4.- RESPUESTA DEL HOMBRE A LA MISERICORDIA DE DIOS

 LA DIVINA MISERICORDIA

4.- RESPUESTA DEL HOMBRE A LA MISERICORDIA DE DIOS
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1.- Presentación y cuentito.

2.- Introducción.

Es bueno dar una mirada a las enseñanzas anteriores para ubicarnos en la presente.
Sabemos que Dios ama con un amor infinito y por él crea todas las cosas, y crea al hombre. Al pecar el hombre, pierde la amistad con Dios y se esconde de Él y esto lo lleva a una vida desgraciada, llena de enfermedades y sufrimiento. Pero Dios no abandona al hombre y su amor se transforma en misericordia hacia la desgracia del hombre.

Para que el hombre pudiese palpar la misericordia de Dios y así aceptar esa misericordia, Dios entrega a su propio Hijo, para que tomando nuestra propia carne se hiciese visible la misericordia de Dios. Jesús es, pues, el icono de la misericordia de Dios; toda su vida rezuma misericordia hacia el hombre, al pobre, al que sufre, al que lo necesita. Y lo completa, al dar su vida por todos nosotros y abrir su Corazón Divino, lleno de misericordia, a toda la humanidad.

En la tercera enseñanza nos dimos cuenta de qué manera viene Jesús a sanarnos, a cada uno de nosotros, de nuestras enfermedades, tanto físicas como espirituales. Viene a liberarnos, con su Misericordia, de nuestros sufrimientos, y si es posible de nuestras enfermedades; y así mismo viene a liberarnos de aquellas heridas escondidas en lo íntimo de nuestro ser y que nos producen miedos, rechazos, zozobras
3.- Ante todo este panorama que ya hemos descubierto, es necesario dar un paso más y ver cómo debe ser nuestra respuesta a tanta Misericordia, para que dicha Misericordia pueda obrar en nosotros. Pues ya sabemos que la Misericordia de Dios  solo actúa si nosotros nos abrimos a esa misericordia. El hijo pródigo, solo al regresar, recibe la misericordia de su Padre.

En la enseñanza anterior vimos cómo Dios desea convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. “Yo he venido para que tenga vida y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10). Un corazón de piedra es un corazón muerto, es un corazón egoísta, es un corazón cerrado a las relaciones de la vida a causa, muchas veces, a heridas  dolorosas del pasado, es un corazón cerrado al amor. Un corazón de carne es un corazón que palpita, que está vivo, que tiene relaciones. Es ahí, en esas relaciones cerradas en donde la Misericordia de Dios desea actuar, para que nuestras relaciones se purifiquen, se restablezcan; y es ahí en donde también nosotros debemos abrirnos a esas relaciones para que la Misericordia las sane y podamos decir que estamos vivos.

Las relaciones que debemos trabajar son: la relación con los demás, la relación  con Dios y la relación con nosotros mismos.

4.- La relación con los demás
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El hombre, por naturaleza, no está solo, no puede vivir solo. El hombre forma parte de un todo y por ello se encuentra rodeado de su familia, de sus amigos, de sus vecinos, de sus compatriotas, de la humanidad entera. Con ellos se relaciona, se vive, se actúa. Tenemos necesidad de ellos y ellos nos necesitan. El fundamento de todo ello es el amor, que es entrega, que es reciprocidad, que es vida.

Todo este paraíso de bienestar con los demás está dañado por el pecado. Satanás quiere destruir la vida y por tanto intenta romper toda relación de amor que viene de Dios  e impedirme traer a los demás el amor que yo podría dar. Ante la falta de amor nos encontramos en un mundo de odios, de rencores, de amarguras, de egoísmos. Ante ese mundo, el corazón del hombre se llena de heridas y se cierra. No es extraño encontrar personas depresivas, llenas de odio y rencor hacia los demás, y muchas veces sin saber el por qué. Es el caso, por ejemplo, de una persona que no puede convivir con los hermanos de un grupo de oración, que siempre está arisco, que tiene conflictos con este y con aquél; la causa no era otra que en un momento de su vida de niño no recibió el amor de sus padres que necesitaba.

