podemos vivir siempre "por poderes", esta relación filial de ter?nura con nuestro Padre del cielo. ¿Cuál será la fuerza misteriosa que nos dé acceso a estas profundidades? La tradición espiritual nos indica caminos, nos traza sendas que nos permitan, según la bella expresión de los Padres, hacer "la peregrinación hacia el corazón". Quisiéramos escoger tres: la Palabra de Dios, la apertura del corazón y la memoria espiritual. Por supuesto, nuestro intento no es exclusivo, queda abierto a otras vías como la ascesis, el ayuno, las vigilias, la soledad. etc. y dejamos a cada uno la solicitud de prolongar esta búsqueda.

2.- EL CAMINO DE LA PALABRA DE DIOS

En esta tradición espiritual, el mejor camino desde luego es la Palabra de Dios, que según la carta a los Hebreos:
"Es viva, eficaz y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu, hasta las junturas y médulas" (Heb 4, 12). Este deslumbramiento del corazón por la Palabra de Dios es un acontecimiento en la vida del cristiano y un recuerdo inolvidable. Bruscamente el Espíritu Santo circula a través de la Palabra escrita, ésta se enciende, se ilumina desde dentro y se hace palabra personal que Dios nos dirige concretamente. Reconocemos con certeza que es una palabra de Dios, porque nos llama por nuestro propio nombre, nos arranca del anonimato y nos hace reconocer nuestro propio rostro. En el libro de Las Moradas, Teresa de Ávila nos da algunos ejemplos del corazón cautivado por la Palabra de Dios y añade que estas palabras son al mismo tiempo actos, porque operan y rea1izan lo que dicen. Por ejemplo, Dios nos dice: "Soy yo, no temas", y el alma turbada se llena de pronto de una paz que el mundo no puede dar y que viene directamente de Cristo resucitado (Moradas VI, Cap. III).

En este momento el corazón despierta y una sensibilidad espiritual se aviva en nosotros. Los antiguos llamaban a esta experiencia La "katanuxsis", es decir, la transfixión, la perforación del corazón. La Palabra de Dios en cierta manera ha traspasado el corazón y algo ha "brotado en vida eterna". La Palabra de Dios está hecha para el corazón del hombre y el corazón del hombre está hecho para la Palabra de Dios. Sospecháis ya lo importante que es el no interponer una pantalla entre la Palabra y el corazón, y ofrecer nuestro corazón sencillamente desnudo y solitario a la Palabra de Dios.

Aquí hay que situar la función de la oración de Jesús, que no hay que confundir con la oración del corazón. Los que han leído el Relato de un peregrino ruso han presentido que hay en aquella un camino privilegiado hacia la oración continua del corazón. El orante se recoge y murmura dulcemente con los labios la oración de Jesús que es una síntesis entre la oración del ciego Bartimeo y la oración del publicano: "Jesús, Hijo de Dios Salvador, ten piedad de mí, pecador". Y poco a poco a un mismo tiempo, esta oración de los labios baja al corazón, y hace brotar en él la oración del Espíritu. San Serafín de Sarov hace notar que de este modo llamamos al Espíritu Santo, pero, desde el momento en que brota en el corazón, ya se le deja de llamar y de decir la fómula porque El está ahí. Puede reconocerse su presencia en nosotros por la alegría, el calor y la dulzura que el Espíritu derrama en el corazón.

Los autores de la Edad Media no tenían otros métodos de oración. Así Guigues el Cartujo, en La escala de los claustros, aconseja a los monjes un método muy sencillo que se resume en cuatro palabras: lectio, meditatio, oratio, contemplatio. El monje lee despacio la Palabra de Dios (lectio) en la espera y la pobreza, en el "desierto de los sentidos", dice Orígenes. Cuando ha brotado la chispa, el corazón es fecundado por el Espíritu: es la meditatio. No se trata de meditar, en el sentido cartesiano del término, con la materia gris del cerebro, sino de "repetir con voz baja" una palabra (meditari en griego, hagha en hebreo). El justo medita la palabra de Dios con la boca (Sal 37, 30). Se trata de rumiar la palabra de Dios arrullándola en el corazón, no para adormecerse, sino para despertarlo.

