PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR

"Revestíos del Señor Jesucristo"

Hoy se hace al hombre una copiosa oferta de ideales de perfección, elaborados por numerosas escuelas humanistas o por las distintas religiones naturales. No faltan cristianos que tratan de entrar en esta reñida competencia, queriendo hacer una amalgama sincretista de los elementos más contrapuestos y ajenos al cristianismo. La santidad a la que el cristiano debe aspirar, de acuerdo con las metas que le marca su Maestro, es algo único y sin precedentes, y que se debe admitir en toda su pureza y sin adulteraciones extrañas.

La manifestación del Espíritu de Jesús en Pentecostés es lo que da origen a la realidad de la santidad cristiana.

A diferencia de todos los demás ideales, es algo que el hombre no puede elaborar con su propio esfuerzo, sino que le viene dado desde arriba como pura gratuidad. El cristiano no se santifica, sino que es santificado, recibe la unción venida del Santo, participa de la misma santidad de Dios, es animado por el Espíritu Santo y lleva en sí la fuente de la santidad divina.

La expresión más bella y profunda que podamos hallar nos la ofrece el Nuevo Testamento, cuando nos dice que el cristiano se despoja del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo según la imagen de Cristo (Col. 3, 9-10).

Esto es precisamente revestirse del Señor Jesucristo (Rm 13, 14). El hombre, que tanto aprecia la buena presencia y el decoro de su persona, alcanza en Jesús tal rango de dignidad y elegancia que en este mundo no podemos imaginar. Es una vestidura sagrada, un "traje de boda" (Mt 22, 12), algo con lo que también la misma Iglesia como "Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura" (Ap. 19, 7-8), que no se queda en el exterior, sino que, lo mismo que el bautismo en el Espíritu, penetra y transfigura todo el ser. Un día lo contemplaremos cuando nos veamos revestidos del Señor, "gloriosos como El" (Col. 3, 4), porque aún no se ha manifestado lo que seremos, pero "cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). La sabiduría divina dice que el Señor es "glorificado en sus santos" (2 Ts. 1, 10) y que éstos "juzgarán al mundo" (1 Co. 6, 2).

La exigencia de una vida santa es la base de todo el mensaje de la R.C., y el primer objetivo de su acción ha de consistir en suscitar entre todos los cristianos la inquietud y el anhelo sagrado de santidad, señalando también con signos y realizaciones concretas la meta que nos propone el Señor: "como vuestro Padre celestial" (Mt. 5, 18). No puede haber tan fácil concesión a la mediocridad y decaimiento.

Lo que más necesita la Iglesia son cristianos en los que se pueda reconocer a Jesús Salvador. El testimonio, la evangelización, el compromiso, la alabanza, consisten ante todo en reproducir en la propia vida "la imagen de Jesús" (Rm. 8, 29).

Todo esto, si no lo conociéramos por la revelación divina, si no lo hubiéramos visto realizado en torno nuestro en "tan gran nube de testigos" (Hb. 12, 1), nos parecería un ideal inalcanzable para la flaqueza humana.

Pero creer en Jesús Salvador y Señor implica siempre la aceptación de la obra que El realiza en nosotros y la seguridad de que "Dios, que da la vida a los muertos y llama las cosas que no son para que sean" (Rm. 4, 17), llegará un día en que "transformará este miserable cuerpo nuestro en cuerpo glorioso como el suyo" (Flp. 3, 21), haciendo nuevas todas las cosas (Ap. 21, 5).




La R.C. como renovación del misterio de la Iglesia

por el Cardenal L.J. SUENENS


Reproducimos a continuación la conferencia que el Cardenal SUENENS pronunció en el Encuentro Internacional de la R. C. celebrado en Paray-le-Monial (Francia) en julio de 1983. La traducción es de KOINONIA.

El Vaticano II fue un Pentecostés para toda la Iglesia.

En la prolongación de este Pentecostés se debe enmarcar la R.C.

Hemos de mirar siempre la Renovación bajo la perspectiva de continuación del Concilio Vaticano II.

Misión importante de la Renovación es enseñar de nuevo a los hombres a descubrir el Misterio de la Iglesia.

Ella misma es renovación de este misterio.

Todo cristiano es carismático.

Hay que dar a la Renovación un nombre que muestre que se trata de una gracia para todos los cristianos. El verdadero rostro de la Renovación es entrar en el misterio de la conversión. Para ello debe poner el acento
en las virtudes teologales.

Al principio fue la R.C. como una etiqueta para unos cristianos muy especiales. Poco a poco va penetrando en el clima general de la Iglesia, para convertirse en algo normal para todos.

Chesterton tiene una frase muy feliz a propósito de cierto autor llamado Wilson que escribió un libro con el título "Lo que yo pienso sobre Dios". Al hacer la recesión de esta obra escribió Chesterton: "el señor Wilson acaba de escribir un libro para decirnos lo que piensa sobre Dios. Quizá sea esto interesante, pero aún sería más interesante saber lo que Dios piensa sobre el señor Wilson."

Quisiera aplicar esto mismo a la Renovación. En la R.C. es interesante saber lo que piensa cada uno sobre la misma, pero yo preferiría descubrir lo que Dios piensa sobre la Renovación. Es difícil escrutar el misterio de Dios, pero ¿cuál es exactamente el significado profundo de este acontecimiento mundial que llamamos Renovación Carismática?

Creo que para penetrar en este significado, para leer realmente los signos de Dios (se habla mucho de los "signos del cielo", pero se los busca en la tierra, en vez de buscarlos en el cielo), hay que indagarlo en la continuidad de aquella renovación de Pentecostés que fue el Vaticano II para toda la Iglesia a nivel de Obispos. Hay que unir profundamente la Renovación con lo que pasó durante el Concilio.



