15.- UNA BENDITA OPCIÓN POR LA ALEGRÌA Y LA SENCILLEZ

- 15 - Una bendita opción por la alegría y la sencillez
En definitiva, cuando arrecian las dificultades, y también en medio de las molestias cotidianas previsibles, hay una opción que hacer. Sabemos que es inútil. estéril y dañino optar por el lamento, la tristeza. la queja permanente, el abatimiento.

Podemos descargar nuestro dolor con un amigo. Y también en la presencia de Dios. Y cuando el dolor es muy grande debemos llorar y descargar todo nuestro lamento. San Agustín nos enseña a hacerlo con su propio ejemplo, cuando nos habla con admirable sinceridad sobre sus sentimientos ante la muerte de su madre:

«Mientras yo le cerraba los ojos invadía mi pecho una tristeza sin fondo. de la cual se formaba un torrente de lágrimas que quería salir por los ojos. Mis ojos permanecían secos. pero la batalla era agotadora... Cuando mi madre exhaló el último suspiro Adeodato rompió a llorar a gritos. pero lo reprendimos. Y yo reprimía mis lágrimas porque no me parecía digno llorar, ya que mi madre no moría miserablemente...

Llevamos el cuerpo a enterrar. Yo fui y volví sin una lágrima... Pero durante e! día entero me oprimió una pesada y oculta tristeza. y con la mente turbada te pedía que aliviaras mi dolor... Comencé a ir a los baños, porque decían que el baño ahuyenta la congoja de! alma. pero los baños no me liberaron de la amargura interior. y finalmente quise llorar en tu presencia. por ella y por mí. Solté la rienda a las contenidas lágrimas para que corrieran a su gusto. y en las lágrimas descansé... Así. por una hora entera lloré a mi madre muerta. a la que tantos años había llorado por mí» (52).

Pero siempre el llanto y el lamento deberán ser algo transitorio, pasajero.

Después de habernos descargado en el llanto. mantenernos en un espíritu quejoso ya no nos sirve para descargarnos; al contrario. alimenta y profundiza cada vez más nuestro pesimismo y nuestra tristeza .Porque las palabras y las actitudes no son inofensivas. Todo lo que digamos, todo lo que repitamos, todo lo que ocupe nuestra mente produce algo en nuestra vida y en el mundo.

A veces dedicamos mucho tiempo a pensar y decir que somos infelices, que la vida es injusta, que a nosotros no nos debería pasar esto. Ese es un tiempo desperdiciado, que alimenta nuestro resentimiento, nuestra melancolía, nuestro desaliento.

Por eso siempre es mejor elegir la alegría y el optimismo, en medio de las tribulaciones que nunca faltan: «y yo por mi parte alabo la alegría... Eso es lo que acompaña al hombre en sus fatigas, en los días de vida que Dios le regala bajo el sol» (Qo 8, 15).

Recordemos que si para ser alegres esperamos que todo nos vaya bien y que no haya ninguna dificultad en nuestra vida, entonces tendremos pocas horas de alegría en toda nuestra existencia.

En este sentido, el dolor puede simplificar la vida, que se complica tremendamente cuando nos sentimos omnipotentes y «omnigozantes», dioses que no pueden privarse de nada.

Un corazón positivo siempre gana. No lo dudemos: el optimismo es siempre una excelente opción. Nos libera de peores problemas, nos mantiene abiertos para encontrar una salida, nos permite aprender algo de lo que nos está pasando, e impide que le amarguemos la vida a los demás con nuestro rostro triste y con nuestras palabras negativas.

Lo demuestra un hecho que muchas veces encontramos por ahí: dos personas con la misma dificultad pueden vivirla de diferente modo.

Por ejemplo: podemos toparnos con un paralítico que transmite ganas de vivir, que alegra la existencia a los demás, que se apasiona en una tarea; y podemos encontrarnos otro paralítico que no deja de lamentarse y que por donde pasa deja una ola negra de angustia.

La diferencia está en una opción que se hace desde el fondo del corazón. y todo lo que hemos dicho hasta ahora debería motivarnos para que hagamos esa opción, ya que sin esa decisión del corazón todas las bellas reflexiones son inútiles, no sirven para que alcancemos gozo y paz en medio de las dificultades:

«Debe de sonar extraño decir que la alegría es fruto de nuestra elección. Con frecuencia nos imaginamos que hay personas más afortunadas que nosotros y que su alegría o su tristeza depende de las circunstancias de la vida, que quedan fuera de nuestro control. y sin embargo, elegimos; no tanto las circunstancias de nuestra vida sino la manera de responder a esas circunstancias... Siempre tenemos posibilidad de elegir vivir el momento presente como causa de resentimiento o como causa de alegría. Nuestra verdadera libertad reside en la elección, y es, en último análisis, la libertad de amar» (53).