El Espíritu hiere el corazón y hace brotar la oración

Entonces brota la oración (oratio) que normalmente debe cesar para dar lugar al silencio o a la quietud de la contemplatio. El Espíritu que yace en el fondo del corazón es el mismo Espíritu que atraviesa la Palabra de Dios y actúa en ella; cuando llega al corazón, lo hiere y hace brotar de él la oración como un gran fuego, tal como se cuenta del gran taumaturgo Juan de Crosntadt: "Su oración semejante a una columna de fuego se elevaba hasta el cielo". El orante es entonces capaz de devolver la Palabra de Dios, porque ésta ha realizado su curso activo en el corazón. Entonces el Espíritu la toma como por la mano para incorporarla a su propia oración y hacerla suya. Es la única oración que agrada al Padre: "De igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene: mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27). Si hubiera que traducir al pie de la letra, se podría decir:
"Cuando no se sabe escoger las palabras para orar (o cuando no hay palabras), el Espíritu ora en nosotros con gemidos demasiado profundos para expresarlos en palabras".

Descubrimos aquí el nexo entre la celebración litúrgica y la celebración privada de la Palabra de Dios en el corazón, o el lazo entre oración comunitaria y oración personal. Varias veces al día (los salmos hablan de siete) el creyente interrumpe su trabajo para volver a tomar contacto con la Palabra de Dios, la escucha en el capítulo, la interioriza en su corazón y la devuelve a Dios en el canto de los salmos. "Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey" (Sal 44, 1). Normalmente esta celebración común de la palabra le lleva al fin de toda vida monástica, que es, según Juan Casiano, "la oración ininterrumpida" (indisoratio). En el Evangelio Jesús lo dice también: "Es preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc 18, 1). El capítulo es esta palabrita breve que se lleva como viático de la oración para todo el día.

3.- EL CAMINO DE LA APERTURA DEL CORAZON

Hay otro camino que pertenece a toda la tradición monástica y que se le puede llamar la apertura del corazón. Por lo demás está íntimamente ligado al camino de la Palabra de Dios, cuando se vive ésta en un ministerio de acompañamiento. El que ha recibido la misión de acompañar a alguno de sus hermanos por el camino de la oración continua le ayuda a descubrir la palabra personal que Dios le dirige a través de las circunstacias concretas de su vida y de su historia. Esto supone la presencia de un testigo que puede ser un hermano o un padre espiritual: éste era el caso de la ?vida monástica. Es un camino de oración porque es un camino de libertad espiritual y de renuncia a la propia voluntad.

Los antiguos vivían esta actitud de apertura de una forma bastante sistemática. El joven novicio se presentaba ante su padre espiritual y le manifestaba todos sus "pensamientos", en el sentido de "logismoi", es decir, pensamientos pasionales, que revelan una tirantez interior, buena o mala. En este compartir se pueden expresar los deseos malos, neutros o buenos, que surgen en el corazón. Todos estos deseos permanecen mezclados y confusos, mientras no los estructuramos por medio de una palabra. Es lo que el P. Beirnaert llama "la función sacrificadora de la palabra". Al expresar estos conflictos, tomamos conciencia de ellos y se pueden convertir en "tentaciones", en el sentido bíblico del término. No es siempre fácil discernir si un buen deseo en sí mismo es bueno para nosotros, mucho menos los deseos neutros, sin hablar de los malos deseos que incesantemente se deben purificar. Renunciando a la satisfacción inmediata de un deseo, incluso bueno, dejamos al Espíritu la libertad de hacer surgir en nosotros el verdadero deseo que Dios quiere para nosotros. Nos acercamos así a la actitud de Cristo en su Pasión, que no vino para cumplir su voluntad, sino la del Padre. A la vez que la voluntad de Dios se hace evidente: se opera en nosotros una verdadera liberación interior que al mismo tiempo es una re-creación del ser.

A fuerza de verse en la mirada de otro, que es el signo de la mirada llena de ternura que el Padre le dirige, el novicio es enviado de nuevo a su propia vida, para obrar por sí mismo esta obra de discernimiento. Sentirá a la vez menos necesidad de recurrir a su padre espiritual, porque se habrá afinado en sí mismo un tacto de discernimiento que le hará rechazar el mal y acoger el bien (I Ts 5, 19-20). Estará siempre alerta a la puerta de su mañana. Examinará los pensamientos que suben del corazón; si vienen del mal espíritu, los aplastará contra la roca del nombre de Jesús (Regla de San Benito), y si vienen del buen Espíritu, los revestirá con el mismo nombre, para ofrecerse al Padre en verdadera adoración (Rm 12, 1). De este modo, a partir incluso de su existencia pasará a Dios, con armas y bagajes, en la oración continua. Aún es preciso que haya pasado por la experiencia de la apertura del corazón, en una relación sincera con el padre espiritual: "Hay quien cambia continuamente de padre espiritual para tener el placer de contar de nuevo su historia y para no tener que obedecer en profundidad. No agotes a tu padre espiritual con vanas palabras, no le cuentes de nuevo tu pasado, tus proyectos para el futuro. Háblale del estado actual de tu alma, porque es ahora cuando debes recibir la gracia del perdón y la fuerza del Espíritu. Si le hablas de lo que ya no es, o de lo que todavía no ha sido, ¿en qué presente podrá depositar el don de Dios?" (Palabras del Monte Athos, vie Sp. Marzo-Abril 1979, núm. 631, p. 279).

