LA MUSICA QUE DERRIBA MURALLAS

COMUNIDAD BETANIA

YAVHÉ dijo a Josué: "Mira, he puesto en tus manos a Jericó, a su rey, a todos sus guerreros. Marchad vosotros alrededor de la ciudad dando una vuelta en torno a ella. As¡ haréis por seis días: siete sacerdotes llevarán delante del Arca siete trompetas resonantes. Al séptimo día daréis siete vueltas. Los sacerdotes irán tocando las trompetas. Cuando ellos toquen repetidamente el cuerno potente y oigáis el sonar de las trompetas, todo el pueblo se pondrá a gritar fuertemente y las murallas de la ciudad se derrumbaran" Josué 6, 2-5.



Yahvé había hablado a su siervo y Josué obedeció. Durante seis días consecutivos, sus hombres habían paseado el Arca en torno a las murallas de la ciudad de Jericó. Al séptimo día emprendieron las siete vueltas finales, tal como les había sido ordenado.

Al ser informado de estas maniobras, el rey de Jericó se echó a reír con buen humor y manda un mensaje a Josué en el que se decía:

"¿Crees que vas a derribar mi ciudad con el viento de tus trompetas?" Los hebreos continuaron caminando alrededor de las murallas. Delante iban los sacerdotes abriendo camino; después seguía el Arca y más atrás iba el ejército hebreo. Mientras, en la ciudad de Jericó los niños se asomaban a las almenas y se divertían escupiendo sobre el Arca e imitando el sonar de las trompetas.

Cuando los hebreos comenzaron la cuarta vuelta, las mujeres de Jericó acudieron a sentarse entre las almenas para ver el espectáculo. Tiraban piedras a los hebreos, se mofaban de ellos y los insultaban.

Al iniciar los hebreos la quinta vuelta, los viejos y los tullidos de Jericó acudieron a verlos ya abuchearles, mientras dirigían los puños hacia ellos, más burlones que amenazadores. Sus gritos se mezclaban con el claro sonido de las trompetas.

A la sexta vuelta, el rey en persona subió a una torre de granito tan alta que las águilas construían en ella sus nidos y tan dura que los rayos no podían hacer mella en sus piedras.

El rey, divertido, reía a mandíbula batiente y entre lágrimas de regocijo, gritó: ¡Qué buenos músicos son estos hebreos!

A su alrededor reían los Ancianos del Consejo y los oficiales y los nobles...

A la séptima vuelta, las murallas se derrumbaron.



La música ha tenido - y tiene- un papel importante en toda civilización. Es una de las grandes actividades humanas; para muchos, la más bella. Pero, ante todo y sobre todo la música es un don de Dios. Porque "todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de las luces" (Sant 1, 17). Es Dios quien "da cánticos en la noche" (Job 8,21). Fue el Señor quien ordenó a Moisés escribir un cántico y enseñárselo a todo el pueblo de Israel (Deut 31, 1 9 y ss) , quien puso en la boca de David un cántico nuevo (Sal 40, 2) y quien inspiró a los salmistas la orden "¡Cantad al Señor!" que nos repiten en casi 30 ocasiones. En la lista de los dones del Espíritu que edifican la Comunidad (l Cor 14,26), el primero tiene mucho que ve, - con la música- "cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene un Salmo..."

Muchos cristianos nunca han sido conscientes de esto: la música es un precioso don de Dios. Otros no se han atrevido a abrir el regalo, examinarlo y ver para qué lo podían utilizar. Hay algunos que sí valoran este don pero lo utilizan únicamente para su satisfacción personal... ¿Cómo descubrir el verdadero sentido que Dios quiere dar a la música en nuestra vida y en nuestra fe, tanto en el plano personal como en el comunitario?

En la Renovación Carismática, el Señor nos regala el don de la música y el canto como un precioso carisma de oración y evangelización, que construye la comunidad siendo cauce del Amor de Dios y de la alabanza de su Gloria. La música es un gran tesoro que el mismo Dios pone en nuestras manos y que se hace canal; canal maravilloso por donde corre su agua viva. El canto en la Renovación Carismática no es una evasión ni - por supuesto- una distracción. Y tampoco se puede reducir a una cuestión de gusto, técnica o talento natural. En los grupos carismáticos de oración el canto nace del Espíritu, manifiesta la gloria de Dios y coopera en la salvación de los hombres.