I. - LA R.C. ES ANTE TODO RENOVACION DEL MISTERIO DE LA IGLESIA

A nivel de Obispos, el Vaticano II fue un Pentecostés para la Iglesia. Juan XXIII les había escrito una carta antes del Concilio en la que decía: "no sabemos lo que es un Concilio. Todos somos novicios en materia de Concilio, pero os pido que leáis de nuevo los Hechos de los Apóstoles. "

El Vaticano II es una relectura que todos los Obispos hicieron de los Hechos de los Apóstoles para aplicarla a la Iglesia universal. Releamos, por tanto, nosotros los Hechos de los Apóstoles. Releamos la primera página de la historia de la Iglesia. Releamos lo que pasó el día de Pentecostés cuando se fundó la Iglesia. Es una vuelta a la fuente eclesial por excelencia.

Para poner bien de manifiesto este aspecto de Pentecostés Juan XXIII hizo aquella oración tan preciosa:
"Te pedimos, Señor, que renueves entre nosotros, para nuestro mundo, la gracia de Pentecostés cuando estuvieron reunidos los cristianos con María en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo, la gracia de un nuevo Pentecostés para tu Iglesia."

Esta presencia profunda del Espíritu se pudo constatar en cada una de las cuatro sesiones del Concilio. De ello puedo dar fe.

Todavía no está disponible para todos la documentación del Concilio, pero los historiadores del futuro lo podrán comprobar. Se prepararon setenta y dos documentos sobre todos los temas imaginables en relación con la renovación de la Iglesia. Si miramos los documentos que al final resultaron de las cuatro sesiones, podemos ver que solamente hay dieciséis. Se dio una metamorfosis de aquellos textos, un cambio profundo. Excepto el primero, el de la Liturgia, que estaba muy bien, todos los demás sufrieron modificaciones importantes y algunos fueron rechazados. El documento que después quedaría con el nombre Lumen gentium no mencionaba al principio ni una sola vez el Espíritu Santo. Si nos fijamos ahora en él veremos la acentuación trinitaria que tiene.

Aquello que se dio en los Padres Conciliares fue el nuevo Pentecostés a nivel de Obispos.

Pero el Espíritu Santo sigue una línea de continuidad. El nuevo Pentecostés, que nosotros los Obispos vivimos entonces, el Señor quiere que se viva hoy a nivel de todo el pueblo de Dios. Esta es la Renovación de la que hablamos: la prolongación del Concilio. Nunca hay que separarla del Concilio, pues no es algo distinto, sino que en sí constituye el mismo trabajo de renovación Pentecostal que se realiza a nivel de todo el pueblo de Dios. No digo a nivel de laicos, sino a nivel del pueblo de Dios que somos todos los bautizados.

Una página profética del Concilio

Si miramos la Renovación bajo la perspectiva de continuación del Concilio hallaremos una página profética en el documento Lumen gentium, en la que los obispos resaltan la importancia de creer en este reavivamiento de todos los dones del Espíritu Santo. Es toda una página dedicada a los carismas, que ha servido de preparación para la Renovación, ofreciéndonos por adelantado una garantía de esta relectura que estamos viviendo de los Hechos de los Apóstoles.

Hay que leer una y otra vez esta importante Constitución Lumen gentium. Mucho me temo que no se lea hoy suficientemente este texto fundamental que nos revela el misterio de la Iglesia.

Nos encontramos al comienzo con el capítulo primero sobre "el misterio de la Iglesia", título que parece que no se ha leído lo suficiente, pues aún se sigue hablando, sobre todo en la prensa y en la radio, de la Iglesia institucional, de la Iglesia sociológica, de la iglesia en su visibilidad de pobres hombres que somos todos nosotros.

Pero la Iglesia es el tesoro y el misterio de Dios, que nosotros llevamos en vasos de barro, la Iglesia es Jesucristo que sacramental continúa su vida entre nosotros. Esto es lo que nosotros ante todo debemos descubrir y hacerla vivir después a nuestro alrededor.

Aquí se inserta la Renovación. Es una renovación del misterio de la Iglesia. A Jesucristo hemos de encontrarlo allí donde está, de lo contrario no tendríamos más que un Jesús de Nazaret histórico, deteniéndose la historia en su tumba. Pero no es así. El misterio de la Iglesia es el misterio de esa resurrección pascual, el misterio del Espíritu Santo enviado por Jesucristo vivo para animar su Iglesia. No es el sacerdote quien nos ha bautizado, sino Jesucristo a través del ministerio del sacerdote. No es el obispo quien me ha confirmado, es Jesucristo por la unción del Espíritu a través del ministerio del Obispo. No es el sacerdote quien me absuelve en la confesión. Es Jesucristo el que por su boca me dice "Yo te perdono". El está en el corazón de todos los sacramentos actualizado por el Espíritu Santo.

Redescubrir la Iglesia

Por esto, para mí, la primera misión de la Renovación es enseñar de nuevo a los hombres el misterio de la Iglesia. Los hombres necesitan volverlo a escuchar. Los jóvenes principalmente dicen SÍ a Jesucristo, pero NO a la Iglesia. ¿Pero esto qué quiere decir? Un SI a "cierto" Jesucristo nada más. Les molesta el Jesucristo resucitado.

Hay que abrir camino y decir: Sin Iglesia no tendríamos a Jesucristo. Sin Iglesia Jesucristo estaría muerto en el sepulcro de José de Arimatea. Sin Iglesia no podríamos poseer su Palabra. Es la Iglesia la que nos ha transmitido las Sagradas Escrituras y sin ella no tendríamos el Nuevo Testamento. Es la Iglesia la que hizo el discernimiento de lo que es apócrifo y de lo que está inspirado.

Sin la Iglesia no podríamos hacer las interpretaciones esenciales. Ella nos da la garantía de auténtica interpretación en todo cuanto leemos en las Escrituras. "Tomarán en las manos las serpientes... “(Mc. 16, 18): es un hipérbole y no significa que haya que tomar las serpientes en la mano, la Iglesia me dice que significa que hay que tener coraje. Pero si en páginas anteriores leo: "esto es mi Cuerpo" o "esta es mi Sangre": ¿cómo sabemos que no se trata de un símbolo? Es la Iglesia la que nos lo enseña y nos dice que hay que tomarlo en su sentido profundo.