En el fondo es la opción por salir de nosotros mismos en cualquier circunstancia, por no encerrarnos en nuestro propio yo y en nuestras insatisfacciones y perturbaciones. Y esto sucede cuando uno acepta con convicción que no es ni puede ser el centro del universo, y por lo tanto decide no serlo.

Recuerdo unos ejercicios que sugiere Anthony De Mello en su libro El manantial,para reducir el propio yo. Varios amigos me han confesado que esos ejercicios les ayudaron a dejar de creerse el centro del mundo. Por ejemplo:

Repasar las grandes etapas de la historia de la humanidad, desde la prehistoria; e imaginar qué espacio ocuparé yo en los libros de historia mundial dentro de dos mil años.

Imaginar todo lo que ve una estrella desde la distancia: todos los planetas, la tierra, que es como una pequeña partícula de polvo en el universo, y preguntarme: ¿Qué soy yo en esa inmensidad? Imaginar mi muerte y mi cuerpo muerto. Termina el velatorio y me entierran. Luego, la gente sigue viviendo sin mí. Las parejas gozan de su amor, los demás siguen progresando, haciendo planes y logrando éxitos sin mí. Yo no estoy y ya no me recuerdan. Mi cuerpo se ha transformado en cenizas. Los jóvenes gozan de atardeceres maravillosos, mis amigos celebran fiestas y hacen cosas hermosas sin mí. Ya nada depende de mí y yo no cuento ya para nada.

Estos ejercicios parecen tontos, pero me ayudan a recordar que las cosas no giran a mi alrededor, que el mundo no debe estar pendiente de mí y que la vida no tiene por qué estar a mi servicio.

Así uno se libera del peso de tener que ser perfecto e ilimitado, y se deja llevar, se suelta, se afloja, fluye con la gozosa corriente de la vida, aceptando los límites. Se ocupa creativamente en resolver sus problemas sabiendo que no podrá liberarse de nuevos desafíos. Entonces, en lugar de preguntar ¿por qué a mí me toca sufrir esto?, se pregunta más bien ¿por qué yo no?, y se entrega a resolverlo como pueda. Por eso no se hunde en un pozo de amargura, no deja de amar sencillamente a Dios ya los demás en medio del dolor y los límites. y mientras haya amor habrá gozo.

En este intento por simplificar la vida, creo que hay un movimiento interior que hay que tratar de ejercitar, porque es un secreto para alcanzar la sencillez y libertad interior. Se trata de la actitud de «soltar»: dejar de aferrarse, dejar de poseer, dejar de empecinarse en no perder algo, dejar de obsesionarse por retener algo como si solamente en eso pudiéramos hallar la felicidad.

La sabiduría oriental suele expresar esto como «dejar de desear », porque en Oriente suele considerarse a! deseo como la causa del sufrimiento del hombre: mientras más deseamos, más sufrimos, mientras más pequeños son nuestros deseos, menos sufrimos.

De hecho, hay personas que tienen muchas cosas que a otros les sobrarían para ser felices, y sin embargo viven envueltas en una nube de amargura porque hay cosas que desean y no pueden lograr, porque siempre sienten una insatisfacción del deseo que pide más y más.

Es cierto, simplificar los deseos y no dejarse obsesionar por la sociedad de consumo, es una manera de liberarse de mucho sufrimiento. Nos puede enseñar a gozar más de las cosas simples, a vivir con poco, sin la amarga ansiedad de la avidez y la codicia.

Sin embargo, la sabiduría bíblica no se conforma con ese consejo, y también nos invita a disfrutar, a gozar de las cosas bellas de la vida como signos del amor de Dios. Si Dios « nos provee de todas las cosas para que las disfrutemos » ( 1 Tim 6, 17), entonces no se trata de desear lo que no tenemos, sino de gozar intensamente lo que tenemos.

Pero hay algo en común entre esta sabiduría de la Biblia y la sabiduría de Oriente: que ambas nos invitan a « soltar», a no aferrarnos a los placeres, a las cosas. Ambas nos piden que no pretendamos retener lo que se acaba, lo que pasa, lo que ya fue, lo que no puede ser eterno. Nos invitan a ser libres ante las cosas y las personas, ya ser capaces de abandonar lo que termina para recibir lo que comienza.

Cuando el Qohélet dice que «todo es vanidad », no está diciendo que las cosas sean malas. Al contrario, nos invita a gozar de ellas antes que se acaben. Pero la expresión « vanidad», en su sentido bíblico, significa «fugacidad »; quiere decir que los placeres de este mundo son pasajeros, y hay que gozarlos así, como pasajeros, sabiendo de entrada que sólo pueden durar un tiempo.