4.- EL CAMINO DE LA "MEMORIA ESPIRITUAL"

Este camino está menos presente en la tradición monástica, aunque San Benito, en su Regla, recomienda al monje "huir del olvido de Dios" y caminar siempre en su presencia. Esta forma de oración está más vinculada a la corriente de espiritualidad ignaciana para los hombres que han "de encontrar a Dios en todas las cosas", según la fórmula de Nadal a propósito de San Ignacio: "Sentía y gustaba la presencia de Dios en todas sus palabras, sus actos y sus diligencias". Esto corresponde, poco más o menos, a lo que San Ignacio dice en los Ejercicios (Núm. 53) con la expresión "Examen de conciencia". Con la condición de que se purifique a este ejercicio de su connotación moral para vincularlo al discernimiento espiritual. Ahí están la "relectura de la vida", la "revisión de vida", la "evaluación cotidiana", o "la mirada sobre el día".

No es este el lugar de exponer esta forma de oración; los que han hecho los ejercicios han tenido una pequeña iniciación sobre ella. Queremos sencillamente decir que se relaciona también con la apertura del corazón, porque se trata concretamente de la "filtración" de pensamientos y deseos en el recuerdo del nombre de Jesús. De un modo más preciso el creyente trata de leer la trama de su vida real para descubrir en ella las huellas de la acción de Dios. Como la Virgen María, él conserva en la memoria de su corazón, para meditarlos y orarlos, todos los acontecimientos de su vida (Lc 2, 19 y 51). Entonces descubre, a la luz de la Palabra de Dios, la historia santa de su vida:

"Acuérdate de todo el camino que Yahvé, tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios. No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años" (Dt 8, 2-4).

No hay que confundir el rezo del examen con la oración, y no dispensarse fácilmente de él, sobre todo si uno cree que ya ha "llegado". Hay hombres que oran mucho pero que nunca perciben lo que Dios hace en su vida, porque descuidan ese cuarto de hora de oración diaria consagrada al examen de conciencia. Lo que aquí importa no es tanto la cualidad moral de las acciones buenas o malas, sino el modo como el Señor nos toca, nos mueve y nos conduce (a veces sin saberlo) a lo profundo de los sentimientos que experimentamos.

Es más importante lo que ocurre de improviso en nuestra conciencia espiritual y la lleva más allá de nuestros actos cualificables jurídicamente como buenos o malos. ¿Cómo experimentamos la atracción del Padre (Jn 66, 44), que trabaja siempre con el Hijo (Jn 5, 17) en nuestra conciencia espiritual concreta? ¿Cómo nuestra naturaleza pecadora nos tienta tranquilamente y nos aleja del Padre, a través del juego sutil de nuestras disposiciones espirituales? De esto se trata en nuestro examen diario, más que de dar respuesta a nuestras acciones. Por eso San Ignacio hace pedir al ejercitante la luz del Espíritu, dicho de otro modo, "los ojos de la fe", a fin de ver lo que ha sucedido en él, lo que el Espíritu ha hecho, y lo que le ha pedido. Hay tonalidades tan tenues que nuestros oídos acostumbrados al ruido ya no perciben.

Hay que comprender bien de qué manera se percibe la presencia de Dios en una vida. No se encuentra uno con Dios cara a cara, sino en un movimiento y en el momento en que El actúa, es la noche en el corazón. Muchos años después de que reconocemos su paso. Con frecuencia nuestra actividad se adelanta a la de Dios, y perdemos el sentido de la respuesta. Nos volvemos auto-activos y auto-motivados, en vez de estar movidos y motivados por el Espíritu Santo (Rm 8, 14).