Es indispensable que la Misericordia de Dios llegue a esos corazones para que se abran al amor; y para ello se necesita la decisión de la propia persona con la ayuda de algún hermano, para ir al encuentro de la Misericordia. El hijo pródigo, regresó.

Ejemplo: Zaqueo.

5.- La relación con Dios.

El hombre está creado a imagen y semejanza de Dios y por ello necesita tener una relación con Dios, una relación de amor. S. Agustín nos dirá que el corazón del hombre está hecho para gozar de Dios y no descansa hasta gozar de Él.

Pero también ahí el Maligno desea romper esa relación amorosa con Dios. Por eso hay personas que rechazan a Dios, que lo culpan de todos los males, que lo ven como un enemigo que desbarata sus gustos y placeres. Se crean su propio dios más de acuerdo a sus caprichos y quedan atrapados en el pecado reiterado. Sienten aversión a todo lo relacionado con Dios e incluso declaran la guerra a los amigos de Dios. Con todo ello no hacen otra cosa que cerrarse al amor y su corazón se vuelve de piedra ante las necesidades de los demás. Podría ser el caso de un religioso que después de años en el convento, la vida religiosa no le dice nada y lo pagan los demás hermanos por su comportamiento despectivo y agrio. Bien podría ser la causa la de una herida tenida en su juventud, algo de lo que culpó a Dios, un rechazo, una desilusión de una persona querida.
También en esos corazones de piedra la Misericordia de Dios quiere actuar y sanar; pero se necesita encontrar la causa de los males y la voluntad como la del Hijo pródigo: “Volveré a la casa de mi padre”.

Ejemplo: El buen ladrón

6.- La relación consigo mismo.

¿Cómo nos miramos a nosotros mismos? En realidad siempre deseamos tener una relación con nosotros lo mejor posible; sentirnos buenos, sentirnos capaces, sentirnos útiles. Pero no faltan momentos, circunstancias que nos han sucedido por las cuales nos encerramos en una fría soledad y pensamos que no somos importantes para nadie; son momentos que el malignos se aprovecha porque desea nuestra soledad, ser incapaces de amar. A causa de heridas pasadas, de fracasos sufridos nos creemos los seres más inútiles, que no valemos nada, que la vida ya no tiene sentido para nosotros y lo mejor es el suicidio porque la vida no merece ser vivida. Incluso, ante algún pecado, para nosotros muy grave, creemos que Dios ya no nos puede perdonar y nos rechace siempre.-

Yo no sé si alguna vez no os habréis encontrado en circunstancias parecidas y estoy seguro que habréis experimentado un sufrimiento atroz en esos momentos. Yo lo puedo testimoniar. Por circunstancias especiales, en un momento dado, todos mis proyectos, todo lo que había conseguido en mi vida con mucho esfuerzo, se me vinieron abajo, como sucede en un terremoto demoledor.  La vida, para mí, ya no tenía sentido y en mi mente entré en el torbellino de la muerte: no veía nada más. Algo horroroso, desesperante, incapaz de hacer nada más.

También en esos corazones heridos y desesperados quiere llegar la Misericordia de Dios; pero es necesario aceptar nuestra triste situación y decir como el Hijo pródigo: “He pecado contra el cielo y contra ti”.

Ejemplo: La prostituta que rompe un frasco de perfume a los pies de Jesús.

7.- Resumiendo, digamos que el corazón puede endurecerse, cerrado completamente al amor en todas nuestras relaciones y es justamente por esas situaciones que la Misericordia de Dios desea envolvernos y sanarnos, devolviéndonos el amor y que nos sintamos vivos. En muchas circunstancias necesitaremos de terceras personas que nos ayuden a descubrir nuestras heridas ocultas y nos encaminen hacia nuestro Padre que nos espera con su misericordia.