Sin la Iglesia no tendríamos a Jesucristo.

Estamos ante un misterio y no lo comprenderíamos sin el Espíritu Santo que Jesucristo envió para que interiormente nos iluminara. "Tengo muchas otras cosas que deciros, pero ahora no podéis con ello; cuando venga Él, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El Espíritu Santo nos da a comprender la Palabra de Jesús.

Transmitamos al mundo este primer capítulo de la Lumen gentium. Que la Renovación sea ante todo esa renovación del misterio de la Iglesia.

Redescubrir el Pueblo de Dios

Si miramos al capítulo segundo vemos que lleva por título "El Pueblo de Dios".

¿De qué se trata? De todos los fieles, de todos los bautizados; por consiguiente, del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de todos los laicos: de nuestra raíz común por la que todos somos hermanos.

En el capítulo siguiente se habla de la Jerarquía, ese otro aspecto de la paternidad de Dios que se nos manifiesta a través de la paternidad del Papa y de los obispos.

Es de gran importancia que seamos portadores de esta gracia para el mundo: los sacerdotes que están en medio de vosotros son vuestros hermanos, pero son también vuestros ?padres en Jesucristo. Los obispos que están en medio de vosotros son vuestros hermanos, "hermanos con vosotros", como dice San Agustín, "pero obispos para vosotros de parte del Señor". El Santo Padre es nuestro hermano...

Leí una vez en el diario "Le Monde" un artículo que llevaba por título "Mi hermano el Papa". No tengo inconveniente en este título, con tal que al final se ponga "fraternal y filialmente". Es difícil imaginar que un hijo diga de su padre que es su "hermano mayor"; en cierto sentido se puede entender si se dice al mismo tiempo "mi padre".

Hemos de llevar al mundo estas cosas fundamentales y sencillas si queremos que la Renovación se inserte en el corazón de la Iglesia y que no sea una palabra que pasa, sino una gracia eclesial que recibimos para nosotros mismos y transmitimos al mundo.



II.- DAR A LA RENOVACION UN NOMBRE DE CARACTER UNIVERSAL

No se trata de hacer ahora toda una relectura del Concilio. Quiero detenerme en la consideración de esta gracia que surgió cuatro años después del Concilio.

Al principio fue muy difícil hallar el nombre exacto. Conviene que reflexionemos sobre este nombre.

Puesto que el misterio de Pentecostés se había convertido en monopolio de los Pentecostales (a David Du Plessis se le ha llamado "Mr. Pentecostés"), había que disociar totalmente Pentecostés y Pentecostalismo. Al principio se dio a la Renovación el nombre de "Neo-Pentecostalismo" o "Pentecostalismo católico". No era expresión correcta, pues no se trata de una especie dentro del género, y tuvimos que hacer toda una labor de purificación teológica.

El Pentecostalismo es una denominación Protestante hecha a partir de la lectura de los Hechos de los Apóstoles, una lectura muy especial que nosotros no podemos aceptar.

Una experiencia religiosa conmovedora, sí, pero una teología muy deficiente, y en la práctica vemos cómo se dividen las denominaciones protestantes con respecto a las interpretaciones. En cada uno de los carismas extraordinarios hay que ver si se trata de una interpretación pentecostalista o de una interpretación aceptable para la Iglesia Católica.

¿Movimiento carismático?

El nombre de "Pentecostalismo" no era correcto y al final se optó por la expresión "Movimiento Carismático". Es algo que hay que revisar, pues si analizamos los términos con rigor vemos que la renovación que estamos viviendo no es un movimiento, ni tampoco algo que se centre en los carismas. Sería peligroso llamar a una cosa según un aspecto que ni siquiera es fundamental.

¿Dónde situar lo que nosotros estamos viviendo? No es un movimiento, no es una organización. Es importante decir esto, porque de lo contrario bloqueamos todas las salidas.

Explicando no hace muchos días a unos cardenales lo que es la Renovación, me decían que está muy bien, pero que les parecía algo similar a otros movimientos ("Comunión y liberación", Focolares, etc.).

Esto es desconocer de qué se trata en la Renovación. La culpa no es de ellos. La historia de la Renovación ha ido evolucionando en este sentido de movimiento y no hemos partido lo suficiente del punto de Pentecostés.

Abrirse a la Iglesia

Mientras no demos a la Renovación un nombre que tenga un significado universal, no podremos salir de este equívoco del particular que se convierte en lo general, y seguiremos en un callejón sin salida. Hay que salir de él y llamar a la Renovación con un nombre que manifieste que se trata de una gracia para todo el mundo, que el Vaticano II fue un Concilio para toda la Iglesia universal a nivel de obispos, y que la renovación que hemos de vivir ahora afecta a todos los cristianos y es una gracia de Pentecostés a nivel de Iglesia universal. Para que lo podamos comprender hay que salir ante todo del círculo de los que han hecho de ella una especialización.

Esto no es fácil, pero hemos buscado otras palabras. Hablé con el P. Congar y me dijo que no le gustaba el término "carismáticos", porque da la impresión de que hay dos clases de cristianos. Esta es la interpretación pentecostalista: los que han recibido la efusión del Espíritu son unos supercristianos. Para los pentecostalistas el primer bautismo es un bautismo en el agua y sólo tiene un significado de conversión, ya que la santificación viene después. Según esta interpretación hay dos capas superpuestas y los carismáticos son los que han recibido de verdad el bautismo en el Espíritu.

Nosotros hemos de afirmar que el cristiano ha sido bautizado desde el principio en agua y en el Espíritu. Esto se ha de tener muy claro, pero aquí nos encontramos con la dificultad de una palabra que es al mismo tiempo genérica y específica.

Estando una vez en Roma me pasó lo siguiente. A los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que en inglés se dicen "Christian Brothers" (Hermanos Cristianos) les pregunté:

-¿Soy vuestro hermano?

