KOINONIA 71

La Renovación Carismática

Por el P. Yves Congar


El P. Ives Congar es uno de los más grandes teólogos vivos que ha preparado y asistido como asesor del Concilio Vaticano II. Su obra ha destacado sobre todo por el acento puesto en la acción del Espíritu Santo y la construcción de la Iglesia. Editorial Herder hace unos años nos ofrecía la traducción de su libro "El Espíritu Santo"; recientemente nos ha ofrecido una publicación más sencilla bajo el título "Llamados a la vida". Se trata de una serie de artículos de teología y espiritualidad. Nosotros publicamos gran parte del artículo titulado "Teología del Espíritu Santo y Renovación Carismática" (pp. 107-116).

Las vidas cambian

¿Y la Renovación carismática?
Muchos de entre vosotros la conocéis y participáis en ella. Recuerdo para los demás, lo que es, aunque hay excelentes libros que la han dado a conocer: Wilkerson, los Ranaghan, René Laurentin, el Cardenal Suenens, Monique Hébrard...

De entrada, un don incondicional de uno mismo a Cristo viviente, en el sentimiento de una radical miseria de nuestra vida; una apertura al Espíritu a través del cual actúa el Señor vivo, un acogimiento filial a aquello que él quisiera hacer en nosotros y por nosotros, una ofrenda confiada de nosotros mismos a la oración de hermanos cristianos visitados o habitados por el Espíritu. Entonces sucede una cosa. No de golpe; nada automático. Pero las vidas cambian, están en la paz y alegría, animadas por un gusto nuevo de la oración, sobre todo de alabanza, por un gusto nuevo de la palabra de Dios, por una serena y diligente apertura a los demás.

Las reuniones de oración tienen su estilo propio, con el cual se puede estar o no de acuerdo; también en ellas sucede alguna cosa, no solamente oración o canto "en lengua", sino palabras que pueden iluminar toda una vida ("profecía") y curaciones espirituales o corporales.

Podemos preguntamos por qué suceden estas cosas allí y parece que no suceden en otras partes (cosa que habría que ver). Evidentemente, podemos pensar que hay un entrenamiento, es decir, un condicionamiento del grupo, unos fenómenos de imitación.

Personalmente, no pertenezco a la Renovación, sin embargo, creo que vivo del Espíritu Santo que me da también el gusto por la oración y la palabra de Dios. Con gusto repetiría la oración de San Simeón el Nuevo Teólogo al Espíritu Santo:

"Ven, tú el Solo al solo, puesto que como ves, estoy solo... Ven, tú que en mí te has hecho deseo, que has hecho que te desee... ".

Pero pienso que una explicación psicológica refiriéndose a grupos de intenso poder de entrenamiento es excesivamente corto y hay que acudir al dato auténticamente cristiano de una presencia y de una acción particular del Señor allí donde dos o tres están reunidos en su nombre (Mt. 18, 20), en una comunidad reunida, como tal, en su nombre. Acerca de esto hay testimonios muy claros de la época de los mártires, de san Ireneo: "Allí donde está la ekklesia y toda la gracia" (A.H., 1Il, 24, 1); de san Hipólito: "Se irá diligentemente a la ekklesia, a la asamblea, allí donde florece el Espíritu" (Trad. ap., 35). Me quedo con esta interpretación positiva.


Algunas preguntas

No se trata de que no tenga ninguna pregunta que hacer a la Renovación. Las he formulado en otra parte. Muy brevemente: no me gusta mucho la etiqueta "carismática", en proporción, precisamente, de mi interés por los carismas comprendidos como los talentos y los dones recibidos, que el Espíritu Santo hace servir para la construcción del cuerpo de Cristo.

No quisiera que lo extraordinario, lo espectacular, la expresión entusiasta, eventualmente excesiva, de algunas manifestaciones lleven a identificar carisma con excepcional o sensacional. Pero no quiero insistir en este punto. Experimento un malestar más serio ante una cierta ingenuidad un poco simplista que ve la acción inmediata del Espíritu con demasiada facilidad por todas partes. Inmediatez, es esto: Dios nos indicaría de rondón y en detalle aquello que debemos hacer, interrumpiendo el sano uso de nuestra prudencia; el sentido del texto me sería dado al instante... En todo esto, por mi parte, aprehendería una búsqueda de respuesta o de solución en una relación corta, inmediata y personal, economizando pasos largos y difíciles.