Desearía añadir algo más. Aunque nos cueste entender, muchas veces el Señor usa el sufrimiento que soportamos con nuestro corazón cerrado para sacar algún bien. Por eso permite que esas cosas que han ocurrido en el pasado sean justamente las que nos ayuden a abrir los ojos a la realidad de su Amor. Es la sabiduría de Dios que nos abre a la Misericordia

 En todas estas situaciones, sea la que sea, el Señor espera de nosotros dos cosas principales para visitarnos con su misericordia: PEDIR PERDÓN Y CONFIARNOS A DIOS TAL Y COMO SOMOS.

8.- A) Pedir perdón.

Mucho hemos oído hablar del perdón y de perdonar y en el Padre nuestro continuamente repetimos:”Perdónanos nuestras culpas como nosotros perdonamos”  Pero en estos momento solo quisiera recordar unos principios básicos sobre el perdón.

Perdonar no es “borrar” un mal que nos hayan hecho; tampoco se trata de olvidar como si nada hubiese pasado. Perdonar es restablecer una relación de entrega respeto a otro, por más que merecería ser repelido y castigado. Perdonar es seguir amando, seguir dándose al agresor aunque abunden razones de peso para rechazarlo y para ello es necesario que haya un verdadero amor puro, que solo puede venir de Dios. Perdonar no es un acto sentimental; perdonar es un acto de la voluntad; yo decido cuando deseo personar, cuando yo estoy preparado para perdonar. Perdonar no siempre es fácil y necesitamos la gracia del Señor para poder dar ese paso.

Perdonar es un acto divino, que a pesar del rio de pecado que hay en el hombre, Dios baja con su Misericordia, se Encarna, sufre una terrible pasión y muere en una cruz para que el hombre tenga vida. Por eso, para el hombre, el perdón es un acto por el que se asemeja a Dios y así el perdón es completamente oblativo; es decir, hay que morir a sí mismo.

Jesús en los evangelios insiste en la necesidad del perdonar; y no se trata de número (siete) sino siempre. La falta de perdón cierra toda puerta a la Misericordia. El ejemplo lo tenemos en el siervo “indultado”  que no sabe perdonar a un compañero; la parábola termina con una sentencia que nos obliga a perdonar: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre Celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros” (Mateo 18, 35).  De alguna forma, aunque parezca chocante, el perdón divino queda en suspenso si no lo corrobora el nuestro. Sin el perdón no hay auténtica vida cristiana, no hay santidad, porque no hay un desarrollo en la ofrenda personal; es decir, no hay amor. Sin el perdón, la Misericordia de Dios no se derrama.

9.- ¿A quién debemos perdonar y pedir perdón?

De la misma manera que podemos estar dañados en nuestra relación con los demás, en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con nosotros mismos, así debemos perdonar y pedir perdón a cada una de esas relaciones.

a)       Si yo descubro que un hermano me ha ofendido, sea en cosa pequeña o en algo gordo, el Señor me dice: “Haz como Yo, perdónale”.

Cada día, consiente o inconscientemente ofendemos a nuestros hermanos; no nos acostemos a dormir sin pedir perdón.

b)    Si tenemos algún resentimiento contra Dios porque pensamos que Él nos ha quitado, por ejemplo, a un ser querido, sepamos perdonarle. En nuestra inteligencia sabemos que no es cierto, pero el corazón puede rebelarse contra Dios. Necesitamos, pues, dar ese perdón para que el corazón quede en paz.

No olvidemos, somos pecadores ante Dios; humildemente reconozcamos que necesitamos el perdón del Dios y digámosle: He pecado.

c)    Si yo siento que no estoy conforme conmigo mismo por la circunstancia que sea, es porque yo me culpo de algo malo que haya hecho, y por ello debo perdonarme a mí mismo para experimentar la Misericordia de Dios.