-Sí -me contestaron.

-¿Soy Cristiano?

-Sí -volvieron a contestar.

- Entonces ¿soy "Christian Bro?ther"?

-¡No! La misma palabra se usa en dos sentidos.

Todos los cristianos son carismáticos. Hay que salir de este callejón sin salida y para ello creo que la mejor expresión sería Renovación en el Espíritu de Pentecostés, Renovación Pentecostal, Renovación católica Pentecostal. No encuentro otro término.

Ha de ser un término que nos ponga en esta perspectiva: vuelta a Pentecostés, a la gracia de Pentecostés, al Cenáculo de Pentecostés. Allí se dio un misterio de conversión, un misterio de reconocimiento de Jesucristo y de apertura al Espíritu Santo.



III.- LA RENOVACION ES ALGO NORMAL PARA TODOS

Mientras se contemple a la Renovación como personas interesantes que oran de un modo o de otro, y que explotan los carismas, no tendremos el verdadero rostro de la Renovación, que es ante todo entrar en el misterio de la conversión.

Los primeros cristianos eran todos unos convertidos. Tenían que haberse convertido a Jesucristo de su medio ambiente y de su paganismo.

No se puede separar la conversión de la adhesión a Jesucristo: son dos aspectos de la misma cosa. Hay que abandonar al hombre viejo -misterio de despojamiento- para recibir una vida nueva y dejar que Cristo viva dentro de uno mismo su misterio pascual de muerte y de vida. Esto es lo que está en el corazón de la Renovación.

¡Ilumínanos, Señor, para saber lo que es esta apertura al Espíritu Santo, la apertura primera que es el mismo Espíritu Santo!

Lo primero no son los dones, sino el Espíritu. Hay una especie de hipertrofia con respecto a los dones del Espíritu Santo y a los carismas. Eres TÚ, Señor, a quien yo busco." "Tú" y no "Tus", dice San Agustín. A ti y no tus dones.

Hay que hacer examen de conciencia. ¿Qué es lo que busco en la Renovación? ¿Un encuentro con el Espíritu Santo, dejando en segundo término los dones? Esto es lo primero.

Y después de esto ¿qué? La literatura es extremadamente delicada, pues los dones, los carismas, no tienen una definición definitiva. Es algo así como si tratamos de definir los rayos del sol. Lo importante es el sol: el Espíritu Santo. Después están los dones, las virtudes, los carismas. Entonces, ¿Dónde está lo esencial?

Caminar en la fe, la esperanza y el amor

Es de suma importancia que la Renovación ponga el acento en las virtudes teologales:

Caminamos en una fe desnuda, sin buscar signos ni milagros que ya vendrán de vez en cuando, pero que no son lo primero.

¿Se da en nosotros una intensidad de esperanza ante este mundo desesperado? Si el Espíritu Santo nos da el valor de esperar sobre toda esperanza, esto sí que es un signo auténtico.

Y luego la caridad. Aquí sí que debo confesar que hay en los Hechos de los Apóstoles una línea que me molesta. San Lucas indica que los demás al ver a los cristianos decían:

Mirad cómo se aman. Las personas que pertenecen a los grupos ¿se aman de esta manera? ¿Cómo aman al servicio de los que están a su alrededor, en sus obligaciones sociales, en el mundo?

Es aquí donde hemos de centrar nuestra atención. Misterio de Pentecostés que es encuentro con el Espíritu Santo, apertura a las virtudes teologales y después a los dones y carismas.

Una vida carismática total

Distinguimos entre carismas ordinarios y extraordinarios, pero yo confieso que no sé muy bien lo que significa esta distinción. Dios nos ama de una forma extraordinaria y no nos dice: esto es ordinario y aquello extraordinario. Admito que no es una distinción demasiado fuerte, pero no veo por qué no valorizamos más los carismas ordinarios.

No hace mucho pronunció el Papa un discurso a los obispos de Bélgica y, sin emplear el nombre, les habló de lo que llamaríamos carismas ordinarios. Les decía que en el pueblo cristiano hay catequistas, personas que enseñan la Religión, personas que dan testimonio del Señor, de su Palabra, personas que dirigen la oración, etc. Esto es la vida de cada día.

Cuando entramos en esa zona peligrosa de los carismas extraordinarios corremos el peligro de desco?nectar a la persona que tenga un don extraordinario.

Pero, cuidado. Ahí está el Espíritu Santo y todos tenemos fundamentalmente el tesoro en nosotros con variedades diferentes. Todos tenemos una voz, pero no todos somos una Callas, todos tenemos el Espíritu Santo que habita en nosotros, dándonos poder para orar por las curaciones y obtenerlas, y aquí y allá hay personas escogidas por el Señor, quizá no por mucho tiempo, y por medio de uno y de otro se producen curaciones.

Hay que hacer un discernimiento continuo y no se ha de considerar a los carismas como algo que uno tiene en su bolsillo de una vez para siempre. Uno puede decir una palabra inspirada (podemos decir "profética", en este sentido), pero quizá mañana no. No se es profeta de una vez para siempre. Por tanto, tengamos cuidado.

En cambio se es sacerdote de una vez para siempre y uno está bautizado de una vez para siempre. Por tanto, hay carismas que forman parte de la estructura misma de la Iglesia, y también está aquello que viene y se va, lo que el Espíritu nos quiera dar.

Una oportunidad

Si miramos desde esta perspectiva del Cenáculo, con la mirada del Señor, creo que la Renovación ha empezado y que aún estamos al diez por ciento de lo que puede ser.

El Papa utilizó una palabra muy fuerte para nuestra responsabilidad. Habló de "una oportunidad", de algo, por tanto, que hay que captar cuando pasa porque quizá no vuelva a ocurrir.

Si queremos ser fieles tenemos por delante un camino enorme para que esta renovación adquiera toda la dimensión de la Iglesia. Demos gracias al Señor por habernos encontrado con ella y vivirla.