Después damos gracias a Dios por los dones recibidos, porque hemos identificado el paso de Dios por nuestra vida. Al mismo tiempo "pedimos perdón a Dios nuestro Señor de las faltas y proponemos enmienda con su gracia" (Ex n. 43). El examen no se acaba con la simple constatación de lo que Dios ha hecho en nosotros. Ha de haber un esfuerzo de lucidez y de amor para comprometernos en la dirección que el Espíritu imprime en nuestra vida. No se trata entonces de querer hacerlo todo, ¡tropezamos con tantas cosas!, sino de descubrir y de sentir el punto preciso de nuestra vida que se debe convertir.

CONCLUSION

Es aquí donde se sitúa la verdadera unión con Dios en la acción. No es un alejamiento de las cosas, ni del mundo, en imposible conciliación. Lo que cuenta es que estemos en lo más profundo de la vida de Dios con nuestra plenitud de hombres (Ef 3, 19). La unión no se encuentra en una división psicológica, pues "Dios debe ser hallado en todas las cosas", pero esta oración en la vida no es posible sino a los que consienten en tener largos momentos de contemplación gratuita. No hay recetas, ni técnicas; la oración continua del corazón es un don, una gracia que Dios hace a los que oran (San Juan Clímaco). Es la unificación del ser espiritual, a partir de la presencia operante del Espíritu Santo en nosotros. Un joven adolescente, que está descubriendo ahora la oración me escribe:
"Mira, tengo la impresión de tocar con la punta de los dedos la verdadera felicidad que yo había olvidado: la sensación que tengo en el corazón es ésta: se diría que late de un modo distinto desde que se ha vuelto a abrir a Dios".

"Cuando el Espíritu Santo fija su morada en el hombre, éste ya no puede interrumpir la oración, porque el Espíritu no cesa de orar en él. Ya duerma, ya vele, la oración no se separa de su alma. Mientras come, bebe, está acostado, se exhala espontáneamente de su alma. En adelante, ya no domina la oración en los períodos de tiempo determinado, sino en todo tiempo" (Isaac el Sirio, Tratado, 174).

(Traducido con permiso para KOINONIA de la Revista TYCHIQUE, Noviembre 82, Núm. 40, pgs. 3-11).



Tentaciones contra la alabanza

por Manuel Rodriguez Espejo, Sch. P.

En Habacuc 3, 17-19 se lee: "Aunque no dé sus yemas la higuera, y sus frutos la vida: aunque falte la cosecha del olivo y no den mantenimiento los campos; aunque desaparezcan del redil las ovejas y no haya bueyes en el establo, yo siempre me alegraré en Yahvéh y me gozaré en el Dios de mi salvación. Yahvéh, mi Señor, mi fortaleza, que me da pies como de ciervo y me hace correr por las alturas".

Hacer oración de alabanza, alabar, es como entrar en una nueva dimensión de la vida de oración. En la alabanza describimos la realidad de Dios, no nos describimos a nosotros mismos. Por ejemplo:
"Te alabo, Padre, porque eres bueno…",
"Padre, eres maravilloso: te alabo…",
"Señor, todo lo has hecho bien. Aleluya... "

Así, la alabanza desarrolla una nueva y gran sensibilización a la presencia, a la cercanía y a la acción de Dios (es decir, a su providencia) en nuestra vida y en nuestra sociedad. Pero precisamente porque la alabanza es tan importante que constituye "nuestro deber y la fuente de salvación", "cosa buena, justa y bella", se dan muchas tentaciones contra la alabanza de parte del Maligno. ¡Bien sabe él que si nosotros alabamos, no tiene nada que hacer con nosotros! Veamos algunas de estas tentaciones:

1.- Hacer o querer hacer todo en nuestra vida, menos alabar; estar de tal manera ocupados en el "apostolado", entre comillas, o en la oración de petición, que no dispongamos de tiempo para la alabanza.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: que no tenemos confianza en el fruto de la alabanza; que queremos ver el fruto de lo que hacemos; que nos dejamos dominar de un criterio matemático y no de fe... ; y como si doy limosna, o si visito a un enfermo, o si doy catequesis, o hago "apostolado social"... me parece ver el fruto, mientras que si alabo, me parece perder el tiempo de cara a las necesidades de los hombres, o me creo eso que a veces se dice de los carismáticos, que somos intimistas, espiritualistas, desencarnados... , entonces no alabo.

