UNION DE AMOR EN EL DOLOR

10 - UNIÓN DE AMOR EN EL DOLOR
Una clave para vivir bien en medio de las dificultades consiste en oír el amor de Dios que llama en el dolor.
¿Cómo se hace?
Intenta no escuchar tanto el grito interior del dolor, sino empezar un delicado trabajo interior para pasar de la queja a dejarte amar en ese dolor, como si aceptaras ser levantado en brazos por un amor inmenso, pero también sumamente delicado, desinteresado, generoso.
Parece que en el dolor se callaran otras voces superficiales, se debilitaran otras esperanzas vanas, se rompieran algunas cadenas de apegos y esclavitudes.
Entonces sucede que, muy pronto, comenzamos a escuchar una dulce llamada divina que siempre existió, pero que no podíamos percibir en medio de nuestras obsesiones.Es la llamada del amor que nos descubre que estamos hechos para ser amados por Dios.
Por eso es triste que soportemos penosamente una dificultad y no sepamos escuchar esa llamada, que grita en nuestras mismas entrañas y nos invita a dejar nacer lo mejor de nosotros mismos: una capacidad de amar y ser amados por Dios que quizá estuvo oculta y sepultada durante mucho tiempo.
"Sólo al chocar en las piedras
el río canta al Creador,
del mismo modo el dolor,
como piedra de mi río,
saca del corazón mío
el mejor canto de amor"
Recordemos que tanto un enfermo como una mujer durante el parto, pueden dejarse tomar de la mano por el ser amado, percibir su mirada de ternura, recibir su pacífico consuelo, y experimentar un gozo supremo de amor en medio del dolor.
En esos instantes, el otro se convierte en un auténtico "salvador" de la propia vida, aunque no nos libere de la enfermedad o del dolor que nos lastima.
Así también, poco a poco, cuando algo nos limita, nos molesta, nos perturba y nos persigue, podemos llegar a reconocer la mano, la mirada, la presencia amorosa de Jesús en el sufrimiento. Eso hace que ya no nos obsesione liberarnos de ese dolor, porque estamos centrados en Jesús, hemos sido sacados de nosotros mismos y así alcanzamos la cima del amor en esta vida.
Es lo que los mártires vivieron hasta el extremo, pero que podemos descubrir en pequeñas cuotas todos los días de nuestra vida. En el martirio, y en cada pequeño martirio, se experimenta al mismo tiempo la muerte (al propio yo) y la resurrección (el nacimiento a una nueva amistad con Jesús).
En el dolor tenemos que recordar que "no tenemos un sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, porque fue probado como nosotros en todo" (Heb 4, 15) El mismo Jesús "por sus sufrimientos aprendió lo que significa depender" (Heb 5,8).
Jesús, el mismo Hijo de Dios, vivió en su propia carne lo que es el vértigo de tener que depender amorosamente sólo de Dios, porque uno se ha vuelto impotente, se ha dado cuenta de su debilidad total y de sus límites, ha aceptado su necesidad de confiar en el Padre, y entonces se entrega a Él con una ternura inédita y total docilidad: "Padre, en tus manos encomiendo mi vida" (LC 23,46).
Jesús experimentó como nadie ese paso maravilloso e inexplicable de la resistencia ante el sufrimiento ("Si es posible, que pase de mí este dolor") a la entrega completamente dócil y confiada ("Padre, en tus manos encomiendo mi vida").
En su propia intimidad, cuando todo estaba oscuro, tuvo que aceptar ese salto vertiginoso. Pero ese salto sólo es posible si uno confía en el amor de otro.
Por eso mismo Jesús nos comprende y está con nosotros para que demos ese paso y gocemos, como él, del inmenso alivio que se alcanza; es el alivio del amor que él puede regalarnos si nos acercamos a él con el corazón: "Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio" (MT 11 ,28~29).
Acercándonos a Jesús, él nos enseña a ser mansos ante el Padre Dios, a dejarnos tomar en sus brazos, a descansar sin miedo en su regazo.
Y mirando a Jesús, podemos decir que en su Pasión se ve mejor que nunca cómo un tremendo sufrimiento (y no hay sufrimiento mayor que el suyo) puede estar unido a una misteriosa alegría.
Juan Pablo II quiso detenerse ante este misterio:
"Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: "Eloí, Eloí, lema sabactaní" -que quiere decir "Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?.. El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos... Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto..
La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono" (Novo millennio ineunte, 25~26).
El Papa nos recuerda también que algunos santos han alcanzado una experiencia semejante, donde el dolor está unido a un gozo muy particular:
"Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la "teología vivida" de los santos... Muchas veces los santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor... Teresa de Lisieux vive su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado: "Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio, pero le aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo". Es un testimonio muy claro" (Novo millennio ineunte, 27).
No olvidemos: Estar enfermo con un amigo al Iado es dulce. Pero más dulce que tener un amigo al Iado es reconocer al amigo Jesús que nos toma de la mano y nos dice: "Estoy aquí, como siempre. También en este momento estoy contigo y vamos a afrontar juntos este desafío".