Pero debemos abrirnos y seguir abriéndonos para que no sea una especialización sino una gracia universal. He ahí el verdadero Pentecostés.

Que se ha de convertir en algo normal para todos

Para comprender esto podemos fijarnos en la analogía que hay entre el despertar litúrgico y el despertar Pentecostal en la Iglesia.

De vez en cuando hay que poner el énfasis en algún punto para mantener las perspectivas. En el siglo XIX hubo que poner el acento en la Iglesia como misterio de Dios. Los teólogos, y de manera especial los alemanes, como Mühlen, Moeller, la escuela de Tubinga, prepararon el despertar del sentido de la Iglesia. Para llegar a redescubrir el sentido del misterio de la Iglesia se dio a la oración de la Iglesia una importancia preferencial sobre la oración personal. No es que se llegara a destruir la oración personal, sino que se subrayó el culto de la Iglesia, el misterio de la Iglesia, la oración de la Iglesia.

Todo esto no se hizo sin grandes dificultades. En Bélgica hicimos un gran papel a través de Dom Boduin, benedictino del monasterio de Saint Cesar. En un congreso que se celebraba sobre las obras católicas pidió que se le permitiera hablar sobre "la oración de la Iglesia". Se consideró su proposición como una cosa rara y se le dio como respuesta que el congreso era sobre las obras católicas y que su tema no estaba previsto. Dom Boduin recurrió al Cardenal Mercier, mi predecesor, el cual casi obligó a los organizadores a que le diesen un tiempo. Al final se le puso en la sección de... arqueología. Aquello era una cosa curiosa, una rareza de Dom Boduin: ¡hablar de la piedad de la Iglesia! .

Pero poco a poco aquello fue entrando en Mont Cesar con bastantes dificultades, y los benedictinos fueron abriendo camino, convirtiéndose en los grandes promotores de esta renovación litúrgica. Al principio daba la impresión de que se trataba de una cosa de los benedictinos, pero poco a poco se fueron dando retiros a los párrocos y algunos fueron cambiando. Fue una larga historia. Baste recordar cómo en las misas antiguas celebradas en latín apenas si había diálogo y cómo apareció más tarde el misal de los fieles.

Permitidme aquí una anécdota personal: cuando yo era joven recitaba durante la misa unas trece letanías que yo había ido coleccionando, hasta que con el tiempo descubrí el misal y más tarde la misa dialogada.

Fue ésta una transformación lenta que entrando por la puerta grande vino a culminar en el Concilio Vaticano II con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia y la adaptación a las lenguas vivas. Pero esta historia no ha terminado aún y queda todavía mucho trabajo que hacer para revitalizar la liturgia.

Estamos en el primer estadio

Lo mismo ocurre con la renovación carismática. Al principio parecía como una especie de etiqueta para gente especial, pero poco a poco va penetrando en el sentido de la Iglesia, convirtiéndose en algo normal para todos.

Actualmente nadie pensaría que el movimiento litúrgico fue una cosa de benedictinos. Es algo que ha recibido toda la Iglesia.

Nosotros nos hallamos ahora en el primer estadio de la Renovación. Al principio hay grupos de oración, pero esto no son más que las flores de primavera, la cual no va necesariamente seguida del verano y del otoño. La Renovación también son las comunidades con sus variantes, como también las hay en los benedictinos (Subiaco, Montecasino, etc.), y esto es normal. Pero es en esta gran familia donde se puede desarrollar un mismo espíritu y hemos de entrar en el sentido ordinario de la Iglesia, en las parroquias, en las comunidades. Ahí es donde la Renovación tiene que recorrer aún un largo camino.

Algunos sacerdotes ya han hecho experiencias interesantes y otros se preguntan cómo se puede hacer. Muchas veces los sacerdotes no quieren, y en una parroquia lo primero que hay que hacer es convencer al párroco. Ha de empezar por la conversión del párroco, y esto es delicado.

Conozco dos párrocos que han hecho esto admirablemente: Mons. Koeller, en Viena, y Mons. Sullivan, en Inglaterra. Sería interesante conocer estas experiencias.

Hay muchas cosas por hacer. Estamos en el principio. De nuestra fidelidad, y de ser humildemente fieles a la gracia de hoy, depende que la Iglesia entera pueda beneficiarse.

¡Gracias, Señor, por haber dado continuidad al Concilio Vaticano II! ¡Gracias por este Pentecostés a nivel de obispos!

¡Gracias por este Pentecostés que estamos viviendo con todo el pueblo cristiano que está abierto!

Que la gracia del Señor continúe. Amén.




El movimiento carismático y la renovación carismática

por KEVIN RANAGHAN

Durante estos últimos meses el Comité Nacional de Servicio ha estado dirigiendo una llamada a los participantes en la Renovación Carismática Católica, para que reconsideren sus principios espirituales básicos. Nadie afirma que esta lista de puntos fundamentales que el Comité de Servicio publica en su Boletín sea una enumeración exhaustiva. Pero tanto en los miembros del Comité de Servicio. como en los del Consejo de asesoramiento, y en otros líderes del movimiento de la Renovación Carismática, existe una convicción generalizada de que esta lista ofrece un punto de referencia y una base segura para poder hacer una evaluación de la situación en la que nos hallamos y de la dirección en la que nos debemos mover.

Entre los elementos fundamentales de la Renovación Carismática Católica hemos de incluir los siguientes puntos importantes:

l. Conversión personal a Cristo Jesús como Salvador y Señor.

2. Efusión del Espíritu Santo.

3. Aceptación y uso de los dones espirituales carismáticos.

4. Desarrollo de una sólida espiritualidad personal.

5. En un contexto de fe y de praxis que sea plenamente católico.

Estos elementos básicos son los que uno debe esperar encontrar dondequiera que se dé auténtica renovación carismática católica. Ellos han de ofrecernos una fuente de unidad, de comunión, de apoyo mutuo y colaboración entre los participantes de la Renovación Carismática. Aunque los grupos y los individuos se desarrollen siguiendo distintas líneas de espiritualidad y de ministerio, todos podrán mantener una unidad relevante si poseen en común estos elementos fundamentales.

