La enseñanza en los grupos

UN PROGRAMA COMPLETO DE FORMACION CRISTIANA

Los hermanos que llegan a la Renovación Carismática a través de los grupos provienen de los ambientes más diversos. Algunos necesitan ante todo evangelización, otros, una formación y enseñanza muy determinada, o porque nunca la tuvieron, o porque, si bien la tuvieron, fue de tipo puramente racional con escasa repercusión en sus vidas.

Lo que primero tenemos que asegurar es que todos reciban la evangelización, es decir, que lleguen a conocer y capten en profundidad el núcleo del mensaje cristiano, la Buena Nueva, y adquieran una clara conciencia de lo que es la esencia de la fe cristiana, y podamos así todos estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que (nos) pida razón de (nuestra) esperanza” (1 P 3,15).

Hemos de tener todos muy claro lo que es “el fundamento y el centro y la cumbre de toda fuerza dinámica de la evangelización: en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos y cada uno de los hombres, como un don de la gracia y de la misericordia del mismo Dios” (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi, n.O 27).

Supuesta esta comprensión del contenido básico del mensaje evangélico, hay que seguir dando enseñanza abundante, iluminando todas las verdades que se transmiten “entre las que se da un orden o jerarquía, según el diverso nexo que las relaciona y concreta con el contenido básico del anuncio o kerigma apostólico” (Comisión Episcopal Española para la doctrina de la fe, La Comunión eclesial, n:- 43).

En esta tarea nos guía la Palabra de Dios y el magisterio de los pastores legítimos de la Iglesia, maestros auténticos del Pueblo de Dios, que para nosotros es continuidad de lo que “la generación apostólica y las sucesivas generaciones post-apostólicas nos transmitieron”.

En el ejercicio de esta enseñanza conviene que tengamos en cuenta ciertos puntos de referencia que son las metas a las que aspiramos:

a) Si hablamos de renovación carismática, se trata también de una mentalidad nueva, de acuerdo con las exigencias más genuinas que el Espíritu nos hace sentir hoy: “renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2), lo cual invita a “renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,23-24).

Esta mentalidad nueva conlleva “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez. 18,31; 36,26-27) para poder tener “los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2,5; Rm 15,5).

Todo esto es adquirir un modo nuevo de pensar, sentir y amar, una metanoia o conversión profunda, un cambio en la jerarquía que teníamos de valores y un abandono del espíritu del mundo y de la carne.

b) Hemos de proponemos una línea constante de crecimiento y maduración en la vida cristiana abundante, como “imitadores de Dios” (Ef. 5,1) e “hijos de la luz” y “luz en el Señor” (Ef. 5,8) para que nos vayamos llenando “hasta la total Plenitud de Dios” (Ef. 3,19) y lleguemos a “la madurez de la Plenitud de Cristo” (Ef. 4,13).

Todos los dones de la mente y del corazón, pero de manera especial “espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente” (Ef. 1,17).

Cada grupo debe hacer un esfuerzo por formar a sus maestros, pedir al Señor los dones que necesitan, desarrollar ciertos programas de enseñanza, recabar de otros grupos la enseñanza más profunda que ellos no puedan dar, profundizar constantemente en la Palabra de Dios, ofrecer material de lectura y grabaciones de charlas.

Los maestros o catequistas han de llenarse cada vez más, anhelar que se desarrollen en ellos los dones de la sabiduría, de entendimiento y de ciencia, y en general el carisma de la enseñanza que les capacita para este mismo ministerio, “Hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros” (2 Tm 2,2), que sepan introducir en la mentalidad y en el sentir de Dios, que no sólo hablen a la mente sino al corazón, creando las actitudes del Señor que deben definir la vida del cristiano.

Han de haber captado el mensaje del Señor, pero también deben comunicarlo con amor, gozo y atracción espiritual.

Insustituible para esto el estudio, la reflexión, la lectura, la meditación de la Palabra, la oración y la contemplación. Si esto falta, no se hace más que repetir un esquema que se ha aprendido. Pero no ha de ser así, sino, “como el dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52), para que “de lo que rebosa el corazón hable su boca» (Lc 6,45).


DONES QUE IMPLICA EL CARISMA DE LA ENSEÑANZA


A) EL DON DE SABIDURÍA: Es lo contrario a la mentalidad carnal y al espíritu del mundo; es “conocimiento sabroso de las cosas divinas” o algo como un instinto de lo divino para juzgar de todas las cosas, pero sobre todo de las divinas según el punto de vista de Dios. Esta “sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, para, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía”. (St.3, 17), “misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo” (1 Co.2, 6-8).


B) LA PALABRA DE SABIDURÍA: Es como una palabra penetrante, inspirada, que nos hace ver claramente en un momento determinado lo que el Señor quiere. Por su verdad y su fuerza se clava en el corazón, lleva paz y convicción. No es tan permanente como el don de sabiduría.


C) EL DON DE ENTENDIMIENTO: Con este don, por la acción del Espíritu Santo en nosotros, por una iluminación interior, penetramos en aquello que nos manifiesta la Palabra de Dios, o sea en los misterios de Dios, de una manera mucho más profunda e intuitiva que como lo haría nuestra inteligencia. Es una forma de fe pura y contemplativa por la que son “bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. (Mt.5, 8). Y que Jesús dio a los apóstoles cuando “abrió sus inteligencias para que comprendieran las escrituras” (Lc.24,45).


D) EL DON DE CIENCIA: No es ciencia humana, ni tampoco ciencia teológica. Es como el sentido de la fe, luz o visión interior para apreciar el valor y sentido según el plan de Dios de todas las realidades terrenas: la salud, la profesión, el dinero, la política, la economía, la técnica, el ocio, etc.