A veces es precisamente en el dolor cuando nos convertimos de verdad, cuando nos dejamos mirar por Dios y encontramos el gozo de Dios en serio, no de palabra. Porque todo lo que yo le diga a Dios y todo lo que diga de Él, tiene que ser cada vez más real. Que lo amo, que su amor me hace fuerte y feliz, todo eso puede ser verdad, pero tiene que ser cada vez más verdadero. Y eso se prueba en las situaciones difíciles, en los momentos de vergüenza, miedo, desilusión, en las situaciones más duras.
Allí es cuando, más que imaginar salvaciones falsas, tengo que entrar en su presencia y reconocerlo a Él como amante. Si en esos momentos me hago fuerte en su amor, entonces mi relación con Él será cada vez más sincera, más real. Por ejemplo, cuando uno está sumergido en una angustia, en una gran dificultad, puede decirle a Dios algo como lo siguiente: "Con tu amor yo puedo afrontar esto. Es más, con tu amor yo debo afrontar este desafío que me invita a dar un paso más en mi vida. Esto que me sucede seguramente será para algo bueno, porque me amas. No hay duda. Por eso renuncio a encerrarme en mi dolor y con tu amor estoy dispuesto a hacerle frente, a ponerle el pecho. y yo tengo la certeza de que esto no podrá conmigo, porque me amas infinitamente".
En definitiva es lo que decía san Pablo: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13) . y ciertamente no era mentira.
Esto vale sobre todo para los momentos más crudos, cuando soportamos un dolor durísimo, cruel, lacerante, como la muerte de la persona que más amamos, por ejemplo, o como esa tremenda humillación que destruye de golpe nuestros sueños de toda la vida, o como una enfermedad física muy dolorosa. Allí hay un tiempo y unos momentos en que el dolor es puro dolor, y no hay lugar más que para el llanto, el grito, el lamento. Pero ese dolor duro, seco, puro, puede abrir paso, lentamente o de un modo sorpresivo, a una unión mística con Cristo sufriente, a comprender como nunca el inmenso amor que se expresó en su crudo dolor, en su despojo total; puede dar paso a la experiencia de un intenso abrazo amoroso, sobrenaturalmente consolador.
Esa experiencia, si bien no elimina el dolor (que la hizo nacer), lo transforma; y en esa medida se entremezcla el dolor con una experiencia atrayente y positiva.
Algunos se atreven a decir que esa experiencia es también "gozosa", no porque el dolor mismo, terrible, sea fuente de gozo, sino porque la unión de amor, altísima e inesperada, que Dios regala en medio del dolor, sólo puede ser gozosa, aunque lo sea de un modo muy diferente al placer que dan los éxitos, los sentidos, las cosas del mundo. Incomparable, y por eso inexpresable e inexplicable.
Ese dolor, que por un instante parecía quitarle sentido a todo y nos llevaba a desear desaparecer en la nada, de golpe se convierte en la ocasión para que Dios nos conceda (sin que el dolor desaparezca del todo) una unión de amor que toca nuestras necesidades más profundas y da un vuelco a toda la vida.
En el momento más amargo del dolor, cuando parece imposible encontrar algún consuelo, muchas veces sólo nos sostiene la fe oscura. Pero pasado ese momento más negro podemos decir: "He probado algo de la pasión de mi Señor, he sentido algo de la amarga hiel que él bebió".
Al descubrir eso, podemos reconocer: "¡cuánto me amó!". y a partir de ese momento el propio dolor se une amorosamente al suyo, se entrega como ofrenda tierna y generosa; nuestra cabeza se recuesta en su pecho herido, y todo se baña con su luz amorosa.
Pero hay que aceptar sinceramente ese paso, y eso implica dedicar más tiempo al encuentro con Dios y elevar la propia vida a un nuevo nivel.
A veces el miedo a lo imprevisto, a lo demasiado grande, el temor a un amor inmenso que no podremos controlar, nos impide dar este paso, y cobardemente nos quedamos rumiando nuestro propio dolor hasta el último día de nuestra vida.
Camino personal l0
¿Te atreverías a decirle a DIOS: "Señor, dame una experiencia de amor como tú quieras"?
Dejar a Dios que te ame "como Él quiera" es dejarte amar también en medio del dolor, como el niño que siente alivio en los brazos de amor de su madre en medio de una enfermedad, o como la mujer que descansa en los brazos de su amado después de haber sufrido una agresión.
Intenta entrar en oración, colocar en la presencia de Dios lo que te hace sufrir, y dejarte amar por Él allí, precisamente allí.
Te hará bien aplicar a tu vida algunos textos bíblicos que te hablan del amor de Dios y tratar de reconocer ese amor desmedido y cercano en medio de lo que te hace sufrir: Is 43,4; 49,15-16; 54,10; Os 11,1-9; LC 15.