En opinión del Comité Nacional de Servicio, estos principios básicos ofrecen una guía y un calendario concreto para su propio ministerio. Gran parte de la enseñanza de la Revista New Covenant y del Boletín del Comité Nacional de Sevicio estará dedicada a profundizar y exponer el contenido de estos principios, y lo mismo cabe decir de las charlas que se den en la Asamblea Nacional.

El centramos en estos puntos fundamentales nos ofrece una provechosa oportunidad para reflexionar sobre la distinción entre lo que es la Renovación Carismática Católica y lo que es el Movimiento de Renovación Carismática Católica. El que no siempre se lograra una adecuada distinción llevó en el pasado a cierta confusión y frustración.

¿Por qué se llamó Renovación Carismática?

Durante unos años estuvimos usando las expresiones "movimiento" y "renovación" de una forma equivalente. En los comienzos hablábamos de movimiento "Pentecostal" en la Iglesia Católica, después, del movimiento carismático en la Iglesia Católica o de la renovación carismática en la Iglesia Católica. Parecía que los tres términos expresaban perfectamente el compromiso de todo el que había sido bautizado en el Espíritu Santo y asistía a las asambleas de oración y a otras actividades carismáticas. Se tenía la impresión de que esta múltiple terminología era válida, sobre todo con respecto a los individuos y a los grupos que estaban plenamente implicados en la renovación carismática y en su desarrollo. Pero tales expresiones no tardarían mucho tiempo en presentar ciertas dificultades.

El movimiento Pentecostal Católico comenzó en 1967. Hacia el año 1969 o 1970 habíamos empezado conscientemente a adoptar la expresión "renovación carismática" o “movimiento carismático". La razón principal para preferir la palabra "carismática" en vez del término "Pentecostal" fue la constatación de que, si bien había ciertas semejanzas entre los Pentecostales Protestantes y los Católicos, mediaban también diferencias considerables en lo referente a la fe, a la praxis y en la cultura religiosa. Muchos neo-Pentecostales protestantes de primera línea (Luteranos, Episcopalianos y otros) estaban usando la palabra "carismática" en vez de "Pentecostal", y a nosotros nos pareció conveniente adoptar la misma expresión.

Pensábamos también que el usar la palabra "carismática" en vez de "Pentecostal" ayudaría a presentar lo que el Señor estaba haciendo en nosotros de una forma más atractiva para los hermanos católicos que se sentían retraídos por la palabra "Pentecostal".

Creo que el cambio fue bueno, aunque no desprovisto de efectos negativos. La palabra" carismático", por ejemplo, tiene también un significado secular cuando se aplica a los líderes políticos o a figuras famosas. Y dentro de la misma Iglesia algunos opinaban que al llamarnos Renovación Carismática excluíamos a otros católicos, como si quisiéramos significar que no tienen carismas porque no pertenecen a nuestro grupo. (Es muy parecido al problema con el que tuvieron que enfrentarse los Jesuitas en el siglo XVI cuando empezaron a llamarse Compañía de Jesús. Algunos les acusaban de afirmar que los que no pertenecían a su sociedad no pertenecían a Jesús).

Finalmente, el uso de la palabra "carismática" puede haber implicado un énfasis en "recibir los dones carismáticos" o en las experiencias espirituales, más bien que en el acontecimiento Pentecostal del don que es el mismo Espíritu Santo. Sea lo que fuere, nuestra renovación y el movimiento de renovación se llaman" carismáticos" , y es muy probable que así queden.

La distinción importante que quiero hacer no es entre ?los términos "Pentecostal" y "carismático". Creo de más utilidad distinguir entre la renovación y el movimiento.

Inconvenientes al hablar de "un movimiento"

Desde el principio hubo quienes opusieron objeciones al uso de la palabra "movimiento". El término connota una estructura, una organización, unos programas de acción, un conjunto de asuntos a tratar y realizar, y otras cosas por el estilo. Significa una actividad humana organizada y una gran dosis de esfuerzo entre hombres y mujeres para llevar a cabo unas metas y objetivos. Esto no formaba parte de la experiencia de muchos cuando se convirtieron al Señor y fueron bautizados en el Espíritu Santo. Para ellos sus grupos de oración no eran más que reuniones de amigos que se ayudaban unos a otros en la oración, y la renovación que experimentaban era algo que sucedía entre Dios y la persona. Las gracias de conversión y de Efusión del Espíritu Santo, aunque no eran privadas, eran algo profundamente personal que nadie consideraba directamente relacionado con el compromiso para con una organización espiritual o un nuevo movimiento.

El movimiento carismático no fue primordialmente un movimiento, en el sentido de organización, sino un movimiento de gracia de Dios a los hombres y mujeres, un derramamiento gratuito sobre los individuos, para llevarlos a una comunión más profunda con El mediante la Efusión del Espíritu Santo. Esto se convirtió en una nueva vida de fe, de oración, y de frutos del Espíritu.

Pero el pensar y hablar de la renovación carismática como un movimiento llevó a ciertas complicaciones. Hacia el año 1970 la renovación carismática empezó a experimentar un rápido crecimiento y a adoptar todos los signos de un movimiento, en sentido sociológico. Surgieron conferencias, boletines, revistas, grabaciones, libros, comités de dirección, y cosas parecidas, como estructuras nacionales y regionales para esta renovación. En los primeros siete o diez años de la renovación carismática muchas personas comprobaban que al entregarse a su desarrollo y organización apenas si tenían tiempo para otras cosas.

Surgió cierta competencia entre el movimiento carismático y los demás movimientos espirituales en la Iglesia Católica, como los Cursillos de Cristiandad y el Encuentro Matrimonial. Para muchos resultaba muy difícil el estar en más de un movimiento a la vez. Muchos abandonaron otros movimientos y se entregaron a la obra de la renovación carismática porque crecía con tanta rapidez.