E) LA PALABRA DE CIENCIA: Es como “el diagnóstico que Dios hace de un hecho, de un problema, de un estado de ánimo, de una situación, y que Él comunica a nuestra mente. Aunque difiere, tiene cierta semejanza con el don de discernimiento, y al mismo tiempo, una conexión íntima con el don de enseñanza.


F) CARISMA DE EXHORTACIÓN: No es para comunicar la verdad, sino para “inducir a la práctica de las enseñanzas recibidas”. San Pablo habla mucho de este carisma, que ha de ser exhortación con amor paternal, filial o fraternal, y nunca con dureza: “Instruíos y amonestaos con toda sabiduría” (Col. 3,16).



MINISTERIOS DE LA PALABRA EN EL N. T.

Por LUIS MARTIN

San Pablo habla de carismas, ministerios y operaciones: todo es manifestación del Espíritu para provecho común. (1 Co 12,4-7).

De las dos listas que nos da en el mismo capítulo (1 Co 12.4-11 y 28-30), vemos que en la segunda enumera dos series de funciones eclesiales que llamamos ministerios y carismas. En primer lugar destaca una triada de ministerios de la Palabra, la cual aparece después, en la Epístola a los Efesios, mezclada con otros ministerios (Ef 4,11-13).

“Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como APOSTOLES; en segundo lugar como PROFETAS; en tercer lugar como MAESTROS” (1 Co 12.28): esta triada de ministerios va seguida de ciertos carismas, como “milagros”, “don de curaciones”, “de asistencia”, “diversidad de lenguas”, “gobierno” (ministerio).

Estos tres ministerios tienen tanta importancia que, por lo que sabemos por documentos posteriores, se encuentran en las iglesias primitivas, bajo nombres diferentes, y se les considera indispensables para la vida de la misma Iglesia.

El que la triada de los APOSTOLES, PROFETAS y MAESTROS vaya inserta en un catálogo de dones o carismas nos hace ver que, según la mente de San Pablo, estos ministerios son también carismas.

Lo cual nos ayuda a comprender la distinción entre ministerios y carismas:

Los ministerios o diakonias (servicios) tienen cierto carácter de permanencia y más tarde terminan por ser institucionalizados la mayoría de ellos.

Los carismas o dones del Espíritu son manifestaciones mucho más espontáneas y libres, que no tienen la permanencia del ministerio y no admiten la institucionalización.
O sea, que los ministerios son carismas, pero no todo carisma es ministerio.

LOS TRES MINISTERIOS DE LA PALABRA
Los ministerios de la Palabra ocupan un primer lugar, ya que la Iglesia se alimenta de la palabra apostólica, predicada, explicada y aplicada por hombres especialmente dotados por el Espíritu para ello: los Apóstoles, los Profetas y los Maestros o Doctores.

Para comprender la función de los maestros o doctores, que es lo que más nos interesa en estas páginas, veamos en qué consiste cada uno de estos ministerios:

APÓSTOLES: Tal como hoy entienden los comentaristas, aquí se trata no del grupo de los Doce, sino de un grupo mucho más amplio de testigos del Resucitado. Son misioneros enviados, a veces oficialmente por la comunidad, a misionar, es decir, a proclamar el primer mensaje de la Buena Nueva. Suelen viajar de dos en dos, provistos de cartas de recomendación y las comunidades deben recibirlos, “como al Señor”. Su ministerio es universal o ecuménico, es decir, sin límite territorial, y su autoridad reside en el testimonio del Resucitado y en el mensaje que llevan. (El EVANGELISTA tiene la misma función que el apóstol, pero no es testigo del Resucitado. De este ministerio sólo se habla a propósito de Felipe (Hch 21.8) y de Timoteo (2 Tm 4.5).

Los ministerios de los profetas y de los maestros son más locales y se realizan de ordinario dentro de una comunidad determinada, al servicio siempre de la Palabra de Dios, de la que procede toda su autoridad y la cual es el criterio para discernirla y valorarla.

PROFETAS: Son predicadores inspirados, líderes importantes en las comunidades locales de entre los cuales son escogidos los apóstoles. Tienen un papel de primera línea en las asambleas: a veces se encargan de la predicación en las celebraciones litúrgicas, recitan plegarias de bendición o “eucarísticas” (Didaché), “hablan a los hombres para su edificación, exhortación y consolación”: “el profeta edifica a toda la asamblea” (1 Co 14.3-4). Dada su importancia, San Pablo escribe: “aspirad a los dones espirituales, especialmente a la profecía” (1 Co 14,1).

Los PROFETAS juntamente con los APOSTOLES son como el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia (Ef. 2,20).

Los MAESTROS o DOCTORES: Van asociados a los profetas y dan una enseñanza más metódica, que se apoya siempre en las Escrituras. Interpretan y explican la doctrina cristiana a partir del mensaje proclamado por los apóstoles y de la luz del A.T. valorando la significación de lo que los fieles han llegado a aceptar por la fe. Quizá Pablo y Apolo fueron reconocidos como “doctores” o “maestros” antes de ser enviados por sus comunidades como “apóstoles”.

Estos tres ministerios se asemejan por sus funciones y pueden ser ejercidos por las mismas personas. Se diferencian sólo por las competencias que se les atribuyen, y por títulos distintos: en nombre de una misión recibida de Jesucristo Resucitado (apóstoles), de una inspiración del Espíritu (profetas), o de una aptitud adquirida para enseñar (maestros) .

