ES COMO UN RIO DE AGUA VIVA

P. Serafín GANCEDO, C.M.F.

"... Es como si una masa torrencial de alegría inundase la persona, aflojando todas sus tensiones, aligerando su peso, sumergiendo sus timideces y hasta la gravedad de su compostura y la pusiera a punto de baile..."

En el principio era la experiencia

Aludiendo a los carismáticos, comentaba un religioso en tono peyorativo: "Invocan al Espíritu Santo, ¡Y hasta dicen que viene!"



Sí, el Espíritu Santo viene. No nos cuesta creer la palabra de aquél que dijo: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu santo a quienes se lo pidan?" (Lc 11,13).

Sí, creemos que viene el Espíritu. Y lo hemos experimentado. Pero todos sabemos lo inexplicables que resultan las experiencias. No caben en nuestro lenguaje articulado. La misma formula en que se nos transmite una vivencia profunda y desbordante, suena fría, sin relieve, y quizás ridícula para el que la escucha desde fuera.



Podemos decir de la Renovación Carismática lo que de la comunidad cristiana primitiva: en el principio era la experiencia. En el principio fue la comunidad, el amor, la celebración, el encuentro con Cristo vivo, el poder, el gozo. Porque en el principio fue el Espíritu. Después fue el estudio, la teología, la organización.

"La experiencia del Espíritu era la señal de un cristiano. Por ella en parte los cristianos primitivos se definían en relación a los no cristianos. Se consideraban a sí mismos no como representantes de una doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo. El Espíritu era para ellos un objeto de experiencia que no podían negar, sin negar que fueran cristianos. El espíritu se derramaba sobre ellos y lo experimentaban individual y comunitariamente como una nueva realidad. Se debe, pues, admitir que la experiencia religiosa pertenece al testimonio del Nuevo Testamento; y si uno quitara simplemente esa dimensión de la vida de la Iglesia, empobrecería a la Iglesia en extremo".



La renovación carismática no aporta a la Iglesia ningún contenido nuevo. Todo lo que es lo recibe de la Iglesia. Y en su seno prolonga y explicita, como carácter propio, esta línea experiencial. La novedad de la Renovación Carismática no está en que sean experiencias insólitas, exclusivas, distintas, excepcionales, sino en que esa experiencia de hecho se estén dando.

"La experiencia religiosa no es en primer lugar un acto de la persona humana: se dice en el "Documento de malinas", es más bien lo que Dios hace en una persona humana. Por tanto, no pertenece primariamente a la emoción o elevación emocional. Algunos que no conocen la Renovación sino el exterior, confunden la expresión de una experiencia profundamente personal con un sentimentalismo superficial. Por otra parte, la experiencia de la fe abarca todo el ser humano: el espíritu, el cuerpo, el entendimiento, la voluntad y las emociones. Hasta hace poco, había una tendencia a hablar del encuentro entre Dios y el hombre como de un encuentro conocido sólo en la fe, entendiéndose la fe en un sentido muy intelectualista. El encuentro de la fe o la experiencia religiosa incluye las emociones. El intento de dividir la razón y las emociones, como si estas fueran indignas, resulta peligroso. La experiencia en el sentido aquí empleado es algo que hace Dios en el creyente, y ello realiza la cristianización de toda la persona, incluyendo la cristianización de sus emociones".



Experiencia fundamental: La efusión del Espíritu



La gran puerta de entrada a la Renovación Carismática es lo que se llama "La efusión del Espíritu". Como rito, consiste en la oración, llena de fe y esperanza, que una comunidad cristiana eleva a Jesús glorificado para que derrame su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona que ardientemente lo pide y por quien los demás oran.

Esta oración se hace de ordinario mediante la imposición de las manos. No es ni un ademán mágico ni un rito sacramental, sino un gesto sensible de amor fraterno, una expresión elocuente de comunión humana, un signo externo de solidaridad en la oración.

Respecto al contenido, es una nueva efusión del Espíritu Santo que renueva, actualiza de manera existencial y pone en actividad el rico caudal de gracia que Dios ha dado a cada uno, según la propia vocación y según el carisma personal del propio estado de vida. Esta nueva efusión es también liberadora: rompe la dureza de nuestro corazón, remueve trabas y derriba obstáculos y nos dispone para que el Espíritu actúe en nosotros con toda libertad.