Esto fomentó entre algunos de la renovación carismática una idea equivocada de que su renovación era el único lugar en el que "se estaba dando una renovación". En otros movimientos espirituales católicos despertó una resistencia a ser bautizados en el Espíritu Santo y a recibir los dones espirituales, por miedo a ser absorbidos o devorados por el nuevo movimiento carismático. Al mismo tiempo que la experiencia de ser bautizados en el Espíritu Santo acercaba a católicos y protestantes en un nuevo ecumenismo popular, se construían nuevos muros de recelo y separación dentro de la Iglesia Católica entre los que pertenecían al movimiento carismático y los que pertenecían a otros movimientos.

¿Ha tocado techo la R.C.?

En los últimos años ha surgido un nuevo problema. Es la cuestión de si la renovación carismática ha tocado techo.

Algunos líderes y observadores de la renovación carismática, advirtiendo un descenso en la participación en la asamblea nacional, en las suscripciones a la revista, y en el número de los que asisten a las reuniones de oración, afirman que la renovación carismática ha tocado techo y que ha entrado en un periodo de descenso. Nunca he estado de acuerdo con esta opinión. Pienso que no tiene suficientemente en cuenta la proliferación de conferencias diocesanas, locales y regionales, ni tampoco la abundancia de revistas y de boletines que han aparecido por todo el país, y que atraen a muchos lectores que antes no contaban más que con una o dos publicaciones periódicas carismáticas.

Admito, sin embargo, que el índice de crecimiento de la renovación carismática católica ha disminuido en los últimos años. Aunque cada año siguen inscribiéndose por millares en los distintos cursos introductorios y en los seminarios de preparación para recibir la Efusión del Espíritu, no se da la afluencia de gente nueva que caracterizó los primeros diez años de la renovación carismática.

Una cuestión clave aquí es comprender lo que significa decir que unas personas "dejan" el movimiento carismático. Muchas veces quiere decir que ya no asisten a la reunión de oración y que, o que, ya no participan en las conferencias locales o regionales de la renovación carismática, y que, o que, ya no están suscritos a revistas de la renovación carismática. Pero dejar el movimiento en este sentido ¿quiere decir que estas personas han abandonado el proceso de renovación personal? ¿Quiere decir que ya no están bautizados en el Espíritu Santo o que no reciben ni usan los dones espirituales?

Son éstas cuestiones no fáciles de responder, pero, vistas las cosas, tanto desde dentro como desde fuera de la renovación carismática, revela que un gran número de católicos, que en otro tiempo fueron activos en el movimiento carismático, han abandonado las actividades y estructuras del movimiento para entregarse a la Iglesia en otras formas de ministerio y servicio. Quizá dejen tras de sí grupos de oración y días de renovación, pero ahora se están dando al diaconado permanente, al asesoramiento matrimonial, a la actividad catequética, a obras de misericordia, a programas de justicia social. Llegan a estas nuevas áreas de servicio bautizados en el Espíritu Santo, templados por las llamas de Pentecostés, y equipados con celo y dones espirituales para servir a los demás.

Es posible que nos encontremos con hombres y mujeres que han dado de lado el bautismo en el Espíritu y los dones espirituales. Quizá nunca tuvieron una genuina experiencia de renovación en el movimiento carismático, ?o quizá la tuvieron, pero por una razón o por otra la han dejado.

Yo admitiría que estas personas han abandonado. Pero no estoy de acuerdo en que esta expresión sea la que haya que aplicar a los que fueron renovados, criados, y fortalecidos en el movimiento carismático y después fueron conducidos a nuevas áreas de servicio en la Iglesia. Cambiar de lugar no es abandonar.

La renovación y el movimiento de R.C.

La renovación carismática comprende a todos esos hombres, mujeres y jóvenes en la Iglesia Católica -en grupos, en colegios, parroquias, comunidades, o solos, en sus propios hogares- que han sido bautizados en el Espíritu Santo y que son guiados por Dios a una vida más profunda de alabanza, santidad, servicio y amor. Pueden estar o dejar de estar comprometidos en un movimiento, pero están implicados, en la vida y en el ministerio de la Iglesia, en sus propias familias, en su trabajo en el mundo, en sus diócesis, y en sus parroquias.

Por otra parte, el movimiento de la renovación carismática es la suma total de todos los individuos, grupos y actividades que fomentan la renovación carismática en la Iglesia en general. Incluye grupos de oración, seminarios de iniciación, revistas, grabaciones, libros y conferencias, todo lo cual pretende predicar la plenitud del Evangelio, la importancia de ser bautizados en el Espíritu Santo y la realidad de los dones espirituales, en un contexto de fe y de praxis totalmente católico.

El movimiento son las personas que han sido llamadas a realizar juntas la obra de fomentar la renovación carismática. El movimiento no tiene por qué ser tan amplio como la renovación. El movimiento existe como una forma de servicio en la Iglesia para propagar el nuevo Pentecostés dentro de ella. La meta para cada uno de los ochocientos millones que hay en nuestra Iglesia es que sea renovado carismáticamente. La meta no es que todos lleguen a pertenecer a nuestro movimiento.

Los que han sido llamados por Dios a trabajar en el movimiento de la renovación carismática y a fomentar la renovación carismática en toda la Iglesia se deben alegrar cuando otros son guiados a cambiar. También nos debemos alegrar cuando los que están en los Cursillos de Cristiandad, en el Encuentro Matrimonial y en otros movimientos espirituales son bautizados en el Espíritu y permanecen fieles a la vocación específica con la que Dios los ha llamado en su movimiento. Hemos de ver nuestro movimiento como una herramienta en manos de Dios que con el tiempo terminará gastándose a medida que Él vaya dando forma a la gloria futura de su Iglesia.

Creo que tendremos movimiento carismático en los años que han de venir. Y si cada uno hacemos aquello a lo que Dios nos llama, entonces mucho después de que haya cesado el movimiento seguirá floreciendo la renovación por toda la Iglesia.