Los autores espirituales han hablado siempre en favor de la sobriedad, en favor de una aplicación paciente y onerosa. Ya sé que se preocupan de esto en la Renovación y no insistiré más en las preguntas o las críticas. Creo que, en conjunto, la Renovación es un don de la gracia de Dios a nuestro tiempo y vaya decir, sin pretender ser completo, cómo vería su lugar y su papel en la Iglesia de hoy.


El Espíritu construye la Iglesia

Hemos conocido una Iglesia tan organizada, estabilizada, que parecía funcionar sola por medio de un encuadre perfecto de la vida. Recuerdo un encuentro ecuménico de los años treinta en el que el pastor Charles Westphal nos decía:

"Vosotros, los católicos, nos dais la impresión de querer economizar el Espíritu Santo... " No hay que pensar que ataco una institución a la que he consagrado lo mejor de mi trabajo. Pero creo que Dios nos llama hoy a darnos cuenta realmente de que es él quien construye su Iglesia. Es Dios, Jesucristo, quien por el Espíritu Santo, suscita sin cesar las actividades por las cuales se edifica la Iglesia, que es su obra.

Ciertamente, Dios actúa en y por las instituciones cuyas bases él mismo ha puesto. No lo discutimos. ¡Oh santo bautismo, oh santa eucaristía de Jesús! Pero vemos que Dios actúa en y por las personas.

Para preparar mis clases del Instituto Católico, he estudiado recientemente los movimientos que abundaron en el protestantismo, sobre todo en el anglosajón, durante el siglo XIX. Provienen de aquello que se denomina el Despertar, cuyos orígenes se remontan a Wesley. Son obra de personas captadas por Jesucristo y que se consagran a su causa con la intención de convertirle el mundo: "en esta generación", decía John Mott.

Esta gran abundancia queda expuesta, en un capítulo de Rouse y Neill, con el título de "Voluntary movements". Es esto: movimientos que no provienen de las instituciones existentes, aunque se inserten en ellas y las revitalicen, sino que tienen su origen en personas que se agrupan y formas un movimiento.

La Renovación me parece emparentada con el Despertar, pero quizás la diferencia de los términos tiene un sentido que sería interesante precisar. No es el único movimiento de este estilo que existe en nuestra Iglesia. Pío XII habló, refiriéndose a la renovación litúrgica, de "un paso del Espíritu Santo por la Iglesia de Dios" (22 de septiembre de 1956).

Lo mismo podría decirse acerca del ecumenismo y de otros movimientos también, pero el parentesco con el Despertar y con los "Voluntary movements" es más claro en la Renovación carismática, que incluso está menos instituida que estos otros movimientos. Hallamos en ella mujeres y hombres conquistados por Jesucristo, entregados a él como al Señor vivo de su existencia, que se reúnen, celebran asambleas libres de oración sin la presidencia de un ministro ordenado, y si alguno de estos ministros toma parte en ella, lo hace como persona atraída, a su vez, por el Señor viviente.

Es verdad que esta moción del Espíritu impulsa a estas personas a ser vivas y fervientes en la Iglesia y a animarla mucho más que a contestarla. Más de un grupo estabilizado se somete al obispo y a su aprobación.


Un rasgo de la Iglesia de hoy

En la medida en que la Renovación se extiende en nuestra Iglesia, entra a formar parte de lo que me parece ser un rasgo de la Iglesia hoy. La Iglesia es todavía aquel gran marco, aquella cuadrícula del país que hemos conocido, y la vida anima marco y cuadrícula. Pero éstos son menos potentes y eficientes que antes.

Por otra parte, me maravilla contemplar, un poco por todas partes, resurgimientos de evangelio en la vida de hombres y mujeres que, visitados por el Espíritu, se entregan de diversas formas a la causa de Jesucristo, el Señor viviente. Se va confeccionando así un tejido de Iglesia de gran valor evangélico, pero que corre el riesgo de ser precario y lleno de lagunas. Un tejido requiere el entrecruzamiento de la urdimbre y la trama.

