ASÍ COMENZÓ LA RENOVACIÓN CARISMATICA EN ESTADOS UNIDOS

Patti Gallagher Mansfield

Nací en New Jersey, dentro de una familia muy católica y siempre tuve deseos de conocer más a Dios. Busqué una Universidad donde pudiera profundizar mis conocimientos de fe católica y, finalmente, escogí la de Duquesne, que se llama "Universidad del Espíritu Santo" y tiene como emblema: "¡Es el Espíritu el que da la vida!"

RETIRO DE FIN DE SEMANA

Seguí allí dos cursos de Teología durante los dos primeros años. Poco a poco fui viviendo lo que en realidad había buscado, pero me di cuenta de que yo tenía más sed, de que, más que una aproximación intelectual a mi fe, más que un conocimiento de Dios por si mis­mo, yo quería conocerle de una manera profunda y personal.

Una de mis amigas me invitó a una reunión de oración, sin éxito. Siempre la rechazaba. Tenía verdadera necesidad de conocer mejor a Dios pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Miedo de lo que me podría pedir; miedo de que sus proyectos sobre mi vida no coincidieran con los míos, que eran muy grandes. Pero, al final, en los últimos días del año, cuando volvieron a invitarme, accedí. y me acogieron con tanto cariño que decidí volver otras veces. Al año siguiente se organizó un retiro en la Universidad. Después de cambiar impresiones se decidió que el tema de reflexión sería: "La persona y la acción del Espíritu Santo" y, para prepararlo, debíamos leer los cuatro primeros capítulos de Los Hechos de los Apóstoles y un pequeño libro titu­lado: "La cruz y el puñal".

EL TESTIMONIO DE DAVID WILKERSON

Leyendo este libro del pastor pen­tecostista David Wilkerson, no comprendía bien las referencias al Espíritu Santo, ni el hablar en lenguas, pero me conmovía que un hombre de nuestro tiempo pudiera conocer la voluntad de Dios y estuviera dispuesto a realizarla. Dios le hablaba de diferentes formas y le guiaba. Y sentí crecer en mi corazón el deseo de ser también guiada por el Señor.

Me parecía maravilloso que una persona tan corriente como yo pudiera conocer la voluntad de Dios sobre su vida, pero tenía la impresión de que esto estaba reservado a los sacerdotes y religiosos. Sin embargo mi fe fue lo suficientemente profunda para que, al terminar la lectura, me hincara de rodillas y dijera: "Señor, yo te pido, si es posi­ble, que estés más presente en mi vida de lo que has estado hasta aho­ra." Después abrí los ojos y miré alrededor.

No sé lo que esperaba ver, pero en realidad no vi nada espectacular. Y no sentí nada distinto. ¿Sabéis para qué rezaba? Rezaba, en el fondo, para pedir la efusión del Espíritu, aunque no empleaba esta palabra porque no la sabía. Pero en realidad era eso de lo que yo tenía sed.

¡SÉ VIVO PARA Mí!

Días más tarde, unos 25 ó 30, nos fuimos al retiro. La primera noche, comenzamos a meditar sobre el misterio de María. Uno de nuestros profesores de Teología dirigía la meditación y mientras nos hablaba de María, yo lo veía transformado. Parecía tranquilo, feliz... Se diría que está habitado por el Espíritu Santo -pensaba yo- y lo que no sabía es que este profesor, su mujer y otros dos profesores de Duquesne, habían recibido la efusión del Espíritu. Semanas antes de nuestro retiro, habían asistido a un grupo ecuménico de oración, en Pittsburg y -aunque no sabíamos nada-, en la paz y alegría que les notábamos podía verse el fruto de esa efusión. Después de la meditación sobre María, nos reunimos todos para una celebración penitencial. San Juan dice que "cuando el Espíritu viene a nosotros, nos revela nuestro pecado". Nosotros, que nos teníamos por gente buena, sentimos una inmensa necesidad de arrepentirnos. Había entre todos rencores, divisiones y juicios críticos. Y el Espíritu Santo nos "convenció" de nuestro pecado. También yo experimenté una nece­sidad real de arrepentimiento. El día siguiente estuvo dedicado a comen­tar los Hechos de los Apóstoles. Dio la enseñanza una mujer que nuestros profesores habían conocido en un grupo de oración.

Se nos dijo que no era católica, y esto me hizo desconfiar un poco. Comenzó diciéndonos: "Yo no sé lo que os voy a decir, pero he rezado para pedirle al Espíritu Santo que me lo enseñe." Aquello me desconcertó. ¡Ni siquiera había tenido la cortesía de preparar sus enseñanzas! y sin embargo, mientras hablaba, se sentía el Espíritu presente. ¡Era todo sencillo! Nos dijo que era posible un encuentro personal con Jesús y habló del poder del Espíritu Santo, del que nosotros mismos podíamos tener experiencia en nuestras vidas. Al acabar la enseñanza, si antes había sido tan desconfiada, ahora escribía en mis notas: “Jesús, si quieres, vive Tú en mí como estás vivo en ella."

