QÚE SON LOS CARISMAS

P. Vicente BORRAGÁN, O.P.

Hasta hace unos treinta años casi nadie sabía lo que significaban los términos carismas y carismático. Después del Vaticano II esos términos han invadido todos los campos: eclesiástico, civil, artístico, político y deportivo. Se habla de vivir el carisma de los orígenes, de un Papa carismático, de políticos con carisma, de deportistas y de cantantes carismáticos...

Básicamente, carisma significa don. No es un término común fuera del Nuevo Testamento. Pero, al menos una vez, el término es utilizado con un sentido muy interesante. Un hombre hace una clasificación de sus posesiones y las distribuye en dos grupos: las que obtuvo, dice el texto griego, “apo agorisis”, es decir por compra, y las que obtuvo “apo charísmatos”, es decir, por donación. La idea básica del término carisma es ésta: se trata de algo gratuito, de algo que no se ha ganado con el propio esfuerzo, de algo que llega como un regalo y que no está al alcance de las posibilidades ni del esfuerzo del hombre.

Rom 6, 23 es la ilustración más hermosa del término. "Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito {carisma) de Dios es la vida eterna con Cristo Jesús Señor nuestro". El término que utiliza san Pablo para describir la paga de los pecados es oxonia; oxonion viene del verbo ox-oneo (oxon oneomai), que quiere decir, aquello que es comprado para ser comido con pan, carnes, platos; pero en segundo lugar significa la paga o el “estipendium”, sobre todo de los soldados, pero también de los obreros, que se pagaba en alimentos, en carnes, en sal, o en dinero. Pero carisma tenía también un trasfondo militar particular. Cuando un emperador subía al trono o celebraba su cumpleaños daba a sus soldados un donativum o carisma, es decir, les regalaba cierta cantidad de dinero. Ellos no lo habían ganado, como sucedía con su oxonia; lo recibían por la generosidad del emperador:

Lo que dice san Pablo es estremecedor: si hubiéramos recibido la paga que merecíamos, ésta hubiera sido la muerte. Todo lo que hemos ganado ha sido un salario de muerte. Pero el carisma, el don o la dádiva de Dios es la vida eterna. Todo lo que tenemos es carisma, regalo de Dios. Todas las gracias que hemos recibido, todas las promesas, todos los dones, es un puro regalo de Dios. Todo es carisma, todo es gracia.

¿Qué son los carismas? La palabra carisma es una pura trascripción del término griego carisma (de la raíz char, de donde proceden también charis, que significa gracia; eu-charisteo, que significa dar gracias; charizomai, ser agradable o querido, hacerse agradable, regalar). Carisma significa, pues, don, regalo, merced, donación, obsequio, presente, donativo, dádiva. Charis (gracia) y carisma (carisma) es, pues, dos términos que pueden expresar la misma realidad. El término carismático no aparece, en cuanto se ha podido constatar, hasta el siglo XX.

Fue, probablemente, san Pablo quien acuñó la palabra carisma y quien la vinculó con el Espíritu.

San Pablo habló de los carismas en algunas de sus cartas. De una manera muy general, designó con el término carisma los dones gratuitos de Dios, los talentos naturales, el don que se confiere a un hombre cuando es ordenado para el ministerio. De una manera más particular, el término carisma fue aplicado a los diversos servicios y ministerios de la Iglesia; pero, propiamente hablando, y según la acepción que ha prevalecido en la tradición cristiana, el término carisma es aplicado a esa serie de gracias mencionadas en 1 Cor 12,8-10: palabra de sabiduría y de ciencia, carisma de profecía, de fe, de curaciones, de poder hacer milagros, de discernimiento de espíritus, de hablar en lenguas, de interpretación. De ahí que no sea fácil dar una definición unívoca del carisma, que se aplique en todos los casos y a todas esas gracias del Espíritu. Lo que es común a todas esas acepciones es la gratuidad absoluta y su procedencia del Espíritu. Dicho con otras palabras: hay carismas que son otorgados por el Espíritu de una manera permanente, como es el carisma de gobierno o de dirección, de enseñanza, de servicio, etc.; otros son carismas más o menos pasajeros, temporales, ocasionales, dados para ciertos momentos, en ciertas circunstancias, pero siempre para la edificación o construcción de la comunidad cristiana. Tal es el caso del carisma de profecía, de sanación, la palabra de sabiduría, de conocimiento, el poder de hacer milagros, el carisma de la fe, hablar en lenguas. Cuando se habla de carismas se entiende, de un modo preferencial, esta última clase de gracias. "Por carismas entendemos, pues, no la gracia de la inhabitación constante del Espíritu Santo en los creyentes, sino aquellos dones conferidos por el Espíritu a determinadas funciones espirituales" (José Rius Camps).