Esto significa, según mi opinión, la complementariedad de lo instituido y de lo espontáneo, suscitados ambos por el Señor viviente para el mismo fin, la construcción de su cuerpo, hecho de hombres.


Cristo y el Espíritu

Teológicamente se puede vincular esta doble operación de Dios para construir el cuerpo eclesial de Cristo a la doble misión del Hijo-Verbo y del Espíritu-Hálito, que el genial y querido san Ireneo compara a las dos manos del Padre con las cuales forma al hombre. Si solamente pudiera conservar una conclusión del intenso estudio que halló su expresión en mi voluminosa obra sobre el Espíritu Santo, sería la unión de la pneumatología y la cristología: no hay Palabra sin el Soplo, no hay Soplo sin la Palabra.

La salud de toda renovación carismática es la palabra de Dios, la verdad, la doctrina. Pero una doctrina sin el Soplo es una letra muerta y podría convertirse en una pantalla; un impulso del Espíritu sin doctrina podría derivar en ilusión, en anarquía, en un peligroso y vano iluminismo.

Desde el punto de vista de una teología de la Iglesia, se trata de no considerarla solamente como una institución que tiene su origen en el Cristo histórico como su fundador hace casi 2.000 años -aunque lo es- sino como hecha actualmente por el Cristo Señor vivo, como su fundamento permanente. Ahora bien, el Señor vivo actúa por su Espíritu, de tal manera que no se les puede distinguir funcionalmente y que san Pablo escribe:

"El Señor es el Espíritu" (2 Cor 3, 17). No es que confunda las personas: hay una treintena de textos trinitarios en san Pablo; sino que desde el punto de vista de su operación actual el Señor y el Espíritu realizan la misma cosa, el cuerpo universal de Cristo.

El Soplo es aquel que proyecta la Palabra hacia fuera; el Espíritu asegura el porvenir de Cristo en los cristianos a través de la historia. Hace avanzar, en el devenir del tiempo, la verdad que toma del Verbo.


Para el ecumenismo

He vuelto a la teología de la tercera persona, porque la Renovación, considerada como un elemento de la vida de nuestra Iglesia, me parece fundar, por su parte, una conclusión extremadamente importante desde el punto de vista ecuménico. Después de mil años de ruptura y quince años de diálogo caritativo, el diálogo teológico empezó el año 1981 entre la Iglesia ortodoxa y la iglesia católica romana. Felizmente se decidió por unanimidad que este diálogo empezaría por aquello que es profunda y claramente común, a saber, los sacramentos o incluso la naturaleza sacramental de la Iglesia, en virtud de lo cual, a pesar de graves divergencias, los ortodoxos y nosotros pertenecemos fundamentalmente a la misma Iglesia.

Sí, la santa Iglesia católica de Oriente y de Occidente brotada de las mismas raíces, que reconoce los mismo concilios, los mismos padres, y que no ha roto jamás totalmente la comunión. Pero entre estas dos familias existe, desde el mismo tronco, un contencioso grave que se refiere precisamente a la teología del Espíritu Santo. El Oriente mantiene la forma neotestamentaria, "que procede del Padre" (Jn 15, 26); el Occidente confiesa "que procede del Padre y del Hijo". Dejo de lado, sin desconocer su gravedad, la cuestión de la adición unilateral de estas palabras al símbolo. Considero solamente el problema doctrinal.

Una misma fe

Lo he estudiado cuidadosamente en el tercer libro de El Espíritu Santo cuyo subtítulo es: "un río de agua viva fluye a Oriente y a Occidente." He llegado a una conclusión cuya gravedad y alcance puedo medir, pero que, si no me equivoco, no soy el único en mantenerla: los mejores especialistas, el padre André de Halleux en Bélgica, el padre Louis Bouyer en Francia, parece que la apoyan, sin hablar del padre Sergio Bulgakov, que citaré. Mi conclusión es que la misma fe es conservada y vivida en Oriente y Occidente, pero que ha sido formulada en dos teologías diferentes, cada una de las cuales es completa y coherente, y que no pueden superponerse.