El secreto está en disfrutarlos a pleno, con todas las ganas, pero sin aferrarlos, porque tenemos la clara conciencia de que sólo durarán un tiempo limitado: «Aparta el mal humor de tu pecho, y aleja el sufrimiento de tu carne, porque la juventud y el pelo negro son fugaces. Agradece a tu Creador en tu juventud, antes que lleguen otros años y digas que no te agradan » (Qo 11,10-12,1).

Puede ser bueno, cuando Dios nos regala algo bello, decirle algo así: « Te agradezco, Señor, esto que me regalas. Quiero disfrutarlo intensamente. Pero quiero gozarlo en tu presencia. y te lo entrego, para aceptar que se acabe cuando deba terminar».

Esa capacidad de dejar terminar las cosas bellas que hemos vivido es el mejor homenaje que podemos rendirles. Es mejor no hacer «monumentos de nuestras experiencias más intensas, porque entonces las matamos, las volvemos inercia y recuerdo fijo e inmutable; los monumentos deben reemplazarse por momentos. Momento es lo que se mueve, el río en acción» (54.)

Aun el amor matrimonial que prometemos para toda la vida, tiene esta nota de pasajero, porque hay que reinventarlo cada día, porque el amor del noviazgo no conserva toda la vida las mismas características de los primeros tiempos, y está llamado a una transformación. Hay que saber « soltar », dejar partir, y aceptar lo nuevo, para que las cosas y las personas no nos hagan sufrir tanto cuando ya no pueden darnos lo que antes nos daban. y para abrirse a ese algo más que la vida siempre ofrece.

Somos huéspedes en la tierra y en la vida, peregrinos que para caminar necesitan estar ligeros de equipaje, sencillos, sanos, desprendidos.

Aquí cabe destacar también el valor de la acción de gracias, que puede ayudarnos a expresar y afianzar nuestra opción por el amor y la alegría en medio de las carencias y dificultades. Es muy sano acostarse dándole gracias a Dios con ternura por haber vivido, porque nos sacó de la nada, y por las pequeñas cosas buenas que pudimos haber vivido, sin pretender mucho más que eso: «Gracias, Señor, por este día que viví, porque quisiste regalármelo, me hiciste existir por amor. Yo no supe disfrutarlo del todo porque estuve pendiente de mis problemas y de mis angustias, o porque me dejé llevar demasiado por la ansiedad y la prisa. Pero igualmente te doy gracias por lo que me regalaste. Y ahora te doy gracias también porque podré reposar en tus brazos y mañana me ayudarás a resolver mis problemas para vivir mejor».

También es bueno levantarse dando gracias en voz alta por la vida, por la nueva oportunidad que Dios nos está ofreciendo generosamente. Esta acción de gracias puede ayudarnos a volver a nacer cada mañana, como si nuestra vida fuera nueva. y en verdad la gratitud la hace nueva.

Aunque no lo digamos muy convencidos, ese agradecimiento a Dios poco a poco producirá el efecto de volvernos más positivos ante la vida y no tan atentos a lo negativo que nos hace sufrir y nos vuelve oscuros y tristes.

La persona que en medio de graves dificultades es capaz de encontrar motivos de gozo y de esperanza « no es un sentimental, es un realista » (55). Porque el amor es más real que todo lo demás. Además, el mundo es más grande que mis problemas, y eso es real. Mi dificultad es sólo una nota que halla su sentido en un poema sinfónico que es la vida, que me sobrepasa por todas partes.

Pero esto se descubre también cuando miramos el dolor de !os demás, a los cuales no ayudamos con la tristeza, desencanto o resentimiento, y en cuyas vidas podemos encontrar muchos signos de esperanza para nuestro mundo decadente.

Mirando el mundo del sufrimiento, allí mismo, en medio de enfermedades, pobreza y fracasos, podemos ver: un enfermo en un hospital que se dedica a consolar y alegrar a los que están a su lado, un pobre que comparte su pan con otro tan hambriento como él, una mujer que perdió a su esposo y se desvive para ayudar a sus hijos a seguir viviendo sin su padre, un moribundo que sonríe, una prostituta que lleva un juguete nuevo a su hijo pequeño. Verdaderas señales que estimulan nuestra alegre esperanza.

Por otra parte, mi aportación a los hermanos crucificados no es la tristeza ni el lamento permanente, sino la alegría de mi simple entrega en medio de las tribulaciones de mi propia vida:

«Cuanto más pienso en el sufrimiento humano... más impor­tante que nunca es entonces ser fiel a mi vocación de hacer bien las pocas cosas que estoy llamado a hacer, y conservar la alegría y la paz que ellas me dan. Debo resistir la tentación de dejar que las fuerzas de las tinieblas me arras­tren a la desesperanza y me conviertan en una más de sus víctimas» (56).