10.- El Sacramento de la Reconciliación.

El sacramento de la Reconciliación es el mejor lugar para pedir perdón y perdonar. Es uno de los mejores tesoros que Cristo ha confiado a la Iglesia y que nosotros debemos aprovechar. No nos damos cuenta  que en este Sacramento, no solo es el resumen y el culmen del perdón, sino que es el lugar en donde, los bloqueos que hay en nuestro corazón y que a menudo pasan desapercibidos, la Misericordia de Dios por la gracia sacramental, los libera. Fruto de ello es la paz que todos hemos experimentado al recibir el Sacramento de la Reconciliación.

11.- B) Confiarnos a Dios tal y como somos.

El segundo medio mediante el cual podemos colaborar con la Misericordia de Dios es poner toda nuestra confianza en Dios. El nos ha creado, Él es nuestro Padre, Él nos ama por encima de nuestros pecados. Muchas veces tenemos miedo a Dios. Tenemos miedo de que nos juzgue, de que nos rechace por tener un corazón cerrado a Él. Muchas veces nos olvidamos que la Misericordia de Dios está ahí esperándonos, tal y como somos. Que desea entrar en nuestro corazón porque ese corazón nuestro le pertenece. Nos olvidamos que, por la gracia, somos templos de Dios y es Dios quien habita dentro de nosotros aunque no siempre le dejamos obrar por nuestra cerrazón. Es el Señor que nos pide “Preséntate ante mí con ese corazón cerrado y yo le daré vida”.

Quisiera presentar una figura que, de alguna manera, puede ser esclarecedora. Si contemplamos un barco vemos que está rodeado de agua pero el agua no penetra en él; y así anda ufano y majestuosos sobre esa agua. Si por algún motivo se le abre un boquete en el casco, el agua entrará en él hasta hundirlo al fondo del mar y entonces el agua invadirá todo él. Ya no surcará los mares pero el mar lo envolverá completamente en su seno.

¿Vemos la comparación? La Misericordia de Dios nos rodea pero mientras en nuestro corazón no le dejamos una entrada, no podrá obrar ni envolvernos. Con un corazón cerrado podremos caminar ufanos y orgullosos pero sin la Misericordia de Dios, será un vivir superficial y triste, abiertos a tormentas y tempestades. Por el contrario, si nos abrimos a la Misericordia, ella nos envolverá e invadirá todo nuestro ser, pudiendo reposar en ese Corazón Divino que nos trae la verdadera paz.

12.- La Misericordia de Dios espera de nosotros perdón y confiarnos en Él. Pero ello no es fácil y es ahí en donde debemos comprender que necesitamos andar un camino que tiene unas etapas que vamos a descubrir. Etapas que se pueden producir en un breve tiempo o pueden durar años.

a)    La primera etapa la podríamos llamar PONERSE EN LA VERDAD.  Que nosotros descubramos lo que nos ha herido y cómo nos hemos cerrado ante esa herida. Para ello necesitaremos ayuda y que el Señor ilumine esos momentos de nuestra vida.

b)    La segunda etapa es la etapa de la CONFIANZA. Una vez hayamos descubierto esas heridas y la cerrazón que ha producido en nuestro corazón, sentiremos que el Señor estuvo ahí iluminándonos y sanándonos, lo que producirá una confianza en Él. No estábamos solos y esa presencia de Jesús no era para juzgarnos ni condenarnos sino para ayudarnos. Ello provocará que nos entreguemos a Él con plena confianza, tal y como somos.

c)    La tercera etapa es la etapa de LA SABIDURÍA. Al conocer nuestros bloqueos y cómo por la Misericordia Dios hemos sido sanados, entenderemos la Sabiduría de Dios que se aprovechó de todos nuestros males para llevarnos a su Amor. Incluso le daremos gracias por todo lo que nos ha sucedido, ya que “escribió recto con renglones torcidos” tal como dice el refrán.