Hay que decir también: en dos dogmáticas, puesto que, entre nosotros por lo menos, el Filioque tiene valor dogmático. Es grave.

Habrá que encontrar para el dogma profesado una fórmula de acuerdo o de equivalencia, como ya se intentó en Florencia, pero en mejores condiciones que en 1439. Existen bases serias para ello. Pero la fe vivida es la misma aquí y allí. Miembros de la Renovación, sois la prueba de ello. Todos somos la prueba de ello.

No sé si los ortodoxos leen a nuestros autores espirituales, pero nosotros alimentamos nuestra vida con los de ellos. Me encuentro a mí mismo en san Basilio, san Gregorio Nacianceno el Teólogo, en san Simeón el Nuevo Teólogo, san Sergio, san Serafín de Sarov, en Silvano de Atos, en tantos otros que sería demasiado prolijo citar. Sin hablar de los actuales, Paul Evdokimov u 01ivier C1ément. Sin espíritu anexionista, son nuestros. Alimentan y expresan nuestra experiencia del Espíritu y lo que nosotros creemos acerca de él. Con rasgos particulares, sin duda -puesto que la misma planta, en otro clima, desarrolla aspectos distintos-, la Renovación es la prueba de que el mismo río de agua viva, que procede del trono de Dios y del Cordero (Ap 22, 1), corre tanto en Occidente como en Oriente. Uno de sus poetas, Daniel-Ange, está lleno del raudal oriental, y Olivier Clément lo ha prologado con cariño.

El padre Sergio Bulgakov, a quien he conocido, escribió en su libro Le Paraclet (París 1946, p. 124 Y 141):

"Durante muchos años, en la medida de nuestros medios, hemos buscado las huellas de esta influencia (de la divergencia dogmática acerca de la procesión del Espíritu Santo en la vida y la doctrina de las dos Iglesias hermanas) y nos hemos esforzado en comprender de qué se trataba, cuál era el significado vivo de esta divergencia, dónde y a través de qué se manifestaba prácticamente. Confieso que no he conseguido descubrirla: es más, sencillamente me atrevería a negarla (...). Las dos partes... no pueden demostrar prácticamente ninguna diferencia en su veneración del Espíritu Santo, a pesar de su desacuerdo sobre la procesión. Parece muy raro que una divergencia dogmática tan capital aparentemente no tenga ninguna repercusión práctica, mientras que, normalmente, el dogma tiene siempre una importancia práctica y determina la vida religiosa (...).

Se puede afirmar que ni la Iglesia oriental ni la occidental conocen ninguna herejía vital acerca del Espíritu Santo, la cual hubiera sido inevitable si hubiera habido herejía dogmática. "

Todos vivimos del Espíritu

En la Renovación o sin pertenecer a ella, éste es mi caso, todos vivimos del Espíritu Santo. Esta vida envuelve la teología y la dogmática. A ellas he consagrado el trabajo de mi vida. Creo estar alejado del antidogmatismo y del pragmatismo, pero tengo conciencia del carácter imperfecto de nuestras formulaciones. Tomás de Aquino, mi maestro, dio la siguiente definición del dogma:

"Una percepción de la verdad que tiende a alcanzar esta misma verdad", perceptio veritatis tendens in ipsam. En la vida y la experiencia espirituales tocamos esta verdad o esta realidad misma; o más bien es ella la que nos toca, ya que nosotros no conocemos a Dios -en el sentido bíblico de esta palabra, que implica el amor y un trato familiar- si antes no hemos sido conocidos por él, es decir amados y atraídos a su proximidad... Las representaciones y formulaciones son segundas. No son secundarias, tienen una gran importancia, pero tienden solamente a alcanzar la realidad.

Hermanos, hermanas, os pido que oréis intensamente para que las dos Iglesias hermanas reciban del mismo Espíritu que las habita y las anima el reconocimiento de que confiesan la misma fe recibida de los apóstoles, de los padres y de los concilios que les son comunes.