EL ESPIRITU SE MANIFIESTA

En el comentario que siguió a esta enseñanza, uno de los jóvenes de mi grupo propuso que, al final del retiro, renováramos nuestra Confirmación. Cada año, en Pascua, los católicos renuevan sus promesas del Bautismo.

Siendo ya adultos, podíamos también pedirle al Espíritu Santo que -ya que había venido a nosotros en la Confirmación-, viniera de nuevo a nuestros corazones, para hacer de nosotros lo que Él quisiera. No conocía a ese estudiante, pero me puse de acuerdo con él y le dije que lo haría yo también aunque tuviera que ir sola.

Después me acerqué al tablón de anuncios y pegué un papel en el que había escrito: "¡Quiero un milagro!" El sábado por la noche, organizamos una fiesta de aniversario en honor de dos o tres de nosotros pero el ambiente estaba frío. Era una especie de apatía general, todo el mundo iba de un lado para otro. Es verdad que teníamos un problema serio; se nos había ido el agua, por­que se rompieron las tuberías. Algunos estudiantes, se sintieron impulsados a ir a la capilla para pedirle a Jesús, que el agua viniese. Se pusieron a rezar y después fueron a abrir los grifos. El agua brotó de nuevo. La mayor parte dijeron simplemente que el agua había vuelto. Pero, gracias a la invocación del nombre de Jesús, el agua volvió a brotar, como haría después el Espíri­tu Santo en nosotros.

Por la noche, la gente se desparramó y decidí buscarlos por todas las habitaciones de la casa. Fui a la capilla, no para rezar, sino para decir a todos los que estuvieran allí que se reunieran con nosotros. Y cuando entré y me encontré en pre­sencia de Jesús, ante el Santo Sacramento, me arrodillé y tuve como un sentimiento de terror. Siempre había creído que Jesús estaba realmente presente en el Santísimo Sacramento, pero no había tenido jamás un sentimiento de su presencia gloriosa. Me puse a temblar con todo mi cuerpo, como sobrecogida por su presencia. Tuve miedo y me dije a mí misma: "Sal de aquí: Puede ocurrirte algo si te quedas aquí en presencia de Dios." Pero el deseo de quedarme era más grande que mi miedo.

"ALGO ESTÁ OCURRIENDO"

El estudiante que había orga­nizado el retiro, entró en la capilla y se arrodilló a mi lado.

Le conté lo que me había sucedido. “Algo va a pasar -me contestó-, algo que no teníamos previsto. Quédate aquí y continua rezando”.

Salió, y me quedé arrodillada delante del Señor. Y, por prime­ra vez en mi vida, pronuncié una oración de total abandono: "Padre, te doy mi vida. Todo lo que Tú quieras de mí, lo acepto. ¡Incluso si es un sufrimiento! Enséñame sólo a seguir a tu Hijo y amarlo como Él ama."

Estaba de rodillas. Un instante después, me encontré tendida a todo lo largo delante del Tabernáculo. En el movimiento perdí los zapatos, aunque nadie me había tocado. Comprendí entonces que el sitio donde estaba era un lugar santo. y me sentí invadida por un sentimiento fuerte de la misericordia y del amor de Dios: de la locura de este amor. Dios es un Dios de amor; su naturaleza es sólo amar. Somos su pueblo, le pertenecemos. Y el amor de Dios se extiende sobre nosotros, sin tener en cuenta lo que somos o lo que hemos hecho.

Estas palabras de san Agustín expresan maravillosamente lo que yo sentía en ese momento: “Nos creaste, Señor, para Ti, y está inquieto nuestro corazón hasta que no descanse en Ti."

Sentía que la experiencia del amor, de la misericordia, de la ternura, de la compasión de Dios, tal como yo lo había experimentado, todo el mundo podía tenerla, sí, todo el mundo. y aunque hubiera preferido quedarme allí, bañada por la presencia del Señor, me pareci6 que debía hablar con los demás. Me levanté y dije a los dos estudiantes que estaban en la capilla: "¡Estoy rezando para que os ocurra a vosotros lo mismo!”

"!TIENES UN ASPECTO DISTINTO!"

Fui a buscar al capellán y le conté lo que acababa de ocurrir. Me dijo entonces que el compañero, que quería renovar su Confirmación, había estado en la capilla, una hora antes que yo, y había tenido la misma experiencia. También había sido "derribado" por la venida sobre él del Espíritu Santo.