San Pablo dio la siguiente definición del carisma: "Una manifestación del Espíritu Santo para el bien común" (1 Cor 12,7). Se trata, por consiguiente, de una serie de gracias destinadas al bien común más que a la santificación personal del que las recibe; gracias derramadas por el Espíritu sobre algunos fieles para la edificación y la construcción de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Los carismas son otorgados en función del bien de la comunidad, no para la santificación del que los recibe. No son gracias santificantes del alma, sino gracias sociales, para el bien de la Iglesia. Están abiertas al mundo entero. El que los recibe no es su destinatario final, sino un canal transmisor hacia los demás. Se podría decir que "si no hubiera comunidad no habría carismas".

"Los carismas, por consiguiente, pueden ser dados a cualquier hombre, en cualquier circunstancia, en cualquier momento, sea pecador o santo, hombre o mujer, sabio o ignorante, creyente o no creyente. No se los posee de una vez para siempre ni pueden ser manejados según la propia voluntad. Poseen siempre un componente de frescura y de sorpresa".

San Pablo dijo claramente cuál era el origen de todos los carismas: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" (1 Cor 12,4). Los carismas son diversos en sus manifestaciones, pero únicos en su origen. Son una manifestación del Espíritu (1 Cor 12,7). No pueden proceder de otra fuente. Vienen de él, llevan su sello, llevan "la marca de la casa". Y los distribuye con una libertad total, sin que nada ni nadie le pueda condicionar.

"En cuanto a los dones espirituales, no quiero hermanos, que estéis en la ignorancia" (1 Cor 12,1). Tampoco nosotros deberíamos estar en la ignorancia en cuanto se refiere a los carismas. Todos deberíamos tener una idea exacta de lo que son los carismas y del lugar que ocupan en la vida cristiana y en la de cada fiel en particular, saber en qué consisten y darles la importancia que merecen: ni supravalorarlos ni pasarlos por alto, ni hacer depender toda la vida de ellos ni vivir como si no existieran, ni buscarlos con ansiedad ni despreciarlos como cosas que no tienen mucho valor. Y sin olvidar en ningún momento que el Don es más importante que los dones, que el Espíritu Santo es el don supremo que Dios nos ha concedido a los hombres, que él es el manantial de donde brotan todas las gracias. Quien se quede sólo con los carismas terminará por perder al Espíritu.

Pero ningún carisma puede ser pasado por alto, despreciado o minusvalorado, por pequeño que aparezca a nuestros ojos. Es una gracia infinita del Espíritu y un signo de su presencia y de su acción en medio de nosotros. Para la mayoría de nosotros ha sido una sorpresa oír hablar de carismas. Es algo a lo que no estábamos acostumbrados. Es como una realidad nueva que ha sido insertada en nuestra vieja vida cristiana. La formación cristiana que hemos recibido ha sido, con frecuencia, muy austera, basada en la moral y en el esfuerzo personal. Una religión de obligaciones, de hay que hacer, de ascesis y de dominio del propio cuerpo. Pero ese tipo de religión, que ha enfatizado el esfuerzo humano, está falsamente centrada. Puede producir hombres esforzados, pero cada derrota se convierte en amargura. La verdadera religión acentúa la iniciativa divina, el don sobre la exigencia, la gracia sobre la ley, la mística sobre la ascética, lo que Dios ha hecho por encima de lo que nosotros debemos hacer. Enseña a mirar a Dios antes que al propio yo. La religión de obras no ha sido demasiado atractiva. Ha carecido de alegría y de entusiasmo.

Pero, de repente, el Espíritu nos ha descubierto que en nosotros hay un potencial de gracia que lo teníamos en el olvido, como un tesoro que yacía debajo mismo de nuestra mesa, como un montón de pozos de petróleo debajo de nuestro rancho. Estaban allí, pero nunca los habíamos utilizado. "Lo hemos hecho todo desde nuestra preparación, desde nuestros esfuerzos y desde nuestros proyectos. Y, sin embargo, teníamos en la reserva un carisma de Dios, una gracia para hacer todo lo que teníamos que hacer. ¡Una gracia de Dios para movernos por todos los terrenos de nuestra vida!" (J . Villarroel) . El Espíritu, que jamás ha abandonado a la Iglesia, está haciendo un despliegue de gracias en nuestros días: gracias para mí, gracias para todos, todas para todos, para cada uno.

El carisma es una gracia gratuita. Pero es probable que el Espíritu Santo nunca pase en vano, como de vacío, por el alma de aquellos a quienes reparte sus carismas. El paso del Espíritu siempre deja huellas en el alma, una estela, un aroma que se deja sentir. En ese sentido, el carisma edifica también al que lo recibe.

"La teología de los carismas no ha tenido todavía su formulación precisa y completa, pero los carismas han adquirido una importancia y un significado que en otros tiempos no le eran reconocidos".

(Del libro "Ríos de agua viva " Ed. San Pablo. 1998. Madrid.)

(Nuevo Pentecostés, n. 55)