(Traducido con la autorización necesaria de NEW COVENANT, P.O. Box 7009, Ann Arbor, Michighan 48107, USA, Edición de Junio 1983. págs. 20-22)




Que sean uno...



María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.

Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen Madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen Madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen Madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.

También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.

(De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio cisterciense del I'Etoile, cerca de Poitiers, desde el año 1147 hasta 1167)


I - HERMANO, HERMANA Y MADRE DE JESUS

Dios nos habla siempre a través de su palabra.

A veces en su infinita bondad se vale de una expresión determinada para hablarnos más íntimamente. Quiere vincularnos así a El de una forma entrañable y manifestarse de modo que le podamos conocer y seamos uno con El.

Una frase del Evangelio que me asombra y enternece es aquella:
Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12, 50; Mc 3, 35; Lc 8, 21).

Esta afirmación nos sitúa ante el Dios que es Trinidad: la oímos de labios de Jesús, el Hijo de Dios, el cual nos hace dirigir la mirada al Padre cuya voluntad deseamos conocer, y comprendemos que sólo es posible percibir su voluntad si abrimos nuestro ser al Espíritu Santo.

Cuando el Espíritu Santo cubrió con su sombra a aquella mujer de Nazaret, entró en el seno de la Trinidad una criatura humana, María, y quedó transformada a la vez en hija y en Madre de Dios. En hija, porque el Hijo recibiéndola en el Espíritu le mostró a Dios como Padre, y asemejándola consigo en el amor al Padre la hizo hermana suya. En Madre, porque el Padre, recibiéndola en el Espíritu, le mostró al Hijo y asemejándola consigo en el amor al Hijo la hizo Madre de su Hijo.

Jesús dice: Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre queda unido a mi Padre y por tanto es de mi propia familia, queda unido a mí, y para mí es mi hermano o mi hermana, hijo e hija del Padre. Queda tan unido al Padre que es para mí mi madre.



II - VIRGEN Y MADRE: MARIA, LA IGLESIA, LA COMUNIDAD, EL CRISTIANO

Que una criatura humana pueda oír de Dios que la llama Madre, sólo es posible si acepta que esa maternidad sea obra exclusiva del propio Dios.

María es virgen porque ha sido la mujer llena del Espíritu Santo. María es Madreporque es la mujer que recibió el don de amar al Hijo de Dios de una forma equivalente a como el Hijo de Dios ama al Padre: el amor que va del Padre al Hijo es el Espíritu Santo; el amor que va de María al Hijo de Dios es obra del Espíritu Santo: por eso ella es Madre y por eso ella es virgen.

La Iglesia es virgen y madre porque siempre que hace presente al Hijo de Dios lo hace por el don del Espíritu Santo: el Padre entrega a María el Hijo para la salvación de la humanidad; el Padre entrega el Hijo a la Iglesia para nuestra salvación hoy. El amor del Padre al Hijo no es un amor egoísta que lo retuviera para sí, sino que es amor generoso, amor que entrega al Hijo. María participó de este amor generoso del Padre, y la Iglesia participa hoy al entregar a Jesús, fruto de su vida en Dios, para nuestra salvación.

La comunidad cristiana es virgen y madre. Es virgen cuando en su propia debilidad y pobreza acoge al Espíritu Santo como única fuente de vida. Es madre cuando no retiene para sí el amor de Dios y lo entrega generosamente como el Salvador.

Todo cristiano está llamado a ser virgen y madre, porque todo creyente está llamado a participar en la Trinidad de Dios, a recibir el don del Espíritu para ofrecerse como el Hijo a la voluntad del Padre, para recibir al Hijo como lo recibe una madre y, haciéndolo presente, entregarlo en nuestra historia de hoy. Unos son llamados a ser vírgenes en su espíritu y madres en su cuerpo, otros a ser madres en su espíritu y vírgenes en su cuerpo. En el Dios de la Trinidad todo creyente que hace la voluntad del Padre es virgen y madre a la vez: virgen por su propia pobreza en la que resplandece la obra de Dios, madre porque Dios lo asemeja a Sí haciéndolo capaz de amar gratuita y fielmente.


III. NACIDA DE DIOS PADRE

Dios Padre mira siempre al Hijo, lo mira con tanto amor, con tanta admiración, que siempre está descubriendo en El "algo nuevo". Así es como el Padre nos va "descubriendo" como nuevos miembros en el Hijo. El Padre "descubrió" en el Hijo a María, la hizo su hija nacida de su amor, nacida de su Espíritu.

Dadora del Hijo

El don más precioso que el Padre podía hacer a María era entregarle aquello que Él más ama: su propio Hijo. El Padre sólo entrega al Hijo a quien lo ama con su mismo amor. El padre sólo entrega al Hijo a quien está unido a El. Es el Hijo el que saliendo del seno del Padre se entrega libremente a la humanidad para unirla a Él y dar gloria al Padre presentándole una nueva creación. María conoce el amor del Hijo al Padre: ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre? (Lc 2, 29). María no retiene para sí al Hijo de Dios; lo recibe del Padre y lo da a la humanidad.

En el Espíritu Santo

Es el Espíritu Santo quien realiza el misterio de la unidad en Dios, y de nosotros con Dios. Por el Espíritu Santo tenemos acceso a Dios; para ello sólo una cosa es necesaria: abrir la propia pequeñez a su presencia, abrirla libremente, y, si permitimos que El se adueñe de nuestra debilidad para que nos una al Hijo de Dios que es en sí mismo Dios y hombre, podemos con el Hijo llegar a ser uno sin renunciar a nada de nuestro ser, renunciando sólo al mal. En el Hijo recibimos todo el amor del Padre y deseamos sólo cumplir su voluntad. Y por el cumplimiento de esta voluntad del Padre devolvemos al Padre todo el amor que El nos da y quedamos unidos a El por el amor. Así somos uno en El por el Espíritu, que es este único amor que sale de Dios y que Dios recibe.


Katy Martínez de Sas