El efecto de esta gracia, crea una experiencia fundamental. Podemos encontrar en ella tres ingredientes:



— Una experiencia del amor de Dios Padre.. Dios deja de ser una verdad abstracta, un ser etéreo y lejano, y se convierte en una persona real, en un Padre que nos inunda con su amor. Nos sentimos profundamente amados con un amor personal y gratuito. Descubrimos con estremecimiento que Dios nos estaba asediando desde siempre con su amor, esperando a la puerta a que libremente le abriéramos. Dios pasa a situarse en el centro mismo de la persona. Nace una relación de confianza, de amor, de entrega a ese Dios vivo y amante.



— Un encuentro personal con Jesucristo como salvador y Señor. Jesús no es un mero personaje histórico, por muy importante que fuera. Es alguien entrañable, vivo y actual, que está salvándonos comprometidamente desde dentro de nosotros mismos. Y es también el Señor, el sentido de nuestra vida, el único por el que merece la pena vivir y morir.



— El descubrimiento del Espíritu Santo, prácticamente desconocido antes. Se experimenta que es Alguien que vive y actúa. Se le confía la propia vida para que la conduzca a Jesús. Se le invoca para todo, conscientes de que sin Él nada podemos, ni decir: "Jesús es Señor".


Esta experiencia fundamental puede presentarse de varias formas:





— A veces, repentinamente en un momento determinado. Esta forma repentina no es algo nuevo en la Iglesia. Ocurrió así en las comunidades cristianas primitivas.



— Otras veces es menos fulgurante; más tranquila y progresiva. Actúa en un ir descubriendo a Cristo y al Padre y ser introducidos en su amor más lentamente. Es una "experiencia de crecimiento".



— Finalmente, algunos nada experimentan de inmediato. Por algún tiempo no sienten la actuación del Espíritu. Es una vivencia en fe. Sólo días o semanas más tarde, casi insensiblemente, van llegando los efectos.



A raíz de esta experiencia fundamental, la persona descubre un cristianismo vivo, como una corriente de agua viva que fluye por entre las instituciones, los mandamientos, los dogmas, los ritos, los reglamentos, las prácticas, inundándolo todo y llenándolo de vida y de sentido. En el lenguaje carismático solemos expresarlo así: "El cristianismo se nos baja de la cabeza al corazón". Parece sólo cuestión de unos centímetros, pero se trata de un cambio interior profundo.

Para muchos cristianos es un descubrimiento deslumbrador y transformante. Empiezan a saborear los sacramentos; la Eucaristía no es un precepto, sino una fiesta; las reuniones largas de oración no sólo no cansan, sino que se ansían, se goza en ellas, se siente que terminen. Incluso para muchos sacerdotes supone apearse de un cristianismo como cultura y entrar en un cristianismo como vida.



Otra de las manifestaciones más inmediatas, más frecuentes, visibles y hasta aparatosas de esta experiencia, es el gozo. Es como si se hubiera roto una presa o un dique, y una masa torrencial de alegría inundase la persona, aflojando todas sus tensiones, aligerando su peso, sumergiendo sus cobardías, sus timideces y hasta la gravedad de su compostura, y la pusiera a punto de baile.



Por fin, suele acompañarle otro sentimiento: la gratuidad. Se da una intuición profunda de la inutilidad de nuestros esfuerzos, de la ridiculez de nuestros perfeccionismos, y una evidencia de que todo es gracia.



Naturalmente, todo esto requiere discernimiento. Pero la experiencia ahí está. Es un hecho. Y discernir no es negar o condenar, y menos constituirnos en instancia suprema para dictarle al Espíritu lo que tiene que hacer o prohibirle hacer lo que a nosotros no nos va o no nos cabe en la cabeza.





Experiencia de la Palabra de Dios



Por desgracia, los católicos no conocen demasiado la Biblia ni la estudian ni la manejan habitualmente; algunos ni la tienen, o han adquirido un ejemplar lujosamente encuadernado que descansa en su biblioteca para admiración de los visitantes.

Cuando esos católicos entran en una asamblea carismática, ven que se lee con espontaneidad y frecuencia la Biblia y que cada hermano lleva su ejemplar, no solo el sacerdote y la religiosa sino el ama de casa, el cartero, la enfermera o el vecino que la invitó a la reunión. Y descubren que se trata de un libro que puede leer cualquiera. Y que además dice cosas que se entienden y que llegan al alma. Y que los hermanos escuchan y acogen con respeto, con devoción, en silencio meditativo. Y que luego convierten en oración sentida de alabanza, acción de gracias, arrepentimiento...