13 El amor a uno mismo.

Me gustaría leer este texto de Marcos.

"En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos".. (Marcos 12, 28-31).

No existen otros mandamientos mayores que estos dos; lo dice Jesús. Fijémonos en el segundo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Cómo te amas? ¿Cómo me amo? O dicho de otra manera: ¿Cómo amas a tu prójimo? De la manera con que amas a tu prójimo puedes deducir cómo te amas a ti mismo.

Es bueno detenernos en conocer qué es el “amor a uno mismo” pues de él depende el segundo mayor mandamiento de la ley. Además, el mejor fruto de abrir el corazón a la Misericordia de Dios es justamente el tener el mayor amor a uno mismo.

En primer lugar debemos distinguir dos conceptos que generalmente, en la práctica, nos resulta difícil distinguirlos. Una cosa es “amarse a sí mismo” y otra muy diferente es “el amor propio”.

EL “amor propio” es buscarse a sí mismo, es idolatrar a su propio yo, es hacer de su vida el fin último. En otras palabras, es el rechazo consciente o inconsciente de Dios, poniéndolo en segundo término. Todas las relaciones con los demás giran sobre  sí mismo; incluso la caridad que realiza tiene como miras ensalzarse a sí mismo.

“Amarse a sí mismo” se fundamenta en la conciencia de ser un don de Dios y por lo tanto desea vivir en sintonía de ese Dios que posee. “Amarse así mismo” es el resultado de una oblación, de una entrega amorosa a Aquel que lo ha creado a su imagen. La frase de S. Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gálatas 2, 20) es la razón de amarme a mí mismo. Por eso S. Francisco de Sales dirá: “Amarse es una obligación para el hombre”.

No puedo resistir de copiar la siguiente frase: “Cuanto más me concede Dios  amarme en su amor, más impulso toma mi amor por Él. Y cuanto más lo amo en mí, más amor me profeso y mayor es el amor que pongo  a disposición de mis hermanos”. (Philippe Madre. El amor a uno mismo, pag. 111).

¿Cómo podré amar a nuestros hermanos, cómo me podré entregar a ellos en oblación si no lo realizo en Dios y en nosotros mismos? Todo este tema lo veremos en próximas enseñanzas.

14.- Para terminar y en plan de oración, quiero presentar este cuadro en donde vemos a S. Francisco pisando el mundo y estando abrazado a Cristo crucificado, mientras Jesús lo abraza con el brazo desclavado de la cruz..

Señor Jesús, ante nuestras miserias y egoísmos, ante nuestro duro corazón que nos ata a este mundo de sufrimiento, te pedimos la gracia de podernos deshacer de tantas ataduras y así, con tu divina Misericordia, vernos libres para amarte a Ti, y en Ti, a nosotros mismos. Deseamos estar abrazados a tu cruz y a la vez que Tú nos abraces con lazos de puro amor para poder llegar a los hermanos con ese mismo amor. Amén.


LOS CARISMAS PALABRA DE CONOCIMIENTO Y PALABRA DE SABIDURÍA.

Hemos destacado en la anterior enseñanza de la necesidad que tenemos de descubrir aquellas heridas que nos cerraron el corazón al amor y de que Jesús, a través de su gran misericordia, venga a sanarnos y a liberarnos. Son dos pasos muy necesarios para recobrar la paz y la alegría del corazón. En esos dos pasos juegan un papel muy importante tanto la Palabra de Conocimiento como la Palabra de Sabiduría.

El P. Robert de Grandis lo expresa diciendo que con la Palabra de Conocimiento se conoce el mal de una persona y que la Palabra de Sabiduría es el remedio a ese mal.

Palabra de Conocimiento.