Cantar en el Espíritu es cantar más con el corazón que con la voz. Es expresar el amor de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". Es un canto nuevo que surge de hombres y mujeres nuevas, renovados y renovadas por el poder de la Sangre de Jesús, por el poder de su muerte y resurrección. Cantar y tocar para el Señor de este modo supone ser dóciles al Espíritu Santo, entregando a Dios todo el corazón, aceptando vivir y actuar en el Señorío de Cristo.

Cantar a Dios no es ofrecerle nuestro canto sino ofrecerle nuestro corazón. En el canto Dios manifiesta su poder, y nosotros nos entregamos a Él. El canto es así un signo, un puente, una señal de amor entre Dios y nosotros. Dios nos une a Él, nos da su Espíritu de Amor, y en Él podemos amarnos los unos a los otros. Cantamos desde lo profundo de nuestro ser, desde ahí dentro, Dios - que habita en nosotros- se une a nuestro espíritu. Cantamos en la presencia de Dios, ungidos por esta presencia.

Cuando se canta en el Espíritu, Dios se entrega en el canto. Dios actúa con poder, transformándonos. Manifiesta su voluntad, su corrección, su ternura, su consuelo... su Gloria.

En la Renovación Carismática, la música no tiene sentido en sí misma. La música es oración, ése es su sentido primordial: Don maravilloso de nuestro Dios que primero construye el acueducto y, luego, hace correr por él - hasta los confines de la tierra- su Agua Viva.

Canto nuevo, música ungida... el carisma de la música y el canto es un don - entre los múltiples y variados que el Señor nos regala- para enriquecer y construir la comunidad. La música tiene pues su papel importante en toda celebración litúrgica o en cualquier reunión de oración. Pero no debemos olvidar qué es lo esencial en una reunión de cristianos: "la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan y las oraciones" (Hch 2,42). La música es servidora, no dueña; servidora de la palabra, de la Oración, de la Comunión... no la dejemos usurpar un lugar que no le corresponde. Estemos atentos para rechazar toda idolatría:



LA MUSlCA ES CANAL, NO FUENTE.



Dice Teilhard de Chardin que la música nos aporta "el sentimiento de una gran presencia". Podríamos señalar cuatro aspectos en los que este carisma construye, ayuda, sirve a una comunidad orante:

1°,- Nos une en la alabanza y la adoración.

2°,- Nos abre y nos predispone a la escucha.

3°,- Nos facilita a todos la posibilidad de expresar actitudes interiores, experiencias espirituales (a veces mucho mejor que con palabras).

4°,- Nos enseña verdades espirituales y las graba en nuestra mente y nuestro corazón.

Si la música es un don de Dios, ningún cristiano puede despreciarla o desinteresarse de ella. Puesto que este don se compone de distintos elementos, valoremos cada uno de ellos como regalo de nuestro Padre. Los estudiosos señalan hasta diez elementos en la música; nosotros nos conformaremos - por ahora- con pararnos en tres de ellos:Ritmo, Melodía y Armonía.



I. Ritmo



Aceptar el ritmo como un regalo de Dios quiere decir, en primer lugar, aceptar cantos con toda clase de ritmos - incluso si son nuevos para nosotros -. En la creación de Dios no hay uniformidad. Si todos nuestros cantos tienen un ritmo parecido o - lo que es peor- nosotros los cantamos con un ritmo parecido, no estamos reflejando la infinita riqueza de nuestro creador y la variedad de todo lo que sale de su mano.

Actualmente se emplean muchos ritmos sincopados, se acentúan los tiempos débiles... y muchos hermanos y hermanas se "despistan" o se cierran considerándose incapaces de aprender y cantar estas novedades. Sin embargo son una riqueza dada por el mismo Dios que inspiró otros cantos más tradicionales; si Él nos da una mente abierta y un poco de paciencia podemos aprenderlos correctamente y compartir esta riqueza. En el tiempo dedicado a ensayo de cantos que debe haber antes de una celebración y oración común, acostumbrarnos al ritmo del canto debe ser lo primero, puesto que normalmente es lo más difícil. Para ello, antes de cantar la melodía, podemos marcar el ritmo al mismo tiempo que decimos la letra.