Deberíamos creer todo lo que la Palabra de Dios y la Plegaria eucarística IV nos dice, y poner en el primer lugar de nuestra vida la alabanza.

2.- No alabar cuando nuestras obras no son buenas, por ejemplo porque hemos pecado o hemos dejado de hacer algo positivo y posible; o porque en ese tiempo nos encontramos poco generosos, o no nos encontramos "consecuentes", porque nuestras obras no van de acuerdo con nuestras palabras o deseos.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que nuestra alabanza toma su valor de nosotros mismos, de nuestras buenas obras, olvidando que la alabanza es especialmente un don gratuito que Dios otorga a quien quiere y cuando El quiere, y jamás se merece; olvidar que la alabanza es una oración que el Espíritu hace en nosotros: es el Espíritu quien alaba al Padre en mí, y, por esto, la alabanza es "fuente de salvación" y es lo que más agrada al Padre. La raíz es, en síntesis, creer que son nuestras buenas obras -y no la gracia (don, gratuidad) de Dios- lo que nos salva.
No deberíamos dejar de alabar cuando nuestras obras no son buenas. Más aún, rolo alabando podremos un día, cuando Dios quiera y como El quiera, no cuando nosotros y como nosotros queramos, convertimos.

3.- No alabar cuando no sentimos en el corazón palabras de alabanza, es decir, no alabar cuando nos parece que nuestra alabanza no sale espontánea y alegre del corazón.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que soy un hipócrita si alabo con palabras que no salen del corazón; creer que el hombre es pura espontaneidad, puro sentimiento, y olvidar que la autenticidad humana es algo más que pura espontaneidad...; creer que nuestra alabanza vale más cuando la hacemos con palabras espontáneas y bellas...

Deberíamos tener siempre presente que quien mejor nos conoce es Dios - ¡es El quien nos ha hecho como somos!- y, por tanto, Dios jamás nos pedirá nada que en ese momento no poda?mos darle. Siendo verdad que debemos "darle gracias, es decir alabarle, siempre y en todo lugar", sabemos que no siempre la expresión de esta alabanza puede salir de lo profundo de un corazón alegre, y que muchas veces nos faltan las "palabras sentidas”... Deberíamos recordar siempre que Dios espera de nosotros en todo momento sólo aquello que le podemos dar y todo (nada menos) aquello que le podamos dar: presencia sin palabras, palabras sin sentimiento, sentimientos sin palabras... ¡Atentos, hermanos: no deberíamos dejar de venir al Grupo cuando nos encontramos incapaces de hablar, de alabar en alto; esto sería caer en la tentación que nos tiende el Maligno.

4.- Abandonar la alabanza (comunitaria o privada) porque nos "molesta" un hermano o una hermana del Grupo, nos molesta con su manera de alabar o con su forma de ser y de obrar.

¿Cual es la raíz de esta tentación?: que hacemos depender nuestra alabanza no de la realidad de Dios, sino de nuestra pequeña y limitada realidad. Si es verdad que muchas veces hemos venido al Grupo de Oración por un hermano, por no despreciar su invitación, por agradarle... no es menos verdad que en la alabanza no deberíamos tener en cuenta ninguna persona ni ninguna cosa, aunque estas palabras suenen muy duras. Por otra parte, en la vida cristiana ocurre lo mismo, es decir, no creo ni obro el bien por lo que me han dicho los hombres, sino por Dios. Lo que se dice de la alabanza puede decirse igualmente de la fe y de toda la vida cristiana, porque alabar es vivir como cristianos, y la vida del creyente consiste en alabar.

Deberíamos elevar nuestro corazón a Dios en la alabanza, deseándolo por sí mismo y no por sus dones. Deberíamos centrar la atención en El y dejar que ésta fuera la única preocupación de nuestra mente y de nuestro corazón. Deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para olvidar, en el momento de la oración de alabanza, a los restantes compañeros del Grupo, sus formas de alabar, sus palabras... Es difícil de explicar, pero lo que deseo decir es que en la alabanza tenemos necesidad de un corazón tan grande y tan tierno que sea capaz de no pararse en las palabras del hermano para juzgarlo, que no anda a la caza de herejías o exageraciones..., sino que seamos capaces, como las madres que comprenden al hijito o al marido enfermo aun cuando no hable correctamente, porque no escuchan con la cabeza sino con el corazón y un corazón abierto, amoroso... Con otras palabras: deberíamos escuchar al hermano que alaba en alto, para hacer nuestra su alabanza, y, al mismo tiempo, no escucharlo para poder atender a Dios...