EL MINISTERIO DE LA ENSEÑANZA

El ministerio de la enseñanza supone esencialmente la predicación del mensaje evangélico. Jesús realizó los dos: predicó el mensaje y enseñó. La predicación es lo que principalmente realizan los apóstoles y los evangelistas: proclaman el Evangelio, la Buena Nueva: el Reino de Dios realizado ya presente en Jesucristo. Después vendrá la enseñanza.

A esta enseñanza, que sigue a la proclamación y a la conversión, y que terminarán ejerciendo de ordinario los maestros o doctores, es a la que se muestran asiduos los primeros cristianos (Hch 2,42) .

El maestro tenia que estar “adherido a la palabra fiel” (Ti 1,9), “alimentado con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Tm 4.6), “si alguno habla, sean palabras de Dios” (1 P 4.11). Este servicio no era simplemente hablar o discurrir, sino acoger y transmitir la semilla.

Donde se formaba un cuerpo de ministros, la responsabilidad pastoral era ante todo una responsabilidad doctrinal.

Cuando empiezan a aparecer los falsos doctores, Pablo se preocupa en sus Epístolas pastorales de que la doctrina se conserve en toda su pureza. Entonces se empieza a presentar la fe como si fuera la fidelidad a un cuerpo de doctrina, a un credo oficial, piedra de toque de la ortodoxia (1 Tm 4,1; 6.1; Tt 1,4). De aquí surgen las expresiones “guardar el depósito” (1 Tm 6.20; 2 Tm 1,14), adherirse a “la palabra segura” (1 Tm 1.15; 3,1; 4,9; TI 3,8).

La verdad del Evangelio, el “depósito” quo é1 recibió, Pablo lo confiará a colaboradores dignos de confianza (Timoteo y Tito), los cuales a su vez tienen que transmitirlo a otros “hombres fieles” (2 Tm 2.2), porque los “falsos doctores” “se desvían de la verdad”, “vuelven la espalda a la verdad” (1 Tm 1,3-7; 4,1-16; 6.3,5).

Los maestros tenían que basar su enseñanza en el Evangelio, lo cual servia para desenmascarar a los falsos doctores. Su enseñanza comportaba siempre una exigencia de fidelidad al pasado de la obra de Dios, bíblica y evangélica, el recuerdo de la historia de la salvación, haciendo una clara distinción de las relaciones entre el pasado y el presente de la acción de Dios. La acción divina en el presente, ya en el Nuevo testamento, era la acción de Cristo resucitado en el Espíritu.

La competencia necesaria, adquirida por el estudio, y el carisma que habilitaba a los maestros, tenían que reconocerse de alguna manera, bien por los apóstoles o bien por las comunidades y sus responsables. Esta competencia era considerada como un don de Dios de quien procede toda capacidad para servir en la Iglesia.


LA ENSEÑANZA EN LA FORMACION CRISTIANA

Por RALPH MARTIN

(Traducido de NEW COVENANT, julio 1977, págs. 12-15)

Cuando uno se hace cristiano entra en un mundo nuevo. La formación cristiana es como un mapa que nos guía por este nuevo territorio.

En la Renovación Carismática hemos descubierto cómo el Bautismo en el Espíritu Santo es algo muy importante para vivir una vida verdaderamente cristiana. Pero hemos de reconocer que recibir la efusión del Espíritu no es más que una parte de un proceso mucho más grande.

Nuestra meta, y el deseo del Señor también, no se reduce a que lleguen a recibir la efusión del Espíritu el mayor número posible de personas, o a que reciban los dones carismáticos y tengan experiencias espirituales. Sino que cada uno crezca hasta llegar a la madurez cristiana. No basta poseer dones y poder espiritual, si no se llega a la madurez cristiana y se consigue el carácter cristiano.

Por tanto, recibir la efusión del Espíritu Santo es tan sólo una parte del largo proceso de la formación cristiana.

Desde la Iglesia primitiva vienen los cristianos utilizando este proceso para introducir a los convertidos de una manera plena en la vida cristiana. A pesar de las diferencias que pueda haber en la forma como lo practican las diferentes tradiciones cristianas, esta formación incluye por lo general unos mismos elementos: predicación, enseñanza y sacramentos.

Nadie creo que negaría la validez de estas prácticas. El Señor comunica la gracia a través de los sacramentos, de nuestra enseñanza y de la predicación, todo lo cual desempeña un papel muy importante en la formación de los cristianos.

Sin embargo, si la comparamos con la práctica de la Iglesia primitiva, la formación inicial que hoy día recibe la mayoría de los cristianos nos resulta bastante insuficiente.

Por ejemplo, los cristianos dedicamos mucho tiempo, reflexión y energías a la evangelización: a anunciar la Buena Nueva de la Muerte y Resurrección de Cristo. Lo cual es muy congruente, ya que Jesús encargó a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes...” (Mt 28,t9).

Pero muchas veces nos hemos concentrado en la evangelización, trabajando para que se llegue a un verdadero compromiso con Cristo, y esto en detrimento de la formación cristiana. Con lo cual hemos pasado por alto el final de mandamiento tan importante: “... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,20).

La resultante de todo esto es que muchos cristianos no han llegado a formarse una idea cabal de lo que significa vivir como ciudadanos del Reino de Dios. Conocen los principios básicos del Evangelio, pero no se han apropiado su poder ni saben tampoco cómo aplicar la enseñanza cristiana a la vida de cada día.

He aquí el desafío con el que se enfrenta la Iglesia y la Renovación Carismática: profundizar su impacto en el mundo por la restauración del ideal y la práctica de la iniciación cristiana. En múltiples casos los grupos de oración y las comunidades se enfrentan con la necesidad de tener que reeducar en la fe a cristianos que entraron en la fe de un modo inadecuado.