La Palabra de Conocimiento es un carisma del Espíritu. Es como si la luz del Espíritu en nosotros iluminara una realidad que pasa, una realidad que pasó en la vida de tal persona o de tal comunidad, y al mismo tiempo, ese conocimiento nos viene a ayudar a resolver algún problema, a anunciar alguna bendición del Señor que sucede en ése momento, como lo podemos ver, por ejemplo, durante un ministerio de sanación. (P. Emiliano Tardif).

Es un Don dado por el Espíritu Santo que revela lo que esta “ATRAPADO” en nuestro inconsciente y en las personas por las cuales se ora por sanación. El Espíritu Santo REVELA lo que esa persona necesita hacer para sanar.

¿Cómo se percibe? La palabra de conocimiento se percibe en un clima de oración y unión con Dios. De ordinario, después de haberla pedido al Espíritu Santo Paráclito. No olvidemos que Paráclito significa: "El que acude cuando se le llama". La manera práctica es: orar en lenguas para borrar de la mente cualquier distracción y así dejar espacio al Espíritu para comunicarse con nosotros. En este clima la palabra que viene a tu mente es de Dios.

La Palabra de conocimiento puede surgir cuando estamos ayudando a una persona a resolver un problema. También puede surgir cuando intercedemos y sentimos que hay algo más en esa persona de lo que nos dice; entonces pedimos al Espíritu que nos ayude a descubrir ese mal oculto. En el ministerio de liberación se usa primero el discernimiento de espíritu pero cuando éste no alcanza a descubrir el mal, es cuando el Espíritu viene en nuestra ayuda.

No olvidemos que la Palabra de Conocimiento es un don del Espíritu Santo que lo regala cuando trabajamos para la gloria de Dios y buscando el bien de los hermanos.
Palabra de Sabiduría.

La palabra de sabiduría es una moción del Espíritu que nos indica qué hacer, cómo actuar. El sabio no es simplemente el más informado, sino el hombre que da mejores consejos.

Mons. Walsh,  define la palabra sabiduría como "el poder de Dios que ilumina a una persona para hablar una palabra eficaz de modo que el querer de Dios se realice en una situación concreta” . Maximiliano Calvo nos dice: ". La palabra de sabiduría es revelación de Dios sobre sus propósitos acerca de su pueblo, o acerca de cosas y sucesos del futuro”.

Hay personas quienes reciben un carisma de sabiduría, como gracia, propia de su oficio en el Cuerpo de Cristo, como es el caso de un Obispo, un juez cristiano, un abogado, médico, maestro... Estos están llamados a vivir en receptividad a las mociones de Dios.

Las "palabras de sabiduría" se dan también ocasionalmente a las personas que las necesitan en un servicio para el hermano.

¿Cómo se recibe este carisma y en qué momentos puede surgir?  Lo mismo que dijimos para la Palabra de Conocimiento.

Consideraciones para estos dos carismas.

Para escuchar la moción del Espíritu es necesario un estado de silencio y estar habituado a escuchar la Palabra de Dios; no olvidemos que a nuestro corazón pueden venir voces del espíritu del mal.

Otra condición es que los carismas deben estar confirmados por la Comunidad y esto se realiza cuando nos encarga un servicio. Cuando la Comunidad nos encarga un servicio, el que sea, ahí tenemos la seguridad  de que el Espíritu nos regalará el carisma necesario para cumplir ese servicio. Lo mismo sucede cuando estamos para resolver un problema familiar, etc. Por cuanto estamos obrando en nuestra condición de servicio familiar. No olvidemos que el Espíritu está dentro de nosotros y que según nuestro servicio, Él se manifiesta.

Por último, el ejercicio de los carismas a que Dios nos llama, requiere cada vez más el compromiso total, de toda nuestra vida. Esto no es un juego ni ningún tipo de actividad simbólica.

En nuestros ministerios, cuando tengamos necesidad de los carismas Palabra de Conocimiento y Palabra de Sabiduría, no tengamos miedo de pedirlos al Espíritu Santo y en fe aceptémoslos para la gloria de Dios.

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