Y comienzan por comprar una Biblia que deja de ser un libro, para convertirse en la Palabra de Dios. Nace el amor a la palabra. Se puede hablar de sed de la Palabra de Dios. Una sed que se manifiesta en la lectura diaria, en orar con la Biblia, en acudir a ella como libro básico de consulta, convencidos de que Dios sigue hablando hoy y de que su Palabra es eficaz. Hay quien la lleva siempre consigo, hasta en la bolsa de la compra, o la tiene en su mesilla de noche para no acostarse sin leerla.

Muchas veces los efectos de esta fe y de este amor a la Palabra de Dios se hacen palpables. La Biblia resulta efectivamente fuente de luz, de consuelo, de curación, de fortaleza. Hervé Marie Cattá, responsable de la comunidad carismática "Emmanuel", de París, llevaba un cuaderno en que anotaba pasajes de su lectura de la Biblia. Y de su testimonio: "Antes de la asamblea de Lourdes fui repasando textos que tenía anotados. Vi que se repetía la frase: "no temas"..Al escribir, nada me decía; pero al releer pensé que el Señor algo me indicaba. En efecto, tenía miedos que me bloqueaban en mi actuar, y el Señor me los había sanado".



Experiencia de oración



Es lo más inmediato para el que toma contacto con la Renovación y lo más visible y conocido para los que la contemplan desde afuera. A sus comunidades se las llama grupos de oración. Pero son en realidad grupos de renovación de la vida cristiana en su totalidad: trato con Dios, sacramentos, familia, relaciones sociales.

La mayor parte de los cristianos que se asoman a los grupos carismáticos han ejercitado la oración de súplica. Y un buen día caen en una reunión de dos horas, de las cuales una se la lleva la alabanza y la acción de gracias. Esto les impresiona, les impacta. Y esto se aprende. Y no solo se alaba en la asamblea, sino que la alabanza impregna la oración personal y se derrama a lo largo de toda la jornada, y llega a convertirse en un estilo de vida que confirma lo que cantaba San Francisco: "El sentido de la vida es cantarte y alabarte", y lo que recomienda San Pablo: "Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús", "dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre" (Col 3,11;Ef 5,20).

Llama especialmente la atención de los nuevos, el oír alabar a Dios por las circunstancias dolorosas e incomprensibles. Al principio resulta desconcertante, inaudito; luego, admirable; por fin apetecible y normal en quien cree que Dios gobierna el mundo con una providencia amorosa y que sus planes superan nuestra capacidad de compresión.

Por este camino de la alabanza, que nos centra en Dios, en su misterio y en su obra, se va realizando en el alma como un dragado del egoísmo, una sólida purificación; se van quemando etapas en la vida espiritual. Y no es raro encontrarse con personas, ignorantes de ascética y mística, que alcanzan una alta oración contemplativa.

Otra modalidad oracional es la intercesión. Muy a menudo cada grupo carismático cuenta entre sus servicios con un equipo de intercesores. Son hermanos que por su madurez humana y cristiana, por su don de oración, por su capacidad de compasión y de acogida, y a veces por otros carismas, como el discernimiento o la palabra de conocimiento, ejercitan el ministerio habitual de orar por las personas. Suele ser un ministerio muy solicitado por los que tienen dificultades o problemas de todo tipo: morales, psíquicos, físicos, familiares, laborales...

La gente acude a este servicio con naturalidad y frecuencia, y hasta con ansia, porque experimenta los efectos positivos de la oración hecha en comunidad y en nombre de Jesús, favorecidos por el calor humano de la acogida con que se ve arropada.

He visto a sacerdotes llorar al sentirse acogidos por otros hermanos sacerdotes dispuestos a escuchar sus problemas y a orar por ellos.

En los retiros y asambleas carismáticas los equipos de intercesión funcionan continuamente. No se da abasto a atender a los hermanos que a través de la oración esperan la ayuda del Señor.

Respecto a la oración litúrgica, son muchos los cristianos que la han descubierto en la Renovación Carismática. Quizás ni habían oído el nombre de "laudes" hasta que participaron en el primer retiro y advierten que en la oración de la Iglesia hay una gran riqueza para explayar gozosamente esa característica de la Renovación que es la alabanza.