Es importante formarse una idea clara de lo que pasa en la iniciación cristiana. Al hacerse uno cristiano, no recibe simplemente una experiencia de amor y perdón adoptando una filosofía nueva de la vida. En realidad se da el paso de un mundo a otro distinto. “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor” (Col t.13). Lo mismo que en otros lugares de la Escritura, Pablo aquí compara el hacerse cristiano al hacerse ciudadano de una nación distinta.

Es un cambio muy radical. Cuando uno se hace cristiano se encuentra metido de lleno en una nueva dimensión de la realidad, en una visión del mundo y un modo de vivir nuevos. Todo cambia en la propia vida: nuestros ideales, las creencias, el uso que hacemos de lo que poseemos y de nuestro tiempo, nuestras relaciones con los demás. Hace falta tiempo, enseñanza y atención personal para que tales cambios puedan operarse tal como conviene. Es función de la formación cristiana el facilitar toda esta ayuda.

HUYAMOS DE LA IMPROVISACION

El ayudar a otros a entrar en la vida plena del Reino de Dios es cosa que no podemos hacer así al azar, como salga. No se puede dejar a la improvisación o a un modo informal de compartir, como quien dice “quizá podamos hablar un poco de los dones espirituales, o... mejor, dialogar sobre la lectura de la Biblia”. No, hay cosas concretas y especificas que tienen que darse en la vida de un cristiano nuevo. Hemos de procurar que sucedan verdaderamente y de un modo ordenado. Es indispensable cierto orden o estructura; sin esto es imposible asegurar que se den todos los pasos necesarios.

Haríamos bien en seguir el ejemplo de la Iglesia primitiva a este respecto. En aquel proceso de iniciación estaba muy claramente definido cómo había que entrar a formar parte de la vida de la Iglesia.

Y las razones que se aducían eran muy importantes. Así, todo el que estaba en periodo de rodaje en su vida cristiana o en proceso de iniciación jamás esperaba que se le pudiera colocar en un puesto de dirección, ni asumir otras responsabilidades superiores antes de que pasara el tiempo apropiado. Siempre se atenía al siguiente razonamiento: “Dios está reordenando toda mi vida y sé que esto me ha de llevar un tiempo. Concentraré todos mis esfuerzos para que esto se realice y no me preocuparé por ahora de otras cosas”.

Igualmente, cuando para cualquiera llegaba el momento de entrar a formar parte de la Iglesia, se trataba de una decisión trascendental y muy definida que sólo se tomaba una vez. El candidato no entraba inmediatamente en la Iglesia.

La práctica que la Iglesia primitiva tenía de la iniciación cristiana me recuerda la canción que a veces cantamos en las reuniones de oración: “He decidido seguir a Cristo sin retornar...". Unirnos al Cuerpo de Cristo, o renovar nuestro compromiso activo con el mismo, es un paso importante que se ha de considerar siempre como un todo.

CUATRO ELEMENTOS DE FORMACION CRISTIANA

Trataré de examinar lo que es la formación cristiana a través de cuatro elementos:

1. El primer elemento es simplemente el Evangelio, la Buena Nueva de la Salvación. Es algo que hay que entender muy claro y de forma apropiada al comienzo del proceso. Entonces es cuando hay que comprender muy bien lo que significa arrepentirse, comprometer la vida por Cristo, ser bautizado en el Espíritu Santo. El mensaje cristiano básico de arrepentimiento de los pecados y reconciliación con Dios por la Muerte y Resurrección de Jesús debe estar en el núcleo de toda formación cristiana.

Pero no basta entender la Buena Nueva. Esto ha de ser de una manera apropiada. No basta entender lo que significa arrepentirse; hay que seguir adelante y hacerlo: hay que comprometer la propia vida por Cristo, decidir formar parte del Pueblo de Dios y recibir el poder del Espíritu.

A veces trazamos diagramas en el encerado, o recomendamos que se lean ciertos libros, o tenemos una charla y parece que damos por supuesto que todos han aprendido de memoria las cosas que les hemos presentado. Pero en la mayoría de los casos es necesario que ayudemos a los hermanos, dialogando con ellos, sobre los pasos que hay que dar en aquellas cosas de las que les hemos hablado. Es importante predicar el mensaje, pero no basta. Tenemos que ayudarles a actuar de acuerdo con el mismo y a encarnarlo en sus propias vidas.

2. Supuesto que el mensaje de salvación ha sido apropiado, hay que dar enseñanza práctica sobre la manera de aplicar la verdad cristiana a todos los aspectos de la vida.

Si hacerse cristiano significa ser trasladado de un reino a otro, no será muy difícil comprender por qué muchos cristianos nuevos se encuentran de pronto como a la deriva en un contorno que no les resulta familiar. Necesitan un guía en este nuevo orden de la realidad, un mapa del territorio nuevo en que han entrado. Hemos de ofrecer enseñanza práctica para atender a esta necesidad.

Un ciudadano nuevo del Reino de Dios tiene que ser iniciado en la oración diaria, la lectura de la Escritura, la participación en las reuniones de oración y la recepción de los sacramentos. Ha de aprender qué significa ser miembro del Cuerpo de Cristo: y esto es saber compartir la propia vida, el arrepentimiento y el perdón, el amar y ayudar a sus hermanos. Necesita aprender cómo tiene que comportarse en ciertas áreas de la propia vida que se hallan fuera de la comunidad cristiana: su profesión, sus relaciones con aquellos que no son cristianos. Debe aprender a llevar bien su matrimonio, a dominar sus emociones, a ejercer los dones espirituales. Hay toda una riqueza de sabiduría y enseñanza que se debe comunicar a aquellos que en adelante van a vivir una vida nueva en Cristo.