2. Melodía



La inmensa mayoría de nuestras melodías están formadas por sólo diez notas. Es Dios quien nos ha dado esta riqueza impresionante de cantos, resultado de las casi infinitas combinaciones hechas con esas diez notas. Las experiencias, vivencias, intuiciones, profecías, palabras inspiradas de hermanos y hermanas de todo el mundo y de todas la épocas, expresadas a través de la música son un tesoro inmenso que todos podemos compartir.

Para ello es clave entrar en la intimidad de una melodía para poder comprender y, si es posible, vivir lo que el compositor o la compositora querían expresar. Captar el sentimiento o intuición fundamentales de un canto y sus matices a través de su melodía.



3. Armonía



Ha sido Dios quien ha creado la diversidad de voces: voces masculinas o femeninas, tenores o bajos, sopranos o contraltos. El canto a varias voces es un reflejo del misterio de Dios y de un plan para nosotros como Iglesia: Unidad en la diversidad. Si cada uno y cada una contribuimos al canto colectivo según las características de la voz que el Señor nos ha dado, cantaremos mejor, armoniosamente, sin dañar ni cansar innecesariamente nuestra garganta, y el resultado reflejará mucho mejor la multiforme sabiduría de Dios.

Un "precursor" de la Renovación Carismática, John Wesley, resumía en cinco reglas sus indicaciones en relación a este don del canto (obras completas de John Wesley, vol. 14, pág. 346):



1° Que todos canten.

2° Cantad alegremente y con ánimo.

3° Cantad humildemente, para cantar unidos y en armonía.

4° Cantad al mismo ritmo.

5° Sobre todo: Cantad espiritualmente. Dirigid vuestra mirada a Dios en cada una de las palabras que cantéis. Procurad agradar a Dios más que a vosotros mismos o que a cualquier otra criatura. Para ello, centraos sólo en lo que estáis cantando y velad para que vuestros corazones no se aparten de Él a causa de la música, sino que a través de ella sean constantemente ofrecidos a Dios. ¡Este es el canto que el Señor aprueba!

Este último punto resumiría también toda la doctrina de los padres de la Iglesia: Cantar con el corazón, ésta es la actitud fundamental para cantarle al Señor.

Para San Agustín, "si queremos dar Gloria a Dios, necesitamos ser nosotros mismos los que cantamos, no sea que nuestra vida tenga que atestiguar contra nuestra lengua. Sólo se puede cantar a Dios con el corazón cuando nos hemos rendido a Él, esto es, hemos aceptado su plan de salvación y buscamos su voluntad, tomando en serio su Palabra, cuando lo amamos. Bien se dice que el cantar es propio del que ama; pues la voz del que canta no ha de ser otra que el Fervor del Amor". Por eso agrega San Juan Crisóstomo: "A Dios se le ha de cantar, más que con la voz, con el Espíritu resonando hacia adentro. Así cantamos no a los hombres sino a Dios, que puede oír nuestros corazones y penetrar en los silencios de nuestro espíritu". En expresión de San Jerónimo "el siervo de Cristo cante de tal forma que no se goce en la voz sino en las palabras que canta". Para ello, dice San Basilio, "que la mente conozca y comprenda el sentido de las palabras cantadas, para que cantes con la lengua y cantes también con tu espíritu".

Y San Ambrosio de Milán entiende que "el canto de la comunidad cristiana es accesible para ser entonado por todos, es la voz del pueblo, himno de todas las edades, de todos los sexos, de todas las clases y estados de vida. El canto que los cristianos elevan para expresar su fe en el Señor, todos han de comprenderlo, sentirlo e identificarse con Él".

Así pensaban y sentían nuestros hermanos y hermanas de los siglos IV y V.



¿Y tú?



Nos dice el apóstol "cada uno, según el don que ha recibido, póngalo al servicio de los otros" (1 a Pe 4, 1 O). Si has recibido el don del Señor para la música y el canto, es un talento que Dios te pide que pongas al servicio de tus hermanos y hermanas. El te pedirá cuentas de cómo lo has usado. Si guardas su don, si lo entierras en lugar de hacerlo fructificar, sufrirás los reproches que el Señor dirige al siervo infiel.

Y para utilizar correctamente este don que me ha sido confiado, no debo subestimarlo ni sobreestimarlo, sino aceptarlo. Conocerlo, valorarlo y dejar que el Señor lo haga crecer. Acoger con humildad su don: "Que nadie se tenga por más de lo que conviene, sino que cada uno se tenga por lo que se debe tener, conforme a la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno" (Rom 12, 3). .



("Nuevo Pentecostés, nº 47)