El sacramento de la Unción de los enfermos

Por Rodolfo Puigdollers

Oración de la Iglesia por los enfermos

El sacramento de la unción de los enfermos ha sido visto con una nueva luz desde el Concilio Vaticano II. En él se nos recordaba que su nombre más apropiado es el de "unción de los enfermos" y no el de "extrema unción", en cuanto "no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida".

La unción de los enfermos es la oración de toda la Iglesia por la cual ésta encomienda los enfermos al Señor paciente y glorioso. Como todos los sacramentos se trata de la oración de la Iglesia que hace presente el cuidado solícito de Jesucristo junto a los más débiles.

La carta de Santiago

Esta solicitud de la Iglesia por los enfermos está atestiguada por el célebre texto de la carta de Santiago, considerado como la promulgación de este sacramento de la unción de los enfermos.

En este texto se señala en primer lugar que la actitud del cristiano debe ir acompañada siempre de la oración: "¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos" (St. 5, 13). Estamos muy cerca de la exhortación de S. Pablo: "siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí" (Ef. 6, l8-l9a). El cristiano debe vivir siempre en la oración, personal y comunitaria, sea en los momentos de sufrimiento, sea en los momentos de alegría.

Sufrimiento y alegría indica aquí toda la vida. Son los "gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias" de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, que -como indica el Concilio- son a la vez "gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo".

Pero en medio de esta situación de "gozos y tristezas" vividos en la oración, aparece la situación de la enfermedad. Las enfermedades y los dolores son una de las mayores dificultades que angustian la conciencia de los hombres, es decir, una de las mayores tentaciones. El escándalo de la enfermedad y del sufrimiento ha oscurecido para muchos el rostro de Dios. Sólo a la luz del misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo la enfermedad y el sufrimiento reciben una luz nueva.

Éste es el significado fundamental del texto de la carta de Santiago: "¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo perdonará" (St. 5, 14-15).

Libre de tus pecados, te conceda la salvación

La oración de los presbíteros de la Iglesia se expresa mediante la unción del enfermo y la petición de la ayuda del Señor con la gracia del Espíritu Santo "para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad".

Se trata en primer lugar de una unción que sumerge en aquel Espíritu que es el perdón de los pecados, en el misterio de la salvación que nos llega por la muerte y la resurrección de Cristo. Como dice el Concilio de Trento, se trata de "la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado". Para el cristiano la salvación, es en primer lugar la purificación interior, la unión profunda a Cristo.

Y te conforte en tu enfermedad

La segunda dimensión de la unción del Espíritu viene expresada con el deseo "te conforte en tu enfermedad". Como dice el Ritual, "confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte... pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos". Se trata de colocar la enfermedad dentro del misterio de la pasión y resurrección del Cristo; de este modo, mediante la oración de la Iglesia, insertándose más profundamente en el sacramento del encuentro de Dios y la humanidad queda vencida la tentación de la enfermedad y el sufrimiento.

No se trata solamente de un consuelo psicológico, de la cercanía de la comunidad o del consuelo de la visita o de la oración cercana. Es el consuelo de la iluminación de la enfermedad y del dolor, puestos a la luz del misterio pascual. Es entrar en la victoria de la muerte y resurrección de Cristo.

La salud

Así, mediante el perdón y el consuelo, el enfermo adquiere la primera y principal salud cristiana. Puede hacerse de nuevo realidad el texto de la carta de Santiago: "¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos". No se encuentra la salud cristiana en la simple salud física, sino en la recta ordenación de todo el ser hacia Dios, aún en medio de la enfermedad.

La verdadera "salud" se encuentra en la unión con la voluntad de Dios. Se trata por lo tanto, en primer lugar, de una "asociación voluntaria a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyendo así al bien del Pueblo de Dios". Unido profundamente a Jesucristo mediante el misterio eclesial, por la unción espiritual de los presbíteros de la Iglesia, el enfermo se sitúa en postura de salvación.

Es dentro de esta salud principal que se sitúa la verdadera salud corporal. Descubrimos la dimensión sanante de la fe, de la recta ordenación. Como dice el Ritual, mediante la gracia del Espíritu Santo "el hombre entero es ayudado en su salud... de tal modo que pueda... incluso conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual'. La salud física, cuando ésta se presenta, brotará como un efecto de la recta ordenación de toda la persona hacia Dios, del equilibrio recuperado con la victoria sobre la tentación introducida por la enfermedad y el dolor.