3. Lo mismo que sobre el mensaje básico del Evangelio diremos sobre la enseñanza práctica: tiene que ser apropiada. Y es aquí donde la atención personal cobra una gran importancia. Un cristiano nuevo necesita la ayuda de hermanos y hermanas maduros para llegar a aplicar la verdad cristiana a su propia vida y superar los problemas que surjan.

Para poder prestar esta atención hace falta cierta habilidad pastoral. Y los que realicen este ministerio tienen que haber madurado en la vida cristiana. Deben estar capacitados para explicar claramente los principios básicos y hacer comprender, tanto con la palabra como con el ejemplo, cómo llevar tales principios a la práctica. Han de tener sabiduría para discernir si la mejor forma de resolver una situación práctica que surja es con la oración, la exhortación, una explicación más profunda, o más bien mediante la corrección y la amonestación.

Cualquiera de nosotros pudiera pensar que este tipo de atención personal sólo lo puede hacer un verdadero experto, y por tanto se sentiría inducido a desistir de todo intento. Pero es posible ofrecer una atención personal de una forma muy simple y sencilla. Orar con algún hermano para pedir una fe más profunda, o más liberación en la alabanza, o la solución de un problema: he aquí unas formas de ayuda real. Resulta muy útil hacer grupos para compartir después de las charlas, estimulando a todos a la reflexión y a descubrir la manera de aplicar lo que han escuchado. El vivir momentos de convivencia de manera informal con los hermanos nuevos les ayudará a desarrollar unas relaciones personales profundas y a aprender del ejemplo de otros.

Pueden aflorar problemas para cuya solución no basta el procedimiento normal de entrevista, arrepentimiento y oración. En algunos casos será necesaria la oración de curación o la de liberación de malos espíritus. El pecado causa heridas en nuestras vidas, heridas que pueden perdurar incluso después de habernos hecho cristianos, y estas heridas han de ser curadas. También es cierto que Satán puede mantener el dominio en ciertas áreas de la vida del nuevo cristiano. Hay que romper este bloqueo.

Muchos se sentirán retraídos ante la curación y la liberación, y con razón, hasta cierto punto: son áreas difíciles en las que hay mucho peligro si no estamos debidamente preparados. Los grupos no deben aventurarse en estos ministerios si no tienen cierto conocimiento y experiencia, pero otros grupos sí pueden y deben abordar el problema. Romper el dominio del maligno y curar las heridas del pasado son aspectos de los que no debemos desentendernos.

4. Cuando se escribió el Nuevo Testamento, “ser en Cristo” significaba formar parte del Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana local. La Iglesia primitiva no tuvo otro modo de formarse la verdadera idea de lo que son los cristianos más que como miembros de una comunidad visible y tangible de creyentes. Hoy también el incorporar nuevos miembros a una comunidad viviente y que progrese forma parte integral del proceso de la formación cristiana.

Jesús dijo que por la unidad y el amor de sus discípulos llegaría el mundo a creer en Él (Jn 17, 20-23). Hemos de tomar muy en serio la prioridad que ha establecido el Señor en la unidad y el amor entre los cristianos. Tenemos que hacer que esta unidad y amor sean visibles y concretos: algo que los demás puedan ver, tocar y experimentar.

Por «comunidad” entiendo, no simplemente un grupo de cristianos que se reúnen semanalmente para la oración o el estudio bíblico, sino un grupo de cristianos que han empezado a unir sus vidas de una forma más profunda y comprometida. Pienso en personas que se identifican, no con una actividad particular o con un conjunto de actividades, sino con una vida común, entregados a servir juntos al Señor como un mismo cuerpo.

La comunidad les proporciona la configuración de una vida cristiana mucho más profunda y atractiva que lo que ellos pueden ver en la mayoría de otros ambientes. Cuando contemplamos cómo otros viven así una vida cristiana entregada, en la unidad y el poder del Espíritu Santo, descubrimos que el compromiso serio con el Evangelio es factible. El atractivo de la vida de comunidad es lo que ha hecho posible muchas veces que la R.C. reevangelice a un ingente número de cristianos, haciendo llegar el Evangelio a aquellos que no tenían ni siquiera un mínimo de tradición cristiana.

Por otra parte, a medida que nuevos hermanos van entrando en la vida cristiana, la comunidad les ofrece un ambiente adecuado para poder crecer y madurar rápidamente. Es aquí donde el nuevo cristiano podrá llevar a la práctica, día a día, los principios que recibe de la Escritura y de la enseñanza cristiana. La comunidad es el contexto en el que la iniciación cristiana se realiza de la manera más eficaz. Todo programa de formación cristiana debe incluir una etapa para incorporar a los hermanos en la comunidad cristiana.

Lo más importante que tenemos siempre presente en nuestra mente es que la R.C. se propone unas metas mucho más ambiciosas, que no terminan cuando conseguimos que los hermanos reciban la efusión del Espíritu. Hemos de reconocer esto y asumir la responsabilidad que ello supone. Si un hermano recibe la efusión del Espíritu en nuestro grupo de oración o comunidad, ya hemos entrado en la formación cristiana y debemos seguir adelante de la mejor manera posible.