Experiencia de comunidad



Uno de los efectos más inmediatos y espectaculares de Pentecostés, tal y como se refleja en los Hechos de los Apóstoles, es la comunidad cristiana.

Es también una de las experiencia más visibles y gratificantes dentro de la Renovación. Casi la única estructura de funcionamiento habitual es la asamblea comunitaria. En ella concurren todos los elementos de una comunidad eclesial señalados en el Nuevo Testamento: fraternidad, oración, Palabra de Dios, salmos, cánticos inspirados, enseñanza, testimonio, servicio...

Por la presencia de todos estos elementos y por la asistencia de personas de toda edad, sexo, posición social, la asamblea carismática resulta una célula de la Iglesia, una autentica comunidad cristiana.

Nace entre los asistentes una reunión de corazones y de vida, una verdadera fraternidad, a la vez humana y teologal. Se comparte la fe en profundidad, se habla espontáneamente de Dios, de los afanes por el Reino, de las dificultades, esperanzas y problemas encontrados en los caminos del Señor.

Si a este compartir la vida en fe se junta una llamada del Señor en que varios coinciden, pueden nacer comunidades, de contornos más definidos y con unos compromisos estables. .

Y dentro de la experiencia de comunidad, es importante el aspecto comunitario de la oración. Para mí ha sido una de las principales experiencias. He descubierto vivencialmente que la oración comunitaria no es la hecha por todos en un mismo lugar, con las mismas formulas o con la simple intervención de casi todos los miembros, sino el hacer cada uno suya la oración del hermano; su arrepentimiento, su acción de gracias, su confianza...

Cuando un hermano ora, todos lo acompañan, lo acogen, lo presentan al Señor como algo entrañable y propio, con un solo corazón y una sola alma. Esto exige una actitud de escucha que supone un desprenderse de sí mismo y de los propios problemas, para abrirse a lo que el espíritu va presentando a través de los hermanos. La oración resulta así tanto más carismática cuanto menos nuestra es y más guiada por el Espíritu.

Él marca el ritmo, los temas, las intervenciones, los textos bíblicos... La oración la va llevando Él. Es su oración, la oración carismática, una oración que más que hacer nosotros, la recibimos; es una gracia. Nos hace ir penetrando en el misterio de Cristo. Cada sesión es una meditación y contemplación gozosa, que nos va convirtiendo al Señor. Sólo se nos pide la apertura, la escucha a través de los hermanos, la disponibilidad y la colaboración.

Todo ha de ir surgiendo sobre la marcha. Y si algo se lleva preparado, como algún texto bíblico, el verdadero carismático prescinde de ello si el Espíritu va imponiendo a la reunión una línea distinta. Más que preparar cosas para la reunión, hemos de prepararnos nosotros. De hecho los encargados de dirigir la asamblea oran personalmente a lo largo de la semana y suelen tener una hora de oración en equipo antes de la reunión, a fin de prepararse para servir de instrumentos del Espíritu en la animación de grupo.



Experiencia de sacramentos



La Reconciliación ha sido renovada en la estima y frecuencia de su recepción pero, sobre todo, en el modo de celebrarla. Se ha creado una actitud de conversión permanente, que se renueva en las Eucaristías carismáticas con un largo espacio de petición espontánea de perdón, y en los retiros de fin de semana, que, en su primera parte, dedican un tiempo holgado al arrepentimiento.

La Reconciliación no se reduce a la confesión de los pecados, se identifican las raíces, y una vez descubiertas, se prolonga la absolución sacramental en una plegaria de curación, liberación o robustecimiento de la voluntad –según la necesidad del penitente- para que el poder salvador de Jesús no se limite al perdón de los pecados, sino que alcance a la persona entera.



La Unción de Enfermos es un sacramento de enfermos y no de moribundos. Unción de Enfermos y no Extremaunción. La gente no sólo le ha perdido el miedo, sino que la desea, la pide y la recibe con naturalidad y gusto. El grupo la vive como celebración comunitaria y festiva. Muchos enfermos graves siguen viviendo y los que han muerto han pedido un funeral carismático, y en la medida de lo posible con alegría, con guitarras, como una verdadera fiesta de la fe y de la esperanza cristianas. Los que asisten a estos funerales reciben el impacto de una misión. Y comentan: "Cuando me muera quiero un funeral así".