Alivio y consuelo

La dimensión del consuelo de la unción del Espíritu sobre la enfermedad viene recalcada en las oraciones que el Ritual pone a continuación. En ellas se van describiendo distintos aspectos de este consuelo.

En la primera oración (n" 144) se indica: "Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sanes sus heridas, perdones sus pecados... ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecido por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehaceres de su vida". En otra oración (n" 145) se pide: "reconforta y consuela con tu poder a quien hemos ungido en tu nombre con el óleo santo, para que levante su ánimo y pueda superar todos sus males, y ya que has querido asociarlo a tu Pasión redentora, haz que confíe en la eficacia de su dolor para la salvación del mundo". En la unción de un anciano se indica (n" 146): "concédele que, confortado con el don del Espíritu Santo, permanezca en la fe y en la esperanza, dé a todos ejemplo de paciencia y así manifieste el consuelo de tu amor". En la oración por uno que está en peligro grave se pide (n" 147): "aviva en él la esperanza de su salvación y conforta su cuerpo y su alma". Cuando se administran conjuntamente la unción y el viático (n" 148): "alívialo con la gracia de la santa unción y reanímalo con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, viático para la vida eterna". Finalmente, para uno que está en agonía se pide (n" 149): "se vea aliviado en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón de sus pecados y sienta la fortaleza de tu amor".

La petición de alivio y consuelo predomina sobre la petición del perdón de los pecados y sobre la misma petición de salud corporal. Parece, pues, que en este fortalecimiento espiritual, que nace de la purificación de los pecados y que puede llevar hasta la curación física, se encuentra la gracia fundamental de la unción de los enfermos. La victoria sobre la enfermedad y el dolor, iluminando mediante la oración de la Iglesia la situación concreta en la que vive el enfermo con la luz del misterio de la muerte y resurrección del Cristo, es la gracia fundamental de la unción.


La dimensión sanante del misterio de la Encarnación

En la bendición del óleo la liturgia resalta la dimensión sanante del misterio de Cristo. La primera bendición (nº 140) la expresa de una forma genérica: "Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencia de los enfermos por medio de tu Hijo". Parece que se sitúa más bien en una línea creacional, cuando continúa: "Tú que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores". Podría interpretarse esta oración en la línea de los milagros y las curaciones.

Sin embargo, las otras bendiciones, más profundas teológicamente, hacen resaltar la dimensión encarnatoria. Se recalca en primer lugar (nº 141) que Dios, Padre todopoderoso, por nosotros y por nuestra salvación ha enviado a su Hijo al mundo. Luego se recalca la dimensión sanante de la encarnación: "Hijo Unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para curar enfermedades". La encarnación de Jesucristo trae la salvación al género humano, salvación que afecta toda la dimensión del ser y sitúa también el cuerpo dentro de la historia de salvación. De este modo se realiza la verdadera curación-salvación, que puede suponer en ciertas circunstancias la curación física. En Cristo toda nuestra dimensión corporal y espiritual encuentra su sanación. Unidos a él, encontramos la salud.


El Cristo sufriente

Hay que evitar reducir la unción de los enfermos a un perdón de los pecados o a una oración de curación física. Como dice el Ritual:

"Aun cuando la enfermedad se halla estrechamente vinculada a la condición del hombre pecador, no siempre puede considerarse como un castigo impuesto a cada uno por sus propios pecados. El mismo Cristo, que no tuvo pecado, cumpliendo la profecía de Isaías, experimentó toda clase de sufrimiento en su Pasión y participó en todos los dolores de los hombres: más aún, cuando nosotros padecemos ahora. Cristo padece y sufre en sus miembros configurados con El". La salvación de Cristo no es la simple salud física. O, mejor dicho, la simple salud del cuerpo no es la verdadera salud. La salud integral se encuentra en la vivencia de la voluntad de Dios, en la ordenación de toda la vida según el designio del creador, manifestado plenamente en el misterio de la muerte y Resurrección de Jesucristo.