Es fácil minimizar nuestras posibilidades en este aspecto. A primera vista puede parecer que nuestro grupo no está preparado para emprender un programa completo de formación cristiana. Pero mediante el uso de los Seminarios sobre la Vida en el Espíritu, hasta los grupos más pequeños pueden predicar el Evangelio. Se pueden beneficiar también de un gran número de libros y de cassettes para ofrecer enseñanza cristiana práctica. Si bien es cierto que tenemos que aceptar nuestras limitaciones y no pretender demasiadas cosas, hemos de responsabilizarnos para hacer aquello que podemos hacer.


¿QUE ES ENSEÑANZA BASICA?

Por BRUCE YOCUM


(BRUCE YOCUM es coordinador de la Comunidad "La Palabra de Dios» de Ann Arbor, y autor del importante libro Profecías, traducido por Publicaciones "Nueva Vida» de Puerto Rico)

Por desgracia en pocos grupos se llega a realizar un esfuerzo considerable para dar lo que podríamos llamar “enseñanza básica”. Y esto ocurre porque no se sabe apreciar el valor que ello puede tener para nuestras vidas.

Es importante distinguir la enseñanza básica de otras clases de enseñanza cristiana. Lo que se da en muchas reuniones de oración pertenece a una de las siguientes categorías: “exhortación”, que es para motivar a las personas, o “enseñanzas de las verdades de la fe”, que intenta profundizar en la verdad revelada.

La enseñanza básica aborda el problema de cómo tiene que vivir el cristiano en la vida de cada día. Quizá sea muy inspirada y profunda, pero si no contribuye a hacer vivir una vida verdaderamente cristiana, no es la enseñanza básica ideal.

UNOS CONSEJOS PRÁCTICOS.

Lo primero que se necesita para poder dar una buena enseñanza básica es saber apreciar las necesidades reales de los hermanos. Y para esto hay un procedimiento muy sencillo que de ordinario no se nos ocurre: preguntarles en qué aspectos necesitan más enseñanza.

Esta no debe ser demasiado teórica. Ha de ser práctica. Tan solo debemos recurrir a la teoría cuando tengamos que profundizar doctrinalmente el consejo práctico que deseamos dar.

Hay que presentarlas también de forma que las personas se sientan identificadas con ella. Cualquier tema que tratemos, hemos de lograr que los que nos oigan puedan decir: “Comprendo muy bien lo que quiere decir: eso es precisamente lo que a mi me pasa”. Cuando llegamos a los oyentes en este nivel, pueden aceptar y aplicar mucho más a fondo la enseñanza que les damos. Si queremos, por ejemplo, orientarles sobre su vida de oración, debemos hablar también de “¿cómo orar cuando el teléfono está constantemente sonando?”, “¿cómo orar con tres niños en casa?”, “¿cómo conseguir meter en las ocho horas diarias de trabajo el tiempo para la oración?”




¿QUIEN DEBE DAR LA ENSEÑANZA?

Por PETER WILLlAMSON

(PETER S. WILLIAMSON es uno de los tres directores de publicación de la "Pastoral Renewal", revista que se publica en Ann Arbor para lideres de la R.C.)

(Fragmento traducido de un artículo más amplio aparecido en PASTORAL RENEWAL, julio 1977).

Las Escrituras hablan del que da la enseñanza.

Santiago escribe: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo» (St 3,1). En la Epístola a los Efesios 4,11 se presentan vinculados los dones de los pastores y los maestros. En la Primera a Timoteo 3,2 Pablo escribe sobre las cualidades para gobernar la Iglesia, y uno de los pocos requisitos que se refieren a la habilidad más que al carácter es que el candidato sea «apto para enseñar».

En otros muchos pasajes del Nuevo Testamento van asociadas las cualidades del «anciano» y las del maestro.

O sea, que es el pastor que verdaderamente cuida de la vida de los hermanos el que da la enseñanza sobre la manera de vivir cada día como cristiano.

Los líderes pastorales que viven sinceramente en contacto con las vidas de aquellos de quienes cuidan son los que pueden tomar en consideración las necesidades de los hermanos, sus fuerzas y sus debilidades y todas sus circunstancias. Lo suyo es que aquellos que tienen la responsabilidad de los cristianos de un grupo sean los que enseñen cómo deben vivir, la vida cristiana. Ellos se hallan en posición privilegiada para discernir qué cosas han de tener prioridad, y cómo hay que llevar a los miembros del grupo a través de todos los cambios. Son también los únicos que tendrán que enfrentarse con las consecuencias de su enseñanza.

Los escritores del Nuevo Testamento subrayan el carácter de los que pastorean y enseñan (1 Tm 3,1-7; Tt 1,5-9).

Los maestros deben dar ejemplo de la instrucción que dan; son personas que saben gobernar su propia casa (1 Tm 3,4). No basta que una persona tenga excelentes conocimientos de la Escritura, que sepa hablar muy bien, o posea abundante ciencia teológica. Todo esto son ventajas, pero lo que realmente se necesita es que la persona sea madura en vivir la vida cristiana y sepa comunicar a los demás lo que él ha aprendido.

El Nuevo Testamento habla también de los diversos dones espirituales que se relacionan con la enseñanza. La “palabra de sabiduría” que menciona 1 Co 12.8 seguramente se refiere a la capacidad para enseñar sobre cómo hemos de vivir; la “palabra de conocimiento”, puede ser sobre la enseñanza del dogma. Al escoger a los que han de enseñar debemos fijarnos en aquellos a quienes el Señor ha dado dones. Al dar la enseñanza tenemos que desear y orar para recibir la ayuda del Espíritu.