5.- Venir al Grupo a conseguir cualquier fruto concreto, es decir, venir a convencer a Dios para que El haga mi voluntad en vez de escucharle yo y poner en práctica su voluntad. Y quiero recordar que esta actitud es igualmente nociva, aun en el caso de que lo que yo quiero imponer a Dios es "que me haga mejor cristiano" o que me conceda "hacer esta o aquella obra buena"...

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: en el fondo es la misma de las anteriores tentaciones: que me cuesta una muerte el aceptar que sea Dios quien disponga, quien tome la iniciativa. Más aún: que me cuesta aceptar que la vida cristiana no consiste en domesticar yo a Dios, sino en dejarme yo domesticar por El. Este precisamente es el objetivo de la oración de alabanza: escuchar con el corazón la Palabra de Dios, su voluntad, su inspiración, creerla confiadamente y, después, con su ayuda y no con mis pocas fuerzas, practicarla, es decir, hacer de mi vida "una víctima de alabanza" (plegaria IV). Deberíamos venir al Grupo "gratuitamente", sin postura comerciante..., venir al Grupo a dar y no a recibir: a dar gloria a Dios, y no a robarle su gloria... Y, por tanto, no deberíamos dejar de venir cuando Dios no nos hace ver nuestro mejoramiento o cuando nos parece que Dios no nos otorga aquello que le pedimos... La alabanza no se puede instrumentalizar: el cambio que podemos ver en nuestra vida o la curación de otra persona, son la consecuencia de la alabanza, pero no la causa o motivación.

6.- Creer que la alabanza es alienación o espiritualismo que exime de un serio compromiso ascético y social, como dicen los que no nos conocen ni nos aman.

¿Cual es la raíz de esta tentación?: aquel sentimiento (no concorde con el pensamiento de Jesús) que tuvo Pedro en la Transfiguración: "Señor, qué bien se está aquí: si quieres, podemos hacer tres tiendas...". La raíz es, con otras palabras, ir más allá de la fe, confundir la fe con la magia: encontrarse tan a gusto alabando que nos olvidamos de trabajar seriamente en nuestro progreso cristiano y en la mejora de las condiciones sociales de este mundo, "como si Dios lo fuera a hacer sin nuestra colaboración". El hombre vive continuamente la permanente tentación del extremismo: no creer nada o creer todo indiscriminadamente...

Deberíamos creer que Dios puede hacer lo imposible, pero, al mismo tiempo necesitamos tomar nuestra parte de responsabilidad. Por esto alabar no es sólo orar, sino que es, también y en primer lugar, vivir en la obediencia a Dios, quien nos envía a ayudar a los pobres y necesitados.

7.- Creer que alabar a Dios por todo (por lo bueno y por aquello que nos parece desgracia, por la riqueza y la pobreza, por la salud y la enfermedad, por la virtud y el pecado...) puede conducir a cierto fatalismo o indolencia.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: tener como primer criterio nuestra lógica humana, nuestra racionalidad; querer someter a Dios a nuestra manera de juzgar las cosas: determinar nosotros lo que es bueno y malo, olvidando que Dios ha hecho de la cruz gloria, del sufrimiento alegría, de la mujer estéril madre de muchos hijos, de la debilidad fortaleza, de la muerte resurrección y vida...

Deberíamos ser menos racionalistas y más creyentes; deberíamos siempre hacer todo lo posible por obrar el bien y evitar el mal, pero después (después y no antes de hacer nosotros todo lo posible) alabar al Señor por el resultado, cualquiera que éste fuere, teniendo presente que José vendido por sus hermanos será el que salvará a su casa del hambre.... que Jesús muerto será el vencedor de la muerte...

8.- Creer que puesto que la alabanza es un don y yo soy "malo" con Dios, no puedo obtener tal don, no estoy llamado a la alabanza: creer que alabar es para los otros, para los puros y santos...

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que Dios, como hacemos los hombres, ama sólo a los buenos y da sus dones sólo a éstos. El amor de Dios es totalmente distinto al nuestro: en el cielo habrá más alegría por un pecador que acoge la salvación gratuita de Dios que por 99 justos...

Alegrémonos, creamos en Dios, mirémosle a El y no al Maligno; seamos "pequeños" y confiados, y confesemos el amor, la potencia y la maravilla del Dios tres veces santo: esto es alabar.