Con mi humilde aportación yo puedo cambiar el mundo. Suena a frase repetida, pero es real. Mi entrega en lo que me toque vivir y hacer, si está impregnada de amor sincero, desata siempre un movimiento misteriosamente positivo, produce un dinamismo subterráneo que comienza a cambiar algo en el mundo. Deteniéndome a llorar las cosas grandes que no puedo hacer estoy privando al mundo de algo grande que sí puede comenzar a nacer, aunque yo no lo vea, a partir de los pequeños granitos de mostaza.

Con esa seguridad puedo levantarme cada mañana, sin permitir que los problemas y dolores me encierren en la comodidad y el egoísmo.

Por último, te hago una pregunta: ¿Has pensado que quizá tengas que liberarte también de un tremendo peso que has cargado sobre tus espaldas: la obligación de ser completamente feliz?

Nadie te ha dicho que tienes la obligación de liberarte de todos los sufrimientos. Puedes convivir con ellos. y por el hecho de ser creyente, tampoco tienes que sentirte obligado a demostrar que la fe te libera de todos los problemas. Dios nunca ha dicho que creer en Él y amarlo produce una felicidad ilimitada en esta vida, o que su amor nos evita todas las angustias y preocupaciones.

Trata de ser todo lo feliz que puedas, pero sin obsesionarte por la felicidad, porque ni siquiera el Señor te liberará de todas las angustias de la vida.

Por eso, recuerda lo que decía san Pablo: «Me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12, 10) .

Fíjate: san Pablo no se complacía ni se gloriaba en un bienestar que había alcanzado gracias a Cristo, ni en la fortaleza física, los éxitos, el poder o los reconocimientos que pudo alcanzar gracias a su fe. Al contrario, se gloriaba en las debilidades, privaciones y angustias que vivía en unión con Cristo, porque así quedaba claro que era la fuerza del Señor lo que lo sostenía. Todo pasaba a ser «una basura, con tal de ganar a Cristo » y « conocer el poder de su resurrección » (Flp 3,8.10) . Por lo tanto, trata de vivir en paz, con sencillez y normalidad, sin sentirte obligado a liberarte pronto de todo dolor y de toda angustia. Sin pretender demostrar o demostrarte que ser creyente resuelve todas las dificultades.

Camino personal 15

1 . Recuerda por un momento la manera como vives las cosas de cada día, el rostro que tienes cuando estás haciendo algo y nadie te está mirando.

2. ¿Puedes imaginarte ahora las cosas que haces cada día pero viviéndolas con más optimismo, con me­nos lamentos, con más alegría, pensando menos en ti mismo, en tus insatisfacciones, en tus carencias? Imagínate un momento enfrentando los mismos problemas pero de otro modo, con otro estado interior.

3. Intenta optar por la alegría e incorporarla cada día más en medio de los distintos momentos de cada día. Es una buena opción, y no se pierde nada; y no dejes de pedirle a Dios esa alegría cuando percibas que tu cara se ha alargado nuevamente.

4. Escribe una frase que te ayude a dejar de pensar en lo negativo y te permita mirar lo positivo; una frase que puedas colocar en distintos lugares de tu casa y puedas repetir cuando te sientas mal.

Pero tienes que redactarla con inteligencia, y escribirla de tal manera que verdaderamente te atraiga, te aliente, te estimule.

Te doy un ejemplo. A mí me hace mucho bien decirle a Dios a menudo: «Señor, te doy gracias porque me sacaste de la nada y me estás regalando la vida». Repetir esta acción de gracias me ayuda a descubrir que yo podría no haber existido, que ahora mismo podría no existir, y Dios sin embargo me dio la vida y muchas, muchas cosas buenas. Entonces mis problemas me parecen más pequeños, porque vivir con estos problemas es mejor que no existir, y así descubro mejor las posibilidades positivas que la vida me ofrece.

Encuentra tú una frase que puedas repetir y que te ayude a mirar la vida desde un corazón más optimista; y no dejes de repetirla en medio de las preocupaciones. Si descubres que allí, cuando estás sufriendo por algo, esa frase no te estimula, no te serena, no te alienta, eso significa que debes escribir otra mejor.

5. Quizá puedas estar atento a los estímulos positivos de las canciones, poesías, frases que escuches por ahí y te hagan bien.

Cuando una frase te transmita optimismo, no dejes de copiarla y colocarla en un lugar visible, para poder recordarla cuando más la necesites.

6. ¿No hay algo en tu vida que ya deberías “soltar”, dejar que se acabe, para liberarte y recuperar la paz interior?

NOTAS:
(52) s. Agustín, Confesiones IX, 12.
(53) H. I. M. NOUWEN , Aquí y ahora, o.c., 22-23.
(54) I. BARYLKO, o.c., 30-31.
(55) lb, 24
(56) lb. 43.