DENTRO DE UN CONTEXTO PASTORAL

Para poder enseñar, el líder pastor no sólo debe poseer cualidades personales. También tiene que encontrarse en una forma de relación con aquellos de los que él cuida, de manera que puedan recibir su enseñanza. Tienen que respetar y fiarse de su pastor, y mirarle como quien puede enseñarles sobre el Señor y sobre una abundante vida cristiana. Esta relación es necesaria, tanto si la enseñanza se da de persona a persona, como si va dirigida a todo un grupo.

Aquellos que la reciben deben anhelar crecer en el Señor y estar dispuestos a pagar el precio del cambio. Muchos grupos cristianos no están preparados para dar enseñanza sobre cómo hay que vivir porque les falta algo fundamental en su relación con Dios. Más que enseñanza, lo que necesitan es evangelización.

Allí donde las personas lo deseen será muy conveniente vincular la enseñanza con algún compromiso concreto. Por ejemplo, a los matrimonios que reciban enseñanza sobre la vida de familia se les podría pedir que dediquen una hora cada semana a hablar sobre los temas que se les ha ofrecido.

Es muy distinto cuando se da la enseñanza a personas que viven en una relación estrecha y comprometida de unos para con otros. En este caso, el líder pastor sabe que se prestarán ayuda unos a otros para vivir la enseñanza. Los líderes deben procurar crear estructuras pastorales que ayuden a todos a asimilar la enseñanza; la meta del maestro no ha de ser dar buena enseñanza, sino cambiar las vidas de las personas.

UN PLAN COMPLETO

Los cristianos han de aprender lo que Dios quiere en cada área de su vida. Los líderes deben desarrollar un curso completo de enseñanza cristiana que incluya las relaciones familiares, las relaciones con cristianos y con las personas que no pertenecen a la comunidad cristiana, el dinero, la forma de hablar, el uso del tiempo, y otros muchos temas.

Por supuesto, es posible que en un momento determinado los hermanos solamente necesiten una parte de todo el plan de enseñanza, pero nosotros los líderes pastorales hemos de tener una visión y comprensión lo más amplias posible del modo cómo Dios quiere que vivan los cristianos, y luego, sobre la marcha, debemos enseñar todo lo que podamos. Los nuevos que acaban de convertirse necesitan una presentación sistemática de los fundamentos de la vida cristiana. Gentes que han estado viviendo largo tiempo dentro de la Iglesia, no precisamente los cristianos de nombre, sino los fervientes, saben mucho sobre algunos puntos del mensaje cristiano, pero no saben mucho sobre la manera de vivir como cristianos.

Los líderes pastorales que empiezan a impartir enseñanza práctica sobre la vida cristiana deben considerar cuáles son sus prioridades. ¿Necesitan instrucción sobre el crecimiento básico las personas de las que ellos cuidan? ¿Responden verdaderamente a sus responsabilidades diarias? ¿Cómo actúan con aquellas personas con las que más estrechamente se relacionan, especialmente sus familiares? ¿Existen áreas problemáticas que constantemente están apareciendo en las entrevistas? ¿Qué aspectos más necesitados de enseñanza suele mencionar la gente?

UN ENFOQUE PRÁCTICO

La meta de la enseñanza sobre la vida cristiana debe ser la que configure la forma de presentarla. La meta no es primariamente motivar o inspirar, o comunicar una visión teológica, u ofrecer exégesis bíblica. Se trata de dar instrucciones claras que se puedan llevar a la práctica.

Por esta razón la enseñanza debe ser rica en ejemplos tomados de la vida diaria. Es de una gran utilidad si el líder pastoral sabe compartir con los que le escuchan ciertos ejemplos, tomados de la propia experiencia, sobre la forma de cumplir la enseñanza del Señor.

CONFIAR EN LOS RECURSOS DISPONIBLES

Finalmente, ningún líder pastoral debe tratar de poner en circulación su propia enseñanza cristiana, presentada en un plan completo y partiendo de cero. Cada uno puede poseer dones diferentes por lo que se refiere a la enseñanza y distintos matices en la comprensión de los diversos aspectos de la vida cristiana. Pero todos deben preocuparse principalmente por hallar fuentes fidedignas de la enseñanza que han de ofrecer a aquellos de los que cuidan.

No es tarea fácil saber seleccionar las fuentes de la enseñanza. Además de libros, disponemos de seminarios y de conocidos maestros que viajan por todo el país, así como de grupos que ofrecen enseñanza. Disponemos de sólida enseñanza cristiana relacionada con muchos aspectos de la vida diaria, aunque también puede haber chatarra inservible en circulación. Se necesita criterio para discernir buenas fuentes y buena enseñanza sobre la vida cristiana. Sin querer entrar en detalles, trataré de ofrecer algunos criterios que resumen lo dicho anteriormente.

1. La enseñanza se ha de basar en la Escritura, no sólo evitando contradicción directa con la enseñanza de la Escritura sobre cómo hemos de vivir, sino procurando perfilar las metas, la mentalidad y el enfoque desde la perspectiva de la Palabra de Dios.

2. La enseñanza debe estar llena de sabiduría. A veces la enseñanza que se da es bíblica, pero falta una elemental sabiduría, humana y espiritual, al hacer su aplicación. Revisemos la enseñanza con preguntas como éstas: ¿Es la enseñanza práctica? ¿Refleja una comprensión madura de la vida y de la forma como las personas funcionan? ¿Admite la necesidad de discernimiento y flexibilidad, o más bien presenta reglas y principios rígidos? ¿Comunica gracia y esperanza a los que la reciben o es más bien pesada?

3. Respecto al maestro, ¿lleva una vida cristiana que otros deberían emular? Si la fuente de enseñanza es un grupo cristiano ¿ha contribuido el grupo a ayudar a las personas a conseguir una madurez cristiana en su manera de vivir?