Experiencia de poder



Es uno de los efectos de Pentecostés: Los Apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hch 4,33). Lo había prometido el Señor: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros" (Hech 1,8). San Pablo lo afirma de sí mismo: "Mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2,4-5).

En la Renovación Carismática se está dando también este poder. Hablar de poder es entrar en el terreno de los carismas, el mas escandaloso, discutido y expuesto a la crítica, y el más necesitado de prudencia y discernimiento. Pero no por eso vamos a negar la evidencia. En la Renovación Carismática están resurgiendo los carismas de la Iglesia primitiva: palabra de sabiduría y de conocimiento, fe, curaciones, profecía, lenguas, etc.

El P. Emiliano Tardif, canadiense, misionero del Sagrado Corazón que fue Provincial de su Congregación en la República Dominicana, era un hombre activísimo: construyó iglesias, seminarios, centros de promoción humana.

Y se burló mucho de la Renovación,"afirmando que América Latina no necesitaba don de lenguas sino promoción humana".. Mas tarde Su carisma de curaciones, mundialmente reconocido, le dio una sombrosa capacidad de convocatoria que aprovechaba para anunciar la buena noticia de que Jesús está vivo en todo el mundo.



Experiencia de compromiso



De manera especial, pedimos hoy que se comprometan personas y grupos. El compromiso es un criterio de discernimiento, con tal de que se entienda bien, porque como todas las cosas importantes, corre el riesgo de la falsificación.

También a los carismáticos se les pregunta con frecuencia: "Y vosotros ¿qué hacéis?, ¿a qué os dedicáis?, ¿qué compromiso tenéis?". Y cuando responden que no tienen ningún compromiso concreto quedan descalificados.

Si por compromiso entendemos una tarea o actividad determinada, la Renovación, en cuanto tal, no tiene como objetivo un compromiso concreto; no es un movimiento para hacer algo. Cultiva más bien una actitud fundamental de conversión al Señor, de docilidad al Espíritu. Y en esta actitud, es Dios mismo quien va comprometiendo a las personas, en un quehacer nuevo o una entrega más generosa dentro de la tarea en que estaban comprometidas.

La Renovación, como uno de los muchos Pentecostés que Dios ha suscitado a lo largo de la historia de la Iglesia, es un río de agua viva. A donde llega ese río, que mana, "del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), brota la vida y la fecundidad. Según las semillas y los terrenos, crecerán flores o árboles frutales o trigo o legumbres. El causante de esta variedad es único: el río de agua viva. La Renovación se fija en el río, en el agua: no en producciones o cultivos específicos. Cuidando ese río, la variedad de los compromisos viene por sí sola.

Lo prueban los abundantes compromisos que las personas van asumiendo. En el campo de la pastoral se comprometen muchos en actividades parroquiales, asistenciales y evangelizadoras.

En el campo de la vocaciones consagradas, están saliendo de la Renovación muchachos y muchachas para el sacerdocio y la vida religiosa. Conozco jóvenes que cuando presienten que el Señor quiere entrar en su vida hasta esas profundidades, abandonan los grupos por miedo al compromiso.

También a religiosas y sacerdotes, a punto de darse de baja, el encuentro con la Renovación les ha devuelto al amor primero. Les ha hecho redescubrir el sentido gozoso de su vocación consagrada.



Conclusión



Siempre es Pentecostés. Nunca ha dejado de correr en la Iglesia el río de agua viva. Pero hay épocas o situaciones, no sujetas a nuestra programación -porque el Espíritu "sopla donde quiere" y "no sabes de donde viene ni a donde va" (Jn 3,8)- en que su acción es fácilmente identificable. Creo que una de estas épocas es la nuestra y que la Renovación carismática se cuenta entre las múltiples manifestaciones de esa acción del Espíritu.

Otras huellas del paso de la Renovación podrían ser: el descubrimiento del misterio de la Iglesia, redescubrimiento de la figura de María, amor a los Pastores, libertad de cuerpo y alma para alabar y testimoniar.

Pablo VI llegó a decir que la Renovación era "una suerte, una oportunidad para la Iglesia y para el mundo".Nosotros que tantas veces invocamos al Espíritu para que renueve la faz de la tierra, no le tengamos miedo, y aprovechemos esta oportunidad, abriéndole felices y agradecidos nuestras personas, nuestras comunidades, nuestras parroquias.<



(Nuevo Pentecostés, nº 86)