Cuando salía, algunos estudiantes vinieron a mi encuentro: "Pero, ¿qué te ha ocurrido? ¡tienes un aire distinto!" san Pablo dice, en la segunda epístola a los Corintios, que nuestros rostros desvelados reflejarán la gloria de Dios y que nos vamos transformando, avanzando, de claridad en claridad. Yo no me di cuenta de que había cambiado, pero, al parecer, todos habían visto en mi rostro un reflejo de lo que Dios había hecho en mi corazón. Les expliqué que acababa de vivir todo aquello de lo que habíamos estado hablando durante el fin de semana. Y yo, que siempre tengo vergüenza ante la idea de hablar de Jesús, sentí de repente una audacia loca. Los cogí de la mano y les dije: "Venid conmigo a la capilla "

Nos pusimos de rodillas y comenzamos a orar: ésta fue la primera oración, para recibir la Efusión del Espíritu, hecha por católicos. Le dije al Señor: "Señor, esto que acabas de hacer conmigo, ¡hazlo también con ellos!"

LA EFUSIÓN DEL ESPIRITU

Aunque nadie había abandonado la reunión que se celebra­ba abajo, en menos de media hora, todos los estudiantes esta­ban en la capilla. Dios hacía a lo grande su obra: ocurrieron mul­titud de cosas.

Algunos sollozaban: nos explicaron más tarde que habían sentido tan fuertemente el amor de Dios que no pudieron por menos de llorar. Otros, como yo, sintieron un calor muy fuerte en las manos, y un fuego que subía por los brazos. Otros, como pinchazos en la garganta y sobre la lengua. Debo decir que entonces ignorábamos todo sobre los dones del Espíritu Santo. Y creo que habríamos sido capaces de hablar en lenguas, pero no sabíamos ejercer ningún carisma.

Dos de los profesores que habían recibido la efusión del Espíritu un mes antes, entraron en la capilla y, al vernos, se dijeron uno al otro: " ¿Cuál será la reacción del Obispo cuando sepa que estos jovencitos han recibido la efusión del Espíritu?

Oí esta palabra -EFUSIÓN del Espíritu-, y me pregunté que quería decir. No entendíamos, en absoluto, lo que nos había ocurrido.

DIOS ACTÚA CON PODER

Al regresar a Duquesne estábamos, exactamente, en el estado de espíritu que describe el salmo 126: :

"Cuando Yáhveh hizo volver a los cautivos de Sión,

como soñando nos quedamos;

entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría.

Entonces se decía entre las naciones:

¡Grandes cosas ha hecho Yáhveh con éstos!

¡Si, grandes cosas hizo con nosotros Yáhveh,

el gozo nos colmaba!"

Uno de mis camaradas me dijo: "Pero, ¿qué te ha ocurrido, Patti? , ¡si no te conociera pensaría que estabas borracha!" Esto me llenó de alegría porque fue precisamente lo que dijeron de los Apóstoles después de Pentecostés.

En la primera asamblea de Notre Dame -que celebran los carismá­ticos católicos de los Estados Unidos-, éramos sólo 50 y nos reunimos en una sola habitación. Fue en septiembre de 1967. Pocos años después, en otra asamblea de Notre Dame, 35.000 católicos que habían recibido la efusión del Espíritu, tuvieron que reunirse en un campo de fútbol. Sólo Dios sabe cuántas personas han recibido este don fantástico de la fuerza del Espíritu Santo. Es sólo obra de Dios. Y si la Renovación Carismática ha brotado con tanta fuerza en toda la Iglesia católica, es porque Dios ha decidido actuar con poder.

MARÍA, EN EL CORAZÓN DEL MISTERIO

Con frecuencia me preguntan qué se experimenta después de haber vivido los comienzos y ver todo lo que ha ocurrido después. Mi respuesta es que me siento muy próxima a María, dentro del misterio de su respuesta a Dios: un "sí", ¡que puede cambiarlo todo! María dijo sí cuando el Espíritu Santo la cubrió con su sombra y ¿veis lo que pasó? ¡ Que nació Jesús!

Cuando el Espíritu Santo nos cubre con su sombra es porque le hemos dicho que sí a Dios y, de alguna manera, concebimos a Jesús. Ahora, tenemos la misión de traerlo al mundo. Por haber participado en esta obra del Espíritu, desde hace años me siento en el corazón del misterio de María, que es acogerse a la acción del Espíritu Santo para que Jesús pueda nacer al mundo. Es una experiencia de humildad, ¡impresionante! Por eso hago mío el Magnificat de María: "El Señor ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre!"

María está con nosotros. Estaba en la habitación de arriba en Pentecostés. Estaba con nosotros en Duquesne. y sigue uniendo sus oraciones a las nuestras, hasta que estemos delante del Padre. María nos dice: "Él colma de bienes a los pobres y despide a los ricos con las manos vacías." Si sentimos la necesidad de vivir más y más del Espíritu Santo, podemos estar seguros de que el Señor la colmará.

(Nuevo Pentecostés, n.86)