4. En cuanto sea posible, tratemos de evaluar los resultados de la enseñanza en las vidas de los que la han recibido. ¿Es bueno el fruto?

Al final del Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7,24-25). Cuando el pueblo de Dios está viviendo la forma de vida que Dios quiere, los resultados son gloriosos: su pueblo es luz del mundo y sal de la tierra. ¡Dediquémonos a enseñar la forma de vida que el Señor nos ha enseñado!



SELECCIONEMOS NUESTRAS LECTURAS

Por JUDITH TYDINGS

FUENTE DE ENSEÑANZA Y ENRIOUECIMIENTO ESPIRITUAL

(Traducido y adaptado de NEW COVENANT. enero 1978, págs. 26-27.)
(Muchos libros no los hemos pasado, ya que hoy día el abanico de libros contemporáneos es muy diferente).

La palabra impresa ofrece inmensas posibilidades para satisfacer la necesidad que tenemos de saber más sobre la manera de vivir para el Señor, pero muchas veces este tesoro queda sin explotar o se canaliza en forma improductiva. Leer exige tiempo y concentración: dos fuentes de inmenso enriquecimiento a nuestro alcance. Hay a quienes se les hace difícil y aburrida la lectura, mientras que a otros les falta criterio para leer con un sentido productivo.

En mi comunidad, por ejemplo, procuramos ayudar a los hermanos para que lleguen a comprender el lugar que debe ocupar la lectura en su vida cristiana y cómo han de saber usar un criterio de selección.

¿DE QUE MATERIAL DISPONEMOS?

Podemos distinguir diferentes tipos de lectura que nos ayudarán a crecer y madurar espiritualmente:
1. Los relatos de testimonios espirituales son la forma más popular de lectura espiritual de que todos disponemos.

En esta categoría podemos incluir libros contemporáneos, como “la Cruz y el Puñal”, de David Wilkerson.

Podemos también añadir:
De autores católicos: los libros de la Madre Teresa de Calcuta y los de Carlos Carretto; “Escuche mi confesión” de Orsíni, “El peregrino ruso”.

De autores protestantes: “El Poder de la Alabanza” y “el Secreto del poder espiritual”, “Respuestas a la alabanza”, de Merlin R. Carothers, “A las nueve de la mañana”, de Dennis J. Bennett; “Corre Nicki, Corre”, de Nicki Cruz.

Estos libros pueden ser instrumentos para llevar a otros a comprometer por primera vez su vida por el Señor o a desear una mayor liberación del Espíritu Santo.

En la misma línea están las vidas de los santos, o biografías espirituales: historias de hombres y mujeres, cuyas vidas nos inspiran un amor más profundo a Dios y anhelo de santidad. De las muchas que existen algunas parten de información dudosa o buscan el sensacionalismo, en detrimento de los mismos santos, pero otras son equilibradas, exactas y recomendables. Un ejemplo es la “Vida de Santa Teresa”, escrita por ella misma; “la Autobiografía y Diario Espiritual”, de San Ignacio de Loyola; “Escritos, Biografías y Florecillas”, de San Francisco de Asís.

2. Los libros de instrucción. Se les presta menos atención que la que se merecen.
Estos escritos nos ofrecen sabiduría práctica sobre los distintos aspectos de la vida cristiana.

La temática es Inmensamente variada y ni siquiera la podemos resumir en estas páginas.

3. La lectura más importante que todos hemos de hacer es la Sagrada Escritura.
Es importante que nuestra lectura de la Biblia incluya también algún comentario o algún estudio del ambiente histórico y del contexto cultural.

4. Busquemos algún medio para estar informados sobre los sucesos más importantes.

Podremos orar con más eficacia por los lugares de mayor conflicto, como por ejemplo El Líbano y Uganda, si comprendemos lo que está ocurriendo allí. Para esto habremos de saber seleccionar los periódicos y las revistas, evitando aquellas publicaciones que son claramente tendenciosas y sensacionalistas.

Algunas Hojas Diocesanas y Boletines de información y documentación pueden ser buenas fuentes de información religiosa.

TENGAMOS CRITERIO

Por lo general no leemos demasiado.

La época en que vivimos y los medios de comunicación social nos hacen cada vez más pasivos. Pero cuando recibimos la información por la lectura solemos ejercitar nuestras facultades críticas mucho mejor que si la recibimos por la radio y la televisión.

Muchas personas no dedican tiempo a la lectura, a pesar del buen material existente. Quizá la lectura nunca formó parte de sus vidas o son lectores lentos, porque no consiguieron el hábito en la edad del crecimiento.

Nuestro objetivo debe ser la regularidad, no la cantidad. Empecemos por dedicar cada día un tiempo breve a la lectura, relacionándola con la oración y con el uso que hacemos de la Biblia.

Sepamos seleccionar nuestras lecturas y no sigamos automáticamente la ley del menor esfuerzo. Busquemos también la ayuda de algún hermano o hermana más experimentado que nosotros y que también sepa de nuestras fuerzas y debilidades.

En los Hechos de los Apóstoles el Evangelizador Felipe se encontró con el eunuco que leía el Libro de Isaías. Felipe le preguntó: “¿Entiendes lo que vas leyendo?” El contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?". (Hch 8,30•31).

Lo mismo que el eunuco, nosotros también podemos ser guiados en nuestro lectura espiritual: o por el Espíritu Santo, o por una evaluación exacta de nuestras necesidades individuales, o por otros cristianos más maduros.

Sin un guía sabio, nuestra lectura puede quedar al azar y ser una aventura sin fruto, en vez de algo que nos conduzca a la renovación de la mente (Rm 12,